Para muchos el caso de Rodrigo Arcamone, ahora ex alcalde del Municipio C de Montevideo, no fue una novedad. Entre otros, es un nombre que resuena asociado a la violencia de género. Y no por su militancia contra ella, aunque se saque fotos sonriendo con carteles feministas, sino porque es un varón que ejerce violencia.

Esta causa está creciendo. Es cada vez más una bandera a tomar por mujeres y varones con aspiraciones políticas. Pero hay que tener una postura ética para poder acompañar el feminismo. O por lo menos, que el espejo no te devuelva la imagen contra lo que estás militando.

A veces las causas se abrazan más por rentabilidad social que por pleno convencimiento –y ejercicio– de las mismas. Arcamone demostró su cinismo en cada foto y en cada discurso contra la violencia de género. Incluso tuvo el tupé de ser el alcalde que representó a los gobiernos municipales en el lanzamiento de la agenda del Mes de las Mujeres de la IM.

Esto es un secreto a voces hace años. Algunos sectores del Frente Amplio (FA) no participaron de su campaña en las elecciones municipales porque estaban al tanto de esta situación. Otros sectores y personajes, aunque sabían, lo impulsaron y lo llevaron a ser alcalde. Llegó donde llegó con el apoyo de sus compañeros.

Si bien muchos sabían de este caso, no se tomaron acciones antes porque ante todo se respeta la voluntad y el proceso que hace la mujer que atraviesa la situación de violencia. También por seguridad, porque no somos los que salimos a denunciar los que nos exponemos y nos tenemos que bancar las repercusiones. No es fácil de por sí habitar una situación de violencia de género, menos aún cuando el varón que ejerce la violencia tiene un cargo político. Los que salen a acusar a los que no hablaron antes diciendo que son cómplices repasen lo antes dicho.

La integridad y la seguridad de la mujer es prioridad. Una vez realizada la denuncia, desde la Asesoría para la Igualdad de Género de la IM se asumió el patrocinio legal de la mujer. Se dio conocimiento a las autoridades del gobierno municipal y se realizaron acciones hacia la fuerza política.

Para algunas personas esto fue una sorpresa. Porque es un tipo funcional, que está entre nosotros. Un hijo sano del patriarcado y la demostración de que el “machito progre” existe y se nos ríe en la cara.

Parece que ante todo “compañeros”. El silencio de varios dice mucho. Cuando la voz que no aparece es la de los que suelen tener la palabra, la omisión es aún mayor. Los varones políticos están en silencio. Sólo algunas mujeres políticas salieron a poner la cara. Fueron unas pocas las que se animaron a hacerse cargo de una realidad que les reventó a todos en la cara, y que se veía venir.

Otras veces, peor que el silencio es el respaldo, aunque ya nada sea extraño viniendo de la 711. Ante la presión, no les quedó otra que provocar la renuncia. No esperen reconocimiento por eso, era lo mínimo que podían hacer.

Si el FA tiene un compromiso contra la violencia de género tiene que repensar más de una cosa. Entre otras, debe poder hacer autocrítica, analizar qué procesos fallaron y por qué se eligió el hermetismo y la promoción en su momento.

Nunca faltan los militantes que como estrategia de salvaguarda aprovechan el momento para decir que el FA es el único partido que hizo cosas a favor de las mujeres. Es cierto, pero no alcanza. Porque si lo que se escribe con la mano se borra con el codo de algunos dirigentes estamos en problemas. No se trata sólo de votar buenas leyes, se trata de llevarlas a la práctica –enfática referencia a la ley integral de violencia basada en género– y de ser consecuentes con lo que predican.

Tampoco faltan los de todos los otros partidos, o los reaccionarios sin partido, que aprovechan la ocasión para hacer leña del árbol caído. Aunque den ganas, sería ético no buscar rédito político partidario de un tema tan sensible. Porque acá no se salva ninguno.

Este caso no es el único, ni los varones que ejercen violencia son patrimonio único del FA. Están en todos los partidos políticos. Este episodio tiene que servir para que todos analicen qué van a hacer dentro de sus estructuras con los varones que ejercen violencia de género. Sin suplantar a la Justicia es preciso generar mecanismos dentro de las organizaciones para hacerse cargo de estas realidades. Generar acciones para que puedan abordar su violencia y trabajarla. Y mientras tanto, no promoverlos políticamente.

Esto no es pasar por encima de la presunción de inocencia, porque las penas las determina la Justicia. Tampoco se trata de señalar y criminalizar sin sentido a aquellos que ejercen violencia. Se trata de hacerse cargo de una realidad que mata a una mujer por semana en Uruguay y que es necesario abordar con urgencia. Los representantes políticos no son ajenos. Con esta renuncia esto no se acaba. Hace falta problematizar, que todos los partidos se hagan cargo de la violencia de género, desde el discurso y desde la práctica.