La canoa se balanceaba con lentitud al avanzar sobre el río Tacuarí. No había llovido en unas semanas y la profundidad era poca, así que la embarcación tocaba el fondo cada tanto. La corriente serpenteante, con sus muchas curvas, generaba extensos bancos de arena que invitaban a desembarcar para hacer un descanso y mirar más de cerca el paisaje.
Un bosque tupido, con árboles altos y aspecto selvático, bordeaba las orillas. Entre los guayabos blancos, los sarandíes y los ceibos predominantes, cada tanto se veían las grandes flores amarillas de la uña de gato trepar sobre las ramas. Entre las hojas de un mataojos, unos reflejos dorados anunciaban la presencia de una telaraña. Se trataba de una nephila, la araña de red más grande del país. El cuerpo de las hembras llega a medir unos tres centímetros, sin contar las patas. Tejen una tela muy fuerte, que realmente resiste cuando el viajero termina enredado al cruzarse con ella en un sendero. De hecho, se han hecho pruebas con la tela de esta araña para la elaboración de paracaídas y chalecos antibalas.
Al seguir con la canoa río abajo, en un árbol inclinado sobre la orilla encontramos un martín pescador muy atento a los movimientos bajo el agua. Son aves fascinantes. Apenas ven un reflejo plateado moverse en la corriente, se disparan como una flecha, rompen la superficie con las alas plegadas y salen segundos después con un pez sacudiéndose en el pico. A veces, al igual que lo hace el benteveo, golpean a la presa varias veces contra una rama, para atontarla y que resulte más fácil tragarla entera. Es común que aniden en cuevas excavadas en los barrancos que rodean el río, siempre en zonas de difícil acceso.
El río Tacuarí, nombre guaraní que significa “río de las tacuaras”, nace entre cuchillas en lo alto de Cerro Largo, recorre el departamento hacia el sudeste hasta marcar el límite con Treinta y Tres y desemboca en la laguna Merín, que era nuestro objetivo. Navegarlo puede ser una linda experiencia, aunque en algunos momentos las piedras del fondo y la baja profundidad pueden obligar a los viajeros a dejar los remos y cargar con la canoa hasta alcanzar nuevamente el caudal necesario para volver a navegar.
Al ver que llegar hasta la propia laguna en canoa podía convertirse en una travesía larga y exigente, nos contentamos con dar una vuelta para conocer este río, navegando en el entorno del poblado Plácido Rosas, que está en la ruta 18. Luego decidimos volver al auto y seguir manejando hasta el balneario Lago Merín, un lugar turístico en la orilla misma de la laguna, con casas muy coloridas y una notoria influencia brasileña en la ropa que viste la gente y las comidas de los bares, generosos en baurúes y panchos gigantes con panceta y muzzarella.
Desde allí, bordeando a pie por la orilla de la laguna, se podía llegar al sitio exacto donde el Tacuarí termina su recorrido. Para llegar, había que hacer unos cinco kilómetros de caminata por la arena, y el sol ya estaba alto, lo que suponía un buen esfuerzo.
En ese recorrido se puede ver cómo cambia de a poco el paisaje. Al principio del trayecto dimos con una zona con arena compacta y muchos matorrales, donde se escondían algunos pájaros, y con una gran presencia de mariposas que probablemente estaban poniendo sus huevos en las hojas.
Reptando entre la arena apareció de pronto una culebra parejera, que al sentir la vibración de nuestros pasos sobre el terreno se detuvo en seco, expectante. Era un ejemplar joven, de unos 40 centímetros, que aún no había alcanzado la madurez. Un adulto puede llegar al metro y medio de largo. En este caso, su color era castaño claro, aunque a veces se ven ejemplares de un tono verdoso. Ágiles cazadoras, atrapan arañas, insectos, anfibios y lagartijas, pero se animan también a comer algunas culebras. Después de permanecer unos instantes completamente inmóvil, se lanzó con rapidez hacia unos matorrales, donde desapareció por completo de la vista.
