En los últimos años han surgido muchos planes y programas que apuntan a que estudiantes que se desvincularon del sistema educativo puedan volver a estudiar, para que la educación sea parte importante de sus proyectos de vida. “Continuidad educativa”, “derecho a la educación”, “inclusión”, “integración” y otros términos similares ya son parte de la jerga de docentes y educadores. Sin embargo, hace 32 años el escenario era otro y parte de los desafíos del programa Áreas Pedagógicas, una referencia para los que vinieron después, fue hacer camino al andar.

No hay un único motivo por el que los adolescentes se desvinculan de la educación media, pero lo que sí está bastante extendido es que después queda una importante “desconfianza en el mundo de los adultos y de las instituciones”, explica a la diaria Lourdes Busakr, una de las coordinadoras del programa. Por ello, continúa, es necesaria la “refundación del vínculo pedagógico” que, a su vez, “está atravesada por la refundación de la confianza en los adultos y luego en las instituciones”. Precisamente, una de las primeras tareas de los docentes que trabajan en el programa es demostrar por todas las vías que los adolescentes y jóvenes son bienvenidos. La “pedagogía de la hospitalidad” es uno de los principios rectores de Áreas Pedagógicas, programa conjunto de la Dirección General de Educación Secundaria (DGES) y el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU).

Buena parte de ese proceso consiste en la “rehumanización” de los jóvenes que son parte del programa. El primer paso para integrarse a cualquiera de los ocho centros de Áreas Pedagógicas (ver recuadro) es pasar por una entrevista, a la que, siempre que sea posible, los adolescentes concurren con algún adulto al que consideren referente. En esa instancia se busca saber qué piensa el joven sobre su trayectoria educativa previa; las respuestas suelen mostrar una importante falta de confianza en sí mismos y, muchas veces, de “deshumanización”, detalló Busakr.

Si bien la procedencia de los estudiantes es diversa, la coordinadora afirma que, “en general, vienen de historias educativas de mucho fracaso y de una creencia muy personal de que no son capaces de aprender nada”. Por ello, suele ser importante detectar cuáles son los intereses de los jóvenes para empezar y “a partir de ahí ver cómo ir relacionando el interés con contenidos conceptuales de las diferentes asignaturas”.

Si bien en Áreas Pedagógicas los centros educativos cuentan con turnos y materias definidas, se trabaja con una modalidad flexible que muchas veces rompe con la linealidad del sistema educativo, a la que docentes y estudiantes están acostumbrados. Eso hace que, por ejemplo, en un curso de Matemática se pueda empezar a resolver ecuaciones antes de ver los conjuntos numéricos, o que se aborden temas que no corresponden al año lectivo que debería estar cursando el estudiante, explica Luz del Alba Alaniz, profesora de Matemática y una de las ocho fundadoras del programa, que surgió a iniciativa de la profesora y psiquiatra Haydée Castelo.

Documentar la experiencia

Con apoyo del INAU, Busakr y Alaniz escribieron Contradestino, un libro que es parte de los festejos de los 30 años del programa Áreas Pedagógicas. Si bien el aniversario se cumplió en 2020, la pandemia hizo que la publicación se presentara este año. Además del nombre, en la tapa del libro puede verse un busto de José Pedro Varela en una zona inundada, con la leyenda “educar, educar, siempre educar”. Al respecto, Busakr explica que ello tiene que ver con una definición de la práctica educativa que la entiende como una herramienta transformadora.

De hecho, en el perfil esperado docente que figura en la web institucional de la DGES se plantea que es necesario que los profesores deben estar convencidos de la capacidad transformadora de la educación y de “la capacidad de aprender que todos tenemos”. Precisamente, la coordinadora afirma que se da un aprendizaje constante, tanto en el vínculo con los adolescentes como en el vínculo con otros educadores.

