Día 21 en Qatar para un neófito y primerizo en cuestiones del mundo árabe, y a la vez para un experto en fútbol y seis estrellas mundialistas sobre el lomo.
Día 21 en Doha, día siete sin Uruguay en competencia. Una combinación pesada por la notoria incidencia de los aspectos emocionales con los cuales uno se vincula y atraviesa puertas y ventanas de una sociedad múltiple y desconocida, y en apariencia cerrada.
Argentina, Marruecos y, en menor medida, Brasil me han salvado estos días. Con los tres festejé, pero con los dos primeros festejé más. Obvio que no tuve problemas en darle secuencia a “Muchachos, ahora nos volvimo' a ilusionar” y acompañarlo a baja voz, pero atención: el día del triunfo de los marroquíes les pedí a compañeros y compañeras retrasar mínimamente una entrega para poder irme al centro de Doha con miles de marroquíes plenos de alegría y gritar en caravana humana “¡viva Magreb!”.
Es más, aunque sin dudas mi primera opción lejos es Argentina, me encachilé mucho y por un buen rato con los magrebíes, a tal punto que ayer salí a comprarme una camiseta trucha de Marruecos, pero no la conseguí, ni esa ni la oficial, que tampoco la iba a comprar.
La que sí conseguí fue una de Uruguay, que la compré para regalársela al Ulrik. Lo conocen, ¿no?. Por las dudas, si no participaron en mi historia con el fotógrafo danés, Pedersen es quien desde octubre o antes estaba ofreciendo lugar en un precioso apartamento en Al Rayan. Todas mis dudas de días y días de desconfiar de la oferta de Ulrik –la había hecho primero a través de la Asociación Internacional de Periodistas Deportivos, y a través de ella había llegado al Círculo de Periodistas Deportivos del Uruguay y a posibles viajeros– quedaron hechas trizas al conocer el trato y la enorme generosidad del danés que terminó dándome para mí solo una enorme pieza de más de 20 metros cuadrados, con baño en suite, mientras él dormía en un colchón en un rincón del living. Un cra recontra cra el Ulrik, al que he conminado a volver a visitar Uruguay, donde estuvo alguna vez haciendo un fotorreportaje de un Nacional-Peñarol.
Viva Magreb
Pero estábamos con los marroquíes, que a través de ese partido descubrí que viven por miles y miles en Qatar. Ese día el Educación City pudo haber sido la caldera del diablo por la cantidad de gente que había. No lo fue sólo porque el sofisticado sistema de aire acondicionado en las tribunas acalambra para buenas. Yo ya conocí todos los estadios mundialistas qataríes, esos no lugares del fútbol mundial, y hay algunos a los que voy de bermudas y un buzo, o campera de equipo deportivo, pero hay otros a los que me llevo en la mochila equipo de otoño-invierno para cambiarme antes de entrar al estadio.
Lo del Education City del otro día fue espantosamente frío, porque, como si estuviera en el Campeones de 1947 de Santa Rosa, o en el Municipal de Young, me dieron otra vez silla sin escritorio, y entonces, con la computadora a upa y codeando a mis vecinos, tres cañones de aire congelado me taladraban los riñones como si estuviera haciendo crioterapia, y otros tantos me helaban los pies, que termina siendo mucho peor que ser un pecho frío. Por suerte el espectáculo estuvo genial y por momentos daba para olvidarse de Mr. Frozen.
Sumemos a los magrebíes como enorme fuerza laboral de Qatar, aunque queden lejos de pakistaníes e hindúes, que son cientos de miles, y aquí ya engancho con otra característica que he ido descubriendo con el paso de los días. Ya les he contado que por más que estoy a 18 minutos en el COME (526, 501) del IBC, del Centro de Prensa, he descubierto que yo no estoy viviendo en Doha, sino en otra ciudad que se llama Al Rayan, que es como si fuera de Las Piedras a Montevideo.
