Se suele decir que “la planificación sustituye a la buena suerte”. En Uruguay, de alguna manera, siempre ha existido planificación educativa, pero, con algunas excepciones, se ha orientado a solucionar problemas del momento o a mejorar lo existente mediante reformas –por lo general curriculares–, políticas focalizadas y sectoriales.

Los nuevos contextos globales culturales, sociales, científicos, tecnológicos, económicos, políticos, de las subjetividades, que son productos de cambios paradigmáticos, socavan las certezas de la Modernidad positivista y deslegitiman la institución educativa forjada a fines del siglo XIX para formar al ciudadano homogéneo necesario para los nuevos estados nacionales y al trabajador de la cadena de montaje. El futuro necesita ciudadanos diversos, participativos, solidarios, innovadores, capaces de interpretar la realidad, transformarla y construir mejores sociedades.

La relación con el conocimiento, incluso el científico, y su estatus como sinónimo de verdad se ven sacudidos desde hace décadas, lo que ha generado incertidumbres que se agudizan frente a conocimientos que tienen otra lógica, pero que la educación, con su inercia estructural, demora en introducir. Tampoco se puede generar saberes sin el apoyo de una pedagogía que considere los nuevos conocimientos sobre el aprendizaje. El esquema de enseñanza y aprendizaje que aún domina, transmisión-reproducción-medición de resultados, anclado en la información y los conocimientos per se, debe ser sustituido por el de “construcción de saberes –para desarrollar el pensamiento autónomo y crítico–, comprensión de procesos y de resultados”.

Hoy nadie está conforme con los resultados obtenidos con una educación desfasada. Eso no se resuelve con medidas educativas puntuales y sin visión de conjunto. Tampoco alcanza con pensar la educación sólo en tiempo presente, ni en forma descontextualizada o acrítica de la perspectiva regional y mundial. La deslegitimación de la institución educativa, sobre todo en su valor simbólico, aunque con diferencias entre los subsistemas, es preocupante. Es necesario repensar la educación en su complejidad intrínseca y en clave prospectiva. Es ahí donde radica la pertinencia y la importancia de la elaboración de un Plan Nacional de Educación (PNE) en este momento.

¿Qué es un PNE en opinión del Grupo de Reflexión sobre Educación (GRE)? Es un documento con visión comprehensiva, racional, compleja y articuladora de los distintos niveles y áreas de la educación, a partir de la situación actual y de su proyección a futuros posibles en relación con el todo nacional, regional y mundial, que habilita a trazar las grandes líneas para la educación que tendrán las generaciones próximas y futuras. Su elaboración debe ser ampliamente participativa, con la mayor cantidad posible de actores sociales, sin excluir el papel de expertos como consultores. Sólo así se puede lograr la validación social que la legitimidad de todo PNE requiere. En ese sentido, el Congreso Nacional de Educación 2017 puede constituirse en un hito histórico.

Un PNE es importante para el país por su potencial de:

• Transformar a la educación en política de Estado de mediano y largo plazo por sobre los avatares político-partidarios, que con frecuencia implican virajes importantes en las políticas educativas, sin que medie un proceso que las evalúe en forma consistente.

• Generar consensos sociales básicos en torno a la definición de los lineamientos generales de la educación, en relación con la visión de un Uruguay posible y deseable. En este sentido, se impone como punto de partida de un PNE la reflexión colectiva sobre la persona/el ciudadano, la sociedad/el país a forjar en el medio y el largo plazo.

• Otorgar sentido, dirección, lógica interna, articulación y un horizonte temporal prospectivo a las políticas que el sistema educativo diseñe e implemente en el marco de su autonomía jurídica.

• Alinear a las instituciones de la educación o vinculadas a ella, cada una dentro de sus competencias, responsabilidades y especificidades, en torno a fines comunes, con el fin de contribuir a la coherencia de la educación nacional.

• Superar la proliferación y acumulación de políticas educativas y programas focalizados, dándoles unicidad, potenciándolos entre sí y optimizando recursos.

• Estimular la adhesión de la sociedad a una perspectiva concreta de cambio que supere el corto plazo: la educación como tarea de muchos, por un largo tiempo.

• Promover la participación activa de los actores educativos en el desarrollo de un proyecto compartido, lo que puede contribuir a recuperar un elevado compromiso con la educación, hoy descaecido.

• Introducir una cultura de seguimiento y evaluación cuali-cuantitativa de los procesos y los resultados de las políticas educativas para su mejora, y superar el reduccionismo de las simples mediciones y las estadísticas.

• Articular a la educación con las políticas sociales, sanitarias y de apoyo financiero existentes o a implementar.

• Evitar, a partir de los grandes lineamientos consensuados y articulados entre los subsistemas, la adopción de “soluciones” forzadas internas o externas, que generan resistencias y son potenciales fuentes de conflicto porque van en contra de identidades institucionales que se corresponden con tramos de edades diferentes.

• Definir criterios que surjan de las líneas rectoras del plan para la celebración de acuerdos internacionales en materia de educación o que incidan en ella, así como para evitar corrientes educacionales internacionales con fines economicistas que son exógenos a una educación con centro en la persona y su sociedad de pertenencia.

María Teresa Sales, integrante del GRE

El GRE en un grupo autónomo, independiente y autofinanciado creado en 2010. Sus actuales integrantes son Shirley Ameigenda, Julio Arredondo, Walter Fernández Val, Elsa Gatti, Silvia Grattarola, Mauricio Langon, Fernando Lema, María Teresa Sales, Limber Santos y Miguel Soler. Todos los documentos del GRE están en www.polomercosur.org/grupoeducacion.