Hace ya unos años, cuando a los comedores escolares iban sólo aquellos niños cuyos padres no podían brindarles una adecuada alimentación y así se lo hacían saber a la dirección escolar, una de mis sobrinas, en ese momento cursando primero de escuela, llevó a cabo el siguiente ardid: habló con la directora y le explicó que mi hermana, su mamá, había decidido que ella debía comer en la escuela. Frente a la negativa de la directora, quien le explicó que debía llevar un papel firmado por sus padres solicitándolo, le respondió que la madre no había tenido tiempo de escribir esa nota, pero que lo haría al día siguiente. Que le había pedido que hablara ella primero, y luego enviaría el papel. Al llegar a su casa, le dijo a su madre, mi hermana, que la directora le había dicho que debía a partir de ese día comer en la escuela. ¿Qué motivaba a mi sobrina a realizar toda esa complicada maniobra, con sólo seis años? El deseo de comer con sus compañeros de clase, de comer todos juntos. Para ella compartir la comida con sus amigos era fundamental. Mi sobrina, con solo seis añitos, entendía claramente qué hay detrás de compartir un plato de comida con los demás compañeros de clase. La importancia de comer juntos.

En estos días ha estado en el tapete la alimentación que se brinda a los niños en las escuelas públicas de nuestro país, sobre todo encarado desde la mirada de su costo. Se la tildó de “gasto” y se aseveró que se “ha gastado demasiado” o se “ha malgastado” en alimentación en los últimos años.

Analicemos brevemente en qué consiste la alimentación que venían recibiendo hasta 2019 los niños que asisten a las escuelas públicas uruguayas y qué importancia tiene dicha alimentación.

Existen diferentes tipos de escuelas públicas en Uruguay: están las que podemos llamar tradicionales, o de horario simple, a las que los niños concurren durante cuatro horas. Existen escuelas de horario extendido, y otras de horario completo, a las que los niños van de 10.00 a 16.00 o de 8.30 a 16.00. El Programa de Alimentación Escolar (PAE), perteneciente al Consejo de Educación Inicial y Primaria (CEIP), es un servicio de larga data en Uruguay: comenzó a principios del siglo XX en escuelas al aire libre y luego se extendió a escuelas rurales y urbanas. Depende jerárquicamente de la dirección general del CEIP. Está conformado por una dirección administrativa/docente, un equipo técnico asesor, una asesora contable, un jefe contable y un área administrativa. Forman parte del equipo técnico 27 licenciados en Nutrición distribuidos en todo el país, un químico asesor y muestreadores. Elabora y define el menú a recibir por los niños, que se procura que sea equilibrado tanto en cantidad como en calidad. En la mayor parte de los casos, ese menú se elabora en el mismo local escolar, por personal capacitado para tal fin; en un número pequeño de casos, fundamentalmente por falta de condiciones en el local escolar, esta elaboración se terceriza pero el menú es el mismo. Los niños pueden recibir distinto número de comidas en la escuela: desayuno; desayuno y almuerzo; almuerzo y merienda; desayuno, almuerzo y merienda; o las cuatro comidas.

Según se lee en la página web del CEIP, el PAE tiene como objetivo “la alimentación, la socialización y la educación integral de los escolares, con el objetivo de lograr una correcta nutrición y adquisición de hábitos relacionados con la alimentación, que influirán positivamente en la salud con proyecciones que perdurarán a lo largo de su vida”. Objetivos que como pediatra comparto plenamente.

En nuestro país, según datos de la Encuesta de Nutrición, Desarrollo Infantil y Salud (ENDIS), que va ya por su tercera ronda y que encuesta a hogares con niños de hasta seis años de edad, 36% de los niños uruguayos tiene un peso para la talla mayor de lo esperado y 12,6% presenta sobrepeso, 5,6% retraso en la talla, 42% de los hogares tiene algún nivel de inseguridad alimentaria y 4,8%, inseguridad alimentaria severa. La encuesta muestra también un consumo menor al recomendado de verduras y legumbres, y un mayor consumo al recomendado de azúcares y panificados. 20% de los niños, cuando tiene sed, consume jugos azucarados. Las colaciones incluyen 60% frutas, 54% lácteos, en tercer lugar panificados. En general, la ingesta diaria suele ser de 130% de los requerimientos calóricos.

Todo esto nos muestra que muchos de nuestros niños no reciben una alimentación adecuada, ni en cantidad ni en calidad de los alimentos ingeridos. Es sabido por cualquier pediatra, por cualquier madre o padre preocupado por la alimentación de los niños, la dificultad de lograr una dieta variada, el consumo de frutas y verduras, sobre todo crudas, por los niños, muchas veces amplificada por dietas poco adecuadas de la familia.

Si analizamos ahora el estudio de Carga de Enfermedad realizado en nuestro país en 2010, este muestra que las enfermedades que más peso tienen son las denominadas “no transmisibles”, es decir, aquellas que no son producidas por agentes infecciosos y tienen una clara relación con los hábitos (alimentación y ejercicio, ingesta de alcohol, tabaco). Como ejemplo de estas encontramos la diabetes tipo 2, la cardiopatía isquémica, la hipertensión, los accidentes cerebrovasculares y los distintos cánceres. La atención de las personas afectadas por estas enfermedades, que conviven muchos años con ellas y que pueden presentar en el transcurso de la vida complicaciones y discapacidad por su causa, requiere un gasto importante para la sociedad en su conjunto, considerando tanto el gasto que implican para el sistema de salud, como para las familias, y el gasto social (incapacidad para trabajar, requerimiento de cobertura de la seguridad social por incapacidad para trabajar, subsidio por enfermedad). Recientes estudios han encontrado una fuerte relación entre el consumo de alimentos ultraprocesados, dietas pobres en fibras, en frutas y verduras, y el aumento en la incidencia de estas enfermedades (razón por la que se considera importante el etiquetado frontal de alimentos, pero eso da para otra nota completa).

