Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

Tras el asalto a las sedes de los tres poderes del Estado brasileño el domingo 8 hay distintos niveles de responsabilidad; algunos de ellos no tendrán consecuencias penales, pero sin duda son relevantes y deben ser afrontados de otro modo.

La periodista brasileña Cristina Tardáguila señala la importancia de la información falsa y los mensajes de odio en redes sociales, y destaca que con esos recursos se convenció a muchos seguidores de Jair Bolsonaro de que Luiz Inácio Lula da Silva había ganado las elecciones mediante un fraude y se proponía implantar un régimen dictatorial comunista, con la complicidad del presidente del Tribunal Superior Electoral, Alexandre de Moraes, ante lo cual las Fuerzas Armadas se disponían a tomar el poder.

A su vez, esta narrativa manipuladora se arraigó sobre mentiras anteriores difundidas durante muchos años, orientadas a construir una percepción de Lula, su partido, sus aliados y sus simpatizantes como un enemigo colectivo malvado y abominable, empeñado no sólo en implantar una dictadura sino también en robar y destruir a su país. Un enemigo deshumanizado que debía ser combatido sin tolerancia ni piedad.

Este es el protocolo de guerra sucia mediante las redes sociales que aplican sectores de ultraderecha en todo el mundo, con retoques para cada realidad nacional. Así logran capturar y cercar a una masa que forma su opinión con los insumos fabricados para controlarla.

Dentro de esa multitud siempre hay un sector más radicalizado, dispuesto a matar o morir contra lo que ve como el mal absoluto. Este sector puede ser activado en forma deliberada, y a veces su exasperación lo vuelve un factor incontrolado e imprevisible.

Está abundantemente comprobado que los mensajes de desinformación y odio se producen en forma organizada y en gran escala. Esto se hace a menudo fuera de las fronteras del país en el que esos mensajes se difunden, y fuera también del alcance de sus sistemas judiciales y sus fuerzas de seguridad.

Por otra parte, la difusión en cada país se realiza preferentemente mediante redes que no son de acceso irrestricto, de tal forma que es más difícil detectar las operaciones, cuantificar su alcance y establecer responsabilidades. Pero nada de esto significa que haya que rendirse.

Tiene suma importancia, desde el punto de vista preventivo, el estudio de las formas y los motivos por los que este tipo de mensajes es difundido por personas que no tienen la intención consciente de mentir y dañar.

Es un aporte interesante la investigación realizada en Estados Unidos con la participación de unos 2.500 usuarios de Facebook (ver de la página 15 a la 17), que indica el peso del hábito en personas que comparten grandes cantidades de noticias, plantea que la formación de ese hábito tiene mucho que ver con las reglas de juego establecidas para captar y conservar usuarios de las plataformas, y avanza hacia algunas propuestas para evitar resultados indeseables.

Entrar en el juego de quienes buscan convertir la política en guerra es convertirnos en ellos. Procesar judicialmente los delitos es necesario pero no suficiente. La clave está en lograr el aislamiento de los violentos y los delincuentes.

Hasta mañana.