La olla popular de Ciudad Vieja comenzó, como la mayoría, con la pandemia y no dejó de funcionar tras el cese de la emergencia sanitaria, contó Cecilia Sarasola, referente de la olla, en diálogo con la diaria. Si bien este año la actividad paró durante enero, al retorno notaron que volvió la misma cantidad de personas. A su vez, durante el transcurso de los meses observan una constante: en la primera quincena baja la cantidad de vecinos que se acercan a la olla, pero en la segunda quincena el número vuelve a crecer. “En los últimos meses de 2023, la segunda quincena de cada mes fue monstruosa”, ilustró.
“El año pasado me di cuenta de algo: como se habla de la inseguridad alimentaria, hay mucha gente que entiende que son vecinos y vecinas que de repente no se están alimentando bien o que se compran la cocacola y el celular más caro y por eso no tienen para comer. En realidad no es así: hay gente que está pasando hambre. Es hambre, no es mala alimentación; hay una diferencia grande en ese sentido”, reflexionó Sarasola.
Como ejemplo, mencionó que hay vecinas que, como el dueño de la pensión aumentó el costo de la pieza y “para no quedarse en la calle con los gurises, apretó un poco para poder pagar y, si paga la pensión, no tiene para comer. Así de sencillo”. En esa línea, señaló que con el cierre del Servicio de Orientación, Consulta y Articulación Territorial (Socat) del Ministerio de Desarrollo Social (Mides), algunos vecinos le solicitaban ayuda con algunos trámites y en esas instancias pudo ver en los recibos del Banco de Previsión Social cuánto cobraban: “Entendés que no es que no se están alimentando bien, es que no tienen para comer”.
No se cuentan las porciones, lo que cuenta son las personas
La olla de Ciudad Vieja integra la Red de Ollas del Sur, que incluye 12 ollas y merenderos de Ciudad Vieja, Barrio Sur, Palermo, Goes, la olla 1º de Mayo y una olla en Fernández Crespo y Paysandú. Asimismo, es parte de la Coordinadora Popular y Solidaria, que nuclea las ollas de Montevideo, Salto, Maldonado y Durazno. A través de estas redes se articulan las ollas y merenderos, por ejemplo, para la distribución de donaciones cuando hay excedentes en una de ellas.
En el caso de Ciudad Vieja, la olla funciona en el Museo de las Migraciones, en donde los vecinos del barrio no sólo van a alimentarse, sino que participan en la elaboración de la comida y comparten un tiempo juntos, destacó Sarasola. “Hay un espacio súper amplio, ponemos una mesa muy larga en el medio [...] y a las cuatro o cinco de la tarde viene muchísima gente a pelar y picar, además de que luego se lleva la comida. Ponemos una jarra para calentar agua, compramos café, alguna vecina trae unos bizcochos…”, comentó.
“Lo que hacemos es compartir numeritos para tener un orden a la hora de sentarnos, porque básicamente la gente tiene hambre y se generan conflictos. Nos organizamos un poco de esa forma y los talonarios tienen 100 números”, explicó la referente barrial, y agregó que sobre finales de 2023 debían abrir otro talonario, porque uno no era suficiente.
Consultada sobre la cantidad de porciones que entrega la olla por día, Sarasola respondió: “100 personas”. “Siempre explicamos que la cantidad de personas no se corresponde con la cantidad de porciones, porque un pibe que anda acá a la vuelta, que está cuidando coches y de repente no hizo la moneda en el día –aparte de que la gran mayoría tiene consumo de problemático de drogas–, cuando llega a la olla, no come una sola porción. Lo mismo pasa con la vecina que deja a los gurises en la pensión, y tiene cinco o seis gurises a cargo. No es ella: es ella más las porciones de los chiquilines, y siempre cuando hay niños intentamos que vaya un poquito más o un poquito más de fruta o de pan”, destacó. También agregó que el merendero Los Bóvedas les traslada el excedente de leche del fin de semana para compartir con las madres que van a la olla.
Sarasola fue enfática en que “para mucha gente es la única comida del día” la que reciben en la olla, a la que también se acercan personas en situación de calle que no pudieron ingresar al refugio del Mides por la noche y, por lo tanto, no tienen prevista una comida para más tarde, entonces se quedan hasta el final para recibir una vianda de lo que sobró.