Al respecto, Alaniz y Busakr coinciden en la importancia que tienen las instancias de coordinación. “No es un rato en el que no tengo más remedio que estar. La coordinación es proactiva, un lugar para escucharnos; no es el muro de los lamentos, sino que analizamos las situaciones que se presentan, vemos qué propuestas podemos hacer. Para nosotros es irrenunciable”, afirma Busakr. En ese sentido, la coordinadora señaló que muchas veces los propios profesores son los que sienten que su trabajo “no está sirviendo para nada”, por lo que la perspectiva de otros compañeros se vuelve fundamental. “Otro compañero te dice que está bien lo que estás haciendo o te ofrece otra perspectiva desde la cual ver el problema. El profesor se siente escuchado y hay una confianza en que va a poder modificar cosas”, agregó, y valoró que para ello es imprescindible trabajar desde la “humildad”, la “honestidad intelectual” y aceptar que los docentes “también tenemos que aprender y modificar muchas cosas”.

Si bien hay un equipo técnico, solamente está conformado por dos psicólogas y una educadora social que debe atender a los ocho centros, de los cuales tres funcionan con doble turno, con una población total que supera los 1.000 estudiantes. Por lo tanto, los propios colectivos docentes también cumplen la función de acompañamiento a los profesores, ya que muchas veces surgen episodios conflictivos que dejan a los profesionales de la educación con mucho cansancio e incluso angustiados, señala Alaniz.

La profesora dice que cuando se genera un episodio de violencia, generalmente los profesores se quedan en el centro aunque haya terminado su horario. “Necesita conversar con los otros y poder pensar sobre esa situación, calmarse, para al otro día venir y estar en su eje para poder seguir sosteniendo al estudiante que va a venir al día siguiente, incluso el que protagonizó ese episodio”, relata. Al respecto, señala que el abordaje en Áreas Pedagógicas evita apelar a la suspensión de los jóvenes como la primera respuesta ante situaciones de ese tipo, contrariamente a lo que suele ocurrir en el sistema educativo. “No quiere decir que el equipo no pueda decir a veces que está bueno que el estudiante se tome unos días sin venir porque está demasiado alterado, eso se conversa con el estudiante, pero no se apela a la suspensión en el sentido mecánico ni como castigo”, explica.

Empoderamiento

Si bien toma muchos elementos de la llamada educación no formal, en los centros de Áreas Pedagógicas los adolescentes y jóvenes con extraedad pueden aprobar el ciclo básico y luego seguir estudiando. Estos centros se rigen por el Plan 1996 de Secundaria: los estudiantes cursan nueve materias por semestre y se trabaja con adecuaciones curriculares. En el año lectivo 2020 se inscribieron 1.528 estudiantes y hubo una lista de espera de 300. En total, 79% logró sostener el proceso educativo y 480 aprobaron el nivel que estaban cursando. Además, pese al contexto de pandemia, hubo 141 jóvenes que aprobaron el ciclo básico y solicitaron un pase para continuar con sus estudios.

Una parte importante del proceso educativo consiste en que los estudiantes tomen las riendas de su trayecto y se sientan parte de una comunidad. En ese sentido, los centros del programa cuentan con algunas “reglas de oro” que apuntan al respeto por los demás y el propio de cada individuo que cursa en un Área Pedagógica.

En la primera entrevista se pide que los jóvenes visualicen qué factores hicieron que anteriormente se desvincularan de los centros educativos en los que habían estado y qué debería ser distinto para que ello no vuelva a ocurrir. Además, se dejan claras las reglas, entre ellas, que no se admite que los vínculos se den por medio de la violencia y las agresiones. Más allá de que después surjan episodios de ese tipo, allí se genera una instancia para reflexionar al respecto y determinar por qué se llegó a ese extremo. Además, se deja en claro que no se admiten los robos ni a los docentes ni entre compañeros, ya que van en contra de la construcción de confianza necesaria para un proceso de este tipo.

En suma, otra de las reglas es que no se puede concurrir a las clases habiendo consumido drogas, ni mucho menos se puede llevar droga para comerciar. Al respecto, Busakr señaló que el hecho de que no es deseable que los adolescentes consuman drogas antes de concurrir a clases muchas veces se da por sentado en los centros educativos, pero a partir de la experiencia del programa llegaron a la conclusión de que es necesario explicitarlo.

