“¿Cómo hacer para condensar en un libro lo mágico, lo político, lo educativo, las propuestas y protestas de una pedagogía corporizante, poética, con multiplicidad de lenguajes, filosófica y con pulso de vida? Pim Pau lo logra en esta maravillosa obra, donde no hay lugar para dicotomías y su lectura se convierte en el puro acto de jugar”, escribe la exministra de Cultura de la provincia de Santa Fe, María de los Ángeles Chiqui González, en el prólogo del libro. La pedagoga y docente Patricia Redondo agrega en esas páginas iniciales: “Al leer se abre la oportunidad sin límite de edad de sumergirnos en la infancia como novedad, experiencia y acontecimiento, despojadas/os de las retóricas endulzadas e idealizadas de lo infantil para atravesar un viaje poético, un camino de tiempo para nombrar la educación. Educar es un acto creativo, Pim Pau lo sabe, argumenta, sostiene desde su propia obra”.
Cuando en 2019 la diaria conversó con Eva Harvez, Lucho Milocco y Cássio Carvalho, los integrantes de Pim Pau, en la trastienda de la sala Zitarrosa, donde se presentarían días después, por primera vez para el público montevideano, ellos hacían hincapié en la presencia como característica y condición del trabajo artístico con las infancias: “Trabajar con las infancias es algo que nos inspira muchísimo. Estás en un estado... la palabra que me sale es ‘despierto’... te ayudan a estar ahí muy atento, te sacan del lugar acartonado y te obligan a estar presente. Para mí eso es muy inspirador. Es eso: la presencia”, decía Eva. Esa presencia implica una toma de posición con respecto al trabajo para las infancias, a las que se pone en el centro y se las considera de manera integral, en una propuesta que va y viene del aula al escenario, porque lo que postulan los Pim Pau es abolir ciertas fronteras: las que pueden pensarse entre la música para niños y la música en general, la que se impone entre el escenario y el público, la que existe entre la música y la danza. “La idea es buscar una sonoridad que convoque, que no deje afuera al niño”, definía Eva.
De la acción al papel
Ya con una carrera consolidada, decidieron plasmar en un libro ese trayecto, un trabajo que los pescó en plena pandemia y que dio como resultado el recientemente publicado Arte y educación en las infancias, que ofrecen como aporte para la comunidad docente. La obra se propone “integrar los distintos lenguajes artísticos y, de esta forma, generar recursos lúdicos, creativos, corporales y de exploración para las niñas y los niños, y los adultos que los acompañan –ya sean familiares, docentes, educadores, terapeutas–; es decir, brindar recursos para acompañar los procesos educativos, de maduración, de construcción subjetiva y de crianza. Nace del trabajo, la investigación y la creación de contenido para las infancias desde el intercambio en las aulas, los seminarios y los escenarios. El núcleo que atraviesa y sostiene todo este material es la construcción de vínculos y el acto creativo como un modo de relacionarnos con el mundo”, explican. Lo que vuelve singular este libro es que, aunque es evidente que se sustenta en un andamiaje teórico sólido, pone en sus páginas una práctica, va y viene de las canciones a la reflexión.
la diaria volvió a conversar con ellos, esta vez sólo con Eva y Lucho y vía Zoom. Ofrecemos acá un resumen de esa charla, extensa y proficua, en la que se despacharon sobre arte, educación, música, infancia y juego.
Empecemos por el principio, por el prólogo y la introducción. Llama la atención la coexistencia de palabras que no suelen ir juntas, entonces aparece “poesía” y “educación“, aparece “lo mágico” y “lo político”, en las palabras de Chiqui González, pero también en el desarrollo que hacen ustedes cuando hablan de “una poética de la educación”. Por un lado, esto marca la huella de esa interdisciplinariedad que ustedes transitan y, por otro, es una toma de posición respecto de cómo se vinculan la educación y el arte.
Lucho: Previo a la existencia del proyecto Pim Pau se forjó nuestro vínculo, nuestra amistad, y esto tiene que ver con una postura de vida. Uno elige con quién establecer vínculos de amistad, en la medida en que comparte una mirada de la vida, una forma de ser; en este caso, lo que nos atravesaba muy fuertemente era la educación y el arte. Esa postura de vida, como todas, es política: cómo uno entiende la educación, al ser social, lo colectivo, el arte, cómo pensamos, cómo nos relacionamos con las infancias, cómo pensamos los vínculos entre nosotros tres. Eso es la semilla del proyecto: lo que elegimos compartir y desde dónde elegimos intervenir en la sociedad como ciudadanos, como seres sociales, como educadores. Tu pregunta me llevó a ese lugar, a pensar en la amistad.
