El libro Pensar la educación, más allá de la media releva y reflexiona sobre ocho experiencias de trabajo en proyectos que se dieron en la educación media pública uruguaya, tanto en liceos como en escuelas técnicas de UTU. Al preguntarme qué hay en estas experiencias que hace que valga la pena que sean compartidas y conocidas, se me plantearon una serie de dilemas, algunas falsas oposiciones y una serie de certezas.

El primer dilema tiene que ver con la pasión. Me pregunté cuánta pasión es necesaria para llevar adelante estos proyectos y hasta dónde un exceso de pasión no termina desgastando y generando la necesidad de abandonar el proyecto. Si bien muchos docentes sienten esa misma pasión cuando dan una clase dentro de un aula, este tipo de proyectos generan muchas más resistencias. Hay necesidad de apoyos, y si esos apoyos fallan, viene el desánimo. Creo que vale la pena meter mucha pasión y que hay que tratar de evitar el desgaste producto de problemas que no están en las manos del educador.

Ello se conecta con la pregunta sobre cuánto tiempo personal no pago se puede dedicar a un proyecto sin que, a la larga, eso incida negativamente. Es absolutamente claro que en todos los proyectos relevados los profesores y talleristas trabajan mucho más tiempo que lo que se les paga. Lo explicita el profesor de la UTU de Paso de la Arena Leonardo Nahúm y también el director del liceo de Canelón Chico, César Petronio, quien habla de un tiempo que se desborda, que es la pura verdad. En ese sentido, otro dilema es si ello debe pagarse aparte, con la inevitable pérdida de libertad que conllevaría. Como plantea Mariana Magallanes, profesora en el Liceo 11 del Cerro: “si me pagás, me vas a pedir que te diga cuánto aprendieron los estudiantes, me vas a exigir cuentas”. El dilema se solucionaría fácilmente si los docentes estuvieran mejor pagos, pero en el libro también se plantea como propuesta que todos los docentes deban distribuir de otra manera el tiempo institucional: un tercio para proyectos institucionales y los otros dos para el trabajo de aula. De esa forma, también queda claro que se trata de formas de trabajo complementarias y no opuestas.

Intereses de quién

Hasta dónde el proyecto debe partir de los intereses de los estudiantes y hasta dónde son las pasiones y las historias de vida de los docentes los que llevan a que cristalice constituye otro dilema. En los distintos artículos predomina algo que plantea Graciela Frigerio y es que los docentes tenemos la obligación de mostrarle al estudiante un “más de uno identitario”: que vea que hay otras posibilidades además de las del contexto en el que nació, donde pueda encontrar su identidad. Los docentes del Liceo 11 dicen, por ejemplo, que el educador tiene como tarea fundamental mostrar esas cosas que el estudiante solo no imaginaría jamás. Mario Sappía, profesor de la Escuela Agraria de Durazno, plantea que el problema que aborde el proyecto se tiene que construir en intercambio con los estudiantes, lo que no es opuesto con lo anterior. De esa forma, la idea surge del docente a partir de lo que le parece importante y luego vienen el diálogo y la negociación con los estudiantes.

Otro dilema: ¿qué pasa con mi identidad como profesor de una disciplina si apuesto al trabajo interdisciplinar, que está en el alma de los proyectos? Muchas veces sobrevuela la idea de que el rato en el que estoy trabajando de forma interdisciplinar estoy traicionando a la disciplina en la que me formé. Creo que la oposición entre proyecto y aula tradicional es una falsa oposición, porque no hay posibilidad de proyecto sin el desarrollo de un aula fuerte.

El libro marca la falta de confianza de los educadores hacia los proyectos armados, y más si se imponen de arriba hacia abajo. Algunos docentes dicen que el trabajo en proyectos tiene dinámicas impredecibles, que las cosas se afinan en los corredores, en las conversaciones entre ellos, que los cambios se dan de abajo hacia arriba, y que la cosa es dialéctica, porque lo que vas a hacer no puede ir en contra de lo que tenga proyectado la dirección. Ello se relaciona con otro dilema que plantea explícitamente uno de los capítulos de la segunda parte del libro: el docente como funcionario o como agente cultural. Si predomina el funcionario, quizás pueda preferir seguirle el juego a la dirección o a la inspección, que lo va a evaluar mejor si hace lo que ellos le dicen. En cambio, se puede apostar a crecer como profesional y a la autonomía, a la responsabilidad, al compromiso social y a su formación permanente. Se trata de una elección.

