Los cambios –y la justicia– llevan tiempo. Tal vez 2018 sea recordado como un punto de inflexión para los premios más prestigiosos de la ciencia mundial: en dos de las tres categorías más importantes (Medicina o Fisiología, Física y Química) hubo mujeres entre los premiados. Si bien se trata de dos investigadoras que compartieron reconocimiento con seis investigadores, observar la gráfica histórica de los Nobel es suficiente para apreciar el cambio y exigir más avances en esa dirección. Veamos aquí por qué estas mujeres fueron reconocidas por la Academia sueca.

Frances Arnold, premio Nobel de Química 2018 (compartido)

El Nobel también fue compartido en Química, pero en este caso 50% le correspondió a Frances Arnold por “la evolución dirigida de las enzimas”, mientras que el restante 50% fue compartido por George Smith y Gregory Winter por la creación del método denominado “phage display” (en español, “exposición a los bacteriófagos”) mediante la cual un virus que infecta a una bacteria puede utilizarse para generar nuevas proteínas mediante selección.

Arnold condujo en 1993 “la primera evolución dirigida de enzimas”, proteínas que aceleran las reacciones químicas, abriendo así un campo que se ha ido refinando para obtener nuevos catalizadores. La Academia sueca sostiene que “los usos de las enzimas de Frances Arnold incluyen la fabricación de sustancias químicas amigables con el medioambiente, por ejemplo fármacos, así como la producción de combustibles renovables para lograr que el sector del transporte sea más verde”. Para generar estas nuevas enzimas, en los 90 Arnold abandonó su “aproximación arrogante” de pretender crear enzimas que produjeran reacciones químicas más verdes y se inspiró en la evolución darwiniana para obtener mejores procesos químicos, y tras sucesivas mutaciones dirigidas, logró enzimas más eficientes para romper la caseína, una proteína de la leche. Su línea de investigación ha dado muchos frutos y le valieron, ahora, el reconocimiento mundial y 4,5 millones de coronas suecas.

Donna Strickland.

Donna Strickland.

Foto: Cole Burston

Donna Strickland, premio Nobel de Física 2018 (compartido)

En reconocimiento por sus “invenciones revolucionaras en el campo de la física del láser”, la Academia sueca dedicó 50% del premio a Arthur Ashkin por “las pinzas ópticas y su aplicación a los sistemas biológicos”, mientras que el 50% restante fue compartido por Donna Strickland y Gérard Mourou por su “método para generar pulsos ópticos ultracortos y de alta intensidad”. Uno podría decir que Strickland obtuvo entonces la cuarta parte de un premio Nobel; sin embargo, estas aclaraciones no apuntan tanto al reconocimiento como al dinero: el premio total son nueve millones de coronas suecas, por lo que el jurado define cuánto le toca a cada uno para que las cuentas claras conserven la cordialidad académica.

Strickland, de la Universidad de Waterloo, Canadá, y Mourou “pavimentaron el camino hacia los pulsos de láser más cortos e intensos jamás creados por la humanidad”, al decir de la Academia sueca. Publicaron en conjunto el artículo que les valió el Nobel en 1985 y que fue la base de la tesis de doctorado de Strickland; en ese texto dan cuenta de una nueva técnica, que bautizaron “chirped pulse amplification” (o la no tan rimbombante “amplificación de pulso gorjeado”). Su técnica se convirtió en el estándar a utilizar para crear láser de alta intensidad.

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