La crisis de 2002 se vivió bajo un gobierno del Partido Colorado (PC) comandado por el presidente Jorge Batlle, a dos años de haber asumido. En el anterior período, al frente del gobierno estuvo su correligionario Julio María Sanguinetti. Si bien durante la crisis ya no tenía responsabilidades gubernamentales, como expresidente y líder del PC, Sanguinetti siempre estuvo –y está– cerca de donde se cocina el bacalao. Por ejemplo, en la fase más aguda de la crisis de 2002 participó en aquellas famosas reuniones de líderes partidarios en la residencia de Suárez y Reyes.
2002 tuvo de todo: estafas y corridas bancarias, subas y más subas del dólar, aumento del desempleo y la pobreza, rumores de pedidos de renuncia a Batlle y un largo y angustioso etcétera, que cada uno recuerda a su manera, según sus circunstancias. Pero ¿qué tiene para decir Sanguinetti? ¿Cuál era el estado económico del país cuando le dejó la banda presidencial a Batlle? ¿Qué rol tenía el Banco Central del Uruguay (BCU)? ¿Las instituciones podrían haber hecho algo distinto? Sobre todo eso, Sanguinetti conversó con la diaria.
¿Qué evaluación hace del estado del sistema financiero y de la economía en general cuando dejó su segunda presidencia, el 1º de marzo de 2000?
El sistema bancario fue un problema desde el primer día. En 1985, cuando arrancamos el gobierno democrático, allí teníamos una bomba de tiempo. Más de una vez lo he dicho: estaba dando el discurso en el Palacio [Legislativo] y cada tanto me subía una curiosa nerviosidad del estómago pensando en lo que podía ocurrir al día siguiente con los bancos. Pero lo fuimos contorneando, resolviendo caso a caso y saliendo. A su vez, siempre tratamos de que los bancos privados se mantuvieran dentro del esquema privado. En el segundo período ya nos encontramos con una situación un poco más compleja: la presencia de banca argentina, que se había tratado de soslayar. [Ricardo] Pascale [presidente del BCU entre 1985 y 1990] siempre había estado muy atento a ese tema porque, decía, “no podemos tener riesgo en los dos lados”, ya que también pasábamos a correr el riesgo argentino. En definitiva, eso fue lo más determinante, porque la crisis arrancó por esos lados. La crisis de 2002 es la banca. Ahora muchos economistas hablan del tipo de cambio y todo eso; pero no, si uno saca del relato la crisis bancaria, no hay crisis.
¿La devaluación de Brasil en 1999 no afectó?
No tiene nada que ver con la crisis bancaria. Por supuesto, nos generó una situación compleja que contorneamos como pudimos, con medidas compensatorias. Ex post, mucha gente dice: “¿Por qué no se devaluó?”. No se devaluó porque era muy difícil prever qué iba a pasar en Brasil, razón por la cual se fue tratando de mantener la competitividad del país por la vía de devoluciones de impuestos, por ejemplo. Pero, en cualquier caso, la devaluación brasileña nos generaba una situación económica compleja desde el punto de vista de la competitividad, pero eso no necesariamente nos llevaba a una crisis bancaria. Era un tema distinto, de situación económica del país: la industria, las exportaciones y el tipo de cambio. ¿Podíamos vivir un mal momento? De acuerdo, pero la crisis de 2002 no se explica sin la crisis bancaria.
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¿En la crisis bancaria no jugó el rol del BCU? Leonardo Costa, prosecretario de Presidencia del gobierno de Batlle, dice que desde principios de los 90 el BCU era más que nada un banco central “de política monetaria” y no “de supervisión”.
Eso puede ser. Pero no lo tengo claro, honestamente.
Porque la crisis bancaria también implicó estafas.
En parte, sí. Lo que pasa es que no tengo muy claro cuánto mucho, poco o menos de control hizo el BCU. Pero la experiencia histórica dice que cuando se producen esas corridas, el control siempre llega tarde; es muy difícil imaginarse un clima de prevención. Por eso la prevención era tratar de estar lo más independiente posible de la banca argentina.
También había una fuerte dependencia comercial con Argentina y Brasil.
Eso hace a la situación económica general, no a lo que llamamos “la crisis”. Si entendemos por “crisis” el momento abrupto en que se cierra la banca y el país se enfrenta a esa situación, eso es un fenómeno bancario importado de Argentina. Lo demás, sin ninguna duda, era un contexto muy difícil económicamente; en eso estamos de acuerdo.
