Corría 1976 y Victoria Montenegro, actual legisladora de la Ciudad de Buenos Aires por Unión por la Patria, tenía apenas 13 días cuando un grupo de tareas comandado por el coronel Herman Antonio Tetzlaff irrumpió en su casa y la secuestró junto a sus padres. A partir de ese momento, ellos pasaron a engrosar la lista de desaparecidos durante la dictadura argentina y Victoria fue apropiada por ese coronel, es decir, por el propio victimario de su familia.
Para ocultar su identidad, los apropiadores le cambiaron el nombre y comenzaron a educarla según la ideología del terrorismo de Estado. Pero una vez recuperada la democracia, y tras la larga lucha de Abuelas de Plaza de Mayo y un complejo y contradictorio proceso personal, Victoria pudo recuperar su identidad en 2001. “Tardé siete años en decir mi verdadero nombre y habré estado diez festejando los dos cumpleaños”, recuerda ella ahora al conversar con la diaria en su oficina de la legislatura porteña.
Cuando la charla sigue hacia el contexto social que hoy atraviesan los argentinos y argentinas, el pasado vuelve al presente en sus reflexiones: “Estamos viviendo los momentos más difíciles de nuestra democracia, con un gobierno que maneja niveles de crueldad sólo comparables con la última dictadura cívico-militar, con la diferencia de que ahora el ataque, mediante un modelo económico y represivo, ya no es sólo a la militancia política organizada, sino a todo el pueblo en su conjunto”.
Lejos de quedarse con la tristeza que le genera esa situación, enseguida su esencia, la de la Victoria de antes y la de ahora, la de la hija de desaparecidos y la de la mujer que tuvo la fuerza y la audacia para asumir su desgarradora historia, emerge con la misma convicción y lucidez de siempre: “Hoy las 30.000 personas desaparecidas nos interpelan para pelear por los medicamentos oncológicos, por la comida que se pudre en los galpones, por los jubilados que cobran una miseria, por nuestros adolescentes que quieren vivir su identidad sexual libremente, por todas las políticas criminales que estamos viviendo. Tenemos que resignificar todo eso para volver a traer a los 30.000 a este presente que es de lucha y que es, en definitiva, por el cual ellos y ellas dejaron la vida”.
¿Por qué te parece que Argentina llegó a esta situación?
Antes de Javier Milei tuvimos otro presidente que ya había empezado a correr los límites de la democracia: durante el gobierno de Mauricio Macri, un funcionario de la Ciudad de Buenos Aires puso en duda los 30.000 desaparecidos. Macri lo avaló y así empezaron a avanzar con la impunidad. Trataron de llevar adelante el 2x1 con la intención de que la Corte Suprema beneficie a los genocidas, pero se encontraron con un posicionamiento muy fuerte de la sociedad, que ya venía con un piso construido durante los 12 años de los gobiernos de Néstor [Kirchner] y Cristina [Fernández], en donde además de garantizar derechos también se había conseguido una base de bienestar social. Por eso muchas de esas impunidades en cierta medida no pudieron avanzar, pero a partir de ese momento ya se habían corrido los límites.
Unos años después, Macri perdió las elecciones, asumió Alberto Fernández y vino enseguida la pandemia...
Con la pandemia todo se puso en crisis, especialmente la vida y el sentido de la libertad. Las nuevas herramientas de comunicación se fortalecieron y favorecieron sobre todo a aquellos políticos que ya venían trabajando en eso, como Macri con la creación de los trolls y una agenda política que fue generando una especie de realidad paralela. El gobierno actuó bien, trabajó para que la población tuviera todo lo necesario. Pero en medio de ese contexto de encierro surgieron grupos de ultraderecha con una consigna muy fuerte de una “libertad” que supuestamente no tenían y empezaron a interpelar desde un lugar distinto hasta del sentido común, porque no era que el gobierno o el ministro de Salud nos estaban encerrando, era la forma que la humanidad en su conjunto había encontrado para preservarse. Estos grupos empezaron a poner en discusión el sentido de la vida, de los derechos humanos –a los que llamaban “curros”–, de los derechos de las minorías, de las diversidades, de las mujeres. Y así fueron corriendo los límites de todo, en medio de un escenario muy complejo y de una crisis política interna de nuestro movimiento que también les fue allanando el camino.
