Silvina Casablancas es argentina, pero en el último tiempo su trayectoria académica se ha desarrollado principalmente en Barcelona, en donde trabajó en la universidad. Es maestra, licenciada y doctora en educación y, además de haberse desempeñado como directora de escuela y profesora de secundaria, se ha interesado por investigar el fenómeno educativo. Actualmente trabaja en Flacso Argentina y en la Universidad Nacional de Moreno. En particular, el área en la que se ha especializado es el uso que hacen de la tecnología los actores que intervienen en los procesos educativos. La semana pasada estuvo en Montevideo, donde participó en una actividad organizada por la Agencia Nacional de Investigación e Innovación, dirigida a docentes que han estado a cargo de proyectos de investigación financiados por dicho organismo. En esa oportunidad dialogó con la diaria sobre las implicancias de que los docentes investiguen y del estado de situación del campo académico que estudia el uso de tecnologías en la educación.

El título del taller que coordinaste fue “Observar, investigar y narrar en digital el cotidiano educativo”. ¿A qué apuntó?

El primer objetivo era construir la mirada investigadora, que no nace con la docencia: hay que construirla. Para hacerlo hay que desnaturalizar la mirada que tenemos los docentes sobre el escenario educativo, sea una escuela, un liceo, un instituto o la universidad. Es como volver a entrar por un lugar muy conocido, pero como si fuera la primera vez que ingresás y observás. Pero no como la mirada que solemos tener en educación: ves que algo no funciona bien y buscás una solución, generalmente didáctica o pedagógica, ya sea porque un contenido no se aprendió bien o porque un programa escolar es muy extenso. En cambio, construir la mirada en investigación significa poder volver objeto de estudio a un escenario cotidiano. Dentro de ese escenario, se trata de buscar una escena que sea susceptible de ser investigada. En la escena se ponen en juego muchos actores, los que son los sujetos de la investigación, pueden ser los docentes, los estudiantes, tecnologías organizativas, simbólicas o artefactuales. Tiene que ver con cuál es el vínculo de los estudiantes con la tecnología y también con cómo se compone ese vínculo en determinada escena, que está situada en un contexto escolar.

¿Qué implicancias políticas y pedagógicas tiene que los docentes investiguen y construyan un relato que a menudo construyen sólo los académicos?

Tanto en Uruguay como en la región, la investigación en la docencia es un faltante en la formación. Se forma para dar clases, para ser expertos profesionales en la enseñanza –y así debe ser–, pero poco en las herramientas para construir sentido en la investigación. No hay formación para poder hacer ese recorte y decir “esto hay que investigarlo”, o preguntarse por qué se da determinado fenómeno. Los docentes deben formarse para investigar la propia realidad; esto los convierte en sujetos activos, en sujetos profesionales autónomos que pueden encontrar respuestas a las problemáticas que existen en las instituciones educativas. Incluso pueden trabajar con académicos, o la investigación y el ejercicio de la profesión pueden coexistir en una misma persona, como es mi caso: soy maestra, profesora, fui directora de escuela, y también licenciada y doctora en educación, pero investigo algo que conozco y que además sigo ejerciendo, que es la docencia. Dar clases en la universidad es seguir siendo docente; sigo formando docentes, creo que eso le da un valor agregado muy importante, y hay que cultivarlo, construirlo. Es un faltante porque en la región el docente siempre está relegado a que otros elaboren los materiales o hagan investigación sobre el ejercicio cotidiano de la docencia.

¿Las herramientas de la investigación se pueden aplicar también en la práctica docente concreta?

El hecho de poder investigar el lugar de trabajo y la propia práctica te da herramientas para poder mejorarla y hacer trabajo colaborativo, no sólo en tu aula, sino con otros colegas. Ese ejercicio te permite hacer una observación diferente y llegar a conclusiones diferentes. Incluso, a veces se puede trabajar con gente de universidades, pero a la par.

¿Cómo evaluás el estado de situación de la investigación en el uso de las tecnologías en la educación?

