En un contexto regresivo para los derechos de las mujeres en muchos rincones de América Latina, esta semana llegó una buena noticia, una decisión bisagra que marca un antes y un después en la lucha contra la violencia sexual en la región. Seis años después de hacer la denuncia con la que revolucionó a los feminismos de su país y del continente, la actriz argentina Thelma Fardin encontró justicia porque su agresor, Juan Darthés, fue condenado a seis años de cárcel por haberla violado en 2009, en Nicaragua, durante una gira de la serie infantil Patito feo.

Mucha agua pasó por debajo del puente desde el día en el que Thelma decidió hacer pública su historia. Como contrapartida de la ola de denuncias que desató su testimonio y del movimiento global que germinó en ese momento para romper el silencio frente a los abusos sexuales, la actriz soportó infinitos ataques, amenazas y cuestionamientos sobre la credibilidad de su relato, además de enfrentar los obstáculos impuestos por la defensa de Darthés para dilatar el proceso en la Justicia de Brasil.

La periodista argentina especializada en género Luciana Peker fue una pieza clave en todo este trayecto. Ella, que acompañó a la actriz desde el momento en el que decidió denunciar y hacer carne el “no nos callamos más”, recibió la noticia de la condena a miles de kilómetros de Argentina, unos meses después de haber tenido que abandonar su país debido al hostigamiento, las amenazas y la violencia que ella misma enfrentó por contar la historia de Thelma.

En entrevista con la diaria, Peker analizó el impacto que puede tener este fallo no sólo para quienes atraviesan situaciones de violencia sexual, sino también para las periodistas que exponen casos de abusos en nuestra región y que hoy, según dijo, están siendo “perseguidas”. Todo esto mientras el gobierno del presidente argentino Javier Milei arrasa con todas las políticas orientadas a proteger a las víctimas de violencia de género.

¿Por qué este fallo marca un precedente histórico en América Latina?

En primer lugar, porque no responde a una jurisdicción nacional, sino que es un fallo regional, por lo que sienta un precedente jurídicamente en toda la región. Lo central es que por primera vez hay cooperación internacional entre tres ministerios públicos fiscales, que son el de Nicaragua, el de Brasil y el de Argentina, porque hasta ahora sólo había cooperación entre fiscalías en casos de trata o de narcotráfico o crimen organizado, pero nunca en casos de violencia sexual. Entonces, tenemos un movimiento feminista organizado a partir de #NiUnaMenos, de #YoTeCreoHermana, de #SeAcabó, de #Cuéntalo, del #MeToo, del #DenunciaATuCerdo, etcétera, que deriva en que hay una liberación de la palabra en todo el mundo, pero no hay una cooperación legal en todo el mundo. Por otro lado, lo que marca es la reafirmación de que se puede hablar sin ser castigada.

¿Qué mensaje les transmite a las personas que hoy están atravesando situaciones de violencia sexual, en una región con porcentajes tan altos de impunidad en estos delitos?

Me parece que Thelma da un mensaje de esperanza y, en un momento claro de retrocesos de los derechos de las mujeres, la señal de Brasil es muy importante. El momento de retrocesos tiene que ver con lo discursivo, con lo legislativo y con el Poder Ejecutivo. Los proyectos para intentar derogar o modificar la ley de violencia de género en Uruguay, igual que los intentos de derogación de la ley de interrupción voluntaria del embarazo en otros países, aunque no lo consigan, de todas maneras hackean la legitimidad, y sabemos que esto tiene incidencia en el Poder Judicial y en cortar la voluntad de las víctimas. En Argentina no sólo se ha desmantelado el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, sino que también el gobierno acaba de terminar con la Subsecretaría de Protección a la Violencia de Género, bajó 25% del presupuesto para la línea 144 de atención a las víctimas y está prácticamente terminado el programa Acompañar, que era de acompañamiento a las víctimas de violencia de género. Son todos signos para las mujeres de que aguanten la violencia, que no tienen defensa, que no denuncien y que no pidan ayuda.

Por algunos de los casos que conocimos en este tiempo, sabemos que el mensaje de la impunidad es que se callen. Porque, además, lo que vemos no es sólo la impunidad, sino también la demanda contra quienes hablan. Darthés criminalizó a [las actrices argentinas] Anita Co y a Calu Rivero (Dignity); [el conductor argentino] Jey Mammón criminalizó a la víctima que lo demandó. Hay por lo menos cuatro causas muy emblemáticas de criminalización a periodistas por denunciar abuso sexual, que son el caso de Vanesa Restrepo en Colombia, el de Angie Prieto en Paraguay –que por suerte esa sentencia sale bien–, sale bien ahora la de Thelma y salió bien el primer fallo del Tribunal Constitucional [de Colombia] en el caso del cineasta Ciro Guerra contra la periodista Catalina Ruiz-Navarro, diciendo que el periodismo feminista es esencial para la libertad de expresión, aunque faltan dos juicios todavía.

