No conozco mucho acerca de la economía como campo disciplinar, pero en ocasiones escuché hablar de políticas cíclicas y anticíclicas. Estas últimas –quizás cometa una herejía para los economistas– refieren a decisiones que se toman en contextos de crisis, en particular por parte de actores gubernamentales, de modo de revertir los efectos de dicha recesión. Una forma de abordar la reflexión que sigue sería establecer alguna suerte de paralelismo con el ámbito educativo, estudiando las características de la llamada “crisis de la educación” e indagando acerca de qué decisiones se están procesando para brindar respuestas.

Pero preferiría abordar la cuestión desde otro lugar: los espacios educativos, especialmente los que se incluyen en los sistemas educativos formales, se despliegan en múltiples ciclos: ciclos graduados que organizan la acción educativa en inicial, primaria, secundaria, terciaria; ciclos del año lectivo que marcan inicio y final, pruebas y vacaciones; ciclos para proponer bases teóricas y desarrollar proyectos que integran componentes prácticos; ciclos para el trabajo pedagógico y el tiempo de recreación; ciclos y etapas para la formulación, implementación y evaluación de acciones educativas; ciclos en la carrera docente que conducen del aula a la gestión y/o de la enseñanza a la investigación; etcétera.

Postular una pedagogía anticíclica implica pensar lo educativo en un registro distinto a estos ciclos, pertinentes, por cierto. Finaliza un año lectivo y los docentes decimos que hacemos un “trabajo administrativo”, fundamental por otra parte: es donde se consignan, a modo de síntesis, las claves del proceso educativo anual y las acreditaciones correspondientes, que ponen en contacto esos aprendizajes con su pertinencia en la vida social en general. Pero, a la vez, para los docentes, es un tiempo para iniciar y abrir: ideas para un proyecto estratégico del centro educativo de tres a cinco años, borradores para el diseño de proyectos temáticos en el aula, búsqueda de nuevos materiales y discusión sobre su pertinencia, o iniciar contactos con organizaciones de la zona para afirmarlos al año siguiente, entre otras posibilidades. Es una tarea administrativo-pedagógica, como expresión de síntesis de las distintas dimensiones de la vida de las organizaciones educativas, como señalan Poggi y Tiramonti en su libro clásico Las instituciones educativas. A cara y ceca.

Puede finalizarse la educación secundaria, como meta planteada como obligatoria en la Ley General de Educación de 2008. Pero, a la vez que intentamos hacer los esfuerzos para que ello sea una realidad en Uruguay, vamos pensando en otros dos planos: por un lado, cómo resignificarla como profundización de una nueva formación en ciudadanía que antes se situaba a nivel básico en primaria y que, por lo tanto, se vincule con otras áreas de la vida social para habilitar el ejercicio de los derechos (participación, trabajo, acceso a información pertinente, entre otros); por otro, cómo se articula con otros ciclos educativos, de modo de ampliar dicha formación ciudadana y aportar nuevas capacidades en el desarrollo humano y social.

Puede finalizarse un proceso de elaboración de documentos y de generación de ámbitos de participación en asambleas, pero, a la vez, ellos cierran y abren el plenario del tercer Congreso Nacional de Educación, el 9 y 10 de diciembre. Se trata de tratar de pensar lo educativo en otro registro, planteando horizontes, esbozando futuros, abriendo escenarios posibles. También este ejercicio prospectivo implica una dimensión pedagógica, en la medida en que la pedagogía pretende teorizar (teoría como lenguaje construido que intenta otorgar significados y sentidos a nuestras acciones humanas) sobre lo educativo, como su objeto de conocimiento, estudio y análisis. Y como lo educativo presenta múltiples aristas, es tan pedagógico pensar la organización del sistema educativo como las competencias a desarrollar en los sujetos que se están formando.

Una pedagogía anticlíclica no trataría sólo de “revertir una recesión”, sino de generar en el seno de los ciclos actuales, más o menos conocidos, con inicio y final más o menos previsibles (al menos en términos cronológicos), nuevos ciclos que lleven a nuevos espacios, formatos, ambientes, momentos, relaciones y acciones educativas. Sería una pedagogía que revierte cierta idea de que la educación es práctica repetitiva, mecánica, rutinizada, que enseña los mismos conocimientos año tras año, que evalúa de la misma manera hace tiempo, que utiliza los mismos ejemplos y las mismas palabras, que mantiene los mismos roles de siempre, y que en medio de dichas acciones surgen nuevos abordajes en un texto escolar, se crean nuevos centros de interés para profundizar geografía, historia o matemática, surgen nuevos roles en la institución educativa como un departamento de comunicaciones o un referente territorial, se entablan nuevos diálogos porque, sencillamente, los sujetos son distintos, diversos e irrepetibles.

Termina un año. Año lectivo. El que viene es distinto, diverso, irrepetible.