El camino no es muy inclinado, pero la vereda de rocas exige algo de atención al pisar. Un exuberante monte serrano, crecido sobre la propia falda del cerro Salamanca, crea el entorno perfecto para el sendero.
Alrededor del camino surgen helechos y líquenes sobre las rocas y la abundante vegetación esconde pájaros que cantan escondiéndose entre las sombras de las ramas. Árboles como el chal-chal, con sus frutos rojos, tembetaríes, coronillas y palmeras pindó elevan sus ramas, que cubren al caminante casi formando un túnel. La variedad de flora de la zona es muy amplia, y existen registros de que hasta allí iban grupos de guaraníes cuando precisaban hierbas medicinales.
Se puede encontrar a la mimosa, una planta sensitiva que, como respuesta defensiva, al ser acariciada cierra o repliega sus hojas ante el roce de los dedos, y se abre nuevamente a los pocos minutos.
No está muy lejos la entrada a la gruta, pero es bueno caminar lento y demorándose para escuchar el canto de algún zorzal o de un cardenal azul, o el coro casi permanente de chicharras que suena desde las ramas más altas. El canto es la forma que los machos usan para atraer a las hembras, que pueden oírlo desde una gran distancia. Lo interesante del ciclo vital de esta especie es que las hembras ponen sus huevos en huecos de troncos de árboles y al nacer las pequeñas ninfas caen al suelo, donde se entierran inmediatamente. Ahí viven alimentándose de raíces y pasan varios años bajo tierra hasta que salen a la superficie y cumplen la metamorfosis, cuando surge entonces el adulto con alas. Los adultos pasarán su vida entre las ramas, alimentándose de la savia de los árboles, que extraen mediante una trompa succionadora, y cantando en coro desde las ramas.
Continuando el camino hacia la gruta, a la derecha surge por momentos una pared rocosa con piedras de enorme tamaño.
Estas rocas generan en forma natural cuevas, grietas y refugios donde zorros, zorrillos, lagartos, buitres, lechuzas y murciélagos se ocultan por un rato o hacen su residencia permanente. Finalmente se llega a la entrada de la cueva principal, muy amplia y con una altura que permite recorrerla de pie en la mayoría de su extensión.
En la propia entrada, nos recibe un corpulento pájaro carpintero campestre, de cabeza y pecho amarillos, que deja sentada con un fuerte grito su protesta por sentirse desalojado del piso de la caverna, donde seguramente buscaba insectos.
Al movernos por la nave central, se observan algunos túneles laterales más pequeños. Al acercarse a ellos se puede escuchar revoloteando a algunos grandes murciélagos. Se trata de vampiros, un tipo específico de murciélago que se alimenta de sangre, por lo que se los conoce como “hematófagos”. Son animales robustos, si se los compara con otros murciélagos que se alimentan de insectos y que a veces se pueden encontrar en algunas zonas de la misma gruta. Los vampiros de Uruguay no representan una amenaza para los humanos, ya que suelen nutrirse de la sangre del ganado doméstico, más fácil de obtener.
En el monte que rodea la caverna viven otras tres o cuatro especies de murciélagos, que prefieren refugiarse en grietas aisladas o en troncos huecos, tal vez asustadas por la presencia de los vampiros, más dominantes y que se juntan en grupos de varios cientos. Una de estas es el moloso común, cuyo rostro hace acordar al de un perro mastín. Esta especie es insectívora y tiene una especial predilección por los escarabajos. Se la ha encontrado en el entorno del cerro, pero no dentro de la gruta principal, aunque también puede agruparse en colonias de cientos de ejemplares.
La caverna es amplia, con muchos rincones y espacio como para dar refugio a varias personas, cosa que seguramente sucedió en tiempos en que charrúas y guaraníes se movían por la zona. En cerros cercanos se han hallado rastros de tallado de piedras y elaboración de herramientas y muchos de los nombres de la zona hacen referencia a mitos y leyendas de las antiguas tribus que dominaron este territorio. También fue habitante de la cueva el legendario matrero Lemos, un gaucho que, después de la guerra de 1904, aparentemente se escondía entre estas rocas mientras cometía asaltos y fechorías en la zona.
