Luis, Lucho, Luisito, el pistolero, el depredador, el torito (así gritó Diego el gol contra los ingleses), el intratable del Liverpool, el del tridente más mágico y potente de la historia con Messi y Neymar, el de la “zona Suárez” mandando llamar a Koeman, el que volvió al equipo de sus amores para jugar la liga uruguaya y meter dos golazos en la final, la estrella que hizo un gol contra el Inter “de genio, de diferenciado” y que la picó en Maracaná para despedirse del Brasileirão. Esa leyenda se despidió de la selección con otro gol más difícil y hermoso.
Sus estadísticas son suficientes. Máximo goleador uruguayo de la historia con la selección y segundo con más partidos. Emblema de cuatro mundiales seguidos, campeón y mejor jugador de América. Pero hay algo más que esta acumulación de por sí merecedora de admiración: Luis trasciende la cantidad con dosis de garra y calidad. Tiene goles imposibles en belleza y creación repentina. Caños, doble finta o pared. Un arte improvisado de conectar con la alegría máxima para la gente, que es el gol en momentos que parece que no llega. Driblando varios defensas justo cuando el tiempo se acaba. Regates sorprendentes, goles de cabeza con giros de cuerpo magistrales (con Chile e Inglaterra), zapatazos con rosca interna (a Corea del Sur con lluvia memorable) y muchos de tres dedos invertido en definición en la carrera. Hasta uno cabeceando afuera del área a toda velocidad y ni que hablar del taconazo de billar potente y exquisito que será el premio Puskás del pueblo.
Otros goles de Lucho fueron tenacidad, pescador, a piques de balones que otros no corren o bajar con sutileza pelotazos de 80 metros y bombazos de bolea. A veces parece que Luis descubre una mecánica instantánea entre la pelota y él, como si intuyera que está cerca la posibilidad de dar alegría a la tribuna, se anima y sucede.
Los Luises
Muchos relatos han creado maravillas narrativas desde lo que Luis genera. El fútbol no es arte mecánico ni planificación de estrategias perfectas. Es un juego profundo de equipo, técnica, corazón y alegrías con responsabilidad por el nosotros. Cuando juegan Luises aparecen cosas bellas en las palabras y en la energía. Kenny Dalglish, su técnico preferido de Liverpool y gran goleador europeo, siempre pedía que “se la dieran a él, porque hacía felicidad”.
Esa felicidad se acrecienta en la secuencia vital que Luis transpira, motiva y sufre. Eso que se enciende como un fuego contagioso cuando sonríe tras un gol o alumbra relámpagos de tristeza cuando se frustra y falla. Tiene un qué sé yo de abajo, plebeyo, del gurí que puede ser nuestro amigo, vecino o pariente, que anda muy bien, sí, pero que no se la cree del todo y que la sigue luchando. Hasta cuando la macanea o simula uno empatiza con Luisito por “actuar” (¡un genio!). Porque juega al máximo, pero siendo leal, siendo un gran player. Y no sólo goles y piruetas, es marcar arriba, tocar de prima, asistir, ser compañero para atentar y rezongar. Y para salvar al cuadro.
Los dioses del fútbol lo sintieron en Sudáfrica con su sacrificio y los compañeros cantaron “la mano de Dios”. En Argentina lo bautizaron con un MVP en la tierra de una de las mejores selecciones. Y desbordó de fútbol a una Premier que no podía creer la cantidad de partidos en las que anotaba o daba asistencias sin parar. Luego, una patada artera lo quiso dejar fuera del Mundial y su arcángel Walter Ferreira le ayudó a una recuperación milagrosa con todo un país velando. Así, los dioses populares dijeron a través de Diego Armando Maradona en 2014: “El delantero se llama Suárez”, subrayando la condición de garra y calidad de aquel player que venía de una lesión y de duros golpes de la prensa inglesa. Los goles a Inglaterra alcanzan la épica de su recuperación, la revancha, también romper décadas sin derrotar a un equipo europeo, y hasta Maradona los festejó.
La carrera pudo truncarse por la frustración y el error del partido siguiente. Lo grosero e inaudito de la sanción –de la que la FIFA y los medios británicos deberían disculparse– hizo que, junto con abrazo familiar, el consejo del Maestro, la defensa de Maradona y Lugano y el apoyo de la gente, más la tan anhelada llegada al Barcelona, tuviéramos un Luis reconstruido por una década más. Jugador que no paró de brillar y ganar, pero que mantuvo entre sus máximos títulos personales la Copa América 2011.
Siempre de celeste
Suárez eligió su tierra y su gente para despedirse. Un crack que habló con un estadio lleno, de camperón deportivo y zapatos embarrados, dando con lágrimas y verdades desde la cultura popular el reconocimiento a todo un proceso que reunió a sus compañeros de generación y a Tabárez, quienes no habían tenido desde aquel momento un espacio de comunión y saludo colectivo.
El gol del viernes fue construir, quizás sin pensarlo, un homenaje histórico a la generación de su era, al Maestro y a la resurrección del fútbol uruguayo, desde sus raíces, pero con capacidad de estar a nivel competitivo de la élite mundial. Lo hizo en el templo que cumple 100 años en comunión con la gente.
Lo hizo, y esto hace al gol histórico aún más épico, compartiendo con los pibes nuevos, con la familia de Walter, su arcángel, con lo compas de mundiales y el Maestro. Pero siempre, y sin demagogias, acordándose de la gente, y por ello recordó, en el momento más disculpado por agradecido de su discurso, a los laburantes del Complejo Celeste que hacen un trabajo de “la c… de la madre”.
El paso de Lucho al nuevo portal de la historia, con arco grabado a fuego, es también un homenaje a la sociedad uruguaya que, en sus mejores versiones, hace posible los sueños de gurises que alimentan la alegría del pueblo.
El 6 de setiembre de 2024 siembra en el hermoso arco Luis Suárez cómo jugamos y con qué valores. En eso, Uruguay vuelve a ser potencia mundial con esta generación, igual que la de 1924, con el Mariscal José Nasazzi y el Mago Héctor Scarone. La nueva etapa deja tierra regada para un intangible número de Luises y Luisas a futuro, que proyectarán buenas vibras de lo que como comunidad podemos llegar a ser y así poder imaginar mejores futuros para todos. Obdulio admiraba y respetaba a Scarone y a Nasazzi. Lo mismo ocurre con el Maestro Tabárez, gran cultor de Obdulio Varela. También Lucho, que quería ser como Francescoli.
Se abre un nuevo portal y las futuras generaciones que admiran a Luis tienen la posta para seguir creciendo en una tierra de campeones de primer nivel mundial.