El cerebro es un órgano social y eso quedó más que demostrado durante la pandemia, en particular durante los meses más duros de aislamiento. La neurocientífica canadiense Jean Clinton se dedicó a estudiar los efectos que ha provocado tanta incertidumbre en la parte del cuerpo que más orden y predecibilidad necesita, y sobre eso conversó con la diaria.

Clinton trabaja en la Universidad McMaster, en el Departamento de Psiquiatría y Neurociencias del Comportamiento, particularmente en la división de Psiquiatría Infantil. La especialista está conectada a Uruguay de varias formas; una de ellas es a través de la Red Global de Aprendizajes, y eso la llevó a estar en la conferencia central del último Enlace 360 de Plan Ceibal, que tituló “El bienestar en tiempos difíciles: una mirada desde la neurociencia”.

La docente habla con claridad sobre conceptos muy complejos, como el proceso que vive el cerebro en situaciones de estrés, algo que es normal para los docentes pero que se agudizó durante la pandemia global; por eso Clinton insiste cada vez que puede en que la clave está en proteger el bienestar “mucho más que en enfocarnos en ponernos al día con los conocimientos”.

Llegás a Uruguay para hablar del bienestar en tiempos de coronavirus, ¿cómo se relaciona con la neurociencia?

Una de las cosas que vemos es que lo que están viviendo en Uruguay es muy similar a lo que estamos viviendo acá, en Canadá; es importante entender que, por más que sean contextos diferentes, hablamos de un fenómeno global.

Lo que sabemos hasta ahora es que en los lugares donde las personas han tenido que distanciarse físicamente pero se han mantenido emocionalmente cercanas, están sobrellevando mejor la situación. La neurociencia explica que el cerebro es un órgano social, que le da mucha importancia a la conexión e incluso a pequeñas dosis de conexión; aunque sean un tuit o un mensaje de Whatsapp hace la diferencia.

En Norteamérica la ansiedad y la depresión han sido muy altos; eso nos está diciendo que deberíamos entender realmente qué es estar emocionalmente conectados y cómo podemos asegurarnos de que eso suceda, porque esa es la única forma en la que construimos resiliencia.

¿Cómo funciona esto en los centros educativos?

Nosotros tenemos un modelo mixto: la gente joven, que es capaz de estar en la escuela cara a cara, parece que está sobrellevando mejor la situación que muchos de los que están exclusivamente con educación virtual.

Lo que aprendimos es algo que los chicos nos vienen diciendo desde hace tiempo: a ellos les gusta la escuela porque les gusta ver a sus amigos. Eso nos demuestra claramente qué tan sociales somos, por eso espero que la educación aprenda de esto: si el cerebro es un órgano tan social, ¿estamos usando eso de la forma más ventajosa en nuestro sistema educativo para que los niños aprendan?

¿Cómo se puede usar ese aprendizaje en la educación?

Creo que pensamos demasiado sobre cada individuo, logrando cada una de las metas que nosotros imponemos. Necesitamos un cambio en dinámicas que haga que los niños aprendan juntos, no evaluarlos a todos con la misma vara para que todos aprendan lo mismo, sino desarrollar competencias y habilidades que los ayuden sin importar con qué mundo se van a encontrar en el futuro.

Es muy normal que todos nos movamos con las mismas reglas: tenés que seguir este currículum, tenés que cumplir estas expectativas, todos tienen que ser iguales. Eso no está basado en cómo funciona el cerebro, porque todos somos muy diferentes.

¿Cómo debería ser la comunicación entre docentes y estudiantes teniendo en cuenta esta “nueva normalidad” en la que nos movemos ahora?

La comunicación es extremadamente importante, necesitamos que los docentes conecten con los estudiantes y les pregunten cómo están llevando esta situación. Primero y más importante es ver cómo podemos crear una sensación de conexión y pertenencia de nuevo, para que sientan que la escuela es un lugar donde se los cuida tanto como un lugar donde aprenden.

Durante los últimos meses he hecho mucho énfasis en eso: no hay que preocuparnos por que los niños se pongan al día, hay que preocuparnos por que estén conectados con la realidad y estén siendo cuidados. Sabemos que las relaciones son una parte importante del aprendizaje, y en un lugar donde se dan relaciones positivas las emociones que tengan los niños sobre el aprendizaje serán muy diferentes; realmente las emociones son el camino al aprendizaje.

¿Qué dicen los expertos sobre los efectos colaterales de la pandemia en los niños y jóvenes?

Hay mucha incertidumbre, pero lo que estamos viendo es que los niños pequeños no necesitan saber mucho sobre el coronavirus, sólo necesitan saber que deben lavarse las manos y mantener la distancia social. En realidad lo que determina qué tan bien van a llevar la situación es cómo los adultos lidian con esto. En países donde la crisis ha golpeado con muchísima fuerza y los padres han llegado a niveles de ansiedad increíbles, eso afecta a los más pequeños de una forma directa. Sin embargo, si explicamos brevemente la situación y nos concentramos en las pequeñas tareas que pueden hacer, se convierte en un factor natural para ellos.

Para los más grandes la situación es diferente. En distintas partes del mundo estamos viendo que el miedo y la ansiedad dominan el panorama, vemos jóvenes realmente preocupados por sus abuelos; que ellos sientan que pueden hacer algo sobre eso puede contribuir a la sensación de que son útiles, que están haciendo algo sobre la situación y pueden tener control sobre esas cosas.

