Carina Lion es doctora en Educación por la Universidad de Buenos Aires (UBA), donde actualmente es profesora e investigadora. Sus principales áreas de especialización son la formación de educadores y la aplicación de tecnologías de la información al entorno educativo. Específicamente, en los últimos años se ha dedicado a la elaboración de videojuegos educativos, una tarea que lleva adelante junto a guionistas, desarrolladores, artistas visuales, entre otros profesionales.
Esta semana fue una de las oradoras principales del Enlace 360, una actividad que Ceibal organiza desde hace nueve años para abordar la innovación en la educación, y a la que desde hace dos se sumó la entrega de los premios NODO. Entrevistada por la diaria, habló sobre lo que dejaron los dos años de pandemia, de las claves a la hora de incorporar la tecnología en el aula y de cómo el sistema educativo debería acompañar los cambios que procesa la sociedad.
En un momento se decía que muchos de los cambios que llegaron a la educación con la pandemia lo hicieron para quedarse. Después de un año en el que la presencialidad pudo desarrollarse, ¿qué es lo que quedó?
Quedan cicatrices, algunas son más visibles y otras menos. Las tecnologías venían usándose. En un país como Uruguay, hace tiempo que Ceibal está instalado, están las computadoras y las herramientas. Si bien en Argentina existió casi una obligación de usarlas con la virtualidad, hubo también algo en lo vincular que complicó la virtualidad. Hubo instancias muy complejas en lo relacional, sobre todo en la adolescencia. Esto trajo una complejidad que incide en los aprendizajes y en la enseñanza. Con la vuelta a la presencialidad hubo algo extraño. Por un lado, muchos docentes sentían la necesidad de ver si se había aprendido algo y empezaron a evaluar de forma más tradicional. Fue una situación compleja, es como desvalorizar un poco la misma enseñanza: si enseñé durante dos años, ¿por qué tengo que evaluar?
Por otro lado, la necesidad de volver al vínculo, según el nivel. En el jardín hubo necesidad de socializar, hay chicos de dos o tres años que perdieron las instancias de socialización. Volver a tenerlas hizo que en la presencialidad se prioricen otras cosas que no son las tecnologías.
Lo que sí quedó es una mirada atenta sobre la enseñanza, la idea de que no podemos seguir enseñando igual. Nuestros niños y jóvenes están pidiendo otra clase, otra enseñanza que no alcanza con una explicación, que tiene que ver con una selección de contenidos más profundos. No podemos enseñar igual porque no volvimos iguales, los estudiantes no pueden aprender igual, la escuela no está igual, la sociedad tampoco. La pandemia implicó un replanteo profundo que trajo un movimiento interesante. Trajo incertidumbre y, en una institución que trabaja sobre la certeza, la incertidumbre molesta. Si aprendimos a movernos en esta incertidumbre, a negociar con ella, aprendimos muchísimo.
En Enlace 360 hablaste de que en los dos años de pandemia los docentes tuvieron que poner el foco en los aprendizajes más importantes, ¿eso es algo que también quedó?
En el sistema educativo hay algo muy difícil y es que tenés que rendir cuentas, están los rankings, la necesidad de moverte con indicadores de logro y competencia. Es lo que ven las familias, que esperan una nota, un boletín, es difícil salir de eso. Si te dijera qué me gustaría de la escuela: vivencias valiosas, pocos aprendizajes pero profundos. Ahora, a la hora de elegir tenés un problema enorme, porque tenés un currículo y hay que dar todos esos contenidos. Termina siendo una ficción, porque los estudiantes rinden bien para aprobar, pero no para aprender; esto lo sabemos desde hace años. Hay que desmitificar esta ficción y pensar que queremos aprender porque queremos aprender.
