Las mujeres menstruamos una vez por mes durante al menos tres décadas de nuestras vidas, que es más o menos lo que dura el período que va desde la menarca –la primera menstruación– a la menopausia. Es un proceso fisiológico, natural. Sin embargo, todavía es un tema tabú que a muchas personas les genera incomodidad e incluso vergüenza. ¿Cuántos eufemismos existen para llamarla de cualquier forma menos “menstruación”? Esto, a la vez, alimenta mitos y desinformación.

Pero, además, no todas podemos elegir cómo menstruar y eso también marca cómo atravesamos la experiencia. Para quienes no pueden costear los productos de gestión menstrual, por ejemplo, puede llegar a implicar aislarse de los espacios laborales y educativos, además de exponerse al riesgo de tener problemas de salud derivados del uso de alternativas insalubres. Esto vulnera derechos: a la educación y al trabajo, para empezar, pero también a la no discriminación, a la igualdad de género y, por supuesto, a la salud. Por eso es que la Organización Mundial de la Salud pidió el año pasado que la menstruación sea reconocida como un “tema de salud y de derechos humanos” y no sólo “de higiene”.

Desentrañar y dar a conocer qué es la salud menstrual es una de las misiones que asumió Paola Muniz, que es profesora de Biología, educadora sexual y educadora menstrual, esto último tras hacer el diplomado en una escuela de Chile. También es la responsable de “Acá se dice menstruar”, una página de Instagram en donde busca “difundir información sobre el tema”, “generar un espacio con base académica” y lograr “que todas las mujeres y personas que menstrúan puedan tener un vínculo más amigable con la menstruación”, según dijo a la diaria. Para algunas, quizás, esta entrevista sirva de puntapié inicial.

¿A qué le llamamos salud menstrual?

Lo que plantea es el proceso fisiológico de la menstruación, pero entendido en un contexto más amplio. Es entender la menstruación en relación con los determinantes de salud. Pensar: ¿cuál es el contexto socioeconómico que vive esa persona? ¿Accede a los recursos para poder, por ejemplo, comprar las toallitas, los tampones o el producto que sea? En su comunidad, ¿existen todos los productos de gestión menstrual que podrían ser ideales para ella? ¿Qué tipo de información se tiene? Entender también, por ejemplo, cómo lo ambiental afecta el proceso de menstruar y nuestro vínculo con la menstruación. O que, cuando hablamos de higiene menstrual, no se habla de “higiene” porque la menstruación sea sucia, sino porque se necesitan condiciones sanitarias: que haya acceso a agua potable y a baños que sean amigables y tengan condiciones adecuadas para poder cambiarnos una toallita; pensar en los baños en las instituciones educativas y en los trabajos, que muchas veces no tienen una estructura que favorezca que vos puedas ir a cambiarte una toallita –que no haya una papelera, que el lavamanos esté por fuera del espacio del wáter o que el papel higiénico no esté disponible–. La salud menstrual engloba todo eso y también todas las violencias que atraviesan a las personas que menstrúan, el lugar en el que pone a las personas, desde cómo limita cuando tenés que faltar a estudiar porque no tenés para comprarte toallitas o porque sufrís dolores durante tu menstruación y no podés hablar de eso, porque está bien que te duela la panza pero está mal que tengas dolores menstruales. Hay múltiples factores vinculados a este proceso que vivimos las personas que menstruamos que nos vulneran y nos van dejando atrás.

¿Qué implica abordar la salud menstrual con un enfoque de género y de derechos humanos?

Primero, pensar que todas las personas tenemos derecho a poder gestionar nuestra menstruación de la mejor manera que sea para cada individualidad y en cada momento de la vida. Eso implica, por ejemplo, poder acceder a los productos de gestión menstrual, por lo menos a las toallitas y los tampones, y a tener información sobre cómo funciona nuestro cuerpo. Eso también me parece que es una cuestión de derechos humanos: que la limitación económica, educativa o no tener acceso a información de calidad no nos vulnere. Pensar también en qué espacios se dan estas informaciones, porque muchas veces las mujeres tenemos que hacernos cargo de un montón de otras tareas y no podemos ir a los espacios de formación. Pienso en la iniciativa que tuvo la Intendencia de Montevideo [IM] de hacer talleres y entregar kits de gestión menstrual, que me parece que es algo que hay que celebrar, pero pienso en cuántas mujeres realmente van a poder habilitarse a ir a esos espacios a recibir esa información.

