Lo que Putin no está entendiendo es que él en este momento está colaborando más que nadie en la historia con la consolidación de una identidad ucraniana opuesta a la rusa.
Es curioso, pensándolo así, que algunas mujeres se quejen porque la marcha feminista se politizó, como si pudiera no ser política una manifestación de disconformidad tan rotunda, tan masiva.
“La virulencia de la cultura de la violación y la expansión de la violencia feminicida reactiva nuestro estado de alerta. Ellas, las que nos faltan, tienen nuestros nombres, el de la vecina, el de nuestras hermanas y madres. El duelo está presente permanentemente. Denunciamos las violencias y despojos más extremos, al tiempo que sabemos que las transformaciones más radicales están en curso, horadando las piedras”.
La izquierda debe reconocer que el trabajo doméstico es un área entera de explotación que queda totalmente oculta, pero que sin embargo contribuye a que el sistema continúe reproduciéndose.
Cada día es más difícil obtener información útil. El mercado de la comunicación –tal como fue siendo modulado– reclama mensajes fugaces, conmovedores, sintéticos, y evita lo que conduce a la reflexión.
Frente a la idea de que en términos económicos estamos ante un crecimiento en V, nosotros lo vemos como un crecimiento en forma de letra K: mientras que el PIB y las exportaciones crecen, los salarios y las jubilaciones decrecen.
No es una exageración decir que cada nuevo escombro en las ciudades de Ucrania sepultará aún más la utopía de multilateralismo con la que soñaron algunos de los constructores de las Naciones Unidas.
El destino de Ucrania es una advertencia para los países débiles que anden solos por el mundo. Rusia no duda en intervenir y, más allá de mucha retórica, no hay tropas occidentales asistiendo a los ucranianos.
Se trata de conformar una estrategia integral que sepa combinar un conjunto de intervenciones y que pueda encarar adecuadamente la prevención, la disuasión y la represión de todos los comportamientos delictivos.