El 24 de junio de 2022 será recordado como el día en que la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos eliminó el derecho constitucional al aborto en todo el país. Lo hizo mediante un fallo conocido como Dobbs vs. Jackson, que dejó sin efecto otro fallo, el histórico Roe vs. Wade, que en 1973 había establecido ese derecho federal sin restricciones durante el primer trimestre de embarazo. Con la decisión de junio, quedó en manos de cada estado la potestad de decidir su propia legislación sobre el aborto. Desde entonces, más de una docena de estados prohibieron o restringieron el acceso a este derecho.
Para la doctora en Ciencia Política, docente e investigadora del Occidental College de Los Ángeles Jennifer Piscopo la aprobación del fallo Dobbs era una “cuestión de tiempo”, en medio de una arremetida contra el aborto que los grupos conservadores impulsan desde hace décadas. La académica estadounidense dijo además que la medida agravó una situación que ya era complicada porque, en muchos estados, las mujeres enfrentaban barreras para interrumpir sus embarazos incluso con Roe vigente.
Piscopo visitó Montevideo para participar de un conversatorio organizado por el Departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República), en el marco del Proyecto Clemente Estable sobre la política del aborto legal en América Latina, financiado por la Agencia Nacional de Investigación e Innovación. Entre actividad y actividad, la investigadora analizó con la diaria la situación actual del aborto en su país, las reacciones políticas y sociales, y los posibles escenarios futuros.
¿En qué contexto se puede enmarcar la embestida contra el aborto en Estados Unidos, que deriva en la reciente sentencia de la Suprema Corte?
Es importante entender que los grupos antiderechos conservadores, en Estados Unidos, son súper estratégicos. Para que un caso llegue a la Suprema Corte, tiene que pasar antes por las cortes locales, las cortes de apelación de los estados y la corte suprema local. Entonces, lo que hacen estos grupos es buscar casos probables a nivel de los estados que van a pasar a través de la corte suprema local con la sentencia necesaria para llamar el interés de la Suprema Corte. Los casos para lograr revocar la sentencia de Roe vs. Wade estaban más o menos listos en las cortes más bajas, esperando el minuto en el que hubiera una mayoría conservadora en la Suprema Corte. Con [el expresidente Donald] Trump se aceleró un poco el proceso, porque nombró tres jueces conservadores. Entonces, la Suprema Corte estaba lista, los casos estaban listos en los niveles más bajos, y escaló muy rápido a partir de eso.
¿Se puede identificar cuándo empezó esta estrategia organizada contra el aborto en Estados Unidos?
La oposición viene desde hace décadas. A fines de los años 70 y principios de los 80 el Partido Republicano empezó a incorporar la oposición al aborto en su plataforma, como estrategia para ganar votos, especialmente los de los movimientos evangélicos y religiosos. A partir de ese momento, los grupos conservadores empezaron a lanzar casos en las cortes para ir restringiendo el derecho al aborto. En 1992 llegó a la Suprema Corte un caso muy importante que fue Planned Parenthood vs. Casey, por el que el estado de Pensilvania tomó la decisión no de restringir el acceso al aborto, porque no podía, pero de poner algunas barreras en el acceso. Algunas de estas restricciones eran el tiempo de espera de 72 horas entre que la mujer va a la consulta y se le practica el aborto; el permiso de los padres si se trataba de menores de 16 o 18 años; o restricciones en el funcionamiento de las clínicas, para que sea más difícil que operen. En este caso, la pregunta con respecto a Pensilvania fue si era constitucional que los estados pusieran reglamentos y restricciones en el acceso al aborto. La decisión de la Suprema Corte en ese momento fue que la reglamentación no iba en contra del derecho constitucional al aborto si el estado tenía el interés de regularlo y no ponía una “barrera pesada” enfrente de las mujeres. Desde la perspectiva feminista, yo diría que un período de espera de 72 horas es una barrera pesada. Pero la interpretación de la corte era que esas barreras no eran tan pesadas para impedir el acceso pleno al aborto, entonces eran permisibles. Fue muy importante porque, con eso, los estados podían pensar en cualquier barrera. A esto se suma que, desde 1976, hay una ley federal que prohíbe el uso de fondos federales para los servicios de aborto. Entonces, todas estas clínicas que proveen abortos dependen de donaciones o de que una mujer pueda pagar.
