Cuando algunos de nosotros comenzamos a estudiar, en un contexto universitario, la literatura latinoamericana y peninsular, la disciplina –“el campo intelectual”, diría Pierre Bourdieu– ya estaba tensionada por distintos tipos de enfoque. Dicho en términos esquemáticos y confesamente maniqueos: por un lado, los que profesaban una atención exclusiva al texto y a las formas, y se interesaban por ponderar el valor de las obras en relación a “la serie literaria”; por otro, los que intentaban “situar” la producción y la creación artística y establecer su valor y su significado en relación a procesos sociales, históricos y culturales mayores (regionales, epocales, materiales) que los sustentan, orientan, alimentan y dan sentido. Si los primeros se ocupaban de “las obras en sí”, los segundos buscaban establecer relaciones entre la literatura (las formas, los discursos), la sociedad y la política.

Puesto que estudié en el extranjero en un departamento en el que primaba este último enfoque, donde se publicaba la revista Ideologías y Literatura, no bien comenzaron las clases, entre los libros que inmediatamente emergieron en el horizonte como de lectura implícitamente obligatoria fueron la Historia social de la literatura española (1978), de Carlos Blanco Aguinaga, Julio Rodríguez Puértolas e Iris Zavala; La cultura del barroco (1975), de José Antonio Maravall; y la Historia de la literatura latinoamericana (1973), de Jean Franco. A través de estos manuales la literatura dejaba de ser una suma o colección de raros objetos bellos y aislados y pasaba a constituir parte de una práctica, una dimensión de la vida social, a la vez resultado y productora de sociedad.

Nacida en 1924 en las cercanías de Manchester (noroeste de Inglaterra) y educada en el King’s College de Londres y en la Universidad de Essex, Jean la Roja Franco se trasladó a Estados Unidos y se desempeñó como profesora en las universidades de Stanford y Columbia. Desde allí jugó un papel protagónico en los estudios literarios latinoamericanos, no sólo por su “perspectiva sociohistórica” (que compartía con un conjunto de otros investigadores y profesores, tales como Edward Palmer Thompson, Raymond Williams, Ángel Rama), sino por sucesivos aportes suyos que provocaron nuevos giros y quiebres en el campo y la disciplina, como su interés por “la perspectiva de género” (que en el caso de América Latina obligaba a articularla con consideraciones geopolíticas, de clase social y étnico-raciales) y consecuentemente por los llamados “estudios culturales”, en la medida en que pretendió sortear el problema de la representación de “los otros” –de los grupos subalternos– a manos de los letrados (de la cultura oficial o “legítima”) e ir en busca de las voces, los discursos y las formas oblicuas, marginadas, desoídas en las que hablan/escriben las otras, en el curso de sus vidas y sus luchas, tema de “Apuntes sobre la crítica feminista y la literatura hispanoamericana” (Hispamérica, 1986) y Plotting Women. Gender and Representation in Mexico (1989). Otros trabajos suyos siempre originales y removedores son Cruzando fronteras (1996), Decadencia y caída de la ciudad letrada (2003), Una modernidad cruel (2016) y Ensayos impertinentes (2014).

En la conferencia que brindó en 2013 (ver este artículo), Franco aporta una imagen de las pasiones, las dificultades, los desafíos y las transformaciones de los estudios literarios en las últimas décadas, al tiempo que relata una travesía personal y ciertamente marcada por su experiencia y perspectiva.

Jean Franco.

Jean Franco.

Foto: s/d de autor