Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

Durante este período de gobierno ya habían estallado varios escándalos vinculados con el Poder Ejecutivo, pero lo de ayer bate todos los récords. En el marco de la investigación de Fiscalía sobre la rápida expedición y entrega de un pasaporte uruguayo al narcotraficante Sebastián Marset, cuando estaba detenido en Dubái, declaró por la mañana Carolina Ache, exsubsecretaria de Relaciones Exteriores. Ache aportó registros de mensajes que llevaron a la renuncia, pocas horas después, del canciller Francisco Bustillo (citado a declarar mañana en Fiscalía), comprometido en maniobras para ocultar evidencia sobre, por lo menos, responsabilidades de su ministerio y el del Interior: este móvil, de por sí atroz, no es el peor de los imaginables y verosímiles.

Las declaraciones de Ache habían señalado también como participantes en las mismas maniobras, entre otros jerarcas, al ministro del Interior, Luis Alberto Heber, a su subsecretario, Guillermo Maciel, y al asesor presidencial Roberto Lafluf. Afirmó que hubo una reunión de alto nivel en una sede del Ministerio del Interior para preparar un engaño al Parlamento, y presentó un registro de chats con Lafluf para convocarla junto con Maciel (según escribió, a pedido del presidente Luis Lacalle Pou) al piso 11 de la Torre Ejecutiva, indicándole que “sería conveniente ingresar por el garaje”.

En esta última ocasión, según el relato de Ache, Lafluf les pidió a ella y a Maciel que borraran de sus celulares mensajes que habían intercambiado sobre Marset, cosa que ambos hicieron, y luego le dijo que consiguiera un escribano para certificar que esas comunicaciones no estaban en su teléfono, cosa que decidió no hacer. Al día siguiente, en otro intercambio con el asesor presidencial, este le habría dicho a Ache que había destruido información por escrito sobre sus chats con Maciel, entregada por ella en Cancillería para que fuera trasladada a la Justicia.

El panorama es tenebroso, pero por aquello de la presunción de inocencia habría que concederle a Luis Lacalle Pou el beneficio de la duda sobre su conocimiento de estas maniobras para ocultar cómo se resolvió la entrega del pasaporte a Marset. Ya ha dicho antes que tampoco se había enterado de las numerosas fechorías de Alejandro Astesiano, varias de ellas desde la propia Torre Ejecutiva, ni de varias otras cometidas por altos jerarcas. Sería mucha distracción, tras sus reiteradas promesas de hacerse cargo, pero en este caso, además, lo más relevante no es cómo se tomó la decisión y cómo se intentó ocultar el proceso, sino por qué se le dio el pasaporte al narcotraficante aún prófugo.

Una cosa es el intento de esconder errores o torpezas, y otra muy distinta el de disimular complicidades o corrupción. En los mensajes de Bustillo que reveló Ache, el ahora excanciller dice que Maciel es “un anormal” y “un tarado”: esto sería, en el caso del subsecretario del Interior y en los de varias otras personas, la mejor de las hipótesis.

Las evidencias aportadas por Ache no la exoneran de culpa, sino que amplían, hacia arriba en la cadena de mandos del Ejecutivo, la lista de probables autores de delitos. Habrá que ver hasta qué altura.

Hasta mañana.