Eva: Creo que en algún punto tiene que ver con cómo miramos y acompañamos los procesos de crecimiento para y con las infancias, donde el arte está totalmente atravesado. Vos mirás a un niño o una niña jugando y ves cómo los lenguajes expresivos están permanentemente manifestándose a través del canto, del baile, de la construcción del lenguaje, que al mismo tiempo es muy poético. No lo concebimos de forma separada. En tanto manifestación humana, es imposible disociar el arte de la primera infancia: ahí está todo en potencia. Creo que ese es un leit motiv que atraviesa todo nuestro proyecto: poner el ojo, observar cómo eso se va desarrollando a lo largo del tiempo y nosotros y nosotras como referentes podemos acompañar de manera integral y no disociada esos procesos de crecimiento. La poesía y, en líneas generales, todas las áreas que están dentro del arte son herramientas que nos ayudan a conocernos, a manifestarnos, a democratizar las diferentes formas de expresión. Creo que ahí el arte y la educación se ven relacionadas, van de la mano.
Definen la infancia como un territorio fértil e inspirador. Es interesante que se defina como territorio y no como un rango etario. Por otro lado, parece haber un nudo en cómo transitarla, a medida que el niño va creciendo, sin que se pierda esa unidad.
Lucho: Nosotros llegamos al aula desde el arte, la música, la danza, el teatro. Era imposible disociar eso en nuestra propia vida: no es que podíamos ser docentes sin ser artistas o artistas sin ser docentes: era una postura que trascendía al aula y al escenario. Incluso en cuanto a lo lúdico, es preciso habitar un ser sincero en el aula, que lo lúdico esté pero que no sea una cuestión forzada ni que subestime a las infancias. También tenía que ser sincero para nosotros. En el libro, porque habla del proyecto, de las recreaciones en el proyecto, esa mirada integral está constantemente. No podríamos pensar el ser docente de una manera fragmentada. Yo creo que sí, que lo que planteabas es un desafío porque esa fragmentación es parte de una búsqueda del sistema, no ocurre de manera casual.
Eva: La escuela no está aislada de esas construcciones sociales. Algo que nosotros rescatamos en el libro y en nuestros procesos como proyecto es el juego como generador de vínculos. No lo vemos como un patrimonio particular de las infancias, sino como un estado que nos atraviesa a lo largo de toda nuestra existencia. A medida que vamos creciendo quedan menos espacios para entrar en esos estados de juego profundos. La idea es pensar cuándo nos reconocemos jugando nosotros como adultos. ¿Hay espacio para eso? ¿Cuál es nuestro registro de juego? Pensar el juego de esta manera hace que nos planteemos una adultez distinta, y ahí me parece que se relaciona y van apareciendo cuestionamientos con base en por qué se disocian disciplinas, por qué estamos tan fragmentados, por qué cuando hablamos de enseñanza y aprendizaje a veces abordamos métodos o técnicas que son muy homogéneas y que no contemplan la diversidad en el aprendizaje y en la enseñanza.
¿Cuánto hay de utopía y cuánto de posibilidad en lo que proponen? El texto se plantea como una posibilidad de diálogo con otros docentes, con otros artistas, con otras personas que estén en lo mismo, planteando la pregunta como recurso y como postura vital.
Eva: Siempre que uno tiene la posibilidad de trabajar con grupos, ya sea de niñes, de adultes, de adolescentes, de cualquier franja etaria, siempre hay una posibilidad de transformación. Quizá sea mínima, pero siempre hay una posibilidad de transformación, porque estamos trabajando con personas y hay un intercambio, hay un aprendizaje, hay enseñanza, hay vínculos. La educación es una herramienta de transformación si la pensamos de esa manera, y el arte viene a cumplir una función democratizante porque habilita todas las formas de expresión posibles. En ese sentido no lo veo como una utopía, porque en líneas generales las personas que eligen la docencia y el arte tienen esa inquietud, esa curiosidad y esas ganas de transformar aunque sea mínimamente la sociedad en que vivimos. Después, obviamente, hay un sistema muy persistente que nos pone muchas trabas y que nos cansa a lo largo del tiempo. Pero esa sociedad somos nosotres, entonces, en algún punto trabajar con educación y arte hace que podamos transformar aunque sea mínimamente algo de la cotidianidad. Para mí ahí está la punta: no en los grandes cambios, sino en eso que podemos modificar día a día.
Lucho: El dilema que nos plantea también tiene que ver con los tiempos, cómo pensamos los procesos en el aula pero también cómo pensamos los procesos de cambios sociales, de cambios profundos. Por un lado, la historia de la humanidad es una historia de luchas constantes, de opresión y liberación, y toda liberación siempre ha llevado a nuevas formas de opresión, entonces es una cuestión de poder trabajar por una vida, por una sociedad, por la emancipación, y no por cambiar de jaula. Constantemente hay que poner en cuestión: hay preguntas, no respuestas. Sería muy naíf pensar que esos cambios tan profundos del sistema se puedan dar en tiempos tan cortos cuando llega tan hasta la raíz y, como plantea Paulo Freire, el opresor está dentro de nosotros. Es un cambio hacia adentro, no hacia afuera.
Eva: Es hacia adentro en contacto con otros y con otras. No es una batalla sólo interna, sino que está siempre en relación con lo colectivo: las transformaciones son colectivas.
Paulo Freire es una referencia que explicitan, por ejemplo, al definir la enseñanza como acción colectiva.
Lucho: Para nosotros la construcción colectiva no solamente estuvo presente en el aula. En Pim Pau lo colectivo es muy fuerte no solamente en la dinámica de trabajo y logística sino también en la dinámica creativa, a la hora de componer, de crear, de buscar, de construir, de pensar. El propio libro está escrito de esa manera. Lo colectivo exige mucha comunicación y mucho pensamiento, por eso es trabajoso. No puede haber un colectivo sin intercambio, porque tiene que haber lugar para la diferencia, para la discusión, para el pensamiento, para el debate.
Eva: Más allá de nuestro equipo, si uno se imagina el aula, donde hay uno o dos docentes y un grupo de personas, sean niñes, adolescentes o gente en la facultad, visualmente somos un grupo de personas en un mismo espacio. Pensar en que hay una persona que es la que enseña y unos receptores que son los que aprenden ya está corrido de una situación en la que la enseñanza y el aprendizaje se retroalimentan: el que enseña aprende y el que aprende también enseña. Hay una palabra que circula, o muchas palabras, muchos modos de pensar. Hay que consensuar, hay que interpelar, hay que no estar de acuerdo en muchas situaciones, hay que abrir caminos. Por otra parte, quizás en el aula como docente estás solo, pero estás interactuando con colegas, con un cuerpo directivo. No se puede pensar la educación de manera aislada justamente porque trabajamos con muchas personas, tanto colegas como grupos de niñes. Eso plantea un escenario en que el diálogo, el consenso y el desacuerdo están permanentemente accionando. Creo que Freire se refiere a eso: es un acto colectivo porque somos un colectivo humano, y en el pensar diferente, en el manifestarnos de formas distintas aparece la riqueza, la enseñanza, el aprendizaje, las vivencias, las experiencias.
Lucho: El primer territorio donde opera la fragmentación es el cuerpo. En el ambiente del espectáculo ocurre cuando se generan propuestas en las que el público casi no interviene; se brinda tanto, el espectáculo ofrece tantos estímulos, que no da lugar a la intervención, a la interacción, al cuestionamiento. El espectador recibe algo que está hecho, que está resuelto. El desafío, esta noción que traemos del “enseñaje” de Henri Pichon-Rivière –él dice que sin vínculo no hay enseñaje posible–, tiene que ver justamente con eso. La construcción de un vínculo ya implica un enseñaje, pero a la vez implica estar dispuesto a ser interpelado. En algún punto siempre va a haber un conflicto, una disidencia. Nosotros planteamos que en las diferencias siempre hay una oportunidad de construcción, de crecimiento. También creo que esto es un síntoma de que hoy en día muchas veces no hay lugar para las diferencias porque no hay lugar para el replanteo: la intolerancia a la diferencia. Antonin Artaud dice que vivir no es otra cosa que arder en preguntas. Esa búsqueda constante, que está muy ligada al juego, porque el juego invita a la incertidumbre y la incertidumbre invita a la creación.
Arte y educación en las infancias, de Eva Harvez, Lucho Milocco y Cássio Carvalho (Pim Pau). 144 páginas. Umacapiruá Ediciones, Buenos Aires, 2021. $990. Distribuye Aletea y se consigue, entre otras librerías, en Germina (Carlos Roxlo 1370 bis. 24084544. [email protected]).