Sabemos que las situaciones de alto estrés son aquellas en las que tenemos grandes demandas y poco control, entonces lo que necesitamos para ser resilientes hoy en día es ver qué podemos controlar.

Los docentes como parte del “cuidar a quienes nos cuidan”

En tus conferencias resaltás la importancia de que los docentes estén bien para que puedan transmitir esa tranquilidad y bienestar a los estudiantes. ¿Cuál es la importancia de respetar eso?

Lo que sabemos es que cuando los docentes se permiten estar calmados cambia el entorno en el que trabajan con los estudiantes, la clase se convierte en un mejor espacio para el aprendizaje. Yo repito mucho una frase “el docente crea el clima en la clase”; si el docente está estresado, eso va a afectar muchísimo el ambiente de aprendizaje.

Sabemos que existe el “contagio” del estrés; estudios han comprobado que en las clases en que los docentes tienen el síndrome de burnout, los indicadores de estrés de los niños, es decir su nivel de cortisol, que es una hormona que refleja el estrés, son muy elevados.

Lo que sabemos desde la neurociencia es que cuando hay un alto nivel de cortisol en el cuerpo no se puede aprender, realmente el aprendizaje no va a suceder. La parte del cerebro encargada de aprender no puede conectar con la parte del cerebro emocional, hay una alerta constante sobre el peligro de lo que está pasando alrededor y se prenden todas las alarmas que indican que ese no es un buen lugar.

Es difícil pretender que los adultos se relajen en un contexto que es tan atípico para todos.

Claro, por eso creo que es muy importante el liderazgo para los docentes. Para que los docentes puedan ser un apoyo para los estudiantes lo que necesitamos es que puedan cuidar su propio bienestar. Eso no es egoísmo, es una actividad profesional. Los docentes deben aprender a meditar de alguna forma, deben saber que tomar una respiración profunda cambia el cerebro, que la rutina es realmente importante y que el autocuidado, que incluye dormir, ejercitarse y comer saludablemente, es algo realmente importante y no es sólo cuidar de uno mismo, es una responsabilidad profesional.

A su vez, el foco más importante de los directores debería ser ver cómo están los docentes y cómo pueden ayudarlos a ser la mejor versión de ellos mismos.

Los docentes ya no son más como granjeros que les daban de comer a los animales, ahora realmente son potenciadores del desarrollo humano, y si piensan en su tarea de esa forma cuidar el bienestar de los estudiantes es tan importante como apuntalar sus logros académicos. De hecho, hay muchísimas formas en las que podemos pensar que esas dos partes están relacionadas y trabajan juntas para mejorar.

La clave para sobrellevar estos momentos tan complicados es cuidar también a directores y docentes.

Claro, a mí me gusta mucho usar la metáfora del avión. Antes de arrancar un vuelo nos dicen que lo correcto es colocarnos primero nuestra propia máscara de oxígeno, antes de ayudar a los demás. Bueno, esto es lo mismo: primero tenemos que garantizar el bienestar de los adultos, para que ellos puedan hacerse cargo del de los jóvenes.

Los padres, el verano y la vuelta a clases

Durante el verano los docentes se alejaron unos meses de sus estudiantes y el regreso a clases tendrá, probablemente, un componente de virtualidad. ¿Cómo deberían encarar la vuelta a clases los docentes?

Creo que es muy importante que no se concentren sólo en la pérdida de aprendizajes, en cerrar las brechas ni en ponerlos al día, sino que realmente deben concentrarse en preguntarles a los estudiantes cómo ha sido esta experiencia para ellos, cómo fue este verano tan diferente. Al mismo tiempo, el director debería hacerles esta pregunta a los educadores: ¿qué necesitás para ser el mejor docente que puedas ser?

Entonces, el bienestar y la salud mental de todos van a pasar a ser una prioridad, no sólo algo que se intenta abordar cuando alguien no está bien.

El rol de los padres durante todo el año ha sido realmente muy importante y también lo está siendo durante el verano. ¿Qué consejo les darías a ellos para moverse en este nuevo rol que tienen que desarrollar?

Creo que depende muchísimo de la edad que tengan sus hijos, hay que tener en cuenta una aproximación de desarrollo. Con los niños más pequeños hay que dejarlos guiar, en términos de qué es lo que saben, qué es lo que tienen en sus pensamientos. Para los niños más grandes, lo que estuvimos viendo es que hay que dialogar con ellos sobre lo que está pasando, preguntarles cuáles son sus miedos y cómo pueden ayudar a proteger a los demás, darles esperanza de que ellos pueden contribuir en lo que está pasando. Los jóvenes que logran hacer una contribución a la sociedad van a tener un mejor resultado cuando salgamos de esto, porque van a haber entendido la situación habiendo participado en su solución de alguna forma. Los padres pueden impulsar estos caminos.

Has dicho varias veces que tu mantra es “mejor el progreso que la perfección”. Eso se aplicó mucho durante estos meses.

Creo que ha habido mucha incertidumbre y es algo que al cerebro no le gusta nada, nos hace sentir amenazados. No nos gusta la incertidumbre y ahora es tanta que si no nos sacamos el molde del padre perfecto o el docente perfecto, en el medio de este nivel de caos, no vamos a lograrlo. Lo que necesitamos decir es: “Estoy haciendo lo mejor que puedo con lo que tengo”. Ese es el “modo progreso, no perfección” y realmente hace la diferencia, porque después te podés concentrar en lo que podés controlar.