Irantzu Varela escribe: “Para cuando sabes que eres una chica, ya no eres capaz de explicar qué es eso”. Así de encorsetadas, adjetivadas, escritas y marcadas por otros estamos desde que nacemos. Pero ser feministas viene a recordarnos que nacemos de tal o cual forma y luego nos hacemos. Y en ese hacer nos podemos reinventar todas las veces que sea necesario, para que vivir no sea sobrevivir.
En la vida de Irantzu hay un origen obrero industrial en Basauri, País Vasco; novios manipuladores violentos; hay consultorías de comunicación alrededor del globo y columnas de opinión escritas o filmadas; hay amigas con las que vive, trabaja o le sacan el celular para que deje de mirar las amenazas en redes sociales o para que deje de tuitear respondiendo a esos ataques, amigas que la sacan de abajo de las mantas cuando está deprimida, con quienes monta un centro cultural o una farra.
La vida de Irantzu puede ser la de muchas de nosotras. Es decir, única. Pero ahora está narrada por ella misma en Lo que quede (Continta me tienes, 2024), presentado en Escaramuza el viernes pasado.
Tres, dos, uno
Este libro “autopornográfico”, como lo definió hace un año en este mismo medio mientras revisaba la prueba de imprenta, está estructurado a partir de las 27 letras del alfabeto. Cada letra tiene tres palabras identificadas con 1, 2 y 3; por ejemplo, en la C: 1. Contar, 2. Chica, 3. Cactus.
“El 1 es como estoy ahora, hasta dónde he llegado, desde qué perspectiva miro [el pasado y el presente]. El 2 son reflexiones, conversaciones que tenemos cada una en nuestra cabeza, con nuestra voz interna, que creo que hacen que te pasen cosas como cuento en el 3, pero que acabes bien, como cuento en cada 1. El 3 son los dolores: capítulos de violencia machista vividos, algunos protagonizados por hombres, muchos protagonizados por el mismo, pero hay un poco de todo”. La transición para llegar al estado de los 1 es el feminismo, afirma Varela.
“Es difícil buscar una estructura para contar algo sobre lo que te ha pasado a ti en diferentes momentos de la vida que, además, a veces quieres contar cómo ha pasado, otras veces cómo lo has vivido y otras quieres contar lo bien que hay que estar para haberlo más o menos cicatrizado, ¿no?”.
Como ella misma matizó durante la presentación, no es un diccionario, es un libro estructurado a partir del abecedario. Es otra vez disputar el orden cisheteronormativo y patriarcal de la definición de algo, y de cómo se define tal o cual cosa, para pasar a que sea un pensamiento situado, mediante una escena o una reflexión en primera persona, desde diferentes perspectivas.
“No quería hacer un libro que, para leerlo, tengas que pillar unas vacaciones. Me parece bien que haya libros así, pero no quería que este fuera un libro que necesitara tanta atención”, dice. Si lo vas a leer salteado, inspirada en la serie Elige tu propia aventura, la autora recomienda leer primeros los 3, luego los 2 y por último los 1. “Si lo hacéis al revés… ¡el bajón! Tenés que recordaros: esta chica está bien”.
Armar un abecedario es –también– armar un poco, cada una, nuestro propio libro: un recorrido por las páginas que es una aventura, que no establece un orden de antemano, que nos propone jugar, elegir –una y otra vez, elegir–, devorarlo en algunas horas o tener que parar y cambiar y volver, y tomar aire porque lo que se cuenta es duro, o nos interpela, o se lo querés leer a una amiga en una juntada o por un audio de Whatsapp, o sacarle una foto y etiquetar a una colega en una historia de Instagram.
Citar es feminista
Rita se sentó en primera fila. Vino de Mercedes para ver y escuchar a Irantzu en vivo. Dice que los programas de El tornillo la formaron tanto como la bibliografía que estudió en la carrera de Trabajo Social de la Universidad de la República. Y que esos videos en Youtube fueron su primer acercamiento a los feminismos.
Cada programa cerraba con Varela leyendo la frase de un/a activista. Cuando esta cita la interpelaba, Rita pausaba el video y anotaba la frase en una página en blanco. Armó un pequeño cuaderno casero, con una tapa de collage, que reunía las citas. Ahí están Las Vulpes, Malcom X, Paul Preciado, Angela Davis. Le mostró este fanzine a Irantzu antes de que empezara la charla. La emoción fue compartida.
El impacto de El tornillo sigue su curso una década después. Se usa como material didáctico en talleres de formación y sensibilización de género; se usa para reírnos de la desgracia de sufrir el patriarcado todavía; se inscribe en la genealogía feminista en castellano. Como una mamushka: Irantzu cita una y otra vez, porque, “como dice [la periodista hispano-argentina] Lucía Lijtmaer, citar es feminista”.
Por eso, cada palabra de Lo que quede tiene un epígrafe: de Virginie Despentes hasta Morfeo en Matrix, de Lope de Vega a Oscar D’León... y le da un aire a esos remates de El tornillo: “Hoy les dejamos con una frase de...”.
“Vuélvelo a leer”
“Esquirol” (carnero, rompehuelgas) es una de las palabras que llaman mi atención. El momento que describe conmueve: en el living del pequeño apartamento hay un sofá en el que la familia se sienta apretujada. De esa casa sale la niña para acompañar a su padre a la asamblea en la fábrica, donde él es delegado sindical y llamarán a huelga. Allí escucha la palabra y, aunque no le explican a fondo el significado, sabe que eso está mal. En esa asamblea, de hombres barbudos y gritones, Irantzu querrá pasar desapercibida. Para eso se sentará como un varón: girará la silla, abrirá sus piernas, apoyará los brazos y la barbilla en el respaldo. Con gesto duro. Para hacerse respetar. Esos días aprenderá también quiénes sostienen el mundo: hijas y esposas parando la olla, cocinando tortillas, vendiendo pinchos, mientras los maridos hacen huelga.
