Desde su sillón en la embajada uruguaya en Perú, el colorado Luis Hierro López recuerda cómo fueron esos días de idas y vueltas entre la residencia de Suárez y Reyes y el Parlamento, cuando cumplía su rol como vicepresidente y se desató una de las mayores crisis económicas de Uruguay, en 2002. Al mandatario de entonces, su compañero de fórmula en 1999, Jorge Batlle, lo califica como a un hombre con “coraje sereno” y “temperamental” para dar vuelta el partido y “sacar al país adelante”, algo que cree que pasó pero con una consecuencia que parecía “inevitable”: que el Partido Colorado (PC) no repunte electoralmente.
Además, confiesa que con el diario del lunes Batlle tuvo que hacerle caso para cambiar a las autoridades del Banco Central del Uruguay (BCU) a tiempo, viendo lo que pasó en Argentina en 2001 y, previamente, en 1999, con la devaluación en Brasil. Con los años a cuesta, repasa que elegir a Alejandro Atchugarry como ministro de Economía fue la mejor elección, porque de la crisis se salía de forma “política”.
Sobre las elecciones de 2004, el pedido de renuncia de los economistas liberales para que él asumiera, las negociaciones con la oposición y la enseñanza que dejó la crisis, Hierro López conversó con la diaria.
A 20 años de la crisis, ¿cómo fue, en principio, asumir como vicepresidente cuando ya se veía venir el desaceleramiento económico por lo que ocurría en ambas orillas?
Fue paulatina la situación. Uruguay estaba ingresando en una crisis muy profunda; los primeros síntomas, que fueron en febrero de 2002, se dieron cuando se cerraron algunas sucursales de bancos argentinos. En principio, nos pareció que era una crisis que íbamos a poder controlar, aunque, mirando en retrospectiva, la situación no era buena. Brasil había devaluado en 1999, Argentina venía con una inestabilidad recurrente casi que estructural... El presidente [Fernando] de la Rúa, que era un hombre muy calificado desde el punto de vista de sus credenciales democráticas, quizá no era el conductor más adecuado para momentos de crisis, porque Argentina está acostumbrada a los caudillos y no tanto a los doctores y, en esa medida, la situación de Argentina se fue complicando muy rápidamente; y desde Uruguay, también visto con la perspectiva que da el tiempo, quizás demoramos un poco en cambiar las autoridades del BCU.
Particularmente, Batlle les tenía confianza, algunos de nosotros planteamos la posibilidad de cambiar las autoridades, no porque estuvieran actuando descontroladamente o mal, sino para dar una sensación de recambio y de mayor energía.
Pero, efectivamente, esto se fue demorando y tuvimos la desgracia de que a esta situación bancaria de intranquilidad se agregaron maniobras delictivas que naturalmente provocaron una gran desconfianza. Las maniobras delictivas por algo son tales, no se pueden controlar, no hay una posibilidad de que el BCU controle la actividad de los bancos de tal manera para impedir maniobras delictivas. Es como cuando ocurre un homicidio y la gente dice “pero la Policía qué estaba haciendo”; bueno, los homicidios no se pueden prever, no hay Policía en el mundo que logre que haya cero homicidio. Lo mismo ocurre cuando un directivo de un banco hace una maniobra delictiva.
¿No estaba fuerte el BCU, entonces?
La situación internacional, una situación de Uruguay que no estaba fuerte desde el punto de vista del déficit... Es oportuno recordar que el exministro [de Economía, Alberto] Bensión publicó en 2004 un libro sobre la crisis de 2002 en el que relata la serie de reformas estructurales para abatir el gasto que él había propuesto. Esas reformas yo diría que eran casi que impracticables. Por ejemplo, cerrar el Instituto Nacional de Colonización, reestructurar muy a fondo el gasto del Banco Hipotecario, que era un gasto social, y otra serie de medidas que, efectivamente, Bensión propuso, eran para un Uruguay distinto, para un Uruguay ideal, no el Uruguay de Estado de bienestar que conocemos todos, y que todos además respetamos, porque es parte de nuestra identidad y de nuestra forma de ser.
También es cierto que los acuerdos con el Partido Nacional [PN] que le dieron estabilidad institucional al país porque aseguraban las mayorías parlamentarias significaron un aumento del gasto público, y esto es una lección de la historia que es muy interesante. En esa medida, Uruguay estaba con una crisis bancaria, con una situación de desconfianza ante las maniobras ilícitas de algunos directivos bancarios, una situación de déficit fiscal un poco complicada y el gasto público que seguía su tendencia permanente al crecimiento.