El techo de la caverna está atravesado por una grieta de varios metros de largo, por lo que la lluvia y el agua del rocío entran regularmente, generando un clima húmedo en el interior y algunos charcos aislados. Hay galerías secundarias inundadas por la llegada de manantiales internos o filtraciones del exterior, por lo que para recorrerlas es necesario llevar, además de una linterna, botas de goma.
En un rincón donde se acumulaban las gotas, pero aún llegaba algo de luz, encontramos escondida a una rana de las piedras, un anfibio muy frecuente en las zonas rocosas de los cerros. La piel de esta rana es el camuflaje perfecto para confundirse con el entorno rocoso donde se mueve. Durante las horas del día puede dormir y refugiarse en la caverna, y sale a atrapar insectos cuando cae el sol.
Afuera de la caverna principal se han dispuesto algunos bancos de madera, donde uno puede descansar, escuchar a las aves y, con cierta paciencia, ver a algunas en acción moviéndose entre los árboles. Una de las que se encontraban activas era el cardenal azul, muy ocupado en comer las rojas frutas de un chal-chal. Es un ave tímida, que está siempre en movimiento y mirando desconfiada a su alrededor. Come frutas y semillas, pero complementa su dieta con insectos y es típica de los ambientes serranos y los montes de las laderas. Ahí entre las ramas también hace su nido, en forma de taza y hecho con fibras vegetales y líquenes. Se sabe que durante el cortejo el macho brinda, como en una ofrenda, frutas y otros alimentos a la hembra. Después de poner entre tres y cuatro huevos, la hembra se ocupa de la incubación ella sola, pero luego los dos padres comparten la tarea de alimentar a los pichones.
Este es un ambiente muy variado, donde la geografía va cambiando y hay diversas oportunidades para muchos animales en un espacio cercano. En la cima del cerro se posan y anidan los buitres de cabeza roja y entre las piedras toma sol algún lagarto. Bajando por la ladera, el monte tupido abriga pájaros de todo tipo, arañas, comadrejas, y con bastante suerte se puede llegar a ver algún guazubirá. El espacio de llanura entre los cerros es de pradera, con mulitas y martinetas escondiéndose entre los matorrales y algún que otro zorro buscando la oportunidad de un bocado. Lagunitas y arroyos que bajan desde lo alto o cruzan el cerro dan casa a mojarras, ranas y sapos. En muy pocos metros el paisaje se va transformando y diferentes criaturas se instalan, aprovechando cada una las condiciones que les son más favorables.
El visitante tiene la opción de seguir después de la gruta y completar el ascenso al cerro, algo que no es de gran exigencia física, pero requiere atención al seguir el sendero, para buscar el camino más fácil por el que caminar. En la cima, a unos 200 metros de altura, hay una hermosa vista y se puede ver el vuelo de los buitres planeando en sus círculos eternos sobre las rocas. A lo lejos se ven otros cerros y elevaciones que junto con el de Salamanca forman un complejo conocido como “las sierras de Sosa”, una formación de origen volcánico surgida hace varios millones de años.
Desde lo alto también se pueden ver unas cabañas que se han renovado y donde los visitantes se pueden alojar, y que junto a un parador ubicado en la base del cerro ofrece buena comida y descanso, y redondean la oferta turística del lugar.
Llegar a la gruta es bastante sencillo: se puede ir desde Minas y seguir por la ruta 8 hasta el empalme con la 13, que lleva a Aiguá, y luego seguir por unos 12 kilómetros hasta que sale la desviación hacia la izquierda de la ruta.
Es un buen paseo para hacer por el día, y también es posible quedarse en las cabañas y conocer más a fondo, así como recorrer con calma otros senderos por entre los árboles de la ladera. Hay montes tupidos y llenos de vida, gran variedad de fauna y la oportunidad de entregarse un poco al descanso y el afloje que el contacto con la naturaleza puede asegurar. La cueva principal es un lugar ideal para sentarse, ya sea en los bancos de afuera o en las rocas del suelo, y escuchar sin apuro los sonidos de aves, ranas, grillos y las gotas que caen desde el techo. Y tal vez sea interesante pensar que exactamente esos mismos sonidos eran los que escuchaban sentados en el mismo lugar, muchos siglos atrás, grupos de charrúas y guaraníes mientras compartían el alimento o participaban en alguna ceremonia religiosa.