En Argentina, la política como deliberación democrática está recuperando espacio desde el 10 de abril, una variante inesperada para un país dominado por la crispación, la violencia institucional que incluye el crimen de Estado y el imperio de esa práctica política elusiva definida como posverdad. En el mismo escenario donde hace poco se ejerció toda la violencia necesaria para forzar el retroceso de derechos, hoy se abre la posibilidad cierta de reponer derechos largamente negados en el campo de la sexualidad y la reproducción. Se debate un proyecto de ley para despenalizar el aborto y regular su práctica como política pública.
En la medida en que se trata de una formulación radical de derechos para grupos sociales hasta ahora carentes de poder, el acontecimiento parece una anomalía respecto de las tendencias dominantes. Por esa razón, aun cuando el resultado de las votaciones permanece incierto, vale la pena analizar las condiciones de posibilidad de este debate, así como celebrar desde ya su ocurrencia. Gracias, Argentina, por un hecho político que oxigena un tiempo de cretinismo vivido y presentado como un destino inevitable.
Según informó el presidente de las comisiones integradas que están recibiendo en audiencia pública a quienes solicitaron hacer uso de la palabra, serán 700 las personas que desfilarán ante legisladores (y cámaras de televisión que trasmiten en vivo) para demandar atención a sus razones. Es suficiente con seguir las sesiones, que se extenderán por semanas, para apreciar una radical recuperación de los sentidos de las instituciones de la democracia. La organización del debate en jornadas alternas entre respaldos y rechazos al proyecto de ley expone universos de sentido irreconciliables: quienes sostienen la necesidad de legislar en base a razones de interés público, y quienes sustentan la pertinencia de leyes para sostener convicciones morales o religiosas. ¿Cómo se zanja semejante abismo? A través de la mediación de la política realizada bajo reglas democráticas, una mediación omitida por décadas, con la consecuencia de dejar librada a su suerte a las más vulneradas. Por eso no asombra que dos palabras reiteradas por defensores del proyecto de ley en las extensas jornadas de debate sean “sorpresa” y “deuda”.
Sorpresa por la irrupción de un debate que se procuró en condiciones políticas aparentemente más propicias y no había encontrado espacio. Deuda porque, como sostuvo una partícipe, “todo lo que la ley no regula explícitamente a favor de los más débiles lo está regulando implícitamente a favor de los más poderosos”. Y así están las mujeres argentinas, hasta ahora, en relación al aborto: expuestas a todo tipo de violencias, y cuanto más vulnerables las personas, mayor el repertorio de violencias posibles.
En el plano programático la deuda quedaría saldada de aprobarse el proyecto de ley tal como fue presentado. Su contenido registra avances significativos con base en la acumulación de experiencia colectiva de los movimientos pro derechos y feministas, en particular la casuística de los países donde existen prácticas institucionales de abortos legales; un paréntesis inevitable es mencionar el orgullo que provoca que nuestro país figure en la argumentación como fuente de experiencia particularmente pertinente por la similitud en las culturas de aborto uruguaya y argentina. En ese plano se recoge la experiencia uruguaya en materia de barreras indirectamente facilitadas por fallos en la legislación, como ocurre con la objeción de conciencia. Entre las innovaciones figura el reconocimiento de derechos de las personas trans.
La sola apertura del debate avanza sustantivamente en reconocimiento de la identidad y los derechos de las personas, porque pasan a tener existencia legítima en el ámbito en el que se toman las decisiones más importantes para la comunidad, un escenario del cual están históricamente omitidas las experiencias vitales de las mujeres y, por lo tanto, también sus consecuencias políticas. Esto conduce a intentar algunas reflexiones sobre la oportunidad del debate y la sorpresa.