Con lo cual la crisis nos agarró mal, y Jorge Batlle repetía en ese tiempo que teníamos “varios récords”, pero el récord que teníamos en Uruguay era el de una corrida bancaria permanente, porque las corridas bancarias, precisamente, son corridas. Son cosas que ocurren repentinamente y que en tres o cuatro días los estados logran trancar, pero aquí no ocurrió eso. La crisis fue durando semana tras semana, cada vez que había que pasar raya y ver los retiros de la semana, todos sentíamos que estábamos ante una situación muy, muy complicada.
Se había creado una sensación de desconfianza y esto provocó la crisis, que fue financiera. No fue una crisis ni estructural del sistema, ni del capitalismo, ni un montón de cosas que en ese momento se decían con grandilocuencia. Fue una crisis estrictamente financiera y bancaria que se sostuvo por la fuerza que siempre tuvo en Uruguay el Estado, y especialmente el Banco República [BROU]. Si no hubiéramos tenido al BROU en ese momento, la situación hubiera sido más complicada.
Se sostuvo por la persistencia y el coraje sereno de Jorge Batlle, que, ante la evidencia de la crisis, con una especie de fe ciega decía: “Vamos a salir”. Muchos de nosotros le decíamos: “Bueno, presidente, pero ¿cómo salimos? ¿Cuándo?”. “Debemos tener confianza”, contestaba. Recuerdo esa actitud de persistir, cuando notoriamente había un juego de intereses para que Batlle renunciara a la presidencia.
¿Alguna vez pensó en hacerlo?
Nunca lo pensó. Pensaban otros. Había un grupo de economistas que habían planteado la posibilidad de que Batlle renunciara porque no estaba capacitado para conducir la situación y que yo asumiera. Conmigo nunca nadie habló, porque, si lo hubieran hecho, habrían salido corriendo. Yo no hubiera permitido que nadie hablara conmigo en esa dimensión, pero escuchaba lo que se decía. Había, por un lado, presión del Fondo Monetario Internacional [FMI], que exigía que Uruguay se declarara en default. En ese momento, en el FMI prevalecía una corriente llamada “chilena”. Había un grupo de técnicos chilenos ortodoxos que entendían que era más conveniente que Uruguay se declarara en default, no pagara la deuda y, por lo tanto, dejara de cumplir con sus obligaciones, cosa que nunca había ocurrido en la historia del país.
Curiosamente, el Frente Amplio [FA] también exigía el default. En Uruguay había pequeños sectores influyentes, como el Partido Comunista, que pedían que renunciara el presidente y llamara a elecciones, lo que era inviable, pero además era inconstitucional. Y un grupo de economistas estaban convencidos de que Batlle no tenía las condiciones anímicas para dirigir la crisis, para enfrentarla...
¿A quiénes se refiere en concreto?
Bueno, están casi todos muertos, no vale la pena revolver en sus nombres. Obviamente, el doctor [Julio María] Sanguinetti sabe quiénes son porque en su momento hablaron con él y él los sacó picando. Batlle sabía quiénes eran. En concreto, eran un grupo de economistas liberales, no eran opositores al gobierno, pero sentían que era necesario que hubiera cambios en la conducción. Nosotros, por el contrario, teníamos la convicción de que Batlle no sólo estaba en condiciones anímicas de enfrentar la crisis, sino que además tenía el temperamento y el coraje sereno que se requiere para ello.
Lo apoyamos siempre. Sentía que él estaba viviendo un período muy difícil y siempre le manifesté mi lealtad, y compartía con él la convicción de que íbamos a salir. En ese escenario es que se producen dos cuestiones que son fundamentales: por un lado, la asunción de Atchugarry, que fue la expresión de una solución política a un problema económico, porque no era un técnico en Economía, era abogado, era un profesor de Derecho Civil. No tenía buen vínculo con los organismos internacionales de crédito, ni con el FMI, ni con el BID [Banco Interamericano de Desarrollo], ni con el Banco Mundial, ni con ninguna de estas otras organizaciones. Los economistas de carrera, Bensión, entre ellos, y otros tantos, están acostumbrados a tratar con los organismos internacionales, es parte de su oficio. Atchugarry no. En esa medida, la llegada de Atchugarry al ministerio fue precisamente una respuesta política.
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¿Por qué?