Más allá de cómo se resuelven esas sentencias, ya sólo ser criminalizada por haber publicado notas sobre el tema muestra que no sólo no es gratis, sino que hoy quedás perseguida. Teniendo en cuenta, además, que un porcentaje muy bajo de los casos tiene sentencia, ¿qué pasa si vos contás un caso que no tiene sentencia? Por supuesto que te pueden querellar, porque te dicen que estás diciendo algo que no está confirmado. Entonces, la sentencia judicial es importante ya no sólo para la condena, sino para que podamos escribir las periodistas porque además, si no, no podés publicar o te dicen que estás mintiendo, o te pueden embargar, censurar, correr de la vida profesional. Podemos discutir y ampliar las formas de resolución social de muchos conflictos, pero lo que no podemos [permitir] es que nos vuelvan a silenciar. En ese sentido, esta sentencia es emblemática para poder hablar, para poder denunciar y para que se pueda seguir escribiendo sobre el abuso sexual. En un escenario que no sólo es de impunidad, sino de criminalizar a las que hablan y a quienes cuentan las historias de quienes hablan, es una sentencia que no sólo condena a alguien, sino que les permite a las víctimas seguir hablando, y ese es el mayor mensaje de esperanza.

“La sentencia judicial es importante ya no sólo para la condena, sino para que podamos escribir las periodistas porque además, si no, no podés publicar o te dicen que estás mintiendo, o te pueden embargar, censurar, correr de la vida profesional”.

Te fuiste de Argentina en diciembre por las amenazas y la violencia que recibiste, en gran parte, por contar el caso de Thelma. ¿Cuándo empezó el hostigamiento y qué derivaciones tuvo?

Hay una serie de cosas que se plasman desde antes, porque en el proceso de escribir sobre las madres protectoras o sobre niñas y niños abusados, tuve amenazas de los abusadores o presiones para que me despidieran. Pero el caso de Thelma no sólo es emblemático, sino que además yo soy quien escucha, quien durante muchos meses piensa cuál es la mejor estrategia y quien le dice que necesitábamos judicializar porque, si no, ella iba a ser judicializada como ya Darthés lo había hecho con otras dos víctimas. Entonces, empiezo a recibir llamados e intimidaciones que después escalan a amenazas, y decidimos judicializarlo, primero en la Unidad Fiscal Especializada en Violencia contra las Mujeres. Hay un primer esquema que se llega a dilucidar en la causa judicial, que es que hubo un call center en donde utilizaban a mujeres pobres, sin trabajo, con asignación universal por hijo, para decirnos con nombres falsos distintas informaciones falsas, operaciones con relación a la vida privada y familiar y cosas intimidantes. En principio, la Justicia decide que no era un tema de género porque eran ocho mujeres y un varón, entonces les parecía que una periodista que hace 25 años que cubre violencia sexual, amenazada en un caso de violencia sexual, no era por una cuestión de género porque quienes hacen eso a través de las líneas son mujeres. La Justicia tuvo tres años para hacer un allanamiento y ver quiénes eran los autores intelectuales de esa amenaza y nunca lo hizo, lo cual muestra la desprotección judicial de las víctimas, de las periodistas y mía en este caso. Pero, además, en la Justicia queda demostrado, en un dictamen de julio del año pasado, que hubo una operación orquestada y organizada para amenazarme y amedrentarme.

A su vez, yo escribo una nota a siete años del primer Ni Una Menos, donde pongo que la liberación de las armas aumenta los riesgos para las mujeres. Ahí la Justicia detecta que hay alguien, que yo ya tenía identificado en Instagram porque tenía información secreta de la causa, que me dice “te merecés ser la próxima” en una nota de Infobae que yo posteo que era sobre femicidios. Por lo tanto, me dice que merezco ser la próxima víctima de femicidio, es una amenaza de muerte directa y de alguien interesado en una causa por la que hoy Darthés está condenado a seis años de prisión. Además, en esa amenaza dice que es mejor disparar con armas porque se puede hacer a distancia. Esa persona está identificada, lo hace a través de un teléfono a nombre de Thelma y tiene dirección fiscal en el edificio Alas de la Fuerza Aérea, y por fuentes periodísticas lo que sé es que tiene que ver con personas retiradas de la Fuerza Aérea. Por lo tanto, no estamos hablando de un troll que dice algo machista en la machosfera; estamos hablando de riesgo de vida y de fuerzas organizadas que tienen que ver con lo residual de las dictaduras militares y del Plan Cóndor para frenar las denuncias de abusos sexuales.