Por su parte, también se deja en claro que “hay cosas que son de todos y hay que cuidarlas”. “Hay un patrimonio que es de lo grupal, que nos costó mucho tenerlo, que los trabajadores con sus impuestos pagan para que tengamos una educación pública”, relata la coordinadora sobre lo que se dice a los estudiantes. Agrega que “eso va haciendo un clic” en la conformación de lo grupal, que es fundamental para el programa, ya que parte de la concepción de que “nadie se salva solo”, sobre todo “en la etapa de la adolescencia, en la que lo grupal es fundamental”, dice Busakr.

En ese sentido, en los centros del programa se suelen organizar asambleas en las que participa toda la comunidad educativa, que incluye a estudiantes, docentes y también al personal de servicio. Allí se abordan los problemas, pero también se comparten los logros. Siempre se trata de llegar a acuerdos, algo que “cuesta muchísimo”, explica la coordinadora, al tiempo que afirma que después las iniciativas que contribuyen al bien común salen de los propios estudiantes. Por ejemplo, contó que en el marco de un trabajo curricular los jóvenes juntaron residuos e hicieron compost y propusieron venderlo. Ahora plantearon la idea de llevarlo a una asamblea para discutir qué hacer con esa plata y uno de los estudiantes planteó la posibilidad de comprar pelotas para el centro educativo, ya que se habían perdido las que tenían. “Parece algo muy chiquito, pero para nosotros es un mundo: a partir de un aprendizaje que tenían que hacer en Biología y otras asignaturas, generaron un producto para el bien de la comunidad. Eso construye ciudadanía”, resume Busakr.

Parte y parte

El convenio entre el INAU y la DGES plantea que el primero se encarga de los aspectos de infraestructura y funcionamiento de los centros y Secundaria paga las horas docentes. Además de los aspectos curriculares, en Áreas Pedagógicas los estudiantes también reciben alimentación. Al respecto, Alaniz y Busakr cuentan que la mayor parte de los adolescentes y jóvenes que concurren al programa no se alimentan bien y muchos concurren sin comer a los centros. No obstante, reciben desayuno o merienda junto a quienes tienen esa necesidad básica cubierta en sus hogares.

De hecho, algunos estudiantes del programa ni siquiera tienen casa, ya que están en situación de calle y no están habituados a compartir el momento de la comida con otros. En los centros de Áreas Pedagógicas también acceden a preparar la comida para compartir con sus compañeros, lo que, según explica Alaniz, “hace a la formación del ser humano” y directamente “a lo humano”. “Esos espacios no sólo tienen que ver con brindarle un alimento al joven que vino sin comer, sino también con una educación para todos”, afirma.

Consultadas sobre los desafíos que enfrenta el programa a futuro, las docentes coinciden en que se debe apostar por la consolidación y por poder atender a los jóvenes que quedan en lista de espera, que está siendo “muy extensa”, sobre todo en algunas sedes. Para ello se requieren más capacidades docentes y locativas, de la misma manera que si se quisiera dar respuesta a los pedidos de apertura de centros en distintos puntos del país. Además, aspiran a que los centros puedan ser destino de prácticas de estudiantes de formación docente, que hasta ahora sólo han concurrido en el marco de visitas generadas en cursos de Didáctica de la carrera de profesorado.

En sus primeros años, Áreas Pedagógicas trabajaba exclusivamente en la Colonia Berro, donde ya trabajaba con un perfil bien distinto de estudiantes. Allí no sólo estaban quienes cometían alguna infracción, sino también adolescentes en situación de abandono o con patologías psiquiátricas por las que sus familias no tenían otro lugar al que concurrir. En 2005 comenzaron a abrirse las primeras áreas fuera de los contextos de privación de libertad, y en 2016 esa salida fue definitiva, junto con la creación del Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente. Por lo tanto, además de adaptarse a las necesidades de los más de 30.000 jóvenes que han pasado por el programa, Áreas Pedagógicas también sabe de adaptación a distintos contextos institucionales.

Los ocho centros

Tres de los ocho centros de Áreas Pedagógicas están en Montevideo -donde hay una mayor demanda de lugares-, concretamente en el Centro, Paso de la Arena y Tacurú, en el barrio Lavalleja. En el interior, el prgrama está presente en Fray Bentos, Juan Lacaze, Maldonado, Mercedes y Vista Linda, en el departamento de Canelones.