Antes de llegar a la Fortaleza del Cerro en Montevideo, al costado del camino, 38 familias no tienen acceso al agua potable. 121 personas se trasladan, algunas de ellas más de 200 metros, con botellas y bidones, hasta la única canilla de un tanque de OSE cercano a las casas. De 61 niños y adolescentes que recorren ese trayecto, diez están en nivel de riesgo por bajo peso, y el resto sufre enfermedades varias. Les duele el cuerpo por cargar el agua. Los días de frío, cuando llueve mucho y las casas se inundan, tienen que quedarse todo el tiempo arriba de la cama. La calle del asentamiento ahora tiene nombre: se llama Gambia.
El año pasado, Katterine Fontes acarreaba bidones con ocho meses de embarazo. Hoy muestra orgullosa a su bebé, en brazos de su padre. Con las últimas lluvias, la familia de Katterine tuvo que evacuarse y durmieron en el centro comunal. “Mucha gente no se quiere evacuar, pero el agua que se desborda es impresionante”, explica. Además, el agua “te trae bicherío”: comadrejas, ratas, víboras, alacranes y arañas grandes. También puebla los pisos de las casas, bajo las tablas, de gusanos pequeños.
Hoy Katterine es secretaria de la comisión vecinal El Milagro, que se creó el 26 de mayo de este año. Una de las primeras acciones fue realizar un censo de las personas que viven en el asentamiento. Estar todos juntos hace el camino menos duro. El dolor se dejó a un costado, dice Katterine, y todo “tiene un poco más de sentido” después de la reunión que tuvieron el 7 de junio con la Intendencia de Montevideo (IM). Les prometieron que para la Navidad de 2020 las familias estarán realojadas. Todavía no saben el lugar, pero eso es lo de menos.
“Estamos finalizando el proceso de compra de un terreno en la zona del Cerro. En breve estamos escriturando el predio con el propietario, el expediente salió del Tribunal de Cuentas sin observaciones y ya volvió a la Intendencia”, informó a la diaria el director de Tierras y Hábitat de la IM, Andrés Passadore. Aún no le han dicho a los vecinos dónde estará ubicado el terreno, “pero es muy cerquita de la zona donde están viviendo”, para que puedan seguir manteniendo las redes familiares, sociales, educativas y laborales, explicó el jerarca. El realojo beneficiará a todas las familias del asentamiento. El ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente está en proceso de contratación de una empresa que hará las obras, que se estima que durarán un año.
Las viviendas otorgadas por el Estado se adaptarán a las necesidades de las diferentes familias, pero los beneficiarios deberán participar haciendo la vereda de su casa; les han dicho que recibirán una capacitación para hacer baldosas y otra de UTE sobre conocimientos básicos de electrificación.
“Eso lo vamos negociando con los vecinos, identificando cuáles son los trabajos que ellos pueden aportar en el proceso de construcción de la vivienda. Lejos estamos de pensar que sea la autoconstrucción total, pero siempre hay algún aporte importante. Por ejemplo, elaborar losetas en una planta y luego colocar las losetas, que sirven de vereda, en el nuevo conjunto habitacional”, explicó Passadore.
Ahora se inicia un largo proceso de reuniones de la comisión vecinal con el equipo técnico de la IM, y de proyectos para mejorar el asentamiento hasta que se haga el traslado. Hay cuatro casas que están en peligro de derrumbe y en estos días llegaban los materiales para repararlas. La comisión entregó además un proyecto de alumbrado y otro para la instalación de una canilla adicional en la parte del fondo del barrio.
“Lo más importante a rescatar es que el barrio se organizó en torno a la relocalización, generaron una comisión de mujeres que son re trabajadoras y están súper organizadas, y eso es importante incluso para nosotros, para trabajar el proceso de realojo”, dice Passadore. “Nos organizamos y se pudo”, resume Paola Sosa, presidenta de la comisión.
La imaginación alivia. Ya se ven allí. “Sentarte calentita en una cama, sentarte en un buen living a mirar una buena peli”, “que los gurises estén calentitos”, dice Katterine. Estos días, con temperaturas cercanas a cero, en el asentamiento se duerme con la ropa puesta. “No tener que mover los muebles por las goteras, no tener que estar tapando agujeros por el viento”, complementa Jorge Nudo, vocero de la comisión. “Tener una vida, no preocuparte”, agrega.
Blanca López, tesorera de la comisión, pide “una mesada, por Dios, un lugar donde fregar los platos”. “Lavar pisos, por Dios, que los últimos pisos que lavé fueron en mi trabajo. Tener tu casa, tu techo, tus paredes, tu patio, un lugar digno”, dice.
Katterine sueña con festejar los cumpleaños de sus hijos. Ellos no quieren celebrar ahora porque les da vergüenza llevar a sus amigos a su casa. “Es algo triste para ellos”, explica Paola. Cuando los realojen harán “un centro comunal para hacer cumples”, asegura Blanca. “Ellos piensan que van a poder tener fiestas, hacer pijamadas”, cuenta Katterine.
Con la mudanza, piensan, habrá más posibilidades de trabajo. Ahora, muchos tienen que declarar direcciones falsas para poder conseguir empleo. “Capaz que tenemos marcado ‘delincuente’ en la frente, no sé”, cuestiona Paola.
Ahora el horizonte y el camino hacia allí se llenó de imágenes. La comisión proyecta hacer un galpón a la entrada del asentamiento que funcione como merendero para los niños y niñas, y como lugar para reuniones barriales.
Ahora el futuro sucede en cada frase. El agua torrente, la que humedece y destruye, el agua insalubre y triste, la que paraliza, se convertirá en el agua que limpia, que cura, que reconforta, que alimenta. En el sustento de siempre, de vida y sueños.