Al retomar la caminata, los arbustos fueron quedando atrás y dieron paso a una zona de dunas más abierta, con menos plantas, entre ellas varios de los grandes cactus cereus, algunos con frutas maduras de color naranja fuerte, en las que se veían las marcas de los recientes picotazos de algún ave.
Al borde mismo del agua se podía ver varias especies de chorlitos recorriendo la vegetación acuática en busca de insectos y gusanos, mientras algún chimango pasaba volando sobre la orilla, probando suerte desde el aire.
Cada tanto un pequeño parche de monte en medio de la arena ofrecía una oportunidad para descansar del calor y reponer energía entre los árboles. Llamaba la atención un pequeño bosque compuesto casi enteramente de ejemplares de tarumán sin espinas, un árbol de tamaño mediano con follaje compacto que da muy buena sombra.
Justo tuvimos la suerte de encontrar algunos ejemplares con frutos oscuros del tamaño de una aceituna, jugosos y de sabor dulce.
Allí, entre las ramas, un churrinche mostraba el pecho rojo, al parecer también recuperándose del calor. Esta es una especie migratoria, que llega a nuestro país en primavera para reproducirse y vuela de nuevo hacia el norte del continente cuando termina la temporada de cría. Este parecía ser un ejemplar joven, nacido este mismo año y ya casi listo para hacer su primer viaje hacia Brasil o América Central.
Después de caminar un buen rato llegamos a la desembocadura, una zona abierta, muy amplia, donde el río genera bañados y zonas de camalotes o juncos, donde varias garzas, espátulas rosadas y algún par de cigüeñas buscaban comida entre la vegetación. Es un lugar silencioso y tranquilo, donde es difícil encontrar otras personas paseando. Sin embargo, gente del lugar cuenta que no es raro que algunas personas lleguen hasta ahí para cazar.
Al caminar por la orilla encontramos algunos caparazones vacíos de los caracoles acuáticos manzana, cuyos huevos rojos se pueden ver muchas veces en tallos de totoras y juncos, y es posible confundirlos con huevos de rana. Muy cerca, junto a unas plantas acuáticas, flotaba una tortuga campanita, reconocible por las líneas negras que se extienden desde la punta de su hocico hacia el cuello, y pasan por el medio de cada ojo. A los lados de la boca, se puede ver unos apéndices que tienen funciones sensoriales. Algunos investigadores mencionan que estas barbillas en los ejemplares jóvenes son una ayuda para cazar, porque sirven como carnada para atraer a algunos peces que las confunden con gusanos y se acercan a la boca de la tortuga. Además de peces, atrapan renacuajos, ranas e insectos, y si bien son buenas cazadoras, en caso de escasez de alimento estas tortugas también pueden comer carroña.
La laguna tiene hermosas playas de arenas limpias y escasa profundidad, muy seguras para bañarse, lo cual la convierte en un lugar ideal para las familias. También es un buen entorno para la pesca deportiva, ya que abundan los peces de buen tamaño, como los pejerreyes, los pintados, las tarariras y los bagres.
Al caminar por la orilla uno tiene la impresión de que está en un escenario inmenso, donde puede pasear por horas casi sin cambios en el paisaje, mirando el oleaje suave causado por el viento, mientras se escuchan los sonidos de las aves que pasan volando en sus rutinas diarias.
La laguna Merín es por lejos la más grande del país, con más de 3.700 kilómetros cuadrados compartidos entre Brasil y Uruguay. Es un lugar con fauna y flora muy ricas, y también una reserva de agua dulce que debe ser protegida. No obstante, por su propio tamaño, es un lugar donde es difícil lograr una protección sostenida y organizada del medioambiente.
En Uruguay, la laguna recorre tres departamentos y su otra mitad está en territorio brasileño, lo que dificulta coordinar políticas de protección entre las diferentes autoridades.
Pero es uno de esos ambientes donde es vital mantener el equilibrio entre la naturaleza, las actividades productivas y el turismo, de manera tal que se pueda disfrutar el lugar sin degradarlo y sin perder la riqueza biológica, a la que le tomó tantos miles de años desarrollarse.