Pero, por ejemplo, la suba del desempleo y otros problemas económicos no fueron por la crisis bancaria. No creo que los más pobres tuvieran plata en el banco.
Pero son cosas muy distintas. Cuando hablamos de “la crisis”, ¿nos referimos a un mal momento de Uruguay o al cierre de los bancos y el mercado cambiario? Para mí, esto último es “la crisis”, una cosa abrupta.
Se suele hablar de “la crisis” como un todo.
Se puede vivir un peor momento económico, pero insisto: si usted saca del relato la crisis importada de Argentina, estamos en otro escenario económico.
Se dieron las dos circunstancias al mismo tiempo.
Bueno, hay gente que las emparenta; yo no, tan simple como eso.
En plena crisis bancaria, el presidente Batlle mantuvo varias reuniones con los líderes partidarios de la época, entre los que estaba usted. En ese momento algunos economistas liberales pedían la renuncia del mandatario. ¿Recuerda si esa posibilidad se manejó en aquellas reuniones?
Nosotros nunca discutimos eso. Ese rumor estaba en la calle, se alentó desde algunos lugares. No hace mucho, el contador [Juan Carlos] Protasi hizo una declaración sobre eso [que le había pedido la renuncia a Batlle]. Él fue uno de los que me transmitieron esa idea. Pero en nuestro caso teníamos muy claro que eso estaba totalmente descartado, no existía en ninguna hipótesis.
Ante los saqueos de algunos comercios, ¿se llegó a manejar la idea de implementar medidas prontas de seguridad?
Lo de los saqueos, desde una visión argentina, lo veían casi inevitable. El día que reabrió el Banco República, por ejemplo, estaba toda la prensa argentina mirando qué iba a pasar, pensando que ocurriría una catástrofe de manadas de gente sacando plata, pero sucedió lo contrario. Lo de los saqueos fue igual: un pequeño foco que no contagió. Eso habla bien de la gente. Fue un reflejo natural de la sociedad uruguaya en su sentido de prudencia y moderación. Sin duda, fue un momento de prueba para el país en todas las dimensiones posibles. Pero el país salió bien. Hoy creo que nadie duda de que se salió lo mejor posible, dentro de lo trágico que fue.
¿La clave de la salida de la crisis fue el famoso préstamo puente de Estados Unidos por 1.500 millones de dólares?
Sin duda, fue una de las claves, porque el tema era el rescate de la confianza. Cuando hay una crisis generalizada de confianza, no hay banco que pueda resistir, ya que, por definición, un banco no puede respaldar todo el dinero que tiene colocado, porque si no, no existe el negocio bancario. O sea que fue fundamental para la generación de la confianza. Y allí fueron importantes quienes estuvieron en la negociación: el delegado permanente allá, que era [Carlos] Steneri, y el embajador [de Uruguay en Estados Unidos, Hugo Fernández Faingold], que tenía muy aceitadas las comunicaciones. Y había, claramente, una predisposición favorable del presidente estadounidense [George W Bush]. Esa se la había ganado Jorge en una cumbre en la que todo el mundo le pegaba a Bush, y de repente Jorge pidió la palabra, salió a defenderlo a muerte, y Bush identificó a un presidente amigo, de un país que no sé cómo estaría en su radar. Pero en ese momento pasó a entender que había un país del profundo sur que representaba una democracia.
¿El 10% de votos que obtuvo el PC en las elecciones de 2004 se explica exclusivamente por la crisis de 2002?
Eso fue determinante, sin ninguna duda. También es evidente que nuestras candidaturas [la fórmula colorada fue Guillermo Stirling y Tabaré Viera] no lograron alcanzar la respuesta popular que hubiéramos podido pensar. Pero se sabe bien que el ingrediente crisis es bastante fuerte y que es muy difícil que un gobierno sobreviva a una crisis tan profunda, con tantas consecuencias.
¿Usted no pensó en ser candidato en 2004?
No. Yo consideraba terminada mi vida electoral. Después retorné al Senado, por la mala situación del partido, y sentí que era un deber estar allí. Pero en esa etapa de mi vida estaba pensando en que mi rol político era escribir, dedicarme a la historia reciente, al debate político, de visión del mundo, y trabajar con las nuevas generaciones. Pero las circunstancias políticas a veces obligan, y como uno es un soldado de la causa, lo mandan al frente de batalla aun sin ganas.
