Álvaro Gutiérrez es adorado por la gente de Nacional. Hasta en los puntos más críticos, casi como una familia. Algo similar le pasa a Álvaro Recoba, el otro Álvaro, el Chino. El actual presidente de Nacional, Alejandro Balbi, se refirió a la salida de Gutiérrez de la siguiente manera: “Es un referente de la casa. Se ha comportado como un caballero y nos facilitó la decisión. Él, por encima de su condición de entrenador, puso los intereses del club, y eso todos los ‘nacionalóficos’ de ley tenemos que reconocérselo”.
El entrenador trasladó la decisión de correrse del mando técnico de uno de los equipos más grandes del fútbol uruguayo sobre la medianoche del día de ayer. Así lo confirmó su presidente. El Guti es el segundo director técnico que deja su cargo en lo que va de la temporada, y el Chino Recoba asumirá su primera experiencia como director técnico de primera división al frente del club del que es ídolo, como el Guti.
Gutiérrez fue parte de la serie de campeones de los cuadros chicos, antes de convertirse en ídolo de Nacional como jugador. Con Bella Vista, donde comenzó a forjarse su personalidad de futbolista, gritó campeón en el recordado 1990. Ese Bella Vista formó parte de lo que se denominó el “quinquenio de los cuadros chicos”, iniciado y terminado por Defensor en 1987 y 1991, y que tuvo las insignias en lo alto de Danubio en 1988, Progreso en 1989 y Bella Vista en 1990.
En 1992, cuando, de la mano del panameño Julio César Dely Valdés, Nacional retomó la senda de la hegemonía de los grandes, Gutiérrez también estaba ahí. Con la celeste se colgó la medalla de Campeón de América en 1995.
Como director técnico de Nacional culminó su tercer pasaje. En los dos anteriores lo tildaron de “salvador” y terminó por blindarse como referente para toda la parcialidad; salió campeón uruguayo en 2015 y en 2019.
Álvaro Recoba fue un jugador exquisito. Se anotó en la lista de especialistas en varios ítems: el de los goles olímpicos, el de los caños, el de la capacidad de eludir a un equipo entero como lo hizo frente a Wanderers en sus primeros tiempos con la camiseta de Nacional. El Chino Recoba, de esos idilios de Danubio, toda una escuela de fútbol bien puro criollo.
Se volvió un clásico en el Inter de Milán que le “lustraran” los botines para festejar los goles que hacía. Es una de las figuras internacionales más reconocidas de nuestro país de los tiempos de la televisión y para siempre. Con la celeste la luchó siempre, y siempre en algún momento le llovieron críticas como en un dibujito de un test psicológico mal perfilado.
Cuando los tiempos de la televisión empezaron a mermar por los de las redes sociales, el Chino seguía jugando. Envejeció en la cancha a pesar de ser todavía un joven muchacho que asumirá su primer reto como entrenador de un equipo de primera división y en un equipo como Nacional. En sus últimos clásicos como futbolista, se quedó en la retina de la hinchada para siempre.
Recoba se reinventó como entrenador y comenzó desde abajo. No desesperó cuando la gente lo pedía a gritos como director técnico de la primera, cargo que terminó por asumir Zielinski. La gente lo pidió como una estampita. Sin más currículum que el del ídolo y un palmarés que involucra unos cuantos partidos de formativas y una vuelta olímpica inolvidable para unos pibes, el Chino Recoba asumió como director técnico de Nacional hasta fin de año. Tras la salida de un futbolista que se consumó ídolo siendo técnico, una figura del tamaño cultural de Recoba se cuelga el silbato de la primera división, y los objetivos siempre son los mismos.