Con dos goles convertidos por Bruno Fernandes en el segundo tiempo, Portugal derrotó 2-0 a Uruguay y logró su anticipada clasificación a octavos de final. Uruguay, en cambio, quedó complicado y deberá ganarle a Ghana en la última fecha y esperar que Corea no derrote a Portugal. La tarea parece compleja pero no imposible si tomamos en cuenta algunos pocos minutos del equipo de Diego Alonso en los que, apretado por el resultado negativo, cambió estructura y futbolistas y generó algunas situaciones de gol, pero sobre todo una idea de que hay futbolistas que en la cancha pueden desequilibrar.
Este partido ya fue. Las decisiones del cuerpo técnico también, y rápidamente hay que tratar de contactar con la realidad y la situación de competencia en que hemos quedado. Para clasificar hay que ganar, y para ganar, en esta instancia, hay que arriesgar a una estructura y a una formación que juegue cerca del arco contrario.
La uruguaya
No conectar con la importancia que el fútbol tuvo para el desarrollo y nacimiento de la uruguayez es, por lo menos, un punto de partida para un laberinto sin salida.
El fútbol en Uruguay, el empujado casi inadvertidamente por don José Batlle y Ordóñez, a la vez que nos colocaba en una impensada modernidad con sus leyes de avanzada y sus impulsos crecientes, ha sido piedra de toque de una nación que a principios del siglo XX era un crisol de gentes y etnias. Las manifestaciones populares del 24 y del 28, y sin dudas la de 1930, cohesionaron aquella sociedad naciente entre criollos, tanos, eslavos, rusos, persas, españoles, armenios y nietos de africanos que dramáticamente llegaron como esclavos a nuestras costas.
El fútbol lo ha sido todo -casi todo- para muchos de nosotros, y eso es la explicación única, sólo posible para los que hemos nacido o nos hemos criado en Uruguay, de lo que representa un día en la vida de nosotros cuando juega Uruguay. Cuando llegan los mundiales o los campeonatos continentales, pero especialmente en esta última década los mundiales, no hay forma de atravesar el día, hasta que por fin empieza el partido, sin sentir una sensación que pendula entre lo opresivo y lo gozoso.
Con mayor o menor intensidad, eso pasa y se repite en cada alma celeste. ¿Cómo explicar ese estado de situación que racional y emocionalmente pasa de la seguridad y la fe absoluta a la incertidumbre y el miedo de lo que vaya a pasar?
Jugar en estas circunstancias ante un rival de indiscutible capacidad como colectivo y pleno de figuras individuales, y con la inestabilidad que genera la competencia, de no saber si el medio vaso está más cerca de lleno que de vacío, de desconocer qué pasará cuando termine la serie clasificatoria, nos va ganando la cabeza mientras cumplimos rutinariamente nuestros desempeños diarios.
Cada cinco minutos, o menos, aparecen pensamientos sobre el partido, hasta que, ya llegando a la hora, los corazones se aceleran. Tenemos un compromiso implícito con nuestros deportistas. Ellos nos representan, y ellos saben lo que es representarnos. Durante más de una década han y hemos establecido un código de admiración, respeto y solidaridad por su esfuerzo e idoneidad para ir persiguiendo nuestros objetivos móviles: ir dando competencia en cada uno de los partidos hasta donde podríamos llegar.
Al momento de comenzar el partido, todo se transforma. Ya está. Ahí enfrente están los portugueses con sus estrellas, y el sueño gambetea, se le hamaca a la pesadilla que quita y dispara, y parece que ya no la agarramos y todo nos cuesta, nos incomoda, nos despierta y nos deja desubicados.
Necesidad y riesgo cero
Con Rodrigo Bentancur como eje central pero con el equipo parado mucho más arriba, Uruguay mostró otra disposición de inicio de partido.
El juego arrancó con cierta paridad, con mayor predominio de la pelota de los portugueses, pero con poco juego de parte de ambos contendientes. Sólo por unos minutos. Después se decantó por otro tipo de escenario futbolístico.
El planteo acertado de Uruguay para neutralizar la peligrosidad de los portugueses no era, sin embargo, el necesario para generar jugadas de ataque. El elenco celeste quedaba tan retrasado que en el momento de recuperar la pelota no podía avanzar más que con algún pase largo que obligaba a nuestros delanteros a un esfuerzo no posible.
Y ahí el partido empezó a ser todo de los portugueses, con un sufrimiento perturbador de los uruguayos, de los jugadores y de los tres millones de directores técnicos que sentíamos que así el partido se tornaría insoportable.
Fue una apilada maradoniana y formidable de Bentancur, dramáticamente interrumpida por el arquero portugués Diogo Costa, lo que generó el aire para respirar y seguir adelante en lo que fue hasta ese momento la mejor acción ofensiva de Uruguay en el Mundial.
Otra acción en velocidad y de plena verticalidad del neohelvético permitió la segunda llegada peligrosa de los de ilusión celeste y camiseta blanca.
Fueron justamente las acciones de Bentancur las que permitieron que Uruguay se liberara de la presión portuguesa por un tiempo, emparejando un poquito al final las acciones. Con el equipo jugando en campo contrario mejoró el desempeño de los de Diego Alonso.
Lo que iba a pasar
La segunda parte no comenzó distinta de lo que se había visto en la parte anterior. Casi lo mismo, con los portugueses dominando y Uruguay atado, dominado.
A los 12 minutos llegó el gol portugués, a partir de un centro de Bruno Fernandes que Cristiano Ronaldo, habilitadísimo por Guillermo Varela, no llegó a tocar. El gol fue de Fernandes y puso el partido aún mucho más cuesta arriba.
Sin embargo, el gol hizo esbozar una reacción de los uruguayos, que pasaron a jugar en campo rival. Entraron Facundo Pellistri y Giorgian de Arrascaeta y cambiaron la esencia del juego, le dieron a Uruguay profundidad y acciones plenas de ataque.
Los cambios ayudaron además al cambio de posicionamiento del elenco celeste. Pellistri fue absolutamente determinante en la variación del juego del equipo de Alonso desbordando y poniendo mucho peligro por la derecha.
Fue justamente en una jugada de Pellistri que un pase a Maxi Gómez, que había ingresado junto con Luis Suárez, generó un remate del sanducero que dio en el caño izquierdo de Costa.
Una falta sobre Suárez generó un tiro libre que remató De Arrascaeta y llegó hasta la pierna izquierda de Suárez, que de milagro no empató.
Otra combinación de Giorgian con Maxi casi nos da el empate cuando iban 35 minutos del segundo tiempo.
Uruguay fue mucho más con Pellistri, Giorgian y Suárez, pero ya era demasiado tarde. El empate pudo haber llegado, pero sobre el tiempo cumplido el árbitro, por medio del VAR, concedió un penal para Portugal porque cuando estaba cayendo José María Giménez la pelota le dio en la mano. Lo pateó Fernandes y volvió a ser gol.
Una pena, porque Uruguay pudo haber jugado casi a riesgo cero para buscar la victoria, debido al triunfo de Ghana sobre Corea del Sur, pero prefirió encarar el partido de otra manera.
Ahora habrá que esperar el partido con Ghana, ganarle como única salida y esperar que Corea no le gane a Portugal.
Otra vez a tratar de salir del laberinto entre sueños, pesadillas y la tensión de ser uruguayo y futbolero, futbolera.
Qué le vamos a hacer.