Batlle entendió y lo puso en práctica. Yo había hablado con Batlle de llevarlo a Atchugarry al ministerio desde febrero hasta marzo de 2002, y él recién asumió en julio. Nos parecía que era imprescindible establecer un mecanismo de diálogo político que permitiera que hubiera un consenso básico sobre el modelo de salida y que ese consenso lo encabezara él, porque Atchugarry les había dicho a todos los interlocutores que él no iba a ser candidato en 2004. Si la salida era buena, Atchugarry iba a surgir de allí con un enorme prestigio, como surgió. Si la salida era mala, nos iba a ir mal a todos, pero, en el primer caso, Atchugarry tenía una gran chance de utilizar ese prestigio en su beneficio personal para ser candidato.
Lo primero que él le dijo a todo el mundo es “yo no voy a ser candidato”, sino que iba a hacer una salida y que no iba a aprovecharla para ser candidato. Se lo dijo al FA, al PN y a todos nosotros en el PC. Ese factor fue muy importante para generar, con el FA especialmente, y con los sectores sindicales, bases de entendimiento que permitieran buscar la salida. Es cierto que, en su momento, Tabaré Vázquez también propuso el default en 2003, cuando Uruguay estaba canjeando la deuda, pero la mayor parte del FA apoyó el modelo de salida.
La aparición de Atchugarry y la actitud del gobierno de Estados Unidos de hacer el préstamo puente fueron decisivas para que la crisis empezara a habilitar una recuperación. Allí contamos con la comprensión y la cooperación de la central sindical, sobre todo de AEBU [Asociación de Bancarios del Uruguay]. Quizás, AEBU sacaba la cuenta de que, si la crisis se ahondaba, la pérdida que iban a tener en materia laboral y de seguridad laboral iba a ser peor. Ayudaron en términos patrióticos. Más de una vez me acuerdo del fallecido Juan José Ramos, el dirigente bancario, que organizaba un reclamo sindical para cerrar los bancos ese día porque las corridas eran grandísimas. Se cerraban los bancos por un reclamo sindical, entonces ese día no contaba en la pérdida diaria que tenían los bancos por retiro de depósitos.
Esto Juanjo Ramos lo hacía deliberadamente, y lo mismo Eduardo Lalo Fernández y otros dirigentes sindicales de la época que trabajaron con espíritu patriótico, y contribuyeron y buscaron soluciones, y no sólo no incendiaron la pradera sino que además buscaron salidas. En ese clima fue que se da la enorme recuperación de 2003 y 2004 con un salto brutal del PIB, cosa que el FA en 2005 cuando llega al poder reconoce en su primera Rendición de Cuentas.
¿Cómo veían el panorama político tras la crisis? Con el diario del lunes no les fue muy bien.
Sabíamos todos que íbamos a perder la elección de 2004 por consecuencia de la crisis y todo.
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¿Estaba tan fuerte el FA que ya sabían que perdían?
Sí, y esa crisis fue la que llevó al PC al 10%. Fue la pérdida de empleo, la pérdida de ingresos; la gente que perdió parte de sus depósitos bancarios, después los recuperó, pero tardíamente. Era inevitable que el partido perdiera en esa elección, estaba cantado. Jorge me lo dijo en 2003: “Vos sabés que vamos a perder la elección como en la guerra”. Yo era uno de los posibles candidatos del partido en ese momento, era vicepresidente de la República, habíamos ganado la elección en 1999, y él me llamó para decirme “no seas candidato ahora porque no te conviene”. Y agregó: “Va a ganar el FA, va a gobernar 15 años y después va a perder la elección”, y tuvo esa visión.
Visto 20 años después, ¿cómo fueron las negociaciones en el Senado, más que nada con la oposición?
Había dos planos. Las negociaciones que se hacían en Suárez fueron presididas por el propio Jorge Batlle y con los líderes partidarios Sanguinetti, Lacalle Herrera y Tabaré Vázquez. Eran negociaciones de nivel en las que Vázquez se mantenía muy reticente. No comprometía ningún apoyo ni ninguna negativa, se mantenía distante. En el Senado, quizás por más experiencia parlamentaria, quizás por conocer más en detalle los proyectos de ley, los senadores del FA, básicamente los que estaban vinculados a las cuestiones económicas, no sólo apoyaban los proyectos sino que los corredactaban. Había artículos de la ley bancaria redactados por [Danilo] Astori. Tenía una gran precisión y, ojo, una ley siempre tiene que ser precisa. Una ley sobre depósitos bancarios y devolución de los depósitos y reintegros tiene que ser enormemente precisa y, en ese caso, Astori contribuía.