Usted dice que se salió de la crisis de la mejor forma posible, pero si el PC tuvo esa magra votación en 2004, la mayoría de la gente no lo vio así.
Una crisis bancaria no es un tema para la generalidad. Lo entendemos más o menos quienes estamos en el gobierno o cerca del mundo de la economía y las finanzas. La gente sufre las consecuencias y naturalmente siempre responsabiliza al gobierno. Más allá de cualquier circunstancia, eso es así. Hoy, ¿quiénes miran hacia la crisis? ¿La generalidad de la gente? No, sino los que estudian los procesos históricos y económicos; y en ese escenario, el consenso es bastante amplio, aun de los economistas del Frente [Amplio, FA], como [Danilo] Astori, que recuerdo que participó en la presentación del libro de Steneri [Al borde del abismo, de 2011], y dijo cuánto había significado para la estabilidad económica del país el manejo que se hizo de la crisis y haber evitado el default.
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Veinte años después, ¿piensa que la crisis sigue haciendo eco en los problemas del PC?
A partir de allí hay varios temas. Al PC le ha costado la recuperación por muchas circunstancias, algunas de fondo y otras coyunturales. Las coyunturales han estado referidas a la sustitución de la vieja generación. Estuvo el momento [Pedro] Bordaberry y después el fugaz momento [Enesto] Talvi. O sea que fueron dos retiros –de distinta naturaleza y no comparables– que han dificultado esa sustitución. Yo, personalmente, no tendría que estar en la actividad política. Tendría que estar en la otra dimensión en la que también estoy, de escribir y publicar. Segunda cosa: el FA tuvo su momento radical, armado, con los tupamaros –de nefastas consecuencias–, y luego tuvo su respuesta política en un FA al que [Liber] Seregni y luego [Tabaré] Vázquez le dieron un tono de moderación. Seregni, por convicción –era un hombre de formación colorada–, y Vázquez, más por estilo, muy tradicional, nada que ver con lo que era el imaginario de la revolución socialista, no era [Salvador] Allende. No tuvo un intento de reestructuración socialista. Vázquez había dicho que sacudiría las raíces de los árboles, pero no se sacudieron.
Y ahí viene el otro tema: en el FA se instaló una suerte de nostalgia batllista: se mira hacia el primer batllismo, al que hoy se le reconoce un potencial de cambio muy fuerte desde el punto de vista de las transformaciones sociales; entonces, se pretende una especie de retorno congelado de aquel batllismo original. Pero nuestra visión batllista es de una actitud reformista, que es la esencia del batllismo. El Estado tiene que estar constantemente reformándose. Pero el FA se instala en esa nostalgia, pretende una autenticidad, y ahí se produce un solapamiento incuestionable. Está claro que el FA creció a expensas del PC; basta mirar Montevideo y Canelones, que son los electorados más históricos del PC. Esa es la realidad.
El sistema de balotaje tampoco ayuda a que el PC pueda marcar su perfil desmarcándose del Partido Nacional.
Es verdad, el sistema de doble vuelta tiene eso. Cuando lo propusimos [en 1996], porque, a nuestro juicio, la realidad de la demografía del país lo imponía, teníamos claro cuál era el riesgo: al que quedara tercero le iba a ser mucho más difícil sobrevivir, como le pasó al liberalismo en Inglaterra o al liberalismo en Alemania, pero, sin embargo, ambos siguen siendo muy importantes y decisivos.
Ignacio de Posadas, ministro de Economía de la segunda mitad del gobierno de Luis Alberto Lacalle Herrera [1990-1995], ha sido muy crítico de sus dos mandatos, sobre todo del segundo. En varias entrevistas dijo que, en materia económica, usted desaprovechó el segundo período. ¿Qué opinión le merece?
De Posadas es un crítico muy fuerte de todo lo que es batllismo, es un adversario ideológico sustantivamente distinto; es antibatllista por definición. No es que cuestiona mi gobierno, sino todo lo que es batllismo, desde el origen hasta nuestros días.
O sea que no hay cómo arreglar esas diferencias.
No, son visiones ideológicas. Yo las respeto, aunque no las comparto. Es una visión muy opuesta a lo que fue la evolución del país desde el principio del siglo XX. Es una figura intelectualmente sólida, pero está en las antípodas en cuanto a los conceptos de laicidad, República, Estado, etcétera.