Si bien sabemos de la existencia de fósiles de dinosaurios en nuestro territorio desde inicios del siglo pasado, recién en la última década, y en parte gracias a nuevos hallazgos, se ha podido identificar a qué animales pertenecían, al menos en su género; ahora al Torvosaurus y el Ceratosaurus del Jurásico de Tacuarembó se suma el más reciente titanosaurio Aeolosaurus del Cretácico de Río Negro, uno de los últimos en pisar estas tierras.

Los dinosaurios aparecieron sobre la faz de la Tierra hace un poco más de 230 millones de años. Por la información que hay hasta el momento, todo parece indicar que dieron sus primeros pasos acá cerquita, en donde hoy es Argentina.

Fueron felices y prosperaron por millones y millones de años, opacando con su presencia a los minúsculos mamíferos que tímidamente comenzaron a hociquear por todas partes hace unos 200 millones de años. Pero entonces, hace unos 66 millones de años, un meteorito de dimensiones considerables se estrelló en las costas de lo que hoy es México. Los incendios generalizados, la noche prolongada por las cenizas que ocultaron el Sol, sumados a algunos otros cataclismos, provocaron cambios en todo el planeta. La mayor parte de los dinosaurios no pudieron adaptarse a ellos. Salvo las aves, el resto se extinguió en lo que se conoce como la quinta extinción masiva en la historia de la vida del planeta.

Los ya parte del pasado dinosaurios de todas maneras seguían presentes en el planeta. Cumpliendo con aquello de que nada se pierde y todo se transforma, algunos de sus huesos –y huevos, caca y huellas– se fosilizaron y esperaron escondidos en los sedimentos del suelo a que una nueva especie de mamífero que camina en dos patas se fascinara con ellos. Aquí en Uruguay, donde la paleontología –el estudio de las formas de vida de hace más de 10.000 años en el planeta– comenzó un poco después que en otras partes; en los años 20 del siglo pasado el paleontólogo aficionado Alejandro Berro colectó varios huesos de dinosaurios, principalmente en los departamentos de Soriano –donde hoy está el museo que lleva su nombre– y Río Negro.

Los fósiles encontrados en nuestro país pertenecían a esos dinosaurios herbívoros conocidos como saurópodos o titanosaurios, animales con grandes cuellos y colas que caminaban sobre sus cuatro patas. Sin embargo, los fósiles eran fragmentarios y escasos como para tratar de precisar a qué especie o género pertenecían (como nos gusta decir, el nombre científico de un animal consta de un género, que vendría a ser el “apellido” y un segundo vocablo que designa a la especie, “el nombre”, aunque en realidad el nombre de la especie está dado por ambas palabras).

El primero en animarse a clasificar a los dinosaurios de Uruguay fue el paleontólogo alemán Friedrich von Huene. En 1929, cruzando desde Buenos Aires, donde realizó una completa descripción de muchos fósiles de Argentina, revisó los fósiles colectados por Berro y otros colegas y sostuvo que pertenecían a dinosaurios de cuatro especies: Antarctosaurus wichmannianus, Argyrosaurus superbus, Laplatasaurus araukanicus y Titanosaurus australis (que luego pasaría a llamarse Neuquensaurus australis). ¡Impresionante! Sí, tal vez demasiado.

Posteriores revisiones de los materiales, tanto de paleontólogos de Uruguay como de otros países, no pudieron replicar los veredictos de Von Huene. Los materiales eran demasiado fragmentarios, escasos o deteriorados, y carecían de características diagnósticas, es decir, de detalles que inequívocamente permiten identificar a una especie o género porque no son compartidos con otra.

Entonces, a pesar de que los fósiles de titanosaurios son los más abundantes de los herbívoros del Cretácico superior, es decir, de entre hace 100 y 66 millones de años, tanto en América del Sur como en India o Madagascar, a qué titanosaurios pertenecían los criollos era un misterio. Hasta ahora. Al menos en lo que refiere al género de los fósiles de dinosaurios que fueron encontrados en la formación Asencio, en el arroyo Gutiérrez Chico, a pocos kilómetros de la ciudad de Young, en Río Negro.

Los héroes de esta hazaña que seguro hace feliz al niño o niña amante de los dinosaurios que todos llevamos dentro son los paleontólogos Matías Soto, Valeria Mesa y Daniel Perea, del Instituto de Ciencias Geológicas de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, y Felipe Montenegro, del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN). Para colmo, algunos de ellos también trabajaron en la identificación de los dinosaurios carnívoros Torvosaurus y Ceratosarus, entre otras maravillas como el pterosaurio Tacuadactylus, todos del Jurásico de Tacuarembó.