Los uruguayos vivimos cada vez un número mayor de años: la esperanza de vida al nacer es de 74,1 años para los hombres y de 81,4 para las mujeres. Somos una sociedad con un número cada vez mayor de adultos mayores. Llegaremos a esa edad con mejor o peor estado de salud, más activos y sanos o más enfermos y dependientes, según cómo hayamos transcurrido cada uno de los ciclos de vida previos. Es decir, la calidad de la nutrición, el ejercicio que hagamos, cómo podamos canalizar nuestras emociones, qué tipo de trabajo desempeñemos y con qué seguridad lo hagamos, en otras palabras, la calidad de vida que tengamos desde el útero materno y en cada uno de los ciclos de vida, serán determinantes de la calidad de vida en nuestra vejez.

A su vez, otra preocupación importante en estos últimos años es la calidad de nuestra educación, y, sobre todo, el desempeño de nuestros jóvenes, sobre todo en el segundo ciclo de enseñanza. Nos preocupa el bajo porcentaje de adolescentes y adultos jóvenes que logran terminar el primer ciclo de secundaria, ni que hablar el bachillerato, con mejoras que se consideran insuficientes aún. Sin querer ser reduccionistas, no debemos olvidar que la alimentación que recibimos desde el momento de la gestación, y sobre todo en los primeros años de vida, es fundamental para el adecuado desarrollo de nuestro cerebro, e influirá en nuestro desempeño como estudiantes. Para aprender, necesitamos un cerebro que se haya desarrollado en las mejores condiciones, y estas son dadas por la calidad de la alimentación que recibe la embarazada y el niño en los primeros años de vida, así como por la posibilidad de crecer y desarrollarse en un hogar continente, con prácticas de crianza seguras y libre de violencia. La adecuada alimentación en la edad escolar y en la adolescencia también juega un rol importante en la capacidad de atender y de aprender. Tomemos en cuenta que desde la última crisis económica, en la que Uruguay registró un importantísimo número de niños por debajo de la línea de pobreza, han pasado 18 años. Muchos de los adolescentes y jóvenes a los que les pedimos hoy éxitos académicos fueron niños mal alimentados en sus primeros años de vida, en cantidad y calidad.

El dinero y el esfuerzo que se destina al Programa de Alimentación Escolar, lejos de ser un gasto, debe considerarse una inversión. Y una inversión de las mejores que puede hacer un país.

Volviendo a la alimentación en la escuela, esta logra cubrir varios aspectos que para nosotros son relevantes:

  • Asegura a una parte importante de los niños de nuestro país el acceso a una alimentación segura y adecuada, tanto en cantidad como en calidad.
  • Educa a los niños que la reciben, y por extensión a las familias que integran, a comer mejor, siguiendo una dieta más balanceada, incorporando muchas veces alimentos poco habituales en la dieta (favoreciendo el consumo de verduras y frutas frescas, legumbres, pescado).
  • Cumple un rol importante en la socialización, así como en la adquisición de hábitos saludables: horarios y regularidad en la alimentación, uso de utensilios, higiene de manos y bucal.
  • Sin duda comer todos juntos, sin distinciones, ayuda a disminuir la fragmentación social y evita estigmatizar a quienes se encuentran en una situación económica más desfavorecida. Es bueno aclarar que muchas veces encontrarse en una situación económica desahogada no implica necesariamente acceder a una alimentación de calidad adecuada. De hecho, si bien se intentó en su momento algo similar con relación a las cantinas y comedores de los centros educativos privados, no se logró regular adecuadamente la alimentación que en ellos se brinda, y el sobrepeso y la alimentación de calidad inadecuada continúa siendo un problema.

Como conclusión, el dinero y el esfuerzo que se destinan al PAE, lejos de ser un gasto, debe considerarse una inversión. Y una inversión de las mejores que puede hacer un país. Invertir en la adecuada alimentación, en calidad y cantidad, de todos los niños, significa, en primer lugar, asegurar el correcto e irrestricto ejercicio del derecho a la alimentación y al cuidado de la salud. En segundo lugar, significa contribuir al adecuado crecimiento y desarrollo de cada uno de ellos, lo que nos asegurará la posibilidad de lograr un mejor desempeño educativo. Lograr un espacio de socialización igualitaria a nivel escolar ayuda a disminuir la fragmentación social, a vernos como iguales, sin otra diferencia que la que pueda sobrevenir de nuestras capacidades y características individuales. Por último, contribuye a generar hábitos de alimentación saludables, y, en conjunto con el ejercicio y el deporte, nos ayudarán a ser una sociedad más sana, y, como yapa, a gastar menos en salud y seguridad social.

Invertir y mantener el PAE, mejorarlo, incluso, y mantener sus características de universalidad (en cuanto incluye a todos los niños que van a la escuela) es una apuesta a una mejor infancia, a un mejor país; es ganar por donde se mire.

Adriana Peveroni es pediatra.