En líneas generales, diría que las tecnologías están integradas o incorporadas a la agenda educativa; ya nadie discute si lo están o no, es una instancia superada. Hay que ver qué es lo que sucede con esa integración, si eso favorece el aprendizaje colaborativo y significativo, si los docentes se sienten cómodos y pertinentes al utilizar tecnologías. La investigación en tecnología educativa tendría que desarrollar en mayor medida las didácticas específicas, lograr un mayor desarrollo en cómo integrar tecnología en el área de sociales o de matemática, por ejemplo. Ya se está haciendo, pero es un camino que hay que seguir recorriendo. Otro tema que está poco explorado tiene que ver con lo emocional, con qué sienten los docentes cuando utilizan tecnologías. Ahí hay un ruido importante, con investigaciones que se están iniciando, que tienen que ver con la identidad docente. El docente de la modernidad era el que tenía que ser la única fuente de información en clase, era el centro de la escena áulica. Ese rol ya se transformó bastante, pero si a eso le sumamos la aparición cultural de las tecnologías digitales, hay un cimbronazo en la identidad docente. Hay que reconstruirlo, favorecerlo y afianzarlo. Cuando se investigó en tecnología no se investigó qué sentían los docentes al respecto, sino qué hacían bien y qué hacían mal. Por otra parte, está claro que el vínculo entre los jóvenes y la tecnología merece seguir siendo investigado. En la medida en que nosotros entendamos ese vínculo de participación, de comunicación, de utilización e importancia en su vida, vamos a poder entender y comunicarnos mucho mejor con ellos. Y la educación es fundamentalmente un hecho comunicativo; no podemos comunicarnos con quienes no conocemos bien. Hay que conocer bien para comunicarse y enseñar mejor.

Hay docentes que ven a la tecnología como un potencial competidor por la atención de los estudiantes. ¿Es una tensión que llegó para quedarse?

Un celular en la clase puede ser utilizado para muchas cosas; entre otras, puede ser una fuente de distracción. Es muy ingenuo pensar que no es así, pero en la medida en que empecemos a entenderlo como un material didáctico, reviste otra conceptualización desde la mirada del docente. Si ves a estudiantes con el celular, lo primero que se te ocurre es que se están distrayendo; nos pasa a todos. Eso hay que repensarlo, y también hay que revisar el contrato pedagógico; el docente tiene que estipular de qué forma, cuándo y cómo se utiliza el celular, como cualquier otro recurso. En el caso del celular, tenemos el adicional de que no estamos seguros de cuáles son sus usos, pero la pauta la va a dar el docente. Hoy en día, hay muchos estudiantes que en sus hogares usan el celular para estudiar, hacen videoconferencias, trabajos colaborativos. Hay que desmitificar el uso del teléfono para que esté presente en las clases de una forma situada, contextualizada y con un contrato pedagógico que establezca de qué forma usarlo y cómo.

Muchos docentes ven a la tecnología como un amenaza para el vínculo cara a cara en la educación. ¿Cómo analizás esa postura?

Hace casi 20 años que trabajo en investigación con tecnologías, en el contexto europeo y en el de América Latina. Jamás un estudiante me dijo que prefería una clase absolutamente virtual; hablan siempre muy bien de aquellos docentes que se animan a integrar tecnología, les gusta comunicarse con su docente a través de redes sociales o medios digitales, pero también les gusta mucho encontrarse en las clases. Creo que esa no es una problemática bien situada; son vínculos que van cambiando. El docente tiene que reconfigurar un rol en función de la época en la que le toca ejercer su docencia; los estudiantes también tienen un rol que fueron mutando y construyendo, pero ellos no se enteraron, porque cada estudiante es protagonista de su época, no de cómo eran antes. Los docentes sí sabemos cómo eran antes los docentes y sus estudiantes, pero ellos no. Se trata de tener la posibilidad de generar un vínculo con los estudiantes que tenemos hoy en día en nuestras clases. Ese vínculo hace que los conozcamos, que veamos cómo se comunican, a qué juegan, cómo buscan información. Y también de potenciar todo eso en función de la enseñanza, [mostrarles] que no saben muchísimas cosas, por más que tengan rapidez en el uso de determinados hábitos con el celular, la tablet o la computadora. Son muy habilidosos, conocen muchas aplicaciones, pero nosotros tenemos que ver cómo mejorar y ampliar lo que ellos ya saben, para generar sujetos activos, ciudadanos digitales capaces de ser críticos con la información que reciben y de generar información nueva, construir sentido y conocimiento. Es un gran desafío.

¿Existe una relación entre la concepción educativa y pedagógica del docente con el uso que luego hace de la tecnología?

Yo creo que un buen docente es mejor si utiliza tecnologías, y que alguien que no es buen docente no lo es ni con tecnología ni sin ella. Probablemente, si está parado en un paradigma que tiene que ver con la enseñanza como transmisión, va a hacer uso de la tecnología para eso que piensa que es lo óptimo, con lo cual no coincidimos. Aquel docente que genera un diálogo, espacios para la construcción de conocimiento por parte de sus alumnos, seguramente va a potenciar todo eso si aprende a utilizar tecnologías y habilita los espacios para emplearlas en las clases. Un docente, por el solo hecho de utilizar cualquier tecnología, no se convierte ni en buen docente ni en innovador.