La habilitación de este debate por parte del bloque macrista es sorprendente. En especial cuando, como ahora, políticos y partidos están particularmente sensibles a la influencia de los grupos antiderechos sobre los potenciales votantes. Sin embargo está ocurriendo. Seguramente existen razones sutiles que escapan al observador externo, y Argentina tampoco es país para principiantes. Sin embargo, hay un hecho transparente; en relación al aborto este debate fractura la gestión de la política como pura voluntad y pacto de las élites. Basta con observar lo que pasa en el Congreso para comprender que algo importante y de larga duración ocurre allí. Se trata de la ocupación ordenada, contundente e inapelable de ese espacio por parte de representantes múltiples y diversas de un movimiento de centenares de miles de mujeres que se construyó y decantó, se trasvasó generacionalmente, creció y se multiplicó a lo largo de decenas de años. Por el Congreso de la nación argentina desfilan 33 años de encuentros de mujeres argentinas, 13 años de campaña por el aborto legal, seguro y gratuito, y muchas decenas de años de acumulación de experiencia, argumentación, luchas, superación de las negaciones, el insulto y el desprecio. Se trata de un consenso instituido en las calles a lo largo de décadas, y por esa razón el proyecto de ley elaborado por la campaña por el aborto legal, seguro y gratuito fue firmado por legisladores de 11 “bloques parlamentarios” que abarcan prácticamente todo el espectro político. Porque las buenas razones sostenidas por la acción que no cesa durante décadas constituyen una fuerza difícil de negar indefinidamente. Aun en tiempos de pospolítica. Este debate sobre legalización del aborto en Argentina aporta evidencia de vitalidad de la buena política, esa que se hace con razones, inteligencia… y con el cuerpo. Cuerpos con derechos negados y expuestos en cada vida, en las luchas de la calle, y también en el relato de las que serenas y firmes dijeron “yo aborté” mirando a legisladores y cámaras de televisión. Con dignidad, coraje, y también humor. Como Raquel Vivanco, cuando ante la afirmación hecha allí mismo pocas horas antes de que quienes abortan “son borrachas, trolas y piensan con la bombacha”, desarrolló sus minutos de intervención ante la comisión de diputados manteniendo sobre la cabeza su bombacha, como emblema y corona.
Entre las condiciones y efectos del proceso que rodea lo que está ocurriendo estos días en el Congreso argentino no puedo omitir un comentario acerca de la autodefinición de Mauricio Macri como un feminista tardío. No negaré que el primer impulso es salir corriendo. Quien se nombra feminista es el individuo que encabeza el giro reaccionario y criminal que sufre la sociedad argentina, un ser incapaz de expresarse sin simbología, palabra y gesto que subrayan la pertenencia a la clase dominante, racista, sexista, machista. ¿Cómo no rechazarlo? ¿Cómo evitar sentir que se asiste a una apropiación indebida, prepotente y bufonesca? Claro que es así. Sin embargo, vale preguntarse si sólo es eso lo que ocurre. Creo que es evidente que hay más tela para cortar de ese episodio, que ocurre en una hora inédita de expansión de las luchas feministas y por los derechos de las mujeres. Este Macri tardo-feminista no parece fruto de una ocurrencia trasnochada ni de la improvisación, sino otra marca de una tendencia que se testimonia en todos los campos a los que se dirija la atención. Los registros del tiempo feminista aparecen dispersos en la comunicación de masas, el espectáculo, la moda, las series y películas, la literatura contemporánea y un largo etcétera. Como fenómeno cultural de época sólo puedo celebrarlo, aunque contenga expresiones del grotesco, como la que estoy comentando. La palabra de Macri da testimonio, a su modo, de que vivimos tiempos de paros mundiales de mujeres, que tienen en las argentinas una fuerza central. Históricamente las feministas han sido capaces de trazar nuevas demarcaciones de lo inaceptable en materia de dignidad humana, en luchas emancipatorias que arrasan no sólo sus cadenas, sino las de toda la sociedad (sí, tal como reclamaba Marx del proletariado industrial). La bufonada de Macri no valdría un comentario si no hubiera un debate sobre el aborto en el Congreso. Pero hay debate. Porque los feminismos tienen fuerza y capacidad de correr una nueva frontera de lo posible. Esta vez desde el dominio de la pospolítica hacia el ejercicio de la deliberación democrática, en beneficio de la mayor libertad de las mujeres, y para la mejor salud político-cultural de las sociedades.