¿La derrota del peronismo en las elecciones de 2023 y la falta de conducción del movimiento profundizó aún más esa crisis interna?
Hay una conducción que no se discute, que tiene que ver con lo que significa Cristina para nuestro proyecto. Pero también hay una necesidad de construir un futuro que vuelva a pensar en ese proyecto de país independientemente de las personas. Todavía seguimos creyendo en ese país que soñaron los 30.000 y que tiene como prioridad la construcción de una justicia social verdadera. Hoy saber que siete de cada diez chicos se van a dormir sin comer [según una encuesta de Unicef publicada este año], en un país tan rico como Argentina, tiene que poder interpelarnos no sólo desde la fibra humana, sino también desde lo político. Quienes tenemos la responsabilidad de ejercer lugares de poder debemos cuestionarnos para qué lo hacemos. Hay que formarse, estar dispuestos a enfrentar al poder real para defender los intereses del pueblo, y poder sobrevolar discusiones mínimas que no cambian la vida de la gente, para hacer pie donde sí podemos hacerlo.
¿A quién ves hoy como posible conductor o conductora del movimiento?
Creo que la persona que está más preparada para empezar a reconstruirnos es [el actual gobernador de la provincia de Buenos Aires] Axel Kicillof. Y no lo digo porque él tenga que ser el candidato peronista, sino porque creo que es quien tiene la capacidad, como la tiene Cristina, de poder gestionar no sólo con un gran criterio y responsabilidad, sino también con mucho corazón, que es la contracara de la crueldad que hoy estamos viviendo.
Dentro de los organismos de derechos humanos se está dando un cambio generacional muy importante: las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo están grandes y algunas ya se están yendo. ¿Cómo analizás este momento?
Es difícil de asumir porque, además de todo lo que representan en la lucha por los derechos humanos, las Madres y las Abuelas generaron un cambio de paradigma demasiado grande en la forma de luchar. Hasta los 70 la lucha era armada, pero ellas respondieron a la peor expresión de la violencia construyendo un camino totalmente distinto y cambiaron la historia: armaron las pruebas junto con el Equipo [Argentino] de Antropología Forense para que años después se pudieran utilizar en el primer Juicio a las Juntas. Crearon el Índice de Abuelidad, la fórmula que a partir del material genético establece si hay parentesco entre abuelos y nietos, un descubrimiento de la científica estadounidense Mary-Claire King, que se entera de la búsqueda de las Abuelas y decide ayudarlas. Es muy fuerte, porque en esos encuentros hay incluso una conexión feminista. Después, cuando recuperamos la democracia, impulsaron la creación del Banco Nacional de Datos Genéticos, que aún hoy, con este gobierno, está trabajando para que la sangre de los hijos de las personas apropiadas en dictadura que todavía no quieren o no se animan a conocer su historia pueda encontrarse con la sangre de sus bisabuelos. Y no quiero aburrir, pero hay varias cosas más que ellas lograron y que la mayoría de la gente no sabe.
¿Como cuáles, por ejemplo?
Que todos los niños del mundo hoy tengan derecho a que se respete su identidad es gracias a un artículo argentino conquistado por las Abuelas. El equipo de psicólogos que nos acompañó en el proceso de reconstrucción de la identidad a quienes fuimos apropiados por militares también lo impulsaron ellas, y fue algo pionero en el mundo. De hecho, nosotros ayudamos a organizaciones de España que trabajan con víctimas del franquismo. Todo lo hicieron a partir de un camino de organización y de estrategias muy largo y complejo, que muchas veces empezaba con algo mínimo, como en mi caso, que fue a partir de una fotografía. Y lo hicieron para poder llegar a ese abrazo con sus nietos y nietas. Ahí es donde se puede unir la resistencia de ellas con la de nuestro espacio, porque todo lo que las Madres y Abuelas lograron fue porque tenían un objetivo muy claro: memoria, verdad y justicia. Esa es la premisa que también atravesó desde siempre a nuestro movimiento político.