¿Cómo hacés para que ese aprendizaje sea valioso y cómo hacés como docente para volver a tener pasión por lo que hacés? Desgasta un poco ese sistema. Nos merecemos un diálogo entre una buena enseñanza y aprendizajes perdurables, profundos, valiosos. La pregunta acá es dónde entra la evaluación, los rankings, los exámenes internacionales, lo que la sociedad pretende de la escuela y, sobre todo, qué sujetos formamos. Muchas profesiones hoy están cambiando rápidamente, ¿qué sujetos se están formando y en qué tenés que hacer hincapié? Las empresas te piden sujetos ágiles, que tomen decisiones, que trabajen en equipo. ¿Dónde se toma una decisión?, ¿los chicos tomaron la decisión de a qué escuela ir o qué contenidos quieren?
El mundo y la demanda de la sociedad al sistema educativo cambian muy rápido, ¿cómo se debe adaptar la escuela, que cuenta con otros tiempos?
La escuela siempre se va acomodando. La sociedad va requiriendo un perfil de gente, de empresa, de trabajo, y vamos ajustando en función de eso, y estaría bueno que fuera al revés, que nos anticipáramos y creáramos ese futuro. Trabajar anticipadamente y no reactivamente, porque lo reactivo es lento y lo que vimos es que los cambios necesitan ser más ágiles. La institución es lenta, por supuesto, tiene su burocracia, sus instancias, la evaluación y su acreditación.
Hay algo que está pasando, sobre todo en la universidad, y es que muchos jóvenes la abandonan, porque ya no les interesa el título, ven que muchas de las profesiones pueden trabajar sin un título. No todos, pero muchos no ven en la universidad una instancia de progreso, porque salen a trabajar antes, se quieren ir a probar mundo. Esto también nos mueve, antes veíamos este tránsito lineal jardín-primaria-secundaria-universidad; hoy la vida no es lineal. De repente vino la pandemia: no podés salir, ver a tus amigos, te cambia la concepción de dónde estás parado. Esto también lo tenemos que revisar como educadores. ¿Dónde están nuestros jóvenes? ¿Qué los motiva? Es importante entender cuáles son sus perspectivas de futuro, porque no lo estamos leyendo.
También hablaste de la importancia de propiciar el intercambio colectivo con la introducción de las tecnologías en el aula. Sin embargo, sus usos cotidianos muchas veces promueven el individualismo, ¿qué cosas deben tener en cuenta los docentes para hacer esa incorporación?
El filósofo [Eric] Sadim habla de la era del individuo tirano, porque nos movemos en la tiranía de la selfie, de la exposición, de mostrarse, y a veces mostrás una ficción. Muchos de los jóvenes se creen las historias que se suben y hacen una ficción de su propia realidad. En este sentido, la escuela tiene que ser contrahegemónica, tiene que mostrar otros usos de las tecnologías, usos más colectivos, sobre los que se discuta lo público y lo privado, qué es verdad y qué no. La desfactización de esa verdad, porque en tanta ficcionalidad ya no sabés qué es cierto y qué no. Son temas de ciudadanía digital crítica que la escuela también debería trabajar.
Otra cosa es que en las redes no hay diálogo. En mí país, con las brechas políticas e ideológicas, que no haya diálogo es complejísimo. Y la escuela es el lugar del diálogo, del consenso, de la escucha, de la comunicación. Pero no escuchamos, y para hacer un sueño colectivo tenés que escuchar y respetar. Yo no puedo hacerlo si no te respeto, si no comparto con vos y si no te escucho genuinamente. Dejamos de escuchar.
Te has especializado en la gamificación. El juego siempre estuvo en las instituciones educativas, aunque su lugar se suele ir reduciendo en la medida en que se avanza de grado, ¿los videojuegos educativos son una nueva oportunidad de incorporarlo al aula?