¿Por qué la menstruación, algo que inevitablemente atravesamos todas durante la mayor parte de nuestras vidas, sigue siendo un tema tabú?

Me parece que tiene que ver con la estructura patriarcal, que atraviesa todo: el conocimiento científico, la medicina, las relaciones, el lenguaje y todo lo que esté asociado a la mujer, de alguna manera, va a utilizarse para mantenernos en esa situación de inferioridad o de subordinación. Que nosotras podamos empoderarnos, conocer nuestro cuerpo, ganar autonomía corporal y tomar decisiones, de alguna manera, nos permite emanciparnos.

Por lo general, se asume que la menstruación es un tema que forma parte de los programas de Biología o de educación sexual. ¿Por qué es necesario tener educación menstrual específicamente?

Muchas veces se habla de menstruación cuando estás en el liceo, porque específicamente el programa de Biología de tercer año –que ahora es noveno, con la transformación educativa– tiene una unidad que es la de sexualidad y ahí, cuando trabajamos anatomía y fisiología, es que hablamos de menstruación. ¿Qué me pasó a mí y qué les pasa a muchas y muchos de mis colegas? Que lo trabajamos desde un lugar anatómico y fisiológico estrictamente, y creo que eso, más que acercar y hacer comprender realmente el funcionamiento del cuerpo, lo que hace es generar más distancia. Lo que nos permite la educación menstrual a quienes atravesamos la formación es poder entender la menstruación como parte de algo mucho más grande, que es la salud menstrual. Es algo que trasciende estrictamente un proceso biológico, que está atravesado además por las circunstancias en las que vive la persona que menstrúa, y que también se vincula con las demás personas, porque somos seres sociales. La educación menstrual lo que permite es que vos puedas transversalizar el proceso de la menstruación con enfoque de género, las violencias que hay, los motivos por los cuales se oculta. A mí me pasa, por ejemplo, como profesora de Biología, que ya no puedo dar la clásica clase descriptiva y sólo biológica. A veces los chiquilines me dicen: “Profe, ¿por qué estamos hablando de lo social?”. Y, bueno, porque la menstruación te va a generar miedos, angustias, va a determinar cómo te movés en el espacio público, qué ropa decidís utilizar, qué pasa a nivel de la asistencia al liceo, y porque no todas las personas pueden elegir cómo menstruar. También me parece súper importante poder hablar de salud menstrual en un marco de educación sexual. Nuestra formación en educación sexual está atravesada por el enfoque de género y diversidad, pero hay algo que nos faltaba para poder entender lo que es estrictamente la salud menstrual.

¿Por qué es importante educar en menstruación desde que somos niñas?

Primero, para terminar con un montón de miedos, no solamente de esas niñas a las que muchas veces les llega su menarca y no saben qué les pasa, sino también porque en muchas culturas empezar a menstruar implica “convertirse en señorita”, entonces eso también puede exponer al inicio de una vida sexual temprana, a distintas formas de violencia sexual, a embarazos infantiles no planificados o infecciones. Después, para tratar de tener el trato más amigable posible con nuestro propio cuerpo. Pensando en los relatos de adolescentes con las que comparto todo el tiempo y en relatos de otras mujeres, amigas, conocidas, la mayoría vive la menstruación como algo que están deseando que se vaya, que molesta, que muchas veces invalida las actividades del día a día. Entonces, me parece que poder pensarnos desde un lugar saludable nos puede ayudar a tener un mejor vínculo con nosotras y crecer en autoestima.

No es lo mismo gestionar la menstruación en la niñez que hacerlo en la adolescencia, a los 30 años o cuando estás en la perimenopausia. ¿Qué desafíos se plantean en cada etapa de la vida?

En la infancia o en la pubertad, se trata de lidiar con un cambio, con algo nuevo que pasa en el cuerpo, y muchas veces sentir que sigo con un cuerpo de niña, pero a su vez me está pasando algo que me está transicionando a la vida de grande. En la adolescencia y en la adultez, la menstruación está atravesada por el tema reproductivo. Es asociar la menstruación con el aviso de que no hubo un embarazo, con todo lo que eso implica tanto para una mujer que quiere ser mamá como para la que no.