Desde la derogación de Roe vs. Wade, más de una docena de estados prohibieron o restringieron el acceso al aborto. ¿Qué está pasando hoy ahí?
Hoy hay problemas serios y los estados adoptan posiciones distintas. Yo vengo de California, que es un estado progresista. El día después de Dobbs, el gobernador de California, que es demócrata, anunció que el estado sería un “refugio” para el aborto, y que se brindarían abortos de forma gratuita y legal a todas las mujeres que fueran y lo solicitaran. Eso está muy bien, pero ¿cómo hace una mujer pobre que vive en Texas para llegar a California? Por otra parte, hay muchas mujeres de los estados que comparten frontera con México que están yendo a ese país para acceder a un aborto [en los estados mexicanos donde es legal]. Entonces, las opciones dependen del estado y de la situación económica de la mujer.
Me imagino que vamos a regresar a como era en los años 40 y 50, antes de Roe, cuando había muchos abortos clandestinos; no estoy segura de si ya está pasando o no. El tema es que sólo la mujer que tiene recursos puede acceder a un aborto clandestino. En este momento lo que se busca es que las mujeres que necesitan el aborto viajen a un estado donde sea legal o busquen el aborto con pastillas, que en algunos estados se pueden recibir por correo.
¿Qué estrategias se desplegaron desde las organizaciones de la sociedad civil para contrarrestar los impactos y ayudar a las mujeres a abortar?
Creo que el foco de la sociedad civil, de junio a noviembre, estaba más en las elecciones de mitad de mandato [midterm elections] y en apoyar a candidatos del Partido Demócrata tanto a nivel estatal como federal para buscar retener la mayoría en el Congreso federal y ganar algunas competencias importantes para los congresos locales. Entonces, las donaciones fueron a candidatas y candidatos pro choice. Ese era el foco porque el único cuerpo que puede cambiar la decisión de la Suprema Corte es el Congreso, sancionando una ley. El terror del Partido Demócrata y de las feministas era que, si los republicanos ganaban una mayoría en el Congreso en las midterms, la primera cosa que hubieran hecho sería sancionar una ley federal quitando el derecho al aborto. Finalmente, van a tener mayoría en la cámara baja pero no en el Senado, entonces no van a tener la posibilidad. Es un descansito al menos por dos años. Es posible que ahora sí se esté prestando más atención a las organizaciones que proveen el aborto.
¿Existen mecanismos que puedan revertir de alguna forma la situación?
Técnicamente, el Congreso puede sancionar una ley para garantizar el aborto legal a nivel federal, como en Uruguay o Argentina. Las leyes que se aprueban en el Congreso pueden cambiar decisiones de la Suprema Corte. Si eso pasara, caerían todas las reglas estatales de las que hablamos. Pero, para eso, se necesita mayoría en la cámara baja y en el Senado. Con [el presidente, Joe] Biden, los demócratas tienen mayoría en las dos. Pero hay un problema propio de la idiosincrasia de Estados Unidos, porque hay que afirmar la ley en las dos cámaras, y lo que pasa es que en el Senado hay una regla que se llama filibuster, que permite al partido en minoría la posibilidad de pedir un debate sobre cualquier ley. Cuando pide por el debate, no hay un plazo fijo: se puede debatir por días, por meses, por años. El Senado tiene 100 escaños, entonces la mayoría para aprobar una ley es 51. Pero para romper con el filibuster y avanzar en el voto, se requieren 60 votos. Cuando salió Dobbs, el Partido Demócrata tenía mayoría en la cámara baja y en el Senado, pero la mayoría de 51, por lo que le faltan nueve votos, y no hay ninguna posibilidad de que haya nueve senadores republicanos que rompan con el partido y voten a favor del aborto. Entonces, si ingresa al Senado una ley para garantizar el derecho federal al aborto, seguro que los republicanos, por ser minoría, van a llamar a un filibuster, sabiendo que el Partido Demócrata no tiene los votos suficientes para romperlo, cerrarlo y pasar al voto.
