Como una coreografía irrepetible, anoche comenzó el Festival Internacional de Danza Contemporánea de Uruguay (FIDCU), afirmando la misión de volver a meditar las problemáticas y los aciertos que exponen las artes escénicas y su gestión, desde un estado de encuentro. La séptima edición se inauguró con un brindis en la sala Hugo Balzo, del Auditorio Nacional del SODRE, e inmediatamente prosiguió con Mux, proyecto montevideano de música experimental que intercala melodías pop con artefactos electrónicos. Una primera presentación dispuesta a expandir el baile, una provocación que invita a reflexionar sobre la decisión –poco librada al azar– de estrenar con una banda local. El festival irá hasta el 13 de mayo, con una gran cantidad de obras y actividades gratuitas, y su programación completa se puede encontrar en www.fidcu.com.

Cómo seguir la trama

El FIDCU se plantea como un modelo de gestión colaborativo que alterna, desde la autonomía, apoyos estatales que hacen viable la sustentabilidad del encuentro. Existe una red afectiva que sostiene el empuje del festival y que ha acompañado varios procesos artísticos culturales que ubican a la comunidad de la danza como uno de los sectores con mayor organización y capacidad de autogestión en el desarrollo de las artes escénicas contemporáneas uruguayas. La creación de la división Danza Contemporánea del SODRE, el nacimiento del profesorado de danza, la concreción de la Licenciatura en Danza Contemporánea en la Universidad de la República y la instrumentación de un Plan Nacional de Danza son ejemplos concretos de sucesos relevantes y modificaciones contextuales que el festival reconoce.

“Nos preguntamos nuevamente qué festival queríamos hacer y en qué situación está la comunidad de la danza, que es muy distinta de la de los comienzos del FIDCU, porque en estos siete años han ido cambiando el estado, la situación, el contexto, las posibilidades y los espacios de trabajo para la danza. Eso supone que haya más demanda y necesidades, pero implica un compromiso mayor de quienes estamos trabajando en esto”, plantea Vera Garat, directora general y curadora del FIDCU junto con Paula Giuria.

Artista invita artista

Como gesto curatorial, Giuria y Garat debutan con una nueva modalidad en el recorrido del FIDCU: invitan a artistas de la edición 2017 para debatir y consensuar sobre la elección de una parte de la programación nacional. Adriana Belbussi, Florencia Martinelli, Carolina Guerra, Julieta Malaneschii, Lucía Bidegain y Luciana Bindritsch deliberaron hasta trazar una cartografía de las obras que consideraron posibles para la ocasión.

“Hicimos algunos movimientos curatoriales. Nos interesa preguntarnos cómo programar, qué pasa con la inclusión, si es posible programar sin excluir. Qué relación podemos establecer de aperturas hacia otras miradas, lenguajes y estéticas. Del encuentro surgieron varios puntos de vista y temas que atraviesan la curaduría”, indica Garat.

“Entiendo esto como una acción desjerarquizante de los espacios que históricamente se pueden asociar con la concentración de poder en un festival: la curaduría. A esta decisión la organización del FIDCU la puede haber llevado adelante por diferentes razones, que desconozco, pero su efecto es político, y considero que nos acerca a modos de producir y gestionar que son mucho más alegres, teniendo en cuenta que la alienación emocional y mental en que vivimos hoy en día es tan fuerte y por eso es tan difícil hacer cosas juntas”, señaló Guerra durante el proceso curatorial.

Región internacional

Otro año más cobra relevancia la representación internacional y sobre todo la regional, que se suma al intercambio con Brasil, Chile, Argentina, Portugal y Suecia. En este sentido, la dirección y la curaduría dialogan con la situación latinoamericana actual, reconocen la conmoción política de la región y se refieren al hecho puntual de la censura al artista brasileño Wagner Schwartz, quien participó en la edición del FIDCU 2013. No es menor la decisión de continuar el festival e invitar a la reflexión y el encuentro como contracara de una violencia sistematizada que se maneja en la cotidianidad.

Por otro lado, el intercambio con artistas y la posibilidad que brinda el FIDCU de asistir a obras internacionales también son un hecho fundamental para la creación nacional. “Hay muchos artistas que hoy son referencia para la creación en danza local, como João Fiadeiro y Vera Mantero, de Portugal. Han pasado muchos creadores y ese intercambio es importante. Cuando mi generación empezó a estudiar, sólo veíamos videos o VHS con la intención de analizar o conocer. Ahora los estudiantes y el público en general pueden acceder a una mayor variedad de obras”, afirma Garat.

Procesos e intercambios

“En Erosión, del director chileno Luis Moreno, y Parquear Bando, del colectivo brasileño Dança Multiplex, participan artistas uruguayos. Habrá una apertura de procesos con Naturaleza muerta [a cargo de Erika del Pino, Juan Miguel Ibarlucea y Melisa García], de la curaduría nacional, y Urge dit, que surge de un intercambio en residencia de Patricia Mallarini en Chile. También van a participar estudiantes y docentes de la Escuela de Danza de Maldonado, y bailarines de Rivera y [Santana do] Livramento darán un taller que surge en el espacio Campo abierto. Estos son gestos de diálogo en contextos de intercambio y encuentro”, afirma Garat, en relación con la presencia constante de intercambios y aperturas de procesos creativos como parte de la programación.

Aprehender

Una de las constantes del encuentro son los talleres de formación: la presente edición cuenta con cuatro talleres gratuitos, actividades y charlas. La programación –su duración y ubicación territorial en el mapa montevideano– responde a una necesidad de continuar encontrando esos huecos y lapsos entre actividades, para que aflore un acontecer. Un modo de habilitar la confluencia con tiempos más pausados para sostener la intención de pensarse, compartir, disfrutar y perpetuar el diálogo. Un festival que propone como parte de su entramado al tiempo libre, necesario en la era de la extrema actividad, en la que se hace difícil vernos las caras o estar en conjunto. Podría decirse que la propuesta del festival es un guiño para volver a encontrarnos, una invitación a otra forma de persistir.