El Tribunal Superior de Justicia del Estado de México sentenció a 46 años y ocho meses de cárcel a Efrén García por cometer un femicidio en grado de tentativa, nueve años después de que atacó con ácido a Carmen Sánchez, expareja y madre de sus hijas. La decisión es histórica y marca un importante precedente, ya que se trata de la primera vez que un ataque con ácido se condena como intento de femicidio en América Latina.

“Después de nueve largos años, hoy le arrancamos un pedazo de justicia al Estado mexicano”, celebró en su cuenta de Twitter Sánchez, que se ha convertido en una referente para las sobrevivientes de violencia ácida. “Este es un logro de todas las mujeres que han sobrevivido a la violencia química y que, con valentía y amor, han levantado la voz por mí, por ellas y por todas”, agregó.

El 20 de febrero de 2014, García irrumpió en la casa de la madre de Sánchez, donde se encontraba con sus hijas, y le roció la cara y el cuerpo con ácido. Esa fue la última de una serie de violencias sistemáticas que la mujer vivió y que ya había denunciado, pero sin lograr la respuesta, la atención ni la protección del Estado.

El día que García atacó a Sánchez, el agresor ya tenía acumuladas tres denuncias que ella misma había presentado en su contra por violencia familiar, sustracción de menores y violación. De hecho, un año antes de la agresión química, García la había atacado de cuatro puñaladas. El ataque con ácido fue un nuevo intento para lograr su objetivo final, que era matarla.

Tras el ataque, Sánchez estuvo internada durante ocho meses recuperándose de las heridas. Desde entonces, se sometió a 65 cirugías. La última fue esta semana, días después de la sentencia. Así lo contó ella en Twitter, donde aseguró además que, a pesar de que su agresor “va a pasar el resto de su vida en la cárcel por haberme intentado asesinar con ácido, el daño y las afectaciones causadas son irreparables”. En ese marco fue que mencionó las cirugías, “sin contar los innumerables tratamientos dermatológicos, psicológicos y psiquiátricos, terapias físicas de rehabilitación y medicamentos especializados a los que me he sometido y que me acompañarán el resto de mi vida”. A la vez, aclaró que las secuelas no incluyen únicamente “el daño físico y psicológico”, sino también “el daño a mi proyecto de vida y desarrollo personal”.

La batalla que libró Sánchez en los últimos nueve años no fue sólo para buscar justicia en su propio caso, sino también para lograr que los ataques con ácido contra las mujeres en México no sean considerados sólo un delito de lesiones, como ha pasado hasta este precedente, sino como tentativa de femicidio.

La violencia con ácido es una de las formas más extremas de violencia de género. Es una agresión que genera cicatrices físicas irreversibles, que desfigura, mutila, e incluso puede afectar algunas capacidades, como la visión, el habla o la escucha. Además de padecer las secuelas físicas permanentes, las personas que sobreviven a estos ataques generalmente sufren afectaciones en la salud mental de por vida, aislamiento familiar y discriminación social.

Puede además perjudicar su autonomía económica, por las dificultades que se presentan a la hora de volver a conseguir un trabajo y las pérdidas económicas derivadas de largos tratamientos médicos, psicológicos y quirúrgicos, así como procesos judiciales.

En las últimas dos décadas, 28 mujeres fueron víctimas de ataques con ácido en México, según el registro de la Fundación Carmen Sánchez, que brinda acompañamiento psicológico y legal a mujeres sobrevivientes de estas agresiones. En 85% de los casos, el autor intelectual fue un hombre: cinco de ellos eran parejas y 11 exparejas de las víctimas. De acuerdo con la misma organización, en 96% de estos casos no hubo sentencia.