Había una actitud de cooperación que yo creo que, cuando el país está al borde del abismo, los partidos tienen que dejar de lado sus diferencias sectoriales y tienen que trabajar con espíritu patriótico y unitario. Esos días, presidiendo el Senado, sentía con orgullo que había un sentimiento patriótico por encima de nuestras preferencias.
Llegan las elecciones, Guillermo Stirling es candidato, pero pierde con casi 10% de los votos. ¿Eso no mereció en su momento una autocrítica? Después de esas elecciones, el PC nunca repuntó.
La caída [del PC] está explicada por la propia crisis. Quizás ninguno pensó que íbamos a perder sólo con 10%, pero era indudable que en ese momento el partido estaba mal, no porque hubiéramos hecho un mal gobierno –la administración de Batlle fue dinámica, fuerte, importante, hizo cosas más allá de la crisis–, pero la crisis fue de una entidad que golpeó a los sectores medios de la sociedad que eran precisamente los que votaban más al PC, entonces el resultado electoral yo te diría que fue inevitable.
En la recuperación tuvimos algunos factores de errores de apreciación política de parte nuestra y tuvimos mala suerte. El hecho de que un líder como [Pedro] Bordaberry, que cargaba con todo el asunto del apellido, pero que aportó renovación, gestión, modernidad, un día resolviera abandonar también el liderazgo, es un hecho muy inusual en la vida política. Eso se repite con [Ernesto] Talvi. Ganó la interna, le ganó a Sanguinetti, el dirigente colorado más importante de los últimos 30 años, y luego se fue incomprensiblemente y nos dejó a todos colgaditos del pincel.
Hoy en día el partido no tiene una cara visible. El día que la tenga, sea la de Bordaberry o la de José Pérez, o el que sea, va a recuperar su sitial. El PC, por el peso de su historia, tiene un lugar. Será 15%, 20%, 25%, pero siempre es un lugar cualitativo. El hecho de estar ahora integrando una coalición de gobierno nos da además una plataforma muy importante. Nada será fuera de la coalición. Si algún dirigente colorado entiende que hay que hacer las cosas fuera de la coalición, yo creo que se está equivocando. Todo será desde la coalición apoyando al gobierno, haciendo planteos novedosos sobre el porvenir, etcétera, pero desde la coalición. Y creo, sinceramente, que apenas empiecen a aflorar las candidaturas, el partido va a tener una especie de levadura que va a permitir que tenga una posición electoral mejor que la que aparece. No para ganar la elección o para perderla, yo no estoy pensando aún en eso, estoy pensando en ser un factor cualitativo y decisorio de la administración de la coalición y de cómo esta se presente a la próxima elección.
En las últimas elecciones se le pedía al FA “autocrítica” por la derrota. ¿Pasó algo similar a la interna del PC?
No, no hubo autocrítica institucional. La autocrítica es una propuesta de origen marxista y hay todo un trasfondo ideológico detrás. Otra cosa es creer que no les prestamos atención a los hechos, claro que lo hicimos. Hay un tripartidismo en Uruguay. El FA ha crecido en buena medida sobre la base colorada y batllista, eso todos lo hemos visto. Nuestra clásica estructura se ha venido achicando.
Lo que aprecio es que hemos gobernado durante mucho tiempo. En los países es notorio que cada vez hay más alternancia en el poder, en todos los países del mundo se da que más rápidamente sale el gobierno, entra el contrario, lo que es totalmente habitual y, además, digo yo, es positivo. Uruguay muestra un fenómeno quizás único en el mundo y es que los tres partidos hemos gobernado los últimos 30 años y lo hemos hecho bien, y la transmisión del poder de un bloque a otro se ha hecho con normalidad democrática. Estos bloques han mantenido las reglas de juego jurídicas y económicas, no temblaron las raíces de los árboles en Uruguay.
¿Qué enseñanzas dejó la crisis en lo que refiere al sistema financiero?
Que nos teníamos que separar de Argentina. Éramos argentinodependientes desde el punto de vista comercial, financiero, y fue lo que, por suerte, Uruguay pudo hacer en los años posteriores. En eso, el FA tomó una serie de medidas que el PC acompañó, porque eran medidas en la buena orientación. Si bien vivimos al lado de Argentina y dependemos de ellos y de Brasil, nos dimos cuenta de que teníamos que buscar otro lugar en el mundo, que no podíamos seguir atados como estábamos con una dependencia brutal a Argentina y esto fue una lección histórica de la crisis. Creo que Uruguay la aprovechó bien, porque no sólo diversificó sus exportaciones y sus vínculos comerciales, sino que financieramente ya no dependemos tanto de Argentina como ocurría en ese momento.