Creo que también hay mucha desinformación en cuanto a qué pasa si yo ciclo naturalmente, entonces se deja de lado toda la capacidad que tengo en el cuerpo para pensar por qué tengo mucha energía en un determinado momento del ciclo –y lo puedo aprovechar para generar proyectos, para la creatividad, estoy más sociable– y por qué hay otros momentos en los que mi energía está más baja, necesito más de cuevita, de refugio, de calma, y entender que no pasa nada, que es parte de la ciclicidad. Deberíamos conocer nuestra ciclicidad para planificar actividades y amigarnos con esos cambios emocionales que muchas veces se estigmatizan. A todas nos han dicho “estás histérica porque estás menstruando”, “estás en esos días, ¿no?”. Pero cuando estás con toda tu energía, y estás muy bien, no te dicen “debés de estar en tu período de ovulación”. Porque no es solamente la menstruación, es entender también lo que nos pasa entre una menstruación y la otra, y conocer un montón de potencialidades que tenemos. Pienso también que muchas veces no entendemos la menstruación como un signo vital. De hecho, hoy en día, se considera como el quinto signo vital, entonces es un indicador de salud: la cantidad que menstruás, cómo es la menstruación, cuánto tiempo dura, cuánto duran tus ciclos; eso muchas veces lo desconocemos, entonces simplemente nos limitamos a usar una aplicación, anotar qué día me viene, qué día se me va, confío en que la aplicación me dice que tal día voy a estar fértil.

Después, cuando nos vamos acercando al fin de la etapa reproductiva, tampoco se habla de eso. Desconocemos que podemos hacernos estudios para saber cómo está nuestra reserva ovárica y la cantidad de folículos, desconocemos que hay estudios para saber si nos estamos acercando a la menopausia o no, desconocemos cuándo es la menopausia. Hay muchas mujeres que no saben que tienen que esperar un año después de la última menstruación para “diagnosticarla”. Por otro lado, están todos los cambios que llegan con el climaterio a nivel corporal, que muchas veces se sabe de los sofocos, de cómo los huesos se empiezan a deteriorar, los cambios de peso, y empiezan un montón de miedos también. Sumado a esto, hay todo un mundo que piensa que, como se llegó al final de la vida reproductiva, también se llegó al final de la vida sexual. Y tampoco hay espacios para poder conversarlo. Me preguntabas antes por qué es importante educar en salud menstrual, y creo que si desde edades tempranas yo recibo información de calidad que me dé autonomía corporal, me permita pensar y entender lo que le pasa a mi cuerpo, y conectar con él, cuando llegue a la etapa de climaterio, voy a vivirla seguramente de una manera mucho más tranquila, más informada y más saludable.

En los últimos años han surgido nuevas alternativas a las clásicas toallitas y tampones, como la bombacha menstrual, la copita, las toallitas de tela. ¿Cuáles son las ventajas y las desventajas de cada artículo? ¿Hay un producto que recomiendes particularmente?

En realidad, cuál es el mejor producto depende de tus necesidades, de lo que puedas pagar, de lo que esté disponible en donde vos vivís, de que lo puedas sostener en el tiempo. En cuanto a los pros y contras de los distintos productos, las toallitas, por ejemplo, son de fácil aprendizaje de uso, porque es colocarlas sobre la ropa interior y listo. El tema es qué tipo de toallita puedo seleccionar. Entonces, ventajas de las reutilizables respecto de las desechables: si son hechas con tela de calidad, son muy buenas y cumplen la función de la toallita clásica e incluso es mejor porque no tienen químicos que se impregnen en la mucosa vaginal y que después puedan generar efectos secundarios a mediano o a largo plazo en el cuerpo. Sin embargo, tengo que poder tener el tiempo para poder lavarlas, no tengo que tener asco ni reparo con la menstruación, tengo que tener más de una porque tengo que cambiarlas, y eso implica una inversión inicialmente un poco más grande. También tengo que tener en cuenta qué productos uso para el lavado, porque muchas veces, si quedan mal enjuagadas, ese jabón también puede impregnarse en mi mucosa vaginal. Sé que me duran hasta dos años aproximadamente si son toallitas de calidad, entonces sé que estoy cuidando el ambiente. Pero ¿qué hago cuando voy al liceo si no tengo un baño que me permita cambiarme mi toallita reutilizable? La toallita desechable es más práctica en ese sentido, pero tiene sustancias químicas que se meten en mi cuerpo y contaminan el ambiente. Los tampones, en relación con la toallita desechable, son más saludables para la piel de la vulva, pero no puedo estar más de seis horas con un tampón puesto en mi vagina porque los químicos penetran en mi cuerpo. Después, me parece que una copa menstrual de calidad, cuando hay asesoramiento de cuál es la mejor para vos, es un producto que tiene sus ventajas porque es una inversión inicial que es mucho más barata que lo que nos sale menstruar anualmente si compráramos toallitas, es amigable con el ambiente y, si el material es de calidad, no me va a generar ningún problema si la esterilizo bien y tomo recaudos como lavarme las manos para colocarla y sacarla. Las bombachas menstruales, que ojalá se empiecen a difundir más, tienen un montón de ventajas si son de calidad, como el tiempo que las podés utilizar –como si fuera una toallita, cuatro horas, dependiendo de la cantidad de sangrado–, y la comodidad de tenerla puesta y que sea como ropa interior. Son una buena opción para las niñas, que a veces no tienen mucha comodidad, y las personas en situación de discapacidad.