Algo que además me parece central en este organigrama es que, a principios de 2019, la periodista de la revista Noticias Giselle Leclercq publica una investigación técnica que hizo para identificar de dónde salían los ataques a Thelma. Descubre que salen de algunas otras personas vinculadas a Thelma y salen de Agustín Laje, que es el ideólogo de lo que Milei llama la “batalla cultural”, uno de los autores de la extrema derecha y asesor presidencial; salen de [el periodista e influencer] El Presto, que es alguien que se sacó una foto con [el dictador Jorge Rafael] Videla; y salen de Francisco Oneto, que es el mayor defensor de abusadores de la Argentina y hoy es el abogado que se presenta en las causas contra Milei. Por esto la ligazón es directa con el actual gobierno y es algo que pone en riesgo la integridad y no garantiza ninguna libertad de expresión, mucho menos en un contexto como el argentino, que es de crisis económica, de persecución a las feministas, de precarización laboral extrema, de que no hay garantías para poder seguir escribiendo.

En este contexto, al que se suma el triunfo electoral de Milei, es que tomás la decisión de irte de tu país.

Lo que pasa es que durante 2023, más allá de saber el resultado electoral, con los componentes de estas situaciones, yo ya sabía que la situación era de mucho riesgo. Incluso podría haber sido ese resultado electoral u otro, porque lo que yo digo es que la violencia no empieza cuando llegan al poder, sino que llegan al poder por haber ejercido violencia. También creo que hubo un silenciamiento muy grande de lo que estábamos diciendo y una falta de acompañamiento en la gravedad de la situación. Hay también no solamente una polarización entre extrema derecha y una parte de la sociedad que no es extrema derecha, sino que incluso gran parte de quienes no son de extrema derecha han demonizado al feminismo y han ya no sólo dejado solas sino desprotegido ante amenazas directas a periodistas que hemos denunciado abusos sexuales. Es un escenario que no es sólo ideológico: cuando estás amenazada directamente por personas ligadas a la presidencia, cuando hay integrantes de fuerzas de seguridad y cuando la amenaza de muerte es directa, no estás hablando de cosas en el aire, sino de organizaciones orquestadas. Frente a eso, la sociedad, los varones, el periodismo tienen que reaccionar de otra manera, porque hoy no se ha accionado para proteger a las mujeres que estaban poniendo el cuerpo y arriesgando la vida para que podamos llegar a una sentencia como esta, para que no haya impunidad en el abuso sexual y para que mujeres y varones puedan seguir hablando cuando son víctimas.

¿Se puede decir que la denuncia de Thelma, que además hace en plena efervescencia de la marea verde en Argentina, también fue utilizada para avivar el backlash o la reacción antifeminista que en 2018 empezaba a crecer?

Habiendo acompañado todo el proceso hasta llegar a la decisión, nunca nos imaginamos que iba a tener la repercusión que tuvo en las mesas, en las familias, en mujeres que habían vivido tantos abusos y que no los habían contado, y una enorme repercusión política y social. Frente a eso, hay una reacción, y el tema es que esa reacción no es sólo de la extrema derecha, es también de partidos de izquierda, partidos progresistas, partidos populares, el peronismo en la conformación de Argentina, y de muchos sectores que quieren que las mujeres se callen y que el periodismo feminista deje de existir o sea castigado.

Una reacción que, como analizás en varios de tus libros, también se traslada cada vez más a los vínculos interpersonales, afectivos, sexoafectivos.