Soto, Montenegro, Mesa y Perea acaban de publicar el artículo “Restos de saurópodos de las formaciones Mercedes y Asencio, Cretácico Superior del Uruguay” en la revista Cretaceous Research. El título no dice mucho, así que si me dejaran ser el editor retroactivo de la publicación lo cambiaría por “Paleontólogos de Uruguay identifican restos de Aeolosaurus, el titanosaurio de unos 14 metros, a partir de dos pequeños fósiles encontrados en la década de 1980 en el Cretácico de Río Negro”. Y como imaginar no cuesta nada, hagamos de cuenta que puedo escribir un título extremadamente largo, más aún que los que con paciencia me tolera Cecilia, mi editora en la diaria Fin de Semana. Así que agrego al titular: “Como si fuera poco, también dieron con el primer fósil de dinosaurio in situ encontrado en la formación Mercedes, en Florida, y reportan gran cantidad de piezas de titanosaurios litostrotios cretácicos”.

Cuando hablamos de dinosaurios no hay prisa, ya hace muchísimo que no están acá. Lo que sí hay es excitación y curiosidad extremas. Así que como un velero impulsado por un fuerte viento –Aeolosaurus significa reptil de Eolo, deidad griega del viento, y quien lo describió le puso así por los fuertes vientos que soplan en la Patagonia argentina donde se encontró– vamos al encuentro de Matías Soto, Felipe Montenegro y Daniel Perea en el piso 13 de la Facultad de Ciencias. Y que el 13 no los amedrente: lejos de tener mala suerte, los paleontólogos del 13 vienen con una racha fascinante.

Pioneros del siglo XXI

Desde 1929 hasta hoy, es decir, en 92 años, esta es la primera vez que paleontólogos logran asignar un género a los huesos fósiles de saurópodos de Uruguay. Soto asiente fracasando en su intento de sacarle un poco el color que le doy el asunto. “Publicado en una revista arbitrada internacional, después de lo realizado por Friedrich von Huene, sí”.

Daniel Perea, Matias Soto y Felipe Montenegro.

Daniel Perea, Matias Soto y Felipe Montenegro.

Foto: Federico Gutiérrez

Con materiales fragmentarios y escasos, nuestros paleontólogos, una vez más, mostraron su habilidad para sacarle jugo a un ladrillo, en este caso a ladrillos densos y silicificados: al tomar un fósil cretácico de dinosaurio, uno no está preparado para el peso que tienen. La silificación de los tejidos óseos los vuelve maravillas más pesadas que nerd antes del estreno de una nueva entrega de Jurassic Park.

Los casos de Florida y Río Negro son distintos. Los fósiles del arroyo Insaurral son cuantiosos. Los de Río Negro son apenas dos vértebras, y para colmo, una se extravió. “Paradójicamente, es más diagnóstica la vértebra de Young que toda la cantidad de fósiles de Florida, porque es una vértebra muy típica de determinados dinosaurios”, dice Soto. Hay ladrillos más exprimibles que otros.

La tarea de tratar de conocer qué titanosaurios vivieron en nuestro país en el Cretácico presenta otro inconveniente. “En nuestro país tenemos una gran cantidad de fósiles del Cretácico que no tienen procedencia”, dice Soto. Perea lo secunda: “Por ejemplo, los fósiles que estaban en la Dirección Nacional de Minería y Geología [Dinamige] fueron donados hace unas tres décadas a la Facultad de Ciencias. Pero eran fósiles que venían sin catálogo, sin datos”. A su vez, Soto explica: “En Uruguay siempre se encuentran pedazos de huesos de dinosaurios. En la colección de la Dinamige hay un húmero casi completo que es único en el país. Pero no sabemos de dónde procede. Esa es la importancia de los fósiles que encontramos en Florida”.

“En esa estancia de Florida fue la primera vez que encontramos un hueso de dinosaurio metido en la piedra para todo el Cretácico del Uruguay”, dice Perea satisfecho. Cómo fueron a dar los paleontólogos con este fósil floridense de dinosaurio del Cretácico único es una historia que merece ser contada. En ella intervienen tanto el azar y la curiosidad extrema como eso de que acá nos conocemos todos.

El padre bromista y la montaña de fósiles floridenses

“Estaba en la casa de un amigo en Melilla tomando mate con él y su padre, Eduardo”, dice Montenegro. El año era 2009 y les contó entonces de una salida de campo con Perea en la que habían encontrado fósiles de gliptodonte. El padre de su amigo le contestó que él también tenía un hueso de gliptodonte. Como era un tipo muy bromista, Felipe no le creyó y siguió mateando. Eduardo insistió y le dijo que el hueso de gliptodonte estaba tirado abajo de un ceibo junto a un galpón. “No me hagas levantarme para reírte de que como un boludo fui hasta ahí a fijarme y no había nada”, recuerda Montenegro que le dijo al padre de su amigo aficionado a los chascarrillos. Ante la insistencia, fue hasta allí con el tanque de las esperanzas casi vacío.

“Cuando vi el fósil no lo podía creer. Vuelvo cargando el hueso y le pregunto a Eduardo de dónde lo había sacado”, dice Montenegro. La respuesta allanaría el camino para los paleontólogos: “De la estancia de Jorge, el padrino de Sofía”, le contestó Eduardo. Sofía es su hija más chica. “Dame ya el teléfono de Jorge, ¡esto no es un gliptodonte, es un dinosaurio!”, le dijo Montenegro, cuya cara hoy vuelve a desencajarse el rememorar aquella tarde.