Es una alternativa, las experiencias transmedia pueden ser otra. Todo lo que rompa la secuencia lineal está bueno, lo que me gusta del juego es que uno puede tener otra vida: volver a cargar energía, decidir tu aventura, tener desafíos. En el sistema educativo pasás de nivel aunque tengas un 6, en el videojuego no pasás de nivel hasta que no dominás el anterior. Es algo chiquito, pero es enorme, porque [en la escuela] cuando pasás de nivel tenés agujeros cognitivos. Vas perdiendo la confianza, porque en la medida en que pasás con más agujeros, peor te va. Sin embargo, en el juego sentís esta confianza de dominar, pero además conjuga lo emocional y lo cognitivo, la experiencia, la posibilidad de arriesgar un poco más.
En la escuela ningún docente te va a decir que no trabaja con el error como algo constructivo, pero el error se sigue penalizando. Te va mal o no sabés algo: castigo. No es constructivo. En cambio, en el juego te animás a equivocarte, porque sabés que vas a poder volver a jugar. En el juego se dan cuestiones tan profundas como la concepción del error, la autonomía, la autoconfianza, la autorregulación, la toma de decisiones, la experimentación, la hipotetización. Se podrían dar perfectamente en la escuela a través de otras estrategias que empiecen a romper esa secuencia, pero, sobre todo, que den la posibilidad de elegir un poco más.
Los videojuegos tienen sus clasificaciones y formatos. ¿Cómo es el mundo de diseñar videojuegos educativos?
Tienen un subgénero, que se llama “videojuegos serios”. Hay videojuegos diseñados específicamente para educación y hay otros que no, pero que se usan en educación. Las dos son opciones. Minecraft, por ejemplo, se usa un montón. Cuando yo pienso un videojuego es en función de que el chico que lo juega no pierda las ganas de jugar por ser educativo. Si no parece que domesticamos el juego y pierde la capacidad lúdica, de entretenimiento a la vez que de aprendizaje. Por ejemplo, uno que hicimos para quinto a séptimo grado sobre matemática tiene una narrativa a partir de la temática ambiental. Hay que pensar una narrativa que los mueva: empieza con un planeta árido que hay que mejorar, para eso necesitás recursos; para los recursos tenés que ir a tres planetas; en cada planeta hay minijuegos matemáticos que crecen en nivel de complejidad y te van dando herramientas para mejorar tu planeta.
Es una narrativa sencilla, sin embargo, lo que atrae son los minijuegos: tenés que dispararle al número correcto o hay perros que saltan y tenés que cliquear al número que soluciona un problema. Hay tanta cantidad que los chicos juegan, porque saben que van a encontrar algo distinto. Hay todo un backend, que es lo que está atrás del juego, que es de metahabilidades matemáticas. El docente sabe qué es lo que le está costando aprender al chico y esa información está buena.
¿De qué manera la formación docente debe incorporar estos aspectos para favorecer que maestros y profesores hagan un uso crítico de estas tecnologías?
La formación docente tiene que cambiar. Si cambia la escuela, cambia la formación y viceversa. Esto es algo colectivo, de la sociedad. ¿Quiénes dicen qué docente necesitamos? ¿Quién cambia la formación docente? Es una discusión colectiva. La pregunta es qué docente necesitamos para qué escuela. Si es una escuela más alineada con la anticipación, con sueños de futuro, con jóvenes que creen en otra sociedad, el docente también tiene que pensarse en esa dinámica.
Si en educación el tiempo es tirano, hay que poner foco en lo relevante. Durante muchos años esa formación estuvo vinculada con los contenidos y la didáctica de esos contenidos: didáctica de la historia, de la matemática, de las ciencias sociales. Y hoy el docente tiene que manejar contenidos, por supuesto, pero muchos de estos contenidos están distribuidos. Quizás necesita de otras habilidades, de saber guiar hacia la construcción de conocimiento. Entonces, empezás a mover las cajas: ¿cuánto de lo disciplinar tiene que saber? ¿Cuánto de didáctica? También tiene que saber de tecnología, pero en un tiempo acotado todo esto no es posible. ¿Qué priorizás? Y es ahí cuando empezás a tener las discusiones más profundas. Necesitamos un docente ágil, que tome decisiones, que guíe la construcción del conocimiento, que fomente la autonomía. Son habilidades que tienen que estar en un docente, y eso también se forma, pero hay que hacer encajar todas esas cajas, son discusiones que hay que tener.
