Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.
Ayer se acentuó la incertidumbre sobre lo que ocurrirá con el proyecto de reforma jubilatoria, que puede cambiar las condiciones de retiro de gran parte de la población y también las relaciones políticas dentro del actual oficialismo, afectando la gobernabilidad del país durante por lo menos 19 meses que se pueden volver muy largos. Sin embargo, atrajo mucha más atención que Romina Celeste afirmara que fue víctima de abuso sexual por parte de Gustavo Penadés cuando tenía 13 años, y que él reaccionara anunciando, desde el Parlamento, que la denunciará por difamación.
Es una cuestión sórdida y grave, y la discusión pública sobre ella se ha contaminado rápidamente de varias maneras. Hubo errores y horrores en su tratamiento por parte de los medios de comunicación, una mezcla de morbo y polarización política en los comentarios sobre el tema, y también incidieron actitudes de las dos personas que protagonizan el episodio. De todos modos, cabe esbozar algunas reflexiones, quizá útiles para quienes tengan disposición a considerarlas.
En primer lugar, la presunción de inocencia se les aplica a todas las personas: a las que nos simpatizan y a las que no; a las que tienen ideas políticas que compartimos y a las que no. En este caso, tal presunción implica que no sabemos de antemano quién es la víctima. Para intentar dilucidarlo está el sistema judicial; por eso tiene gran importancia que cuente con los recursos necesarios, que ofrezca garantías básicas y que su trabajo no sea distorsionado por presiones.
Este sistema dista sin duda de ser infalible, pero no pueden ni deben sustituirlo el griterío en redes sociales, las sentencias previas por prejuicio o interés ni las solidaridades u hostilidades políticas.
En segundo lugar, las diferencias de poder y recursos son evidentes. Esto no significa nada a los efectos de discernir quién dice la verdad y quién miente, pero hay que tenerlo en cuenta porque, si bien es lamentablemente probable que las dos personas involucradas sufran grandes daños, una de ellas es sin duda más vulnerable que la otra.
Será muy difícil que Romina Celeste pueda probar ahora lo que afirma, y ayer se lanzó sobre ella una andanada de descalificaciones que tiende a convertirla en lo que los estudios sobre violencia de género llaman una “mala víctima”. O sea, una persona cuya personalidad y forma de vida son utilizadas, e incluso tergiversadas, para desacreditarla e insinuar que, aun si dice la verdad sobre lo que le pasó, de algún modo fue responsable de ello. Como siempre, es fundamental que esto no determine sesgos injustos.
Por último, pero no con menor importancia, este acontecimiento se ubica en un mapa que está cambiando con rapidez y puede desorientarnos. Dos personas decidieron exponer, en una confrontación pública, aspectos de su intimidad, pero no estamos habilitados a invadirla. Lo relevante no son las orientaciones sexuales ni las historias de vida, sino la posibilidad de que se hayan cometido delitos. Lo privado es político en tanto implica relaciones de poder, personales y estructurales; y esto es lo que realmente requiere esclarecimiento, debate y aprendizaje social.
Hasta mañana.