Luego de haber leído la réplica de Chávez a mi réplica a su columna que consideré agraviante, quiero dar cierre a una serie de textos cuya tonalidad no es del agrado de ninguno de los dos y que poco pueden interesar al lector, como Chávez dice bien, con algunas frases que, creo, pueden restituir el diálogo. En este breve intercambio, hemos identificado dos posiciones dialógicamente antagónicas que representan dos sectores de la población que por momentos parecen estar afectadas por un fenómeno actual que he descrito como “la grieta pandémica”. Esa expresión alude a que se ha bloqueado el diálogo y existe un espacio semiótico imposible de atravesar discursivamente. Me refiero a lo que en estos intercambios hemos denominado la “ortodoxia covid” versus la “disidencia covid”.

Me alegra leer en su réplica que lo que fue interpretado por mí como un texto con palabras y frases agraviantes dirigidas a las personas que en su columna son nombradas como integrantes de un grupo de disidentes no estuviera ajustado a lo que fue su intención al escribirlo. Así como es cierto el dicho de que muchas veces en casa de herrero, cuchillo de palo, también es cierto que alguien que se especializa en semiótica puede interpretar un texto de modo equivocado. La teoría de la interpretación de Charles Sanders Peirce a la que adhiero es una teoría falibilista, que considera el error como una parte de todo razonamiento.

Por lo tanto, le quiero asegurar a Chávez que no tengo ninguna intención de difamarlo, y por eso acepto su explicación cuando él escribe: “Esa afirmación es una flagrante mentira, ya que en mi texto incluí ́ un pasaje muy explícito en el que afirmé que, ‘obviamente, no todos los disidentes o críticos de las medidas de confinamiento pueden ser calificados de ultraderechistas’”. Prefiero la expresión “malentendido” a la más ofensiva de “flagrante mentira”, pero aun así me alegra leer una frase que absuelve a algunos disidentes o críticos de las medidas de confinamiento del calificativo de “ultraderechistas”. De todos modos, esa frase deja entrever que algunos de ellos sí podrían ser calificados de ultraderechistas, algo que espero sea también un malentendido de mi parte.

Por ese motivo, entiendo que mi texto debe ser breve, ya que se trata de cerrar una serie de intercambios que consideramos insultantes, y de sustituirlos por la posible y deseable apertura de un diálogo entre sectores de la población que apoyan las medidas sanitarias que están siendo implementadas, y otros sectores de la misma sociedad que nos consideramos disidentes o críticos a estas, como Chávez señala.

Mi interpretación de que frases suyas como “mercaderes de la duda” estaban dirigidas al grupo de personas entre las cuales mi nombre estaba incluido, puede bien haber sido apresurada. Confieso que hasta ahora me cuesta encontrar para esa expresión otra lectura que no sea la de entender que nuestras palabras y actos están orientados por “un afán lucrativo” y por ende despreciable. Sin embargo, ratifico mi afiliación al falibilismo peirceano, es decir, una actitud muy positiva hacia la duda como única forma de avanzar en cualquier tipo de investigación o de diálogo, y creo justo otorgarle a Chávez el beneficio de la duda. Quiero aclarar que lejos está de mi intención el atribuirme a mí mismo una “infalibilidad pontificia”, como él escribió en su reciente columna, sino que, reitero, me considero un ferviente defensor del falibilismo semiótico.

De todos modos, celebro que su intención sea positiva, y me gustaría que al escribir tuviera en cuenta que algunas expresiones suyas pueden ser hirientes para cierto sector de la población que se considera disidente o crítico en relación a la ortodoxia covid, ciudadanos entre los cuales me cuento. Sin embargo, me consta que ni yo ni las demás personas que él nombró somos los únicos que nos ubicamos hoy en ese lugar del pensamiento. En nombre de todas esas personas, porque muchas de ellas no tienen acceso fácil a los medios de comunicación, le solicito a Chávez que utilice expresiones que no arriesguen obturar el diálogo entre los ciudadanos de ambos lados de la grieta covid.

Con la finalidad de no dejar mi reclamo sin fundamentos, voy a dar algunos ejemplos de expresiones que considero que pueden clausurar de modo irreversible la conversación entre dos sectores de la población con puntos de vista dialógicamente opuestos. Una de ellas tiene que ver con una discusión que, seguramente, todos los defensores de la libertad deseamos que sea abierta y franca. Me refiero a la discusión en torno a las polémicas vacunas. Esto es necesario, porque implica que ciertas sustancias podrían ser introducidas en nuestro cuerpo, sustancias que, para bien o para mal, afectarán nuestro metabolismo. Por eso es más necesario que nunca abrir los oídos a la “conversación de la humanidad” entera.

Considero que no contribuye al diálogo utilizar expresiones como “Las falacias que los ‘disidentes’ propagan generan confusión en la sociedad uruguaya. Contrarrestar su propaganda e intentos de desinformación es la única razón que amerita una respuesta a la réplica de Andacht”. Por supuesto, si se emplea ese tipo de expresiones, su rotundo subtítulo –“un debate poco factible”– quedaría justificado. No es posible iniciar un diálogo sobre un tema tan delicado como las vacunas si se presupone que la posición del otro es una “falacia” generadora de “confusión en la sociedad uruguaya”. Si asume que mi posición “es bienintencionada”, entonces él debería considerarme a mí y a las demás personas a las que llama “disidentes” interlocutores válidos y no “propagandistas de falacias”, como él afirma. Escribo esto con un optimismo que se apoya en ciertas expresiones positivas que leí en su texto. Si Chávez no se considera adherente a una postura “debaticida”, a la que yo tampoco adhiero, comencemos a confiar en que el diálogo es factible y falible. Alguien tiene que dar el primer paso. Yo estoy dispuesto a hacerlo, espero que el columnista también lo esté.

Fernando Andacht es doctor en Filosofía.