A veces cuando se discute en torno a estos temas se plantea que dejar de lado contenidos es una baja en la calidad académica, ¿cómo analizás esa puja que se da en los procesos de cambio?
Nos tenemos que preguntar qué sería hoy la calidad académica, incluso en la universidad. El investigador argentino [Juan Carlos] Tedesco decía que el sistema se mueve como una fuga hacia adelante y que cada vez necesitás más titulación para el mismo empleo. Esa fuga hacia adelante también te lleva a ir bajando la calidad en el nivel anterior y es un modo de diferenciación social: ¿quiénes llegan a un doctorado o posdoctorado? De alguna manera, la fuga hacia adelante es preservar la élite intelectual de una sociedad. Me parece que hay que preguntarse cuáles serían indicadores de calidad en cada nivel que deberíamos sostener y si esos indicadores se vinculan con los contenidos y las habilidades. Una habilidad es saber buscar la información y hay alguna que ya no retenés. La pregunta es cuál es la información que sí tenés que retener. No es que perdimos la capacidad de memoria por usar los celulares, sino que nos tenemos que centrar en qué memoria necesitamos. La sociedad sigue necesitando memoria: política, social y memoria de los contenidos también. La interrogante es cuáles son esos contenidos vitales que hoy necesitás para tener calidad.
Frente a la horizontalidad de internet, que no jerarquiza, vos necesitás generar procesos de jerarquización para la comprensión, porque si no hay asociación de ideas, no hay comprensión. Si la calidad académica tiene que ver con la comprensión, son pocos los contenidos que comprendés realmente y muchas veces los comprendés diez años después, no en el momento. Son los contenidos que te permiten seguir aprendiendo toda la vida. Ese es el eje del debate.
¿Cómo ves el proceso de Ceibal en Uruguay a 15 años de su creación?
Desde lo político, lo más interesante es haber tenido sostenibilidad, a pesar de los cambios de gobierno. Que un plan haya tenido sostén a pesar de los cambios políticos habla muy bien del país, de una madurez política importante, que permitió afianzar Ceibal. Hoy es parte de la educación de todo el país, de la política, de la formación y lo que tiene de interesante es la innovación permanente, que también es un desafío constante. Esto es una marca que está en su matriz histórica de origen, pero que a la vez es una espada de Damocles. Me parece que lo hacen bien, que está tejiendo un poco más de articulación con los otros actores del sistema, con lo complejo que es. Aun en un país chico, la política siempre interfiere y cada una de las agencias tiene sus intereses. Me parece que están maduros para un diálogo, que si prospera puede traer realmente un cambio más profundo en la educación uruguaya. Cuando las agencias empiezan a dialogar en pos de una mirada común, desde la formación, desde la escuela, desde los centros, desde la experiencia, desde la innovación, todo empieza a fluir un poco más.
Ceibal tiene ese potencial de articulación siempre que haya diálogo, respeto e innovación permanente. En ese sentido, es auspicioso lo que están haciendo. Además, se revisita, se remira, se audita a sí mismo. Necesita un poco más de diálogo con las otras instancias para crear algo un poco más compartido, pero van camino a eso. Ceibal ha hecho un trabajo en territorio muy importante, ha llegado a las escuelas rurales, a docentes que no se animaban a usar las tecnologías, tiene un montón de cursos y capacitación. Junto con la Red Global de Aprendizajes han hecho todo un trabajo hacia el mundo, de mostrar que esto es posible con articulaciones hacia afuera. Lograron una perspectiva de competencias interesante y una mirada más articulada que posicionó a Uruguay en el mundo. Hoy Ceibal se conoce, vas a un país y saben de qué se trata. Eso habla muy bien de algo que comenzó como un plan y se instala en una sociedad. Que la gente lo reconozca, lo mire, lo analice, lo estudie, que lo investigue habla bien de Ceibal.