“No sé si alguna vez Lema tuvo noción de lo que es sentarse a compartir con los vecinos”
A diferencia de otras ollas populares, desde el inicio en 2020 la de Ciudad Vieja se sostiene con donaciones de vecinos, sindicatos y pequeños comerciantes de la zona y nunca recibió la “seudo colaboración que hubo del Mides, que después la quitó”, indicó Sarasola. “Veíamos como algo absolutamente absurdo y contradictorio que las personas estuvieran pasando necesidades tan tangibles y que el Estado, en vez de hacerse responsable, nos diera migajas a los vecinos que estábamos haciéndonos cargo de esto voluntaria y solidariamente”, manifestó la referente de la olla.
En diciembre de 2023 el Mides informó que había entregado 6.600 viandas diarias por medio de su Plan de Alimentación Territorial (PAT) desde que comenzara a funcionar a mediados de año, luego de que Lema resolviera no renovar los vínculos con la ONG Uruguay Adelante y la Coordinadora Popular y Solidaria, debido a supuestas irregularidades. El ministro sostuvo que el PAT “contempla las necesidades nutricionales y de acceso de quienes más necesitan” y que implicó un gasto “superior a los 400 millones de pesos”. En tanto, el director del Instituto Nacional de Alimentación (INDA), Ignacio Elgue, dijo a la diaria que entre el PAT y el Sistema Nacional de Comedores el INDA llegó a entregar 9.000 comidas diarias en diciembre.
Según Sarasola, en la olla de Ciudad Vieja no notan el impacto del programa: “La gente a la olla sigue viniendo”. “La mayoría de los que van al comedor [del INDA] después igual vienen a la olla porque no les alcanza”, comentó, y agregó: “Sabemos por otras redes de ollas que están en la coordinadora que, en barrios donde sí están los puestos de comida congelada, te mandan la foto de lo que les dan y entendés por qué la gente sigue yendo a la olla”. Para Sarasola, resulta obvio que los vecinos prefieran compartir un plato de guiso caliente en las ollas antes que “una bolsa cuyo contenido, a simple vista, no distinguís bien lo que es, más que por el cartelito que tiene afuera”.
“Es compartir con los vecinos a nivel humano y comunitario como tenemos nosotros, algo que los funcionarios del Mides no están teniendo, y que no sé si alguna vez Lema tuvo noción de lo que es sentarse a compartir con los vecinos”, concluyó.
La evolución de las ollas
Para Sarasola, proyectar el futuro de la olla “viene siendo una tarea bien compleja año a año”. No obstante, las ollas de Montevideo vislumbran que son necesarios otros espacios y, de hecho, ya los están creando; por ejemplo, talleres de formación laboral y apoyo escolar, emprendimientos de venta de comida y costura, así como la presentación a los fondos del Plan ABC de la Intendencia de Montevideo.
“En un momento nos preguntamos hasta dónde vamos a ir y cuáles son las necesidades reales, que es que la gente necesita laburar y tener su ingreso para poder, primero, comer y después, comer lo que tenga ganas y pagarse su techo, que es a lo que todos deberíamos tener derecho”, expresó Sarasola.
La pobreza, la desigualdad y la inseguridad alimentaria
A pesar de que la economía creció 0,4% en 2023, la pobreza en personas se mantuvo estable con relación a 2022, pero creció 1,3 puntos porcentuales respecto de 2019. En términos anuales la pobreza fue 10,1%, lo que implica que 348.000 personas se encuentran por debajo de la línea de pobreza.
En el caso de los niños menores de seis años, la incidencia de la pobreza es de 20,1% y, si bien mantuvo estadísticamente los niveles del año anterior, creció 3,1 puntos porcentuales respecto de 2019.
Asimismo, según el Informe nacional de prevalencia de inseguridad alimentaria en hogares de 2023, 19,9% de los hogares con niños menores de seis años vive inseguridad alimentaria moderada o grave. Por lo tanto, uno de cada cinco niños en Uruguay es pobre y vive inseguridad alimentaria moderada o grave.
La desigualdad también aumentó: el índice de Gini, indicador en el que 1 representa el mayor grado de desigualdad, pasó de 0,389 a 0,394. Si bien el cambio anual está dentro del margen de error, el indicador creció 1,1 puntos porcentuales respecto de 2019.