A los dos días, Felipe Montenegro cayó con el fósil de dinosaurio a la oficina del piso 13 en Malvín Norte. Lo llevó en un bolso desde la otra punta de la ciudad, ya que vive en Melilla. “El bolso se destruyó, como también mi columna”, dice a las carcajadas. Es que, como ya se dijo, los fósiles del Cretácico pesan y pesan. Sin perder tiempo, se contactaron con Jorge Diena, el capataz de la estancia de Florida, y en el correr de la semana, completamente fisurados por dar con más fósiles de dinosaurios, como los vehículos de la facultad no estaban disponibles, se tiraron hasta allí en el Fiat Uno que Perea tenía en ese entonces.

Felipe Montenegro y Matías Soto en 2009 junto a la "montaña de fósiles" en la estancia de Florida.

Felipe Montenegro y Matías Soto en 2009 junto a la "montaña de fósiles" en la estancia de Florida.

“Trajimos una cantidad de fósiles. El pobre Fiat Uno venía parado en dos manos”, ríe Perea. “En la estancia había una montaña de fósiles. Nos pusimos a seleccionar los mejores, porque no podíamos traer todos, no cabían”, agrega. “Es que cuando araban la tierra, el arado enganchaba los fósiles”, dice Montenegro. Entonces si bien tenían sus fósiles de dinosaurios y una idea del lugar donde se habían encontrado, aún les era esquivo encontrar uno en su sedimento. “Entonces en el tajamar encontramos la astilla de hueso incrustada en la roca”, dice Perea. Bingo. El primer fósil encontrado in situ de todo el Cretácico de Uruguay.

Al analizar todos los materiales de la formación Mercedes de Florida, tanto los que trajeron como otros encontrados anteriormente, en el trabajo concluyen que se trataría de un dinosaurio saurópodo litostrotio. A Soto no le gusta cómo suena, y dado que hay ciertas discrepancias sobre esa denominación, prefiere decir que se trata de un titanosaurio. Sin embargo, en este caso no se puede ir mucho más allá en la determinación de a cuál de todos los titanosaurios habrían pertenecido los fósiles de Florida. Incluso, reconocen en el trabajo, podría tratarse de distintos taxones, es decir, distintas especies.

Si bien no hicieron estimaciones de tamaño, Montenegro señala que dentro de los titanosaurios, los de Florida serían de tamaño mediano. “En los titanosaurios tenés un abanico que va de animales del tamaño de un elefante a otros de 35 metros de largo”, contextualiza Soto.

Si bien no pudieron determinar el género o la especie de los dinosaurios de Florida, lo que aquí reportan es relevante. “En primer lugar, se trata del sitio con más fósiles de dinosaurios luego del de la formación Guichón, cerca de Quebracho, en Paysandú”, explica Soto. Y como ya vimos, son los primeros fósiles de dinosaurios que se pueden asignar inequívocamente a la formación Mercedes, debido a esa pequeña astilla en la roca del tajamar. Ahora sí, pasemos a la vedette sauria de esta nota.

El fósil in situ en el tajamar de Florida - Foto gentileza Matías Soto

El fósil in situ en el tajamar de Florida - Foto gentileza Matías Soto

Entra la estrella: el Aeolosaurus de Río Negro

En 1983, cuando Matías Soto tenía apenas un año, Daniel Perea y Martín Ubilla, junto a otros colegas, hicieron una salida de campo buscando fósiles del cuaternario en la formación Dolores, que en las proximidades de Young está encima de la formación Asencio. El cuaternario es la última etapa del Cenozoico y va desde hace unos 2,5 millones de años hasta hace unos 12.000. La sorpresa fue grande cuando encontraron dos vértebras fósiles muchos millones de años más antiguas de lo que se esperaba para aquella campaña cuaternaria. “Sabíamos que esas vértebras eran de la formación Asencio y que aquellas vértebras eran, sin dudas, de dinosaurios”, dice Perea.

El hallazgo era importante. Pero los fósiles encontrados por Perea y sus colegas desde aquel lejano 1983, también. “Lo encontrado del Cretácico en aquel entonces era muy poco; empezamos a tener mejor suerte en este siglo, sobre todo a partir del hallazgo de Quebracho, allá por 2006, en el que encontramos 60 vértebras y fragmentos de huesos, cáscaras de huevos y osteodermos”, repasa.

“Cuando apareció lo de Quebracho recuerdo que le dije a mi vieja que entonces no me iba a tener que ir de Uruguay”, confiesa Soto, quien evidentemente se acercó a la paleontología para rodearse de dinosaurios. Hoy, en equipo con estos y otros colegas, lleva descritos tres géneros, así que si el alcalde de Quebracho lee esta nota bien podría pedirle alguna colaboración.

El tiempo entonces pasó desde aquellos lejanos años 80, al punto de que de las dos vértebras que encontraron, la que estaba menos deformada y mejor preservada se extravió en algún momento. Perdida, creen, en la mudanza hacia el actual local de la Facultad de Ciencias desde la sede de Tristán Narvaja, para este trabajo, que termina asignando un género al titanosaurio de Río Negro, tuvieron que conