“Ya tenemos la suficiente edad para, en vez de bajarles línea a los chicos, escucharlos, porque en sus nervios hay mucha más información de futuro que la que tipos de nuestra edad puedan tener para aconsejarlos”.

Indio Solari en una conferencia de prensa, 1997

La educación está principalmente pensada y dirigida a los jóvenes, en particular al grupo etario comprendido entre los cuatro y los 25 años de edad. Pero, ¿en qué medida sus opiniones son tomadas en cuenta a la hora de tomar decisiones sobre educación? ¿Qué tan abiertos estamos a escucharlos? Y suponiendo que valoramos su participación, ¿qué lugar ocupan los estudiantes en las decisiones educativas?

Según establece la Convención sobre los Derechos del Niño, las niñas, niños y adolescentes tienen derecho a opinar y ser escuchados. Tienen opiniones propias y fundadas en su experiencia y conocimiento, normalmente acordes con su edad. Tienen derecho a opinar sobre todos los procesos sociales que les conciernen, así como formar parte de debates sobre temas de actualidad, cultura y sociedad, y ser escuchados; por eso, la sociedad tiene el deber de tomar en cuenta su opinión.

Las distintas corrientes pedagógicas plantean una concepción diferente del rol de los estudiantes en el proceso educativo y han ido evolucionando desde la educación tradicional, que concibe al alumno como un ser pasivo, hasta las corrientes más renovadoras, que entienden al estudiante como un sujeto protagonista en su proceso.

Uruguay es un país donde ser joven no es sencillo. Además de tener una estructura por edades envejecida 1, algunos indicadores socioeconómicos permiten observar una situación especialmente desventajosa respecto de los adultos si nos comparamos con otros países. Esta realidad, más allá de ser producto de muchos factores, habla del tipo de sociedad que estamos construyendo. Los jóvenes sufren una gran estigmatización. Escuchamos muchas veces a los adultos referirse a ellos en forma despectiva, afirmando que “no quieren estudiar”, que son “vagos”, que “nada los motiva”. De esta forma, se los subestima y su opinión no es tenida en cuenta a la hora de tomar decisiones que los afectan.

Desde nuestra experiencia en Enseña Uruguay,2 como educadores en contextos de vulnerabilidad social, hemos observado cómo en general los adolescentes logran comprometerse fuertemente con su proceso educativo, a pesar de las dificultades, y son muy conscientes y responsables respecto de las cosas que los benefician y de las que los perjudican. Escucharlos atentamente significa un gran atajo a la hora de pensar estrategias y ajustar la propuesta de clase. En general, desde los centros educativos se intenta motivar la participación estudiantil, en algunos con más prioridad que en otros.

Valentina tiene 18 años y es estudiante de un Cecap (Centro de Capacitación de Producción) en Brazo Oriental, donde cursa el taller de construcción. Es delegada estudiantil y junto a otros estudiantes se están organizando con el objetivo de elevar demandas y hacer valer su voz para mejorar el centro educativo. Tiene claro lo que quiere y está dispuesta a comprometerse por ello. Escucharla llena de energía. Habla de la importancia de que el estudiante sea protagonista de su proceso educativo y logre autonomía que le sirva para cualquier circunstancia de la vida.

Las respuestas del mundo adulto no siempre son las esperadas. Siempre hay quienes apoyan estas iniciativas, pero otras veces se choca contra cierta indiferencia y escepticismo. En realidad, desde lo pedagógico, las iniciativas de participación estudiantil son una gran oportunidad para los educadores que quieran y sepan aprovecharlas. Es que acompañando en la justa medida y cuidando de no cooptar los espacios, el rol del educador es clave en este proceso.

Pero ¿qué pasa cuando las posturas de los estudiantes no coinciden con lo que quieren los adultos? ¿Qué tan dispuestos estamos a acompañarlos? Y a la hora de definir políticas públicas, ¿qué peso le damos a la voz de los estudiantes en el debate educativo?

¿Deberían influir en las grandes decisiones? Alguno podría argumentar que depende de la edad, que no es lo mismo un niño o una niña que un adolescente. Pero si entendemos la autonomía y la participación como fines deseables y fundamentales en la construcción de ciudadanía, es importante que ya desde muy temprana edad vayamos aprendiendo a participar, haciéndonos responsables, en nuestra justa medida, de las decisiones que tomamos.

La clave desde lo institucional es diseñar y promover nuevos espacios que favorezcan la participación, que la democraticen, que signifiquen una participación real, que tenga peso en las decisiones. Soportes materiales de esta participación que deben ser pensados desde la diversidad, entendiendo que escuchar significa adecuarse a todas las formas de comunicación, verbales y no verbales, como el juego, la expresión corporal y facial, y el dibujo y la pintura.

En este sentido, desde secundaria, por ejemplo, hay una línea clara de espacios de participación, desde los que se sostiene: “La participación estudiantil es el eje central de este proyecto destinado a promover formas más genuinas y espontáneas de la participación adolescente, no sólo enfocadas en el pensar con otros, sino en el hacer con otros, no como mero activismo, sino como apropiación disfrutable y comprometida de espacios”.

Pero además, requiere una predisposición, una actitud; la participación no se agota en los espacios formales, es un proceso constante. Es necesario que como educadores seamos cada vez más sensibles y abiertos a la participación de los estudiantes.

Pensemos en todo lo que nos estamos perdiendo como sociedad por no escuchar más a los jóvenes, por no prestarles la atención que se merecen, por no incluirlos en las decisiones que los afectan, por subestimarlos. Los estudiantes como sujetos políticos, con sus opiniones y sus prioridades, tienen mucho que decir sobre nuestra sociedad y, en particular, sobre la educación.

Cuando le pregunté a Valentina por qué cree que es importante la participación estudiantil, su respuesta fue muy clara: “Los jóvenes son los protagonistas del futuro, por lo que es muy importante su participación activa en la educación. El mejor ambiente para que un joven se desarrolle es un centro educativo”.

Juan Martín Fernández Economista, coordinador el programa Enseña Uruguay. Miembro de Eduy21.

Referencias

  1. Calvo, J (Coord.) (2013), Atlas sociodemográfico y de la desigualdad del Uruguay. Jóvenes en Uruguay: demografía, educación, mercado laboral y emancipación. Montevideo: Trilce.

  2. Enseña Uruguay es un programa que selecciona y capacita a docentes que se comprometen durante dos años a dar clases en centros educativos de contexto vulnerable.