¿Cómo evaluás la reacción del Partido Demócrata en estos meses?
Escribí una nota criticando mucho al Partido Demócrata por una reacción bastante débil en contra de Dobbs. Para ser justa, el partido sabía que no podía hacer nada, porque no tiene 60 votos para romper con el filibuster en el Senado. Entiendo el escenario estratégico para el partido. Pero tampoco hubo una defensa muy fuerte como partido, aunque fuera simbólica, ni salió Biden en una conferencia de prensa diciendo que, desde la perspectiva normativa, no estaba bien. Salieron algunas senadoras como Elizabeth Warren, que dio una conferencia de prensa muy fuerte reflejando por lo menos la rabia de las votantes feministas, o Kirsten Gillibrand, que también salió muy fuerte, o la diputada Alexandria Ocasio-Cortez. Eso está bien, pero ellas no son las líderes del partido en este momento. El líder es Biden y él no dijo nada. Demoró 24 horas después del fallo para sacar una declaración de la Casa Blanca y fue un poco blanda. Eso es problemático.
El tema del aborto marcó las elecciones de noviembre, en algunos casos por estar directamente en las papeletas, y se dice que también pudo haber impulsado a que votaran más mujeres. ¿Qué evaluación hacés sobre el impacto del aborto en estas elecciones?
En las midterms hubo seis estados que en las papeletas incluyeron el aborto. En algunos estados, como en California, era para incluir en la Constitución local la garantía al aborto, y en otros estados era al revés, es decir, para poner una garantía “a la vida”. En los seis estados el voto fue en la dirección proaborto, y eso es muy importante. Y sí salieron a votar las mujeres para proteger el derecho del aborto, y creo que fue producto del discurso sobre el aborto en Estados Unidos después de Dobbs, que se empezó a vincular más a la salud de la mujer. Aparecieron narrativas en los medios nacionales y estatales sobre, por ejemplo, mujeres con un diagnóstico de cáncer que no podían recibir quimioterapia por estar embarazadas. Este tipo de relatos llama mucho la atención de la gente, porque una cosa es estar en contra del aborto y otra cosa es enfrentar la prohibición en tu estado y la posibilidad de que quizás estás en contra del aborto pero nunca habías contemplado una situación médica en la cual buscarías abortar y no podrías. Las feministas van a votar por el aborto siempre, pero quizás hay mujeres que no tienen una idea formada o creen que es una mala idea, y escuchan narrativas sobre cómo prohibirlo en el estado puede incidir en decisiones importantes de la salud y cambia un poco el escenario, entonces salieron a votar más mujeres. Hace poco di una charla en Buenos Aires y describí esto como “un voto feminista sin un movimiento feminista”, es decir, hubo un voto a favor del aborto, pero no hubo movilizaciones masivas en las calles cuando salió el fallo.
¿Considerás que la llegada de Trump a la presidencia, junto con otros hitos paradigmáticos como el #MeToo, que irrumpió en 2017, o ahora la derogación de Roe vs. Wade, revitalizaron el movimiento feminista en Estados Unidos?
Soy un poco más pesimista. Después de los años 70 no hubo una presión de movilización en la calle del movimiento feminista en Estados Unidos. Por ejemplo, en los países de América Latina cada 8M hay una marcha; en Estados Unidos no. Lo que fue súper llamativo de la Marcha de Mujeres después de que asumió Trump en 2016 era que fue la primera marcha nacional organizada de mujeres en décadas. Pero el segundo año, en 2017, hubo un intento de tener otra marcha y fue 10% del tamaño de la primera.
¿Tampoco incidió el #MeToo?