Algunas certezas

La evaluación, tanto de los docentes como de los estudiantes, es un tema central. Si bien ocurre algo similar en el aula, en los proyectos es mayor la dificultad de traducir en números los posibles aprendizajes de los estudiantes. Sin embargo, Álvaro Suanes, docente de la UTU de Guichón, dice que los proyectos permiten evaluar mejor porque gracias a ellos se conoce mejor a los estudiantes. Por el lado de los educadores, otro artículo del libro señala que “a la hora en que los docentes son evaluados en el sistema educativo público uruguayo no se suele premiar la apuesta por formas innovadoras de atender a la diversidad de los estudiantes”. Es un hecho.

Un proyecto es una experiencia, y una experiencia es algo que pasa por una persona. Jorge Larrosa plantea que vivimos en un mundo en el que pasa de todo y, al mismo tiempo, muy pocas cosas pasan por nosotros. Una cosa pasa por alguien cuando lo conmueve y lo moviliza. Muchas veces, para los estudiantes el aula es un lugar donde nada les pasa. Tal cual están planteados en el libro, los proyectos son caminos de experiencia, o sea, para que pasen cosas y que las cosas conmuevan.

Estos proyectos son un camino privilegiado para la participación, en el sentido que plantea la Convención de Derechos del Niño: la posibilidad de darles a los adolescentes un espacio para que puedan hacer oír su voz como sujetos. No quiere decir que el aula no lo pueda hacer, pero el proyecto lo facilita. Alicia Fernández dice que todos tenemos adentro un enseñante y un aprendiente. Si no permito que el estudiante sea enseñante, no puede ser aprendiente, tiene que mostrar lo que sabe, lo que puede, las cosas en las que cree. Todos estos proyectos son un camino impresionante para el aprendizaje. Además, un aprendizaje lleva a otro, como en el caso de los liceales de Tala, que terminan aprendiendo inglés de apuro para presentar su proyecto en Estados Unidos.

En suma, estas experiencias no sólo llevan a que el estudiante pueda recoger insumos como sujeto, sino que enriquecen su lenguaje académico, una de las fortalezas que, siguiendo a Douglas Santos, tiene el sistema educativo formal. Para ello es fundamental que los jóvenes tengan la posibilidad de poner en palabras lo vivido.

Apoyos y vínculos

El apoyo de los equipos directivos es absolutamente central. Es cierto que se pueden llevar adelante proyectos con un equipo directivo que no te apoye, pero es mucho más difícil. Y no hablamos de grandes apoyos. El apoyo más importante que los docentes necesitan es la confianza y la autonomía. Recién después de eso viene la posibilidad de disponer de los espacios y de los tiempos, o poder aprovechar las coordinaciones. Ello va atado de la necesidad de que los equipos docentes en los centros educativos permanezcan en el tiempo.

Realizar un buen proyecto también implica apertura: al medio, a otras disciplinas, a otros colegas, a otras instituciones, al interior, al exterior. Otro de los artículos dice que se trata de que cada territorio pueda encontrar sus potencialidades para convertirse en un escenario de aprendizaje. Carola Godoy, del Liceo 58, dice que una de las consecuencias más interesantes de trabajar con colegas es la ruptura del narcisismo docente del aula, de creerse que uno se las sabe todas.

Lo vincular es lo central en todas las experiencias relevadas, y ello nos recuerda que enseñar es establecer relaciones. Al mismo tiempo, para que un proyecto funcione tiene que estar vinculado a la vida de los docentes, a sus intereses, a sus trayectorias. Eso es lo que va a hacer que el docente se juegue. Justamente, para cerrar quiero hacer una apuesta por los docentes. En Los oficios del lazo, Carmen Rodríguez plantea que, en última instancia, en la educación todo se juega en los detalles. Por un lado, los detalles son las pequeñas partes, los fragmentos, esos proyectos que salen de las prácticas de los docentes. Pero, en otro sentido, el detalle también es el cuidar de los demás, ser amable, tener en cuenta los lazos. Este libro es un claro ejemplo de que en la educación el partido se juega en los detalles.

Título: Pensar la educación, más allá de la media
Autores: Gabriel Quirici (coord.), Gustavo Faget, Facundo Franco, Gabriela Rak.
Edición: Administración Nacional de Educación Pública, 2020.