El apartamento que alquiló Ulrik está en New Al Rayan, en el contrafrente de una avenida movidísima y llena, de principio a fin, de comercios en sus dos aceras. Son no menos de 20 cuadras de comercios de un lado y del otro, con la singularidad de que no se puede cruzar de una acera a la otra sino cada tres o cuatro cuadras, porque en el medio de la avenida hay una gran valla de no menos de un metro y medio de alto, y no hay chance de saltarla, porque los autos, en un tránsito muy rápido y descontrolado, lo impiden por completo.
El asunto es que ahí, en nuestro pueblo, no se ven casi qataríes, por lo menos de a pie, aunque sí en unas camionetas que ni te cuento, y ahí otras dos ramas de este árbol de cuentos: tienen conductas de lo que yo, prejuicioso, defino como estanciero latifundista, y entonces se arriman a las casas de comidas, que las tenemos varias en el barrio, desde shawarma, comida turca, libanesa y también pizzerías y hamburgueserías, y a los bocinazos reclaman la atención de los mozos, que agachan la cabeza y van corriendo hasta las 4x4.
La otra rama es que los Honda 2018, los Toyota 2017, los Hyundai que circulan por las calles qataríes son los Fiat 147 y los Chevette de nuestro asfalto, y, como está dicho, son propiedad de los inmigrantes y buena parte de la flota de taxis y Uber.
Enfrente del New Al Rayan Al Kazee Building 54 hay un súper de cuatro pisos abierto las 24 horas, y a tres cuadras de allí, lo que quiere decir lo mismo, porque es donde se puede cruzar, hay otro, de una sola planta y poquito más barrial tal vez. Bueno, en todas las reiteradas visitas que he hecho ahí veo mayoría absoluta de extranjeros haciendo las compras, africanos, hindúes, pakistaníes, pero no qataríes.
Otra cosa que llama la atención son los horarios: que haya supermercados 24 horas no llama la atención, pero que haya un comercio al lado del otro, de telefonía, por ejemplo, y que sean las tres o cuatro de la mañana y estén abiertos y conversando en la puerta un poco te enloquece.
De eso nos empezamos a dar cuenta las primeras veces que fui a cubrir partidos de las 10.00 hasta las 16.00, hora uruguaya. Resulta que los partidos terminaban en la medianoche qatarí; mientras termino la nota, mando y voy a la conferencia de prensa es la 1.00, y después un bus hasta el centro de prensa y de ahí un Uber a casa, nunca llego antes de las 2.00, y veía que estaba todo abierto y la gente sentada en sus sillas de plástico en la puerta, como quien está en Florida el domingo de tarde y se va al matódromo a mirar los autos pasar por la ruta 5. ¿Qué es eso? ¿Por qué a esa hora? ¿Qué negocio, Fibra? Y todos muy bien puestos, con mucha y la misma mercadería, celulares, accesorios, baterías, protectores, trípodes con luz. Una locura. Decenas de comercios así, uno detrás del otro.
Hasta que el otro día, aprovechándome del inglés de excelencia del fotógrafo Marcelo Pájaro Singer, entramos a preguntar por qué era así. No sabían explicarlo. Contestaban que en esas cuadras había más de 60 comercios más o menos iguales, más o menos con las mismas cosas, que ninguno era ni más barato ni más caro que los otros. Marcelo les pregunta si hacen ventas a las 2 AM y se ríen; les repregunta “¿y no prefieren estar en casa mirando tele o con la familia?”, y se ríen. Ahí otra conclusión. Las familias de estos trabajadores están a miles de kilómetros, y ellos trabajan para mandarles el dinero. En fin, y uno quejándose de que no tiene a Uruguay para ir a verlo al Lusail.
La seguimos, que tengo que ir a ver Argentina-Nederlands -cuando iba a la escuela estudiaba el Benelux, ¡papá!: Bélgica, Nederlands y Luxemburgo- y después meterle a un buen Marruecos-Portugal.
Igual, aunque no estés, aunque no te vea, te llevo tatuada en el pecho.
Abrazo, medalla y beso.