En Estados Unidos el #MeToo nunca logra conquistar a las feministas de base. Me parece que en América Latina, por ejemplo, el #NiUnaMenos es un movimiento feminista en contra de la violencia de género en donde cabe el #MeToo, el acoso sexual en las universidades, el femicidio y la violencia de género en el sentido más amplio; todas esas variaciones de la violencia de género van sumando, desde el mismo movimiento. En Estados Unidos eso no está pasando. No tenemos un movimiento feminista fuerte en contra de la violencia de género. Claro que hay organizaciones feministas trabajando en el tema, pero no tenemos un movimiento de una parte de la sociedad que se levanta en contra de la violencia de género. Con el #MeToo también hubo un momento, pero no logró atraer los otros temas de violencia de género. Apuntaba al acoso sexual contra las mujeres profesionales, más allá de que hubo una discusión en las redes sociales en el momento del #MeToo reivindicando que no eran sólo las actrices y las periodistas que lo sufrían. Pero fue un momento y después desapareció. Ya nadie está hablando del #MeToo. Lo que pasó después de Dobbs fue que, en el primer fin de semana [tras el fallo], se manifestó gente en algunas ciudades, de manera espontánea, y volvieron a casa. Si esto pasara en América Latina, las feministas quemarían cosas, paralizarían el tránsito.
¿Pero te parece que tiene que ver con que, en general, no hay una cultura de salir a manifestarse en las calles? ¿O a qué lo atribuís?
Creo dos cosas. Primero, eso: no tenemos una cultura de manifestación en general. Yo planteo una segunda razón, que es un poco más controversial. Y hay que entender algunas decisiones históricas importantes en el movimiento feminista de Estados Unidos, porque en los años 60 y 70 sí había un movimiento de mujeres que estaba en las calles, que logró Roe vs. Wade, que antes de eso logró el derecho a la anticoncepción, y logró un montón de cambios a nivel federal respecto a la igualdad de las mujeres en el trabajo, en las universidades, la no discriminación en los sueldos, la no discriminación por estar embarazadas. Después, con tantas conquistas, quizás el movimiento no sentía la necesidad de seguir usando la calle. Pero pasó otra cosa que fue la renovación de generaciones. Con la nueva generación de feministas, había una crítica importante de que el movimiento feminista en los años 60 y 70 era liderado por mujeres blancas. Esto no era 100% verdad, porque había figuras negras muy importantes en el movimiento de los años 60 y 70, pero la nueva generación tiene una crítica más fuerte a la exclusión de las mujeres afro y latinas del movimiento feminista de esos años. Eso deriva en que hay una asociación de algunos temas clásicos en Estados Unidos con un “feminismo blanco” y no interseccional. Mis propios alumnos me dicen que el aborto es un tema de las mujeres blancas, que no es un tema interseccional, que claro que no es verdad, pero esa es una percepción de la generación joven, para la que mostrar las credenciales interseccionales y antirracistas es tan importante que a veces hacen una distancia con el feminismo de sus madres y abuelas. Entonces, todos los temas que había planteado el feminismo de los 60 y 70, como el aborto, se asocian a la idea de que no son interseccionales. Eso creo que también impide un poco la movilización en la calle, porque tenemos un voto feminista sin un movimiento feminista. Además, impide alianzas en el movimiento.
La derogación de Roe vs. Wade tiene lugar en un momento en que los feminismos de América Latina están logrando conquistas históricas en materia de aborto, después de años de lucha en las calles. ¿Te parece que las experiencias latinoamericanas pueden servir de guía para las mujeres estadounidenses que hoy luchan por el derecho al aborto?
Ojalá. Creo que hay dos lecciones de América Latina. Recién hablaba de un voto feminista sin un movimiento feminista, y por movimiento feminista me refiero a manifestaciones organizadas, en las calles, como forma de protesta. El problema de tener un voto feminista sin un movimiento feminista es que no todos los derechos se protegen a través de un plebiscito; muchos derechos los van a decidir los congresos de los estados y no van a poner la pregunta en la papeleta para las y los votantes. Entonces, creo que la movilización es muy importante. Ojalá que las mujeres estadounidenses aprendan de las experiencias de América Latina y entiendan que la manifestación en la calle es otra manera muy importante de influir en las decisiones. La segunda lección tiene que ver con la provisión de abortos seguros en contextos clandestinos como forma de resistencia y de protesta. Es otra lección que puede llevarse el movimiento feminista estadounidense de América Latina. Y, al revés, el mensaje para América Latina es que tener el aborto legal no es el fin del camino, y que hay que tener cuidado con la estrategia conservadora de buscar restricciones pequeñas hasta que llegan al punto de la prohibición, porque esa es nuestra historia. El mensaje es que nada es una garantía; hay que seguir luchando.