Sí, creo que con [el lesbicidio de tres mujeres en Argentina, del que sobrevivió una, de lo que nos damos cuenta es de que para las mujeres que se salen de la heteronorma hay un castigo que además ahora con la extrema derecha está subiendo. Si te salís de la norma y no te puedo controlar a través del sexo, te castigo. Y si no te salís de la heteronorma, el castigo es el destierro amoroso, que es tal vez el castigo más fuerte y el que veo que más sufrimiento provoca en la mayoría de las mujeres. Yo después de Putita golosa escribí Sexteame y El amor es o se hace, porque veo que hay algo que en el fervor del feminismo las mujeres querían leer, porque sentían que el cuestionamiento iba a ser escuchado. Creo que hoy hay una venganza de los varones contra las mujeres deseantes, que es una venganza que viene de esa interpelación masiva porque quieren seguir abusando y quieren seguir abusando como forma de poder y, si no abusan, no quieren que las mujeres deseen. No quieren sentir placer, sino que quieren conservar el poder, y eso lo veo, lo escucho, lo siento en todos lados, en todas partes y en todas las generaciones. Los varones están rabiosos con las denuncias de abuso sexual, grandes o chicas, y están rabiosos con que las mujeres quieran tener sexo. Y si las mujeres quieren tener sexo y ellos ya saben que hay un costo en el abuso, siento que ahora la práctica más masiva no es poner el cuerpo, sino sacarlo y decir “no quiero”, no te contesto, te ghosteo. Decir “bueno, si vos no querés el sexo como yo lo quiero y cuando yo quiero, no vas a tener sexo, no vas a tener amor”. Veo que esa venganza está quebrando a las mujeres, que no lo soportan, que es un costo demasiado alto, que se les quiebra la salud mental y que es un castigo que hay que revertir, pero que no se va a revertir con más sumisión, sino con más interpelación.

“Uruguay está a tiempo de que no le pase lo que le pasó a Argentina, pero también está a tiempo no sólo de lograr un resultado electoral sino de frenar los discursos de odio contra las mujeres, y eso tiene que ser en plural”.

Un dato que volvió a aparecer esta semana es que, el día después de que Thelma hizo pública su denuncia, se incrementó 123% el número de llamadas al 144, ese mismo servicio que hoy está desmantelando el gobierno de Milei, entre otras políticas orientadas a proteger a víctimas de violencia. ¿Cuáles pueden ser los impactos de estas medidas regresivas?

Para mí hoy es muy importante ver el todo. Probablemente en Uruguay no se apruebe la derogación de la ley de violencia de género, pero es probable que haya menos mujeres que denuncien porque la sola enunciación de esos proyectos va a generar desaliento. En Argentina hay un retroceso que sólo es comparable con un gobierno fascista que odia a las mujeres. Milei dijo en España que no hay que proteger a las mujeres y, si no las protegés de la violencia machista, es imposible que sobrevivan. Por supuesto que se tenían que mejorar las políticas públicas y que las distintas gestiones pueden tener distintas modalidades, pero acá no hay distintas modalidades, sino el desmantelamiento absoluto. El desmantelamiento de quienes atienden la línea telefónica es un “no te vamos a escuchar más”. El desmantelamiento del programa Acompañar es un “estás sola”, en un país en donde, con la crisis económica que hay, no es que la mujer se puede quedar si se va quien es el proveedor del hogar, no es que hay otras redes que pueden acompañarla porque les sobra tiempo o recursos. Es decirles “aguanten”, “vuelvan a ser violadas”, “vuelvan a ser asesinadas”, “no hay quien las acompañe” y “no hay quien las escuche”. Es el retroceso más grande que se pueda vivir.

Me importa que Uruguay sepa que no puede permitir que lleguen estos gobiernos y que, además, a los gobiernos progresistas que lleguen se les tiene que exigir que sigan cumpliendo con la protección a las mujeres víctimas de violencia y que no se puede dejar que ese discurso circule, que hay que contrarrestarlo. Lo que se viene es una tragedia sin igual que implica directamente la apología a la violencia más explícita contra las mujeres y la diversidad sexual. Uruguay es un país que fue vanguardia en muchas políticas, pero muy especialmente en la aprobación en 2012 de la ley de interrupción voluntaria del embarazo, y que entonces es un país central en la idea de que la vida de las mujeres vale. Es un país que fue pionero en las políticas de cuidado y que también nos dejó experiencias de que gobiernos progresistas podían darles la espalda a las mujeres. Entonces me parece muy importante que no se deje avanzar ni a la derecha ni a la extrema derecha que hoy en muchos casos, como vemos en las últimas elecciones europeas, hacen alianzas que ponen en grave riesgo a todas; es muy importante que las mujeres lleguen a lugares de poder, pero también que lleguen para defender a las otras mujeres y a la diversidad sexual. Uruguay está a tiempo de que no le pase lo que le pasó a Argentina, pero también está a tiempo no sólo de lograr un resultado electoral sino de frenar los discursos de odio contra las mujeres, y eso tiene que ser en plural.