Dice Irantzu que en esa infancia de clase obrera industrial “las condiciones materiales estaban cubiertas”, que no había carencias, pero tampoco había “ni tradición de leer ni dinero para libros”. Ella, que soñaba y jugaba a escribir en la máquina de su tía, sin apretar a fondo las teclas para ahorrar la tinta, lloraba para que le compraran libros y su madre le decía: “Vuélvelo a leer”. Y ella –“menos estar sin leer, cualquier cosa”– leyó La casa de los espíritus tres veces seguidas. La llegada de algún ejemplar de la serie Elige tu propia aventura le permitió tener “cinco libros en uno”. De ahí que Lo que quede permite un saltimbanqueo en la lectura sin perdernos detalle o experiencia alguna. Y nos sorprende, la sal de la vida.
Ellos
“Si miro hacia atrás, todo el dolor que he sentido ha sido culpa de un hombre”, escribe en el capítulo titulado “Dentro”. “No saben muy bien qué hacer –escribe en “Hombres”–, porque me escuchan hablar de los que nos han hecho daño a mí y a las mías y saben que estoy hablando un poco de ellos. Tampoco se atreven a pedir ayuda…”. ¿Qué hacer, entonces, con quienes siguen siendo la mitad de la población mundial?
“Hace un montón que ya no soy pedagógica con los hombres cómodos en la masculinidad”, dice en Escaramuza. “La masculinidad sólo me interesa para hacer bromas sobre destruirla completamente. Hay que destruir la masculinidad. Y la tienen que destruir quienes la performan; nosotras tenemos la posibilidad de ridiculizarla. Esto me encanta. O sea, la mayoría de los comportamientos masculinos aceptados socialmente, si los sacas de contexto, son un ridículo absoluto: en el fútbol –su voz se va poniendo grave–, la proyección de la voz –el público ríe–, es una constante fuente de chistes. Y también quitarles el foco: siento que muchas historias, sobre todo de ficción feminista, eran una respuesta o reacción, como ‘lo que hago yo cuando…’, y tenemos que empezar a performar historias, distopías y fantasías de destrucción absoluta de la masculinidad, donde no están. Como El cuento de la criada, pero bien. Y luego sacarla del centro”.
“La masculinidad es performativa, es discursiva –sigue–. Hay que romper con el discurso supremacista, dañino, ridículo, aburridísimo, castrador emocionalmente que está haciendo daño a absolutamente todos los seres y a quienes la performan también, que son lo que menos me interesan, francamente. Porque la decisión de dejar de performar siempre la tienen. ¿Qué hacer con los hombres? Me la suda. Que se deshagan ellos. Como dice un amigo argentino: ser un hombre feminista es devenir menos hombre y mejor compañero”.
Comer, gozar, amar
Irantzu tenía una caja que se llamaba “Ropa pequeña bonita”, por si algún día volvía a quedarle el talle de esa remera con Frida Kahlo estampada. Regaló la caja. Pero de todas sus banderas de lucha, la de ser gorda es la única que cedería.
Lo reconoce: “Es muy tremendo hacer activismo de algo que, en el fondo, sabes que estás tentada a abandonar. Y también es muy horrible vivir en un mundo que da por supuesto que te pasa algo… pero que no te pasa nada. Y te pasas el rato mostrando que no te pasa nada, pero la gente igual te mira con sospecha. Soy vegetariana, nunca hice tanto deporte, y cuando tener 50 años y pesar 100 kilos no es la explicación, la gente se pregunta ¿cuál es el misterio? ¿Es un trauma, es la tiroides? ¡No me pasa nada! Sales a hacer ejercicio y te gritan ‘¡ánimo!’. O sales de tu casa vestida con un crop top y te gritan ‘¡valiente!’. La opresión es tan ridícula, que es muy difícil combatirla. En principio, no te van a dar una paliza por ser gorda, pero igual te van a joder la vida fingiendo que es por tu bien. Me cuesta mucho hacer un discurso porque el enemigo es imbécil. Me resulta más fácil salir en pelotas en Instagram”.
“Estoy trabajándome lo de que la comida haya sido mi premio, que a eso te acostumbras y comes por no llorar, o para no beber o para no drogarte, pero en el fondo todas somos un poco Gretel –o ET– y caemos en la tentación del camino de chuches”, escribe en “Karamelos”.
Queda lo escrito
A la manera de Emilia Pardo Bazán, Rebeca Lane o Shakira, citadas y bailadas –esa es la revolución que nos interesa, donde perreamos hasta abajo–, “queda lo escrito; todo lo demás no queda”. Varela viene a recordarnos la necesidad del libro propio, de no ser nombradas por otros, sino de poder escribir –en el sentido más polisémico y vital– nuestras historias, nuestras experiencias, nuestras fantasías. A nuestro ritmo y forma, en soledad, con la radio o la tele prendida, en el ómnibus o la oficina, en el bullicio familiar o la ronda de amigas. Pero sin que nadie nos diga cómo: “Tenemos tanto nosotras para contar: de lo que nos ha pasado, de lo que haríamos, de lo que hemos hecho, de lo que tenemos ganas de hacer, de lo que nos hemos inventado. Lo estamos empezando a hacer y eso es profundamente revolucionario”.