Como una sinfonía o una colección de poesía, este mes Lento se puso nocturna. La noche es oscura y está llena de terrores y también, o por eso mismo, es fermental. La dualidad día/noche nos acompaña desde el inicio de los tiempos —no podemos hacer nada, así es nuestro planeta— y las distintas corrientes teológicas y filosóficas la han convertido en sinónimos del bien y del mal. La noche, claro, es el mal. El mal es más permisivo, genera oportunidades. El espacio nocturno es ir a ciegas, a tientas, o nos obliga a cultivar el artificio. Así, es tierra fértil para el arte, y se convierte en tópico literario. Para salvar su vida, Scheherazade desveló al sultán femicida con mil y un relatos nocturnos. La noche se trata de eso también: contar historias para espantar el miedo. Los fantasmas suelen aparecer de noche, los vampiros solo pueden vivir allí. La noche es metáfora: sirve para hablar de otras cosas.

La titulamos Nocturna (I) porque decidimos que, como otros temas que atravesaron la revista en el último año, la queremos convertir en serie: hay mucho más para decir, para asociar, para imaginar. Para este número pensamos en oficios, atmósferas, animales y, por supuesto, literatura.

En “Onironautas”, Agustina Ramos se metió en el mundo de aquellas personas que tienen sueños lúcidos. Para eso, conversó con estos viajeros y visitó el primer laboratorio de Argentina que estudia estos fenómenos que también son descritos como experiencias místicas. En “Más allá de la oscuridad”, Eurídice Ferrara entrevistó a astrónomos para conocer las últimas investigaciones sobre meteoritos y hacer la pregunta que nos quita el sueño como humanidad: ¿cuánto falta para confirmar que hay vida en otros planetas? Sobre otros desvelos, en “La fauna desvelada”, Salvador Neves se puso a investigar sobre animales que podemos encontrar en las noches montevideanas y escribió un reportaje sorprendente y lleno de datos. El fotógrafo Marcelo Casacuberta nos muestra sus propios universos nocturnos en “Sin tiempo ni distracciones” y el periodista Ricardo Robins nos cuenta la historia de un poeta atravesado por la oscuridad del narco rosarino en “Las caras de la luna son dos”.

Sobre oficios, trabajos y construcción de la noche, publicamos “Tango, whisky y café concert”, un extracto de Camerata: cambiar la música, cambiar el mundo, del periodista de la casa Roberto López Belloso, un libro atrapante, entrañable y necesario para entender la cultura de nuestro país. Otra actividad asociada con la noche es la prostitución, pero el escritor Laureano Debat, que escribió una novela sobre su experiencia conviviendo con dos prostitutas de la clase media, dice que no es tan así en su crónica “Camerinos”.

Y había que ir a panaderías artesanales, esas que nos reciben apenas aclara. Eso hicieron Sofía Pinto Román y el fotógrafo Alessandro Maradei para la crónica “Y con esto y un bizcocho”.

Decía que la noche es también literatura. Y claro, rock. Por eso el periodista y músico Tüssi Dematteis, a quien se extraña, tenía que estar presente en este número. Publicamos su texto “La noche de las otras personas” (recientemente recopilado en el libro póstumo Un hombre curioso) en el que se despacha contra la Noche de la Nostalgia para terminar haciendo un recuento de las propias. Otro convocado fue el escritor chileno Álvaro Bisama, experto en terrores nocturnos, que escribió una crónica sobre Santiago, sus calles y sus fantasmas atravesados por el Estallido. El Tüssi y Bisama no se conocieron, pero seguro habrían sido amigos.

Para terminar, no podíamos dejar afuera “La noche americana”, del poeta y crítico Francisco Álvez Francese, un libro exquisito que mezcla poesía modernista, pintura, historia y paisajes propios, del que publicamos el ensayo “Insomnio”.