¿Qué se puede hacer para sostener semejante legado?
Supongo que habrá que construir un camino nuevo, porque nosotros no somos las Abuelas, tenemos otra historia, nos tocaron otras cosas. Conocemos este legado, intentamos estar cerca de los jóvenes para que lo abracen y obviamente vamos a seguir buscando a los nietos que faltan. Pero lo que ellas hicieron es de una potencia y una capacidad de transformación tan grande que a veces es muy difícil sintetizar la profundidad de esa lucha a las nuevas generaciones, para las cuales todo, encima, tiene la inmediatez de las redes sociales. Lo mejor que podemos hacer es mostrarles que, en todo ese camino, el hilo conductor de ellas siempre fue el amor. Que no hace falta ser hijo de desaparecidos para defender la vida, la dignidad de las personas, los derechos humanos. Y también que todo eso ahora está en disputa porque tenemos un gobierno que tiene como definición política desaparecer la memoria. Es el momento de demostrar que tenemos un pueblo que está decidido a defenderla.
“Lo mejor que podemos hacer para sostener el legado de las Abuelas de Plaza de Mayo es mostrarles a los jóvenes que, en todo ese camino, el hilo conductor de ellas siempre fue el amor. Que no hace falta ser hijo de desaparecidos para defender la vida, la dignidad de las personas, los derechos humanos. Y también que todo eso ahora está en disputa”.
Existe un hilo conductor bastante claro entre la lucha antiviolenta de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y la reciente marea feminista que logró hechos históricos en Argentina como la ley de aborto. Sin embargo, hoy hay algunos sectores que consideran que el feminismo tuvo que ver con la llegada de este gobierno al poder. ¿Qué pensás sobre eso?
A mí me resulta una idea muy vergonzosa. Sabemos que, seguramente por cosas que no supimos transmitir bien, muchos jóvenes eligieron a este gobierno. También trabajadores de empresas del Estado o del mismo Conicet [Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas]. Pero si existió un colectivo que no acompañó a Milei y que era perfectamente consciente del peligro que representaba para la sociedad, fueron las mujeres. Y no es que todas seamos feministas, pero en su mayoría no lo apoyamos. Por otro lado, todas las mujeres que conforman este gobierno son particularmente antifeministas. Entonces escuchar a personas de nuestro propio espacio decir que el feminismo tuvo que ver con esto es algo bastante injusto.
¿Por qué te parece que el gobierno quiere hacer desaparecer el feminismo?
El feminismo puso en cuestión bastantes cosas: mucho de lo que hoy se considera “natural”, la idea de que las mujeres nos tenemos que ocupar de la crianza y las tareas del hogar, la discusión sobre el aborto, que no se trata de estar a favor o en contra, sino de no imponerle al otro lo que tiene que hacer con su cuerpo. O mismo el lenguaje inclusivo, que para muchos es una cuestión superficial. Yo, por ejemplo, no lo uso, pero no me molesta que la gente lo haga porque entiendo que es una discusión que suele darse en las nuevas generaciones, que tiene que ver con cómo uno se percibe. Les molestan los movimientos que vienen a replantear y despertar conciencias, sobre todo en la gente más joven que quiere construir un mundo distinto. Porque, en definitiva, la discusión del feminismo es sobre la crueldad y la desigualdad, y justamente quienes hoy nos gobiernan son extremadamente desiguales y crueles. De los crueles no espero más que crueldad, pero de los propios espero a veces discusiones un poco más profundas.