En algunos países se han aprobado leyes para combatir la “pobreza menstrual” que genera el alto costo de los productos. En Uruguay se presentaron dos proyectos de ley en este sentido, uno en 2020 y otro la semana pasada. ¿Qué rol te parece que debería tener el Estado para disminuir estas brechas en el acceso a los artículos?

El Estado debería cumplir un rol activo. Pensando en lo que establece la Ley de Salud Sexual y Reproductiva y, por ejemplo, en el acceso que tenemos a la anticoncepción, también podría haber una especie de canasta o de cuponera para que las mujeres y personas que menstrúan puedan acceder por lo menos a las toallitas y a los tampones, y que eso no sea un factor de alejarnos de espacios que son importantes y de crecimiento personal como el educativo. Hubo proyectos en otros países para que se le quite el IVA a los productos de gestión menstrual y que pasen a ser productos de primera necesidad, pero en Uruguay vamos de atrás. Esta iniciativa de la IM de productos ecológicos o amigables con el ambiente está genial, pero tiene que ir acompañada de educación sobre su uso, así como asegurarse de que haya condiciones de vivienda dignas. Además, ahí pensamos en mujeres que tienen por lo menos un mínimo de recursos económicos, pero ¿qué pasa con las mujeres que están en calle? ¿Cómo acceden a estos productos? Entonces, me parece que el Estado sí debería hacerse cargo.

España aprobó una ley que habilitó que las mujeres puedan pedirse el día en el trabajo por una menstruación “dolorosa e incapacitante”. ¿Cuál es tu opinión sobre una iniciativa así?

Sería un buen derecho en salud sexual y reproductiva, porque hay mujeres y personas que menstrúan que lo necesitan, porque sienten mucho dolor. Lo que hay que ver es cómo se justifica ese día, porque tengo que hacer una consulta médica y eso implica también poder disponer de tiempo y de recursos mentales para llamar y decirle al personal de salud: “Necesito que venga el médico de radio a mi casa a certificar que tengo dolor menstrual”. Y el dolor es subjetivo. También es una oportunidad para poder informar que no dependo sólo de tomar un analgésico, porque esa es una solución súper práctica y funcional al mercado; se puede gestionar la menstruación con medicina alternativa de calidad y otras estrategias como, por ejemplo, el calor local o una alimentación que sea antiinflamatoria, que reduzca los dolores y los espasmos a nivel de la zona abdominal y pélvica. Ahí aparece otra vez la responsabilidad del Estado, porque ¿cuántas personas pueden acceder realmente a una alimentación de calidad?

¿Te parece que el auge de los feminismos en los últimos años pudo haber incidido en que se haya podido sacar –al menos un poco– el tema de la menstruación del clóset?

Sí, totalmente. Incluso para mí fue una motivación. Cuando yo empecé a habitar espacios feministas –ahí Sabrina Martínez y su taller Affidamento fueron referentes–, la conexión con mi cuerpo y con un montón de violencias que me atravesaban como mujer, así como encontrarme en el relato de otra, me hizo dar cuenta de que también esto es parte de lo que se tiene que hablar. Muchas veces se habla del placer y de otros temas, pero el activismo menstrual en Uruguay está muy en pañales, aunque ahora hay una ola de iniciativas de mujeres y de colectivos que están intentando construirse para poder empezar a hacer visible y sacar del clóset a la menstruación.