Balance y perspectivas de los progresismos
Avances sociales, reformas estructurales, cambios culturales. Fin de ciclo, derrotas, parates, fracasos puntuales, continuidades. Se puede caracterizar de muchas maneras la suerte de los progresismos de la región en el siglo XXI. El propio término “progresismo” no tiene una definición unívoca, como tampoco es clara su relación con las izquierdas. Este mes, en Dínamo, nos abocaremos a realizar balances del período que sirvan de base a nuevas concepciones y propuestas de transformación social.
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Pedro Brieger es sociólogo y analista internacional, con un destacado trabajo de cobertura en directo de los principales hechos históricos recientes. Dirige el portal de noticias Nodal, es columnista de la cadena de noticias CNN e integra las mañanas de radio de Buenos Aires junto con Eduardo Aliverti en La Red AM, en Marca de radio. Ha publicado más de una decena de libros sobre temas como el conflicto palestino-israelí, la globalización, el neofascismo, las asambleas populares y Al Qaeda.
¿Se puede hablar de fin de ciclo de la izquierda en América Latina?
Me parece que es apresurado hablar de fin de ciclo. Sí es verdad que ha habido un cambio en dos países de la región, Brasil y Argentina. En uno se debió a una ruptura del proceso democrático al destituir a Dilma Rousseff. Hoy en Brasil hay un presidente que no fue electo en las urnas, y hay mucha incertidumbre sobre lo que puede pasar en octubre mientras [el ex presidente Luiz Inácio] Lula [da Silva] siga en prisión. Creo que el cambio más significativo es lo que ocurrió en Argentina. Y, por supuesto, la modificación del contexto interno en Ecuador.
¿Qué aspectos señalarías como principales transformaciones ocurridas en la región en lo que va del siglo XXI?
Creo que hay un continente en disputa. De la misma manera en que no se podía plantear un fin de ciclo de las derechas a comienzo de este siglo, tampoco se puede hablar de fin de ciclo progresista. Está Venezuela, está Bolivia, está Uruguay, incluso Ecuador, con sus limitaciones y sus diferencias. Para mí lo novedoso a nivel regional es que hay una disputa, algo que no existía antes. Antes había una hegemonía muy clara de las derechas latinoamericanas, que se mantuvo durante décadas por los golpes de Estado y las dictaduras. Esta hegemonía de las derechas tuvo pequeñas interrupciones con gobiernos progresistas, como el Chile de [Salvador] Allende, que duró apenas tres años. O el de [João] Goulart en Brasil, que duró dos. Lo novedoso es que en América Latina, ocho de los diez países de habla hispano-portuguesa estaban en manos de gobiernos progresistas en el sentido más amplio de la palabra. Esto sí fue un contexto novedoso para la región.
¿Qué diferencias encontrás entre los procesos de cada país?
Creo que el aspecto central de transformación del siglo XXI tiene que ver justamente con el ascenso de gobiernos progresistas que no estaban dispuestos a subordinarse, en líneas generales –por lo menos en el discurso–, a las políticas de los organismos financieros internacionales. Tuvieron como ejes, a nivel interno, la inclusión y, a nivel regional, la construcción de puentes para contribuir a una mayor integración. Es algo que comenzó con la primera cumbre de presidentes de América del Sur, que se llevó adelante en Brasil durante la presidencia de Fernando Henrique Cardoso y que toma un gran impulso cuando en 2005 se le dice que no al ALCA [Alianza de Libre Comercio para las Américas] y se comienza con la construcción de organismos regionales como la Unión de Naciones Suramericanas [Unasur] y, después, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños [Celac] con Cuba. Creo que eso es lo más novedoso del siglo XXI. Los procesos nacieron diferentes por la historia de cada uno de los países. Uno podría decir que, a diferencia de la década de 1960, cuando muchos movimientos de izquierda latinoamericana, influidos por la Revolución Cubana, intentaron imitar el modelo cubano, la toma del poder mediante la violencia y la formación de organizaciones guerrilleras y seguir el modelo político cubano, cada uno de estos procesos es diferente. Lo que tienen en común es que todos acceden al gobierno por medio de las urnas y participan en el juego democrático respetando la institucionalidad, en algunos casos, como Ecuador, Bolivia y Venezuela, modificándola mediante asambleas constituyentes que tuvieron una gran participación popular.
¿Por qué perduran las experiencias de Bolivia, Venezuela y Uruguay?
Me parece que en el caso de Bolivia y de Venezuela estos procesos se mantienen porque han apelado a los sectores más humildes, más desprotegidos, marginados históricamente, y hay un fuerte proceso de inclusión. El caso de Uruguay es diferente: es un país más de “clase media”, entre comillas, donde no hay estas profundas desigualdades sociales que uno encontraba y todavía encuentra en Bolivia y Venezuela. Creo que el otro factor determinante para Bolivia y Venezuela fue la gran participación popular, no solamente la inclusión social pasiva, sino la inclusión popular.
¿La integración regional avanzó durante este ciclo? ¿Qué sustentabilidad temporal le ves?
Sí, está claro que la integración regional avanzó con la creación de organismos regionales que permitieron la formación de nuevos instrumentos, como el Consejo Sudamericano de Defensa. Por supuesto que los gobiernos de derecha, que no miran los procesos de integración regional con buenos ojos porque prefieren un alineamiento con Estados Unidos y con Europa, están tratando de congelar este proceso, como pasa actualmente en la Unasur. Pero no han eliminado la Unasur ni tampoco la Celac, por tanto, si hablamos de ciclo y de disputas, mientras no se destruyan la Unasur ni la Celac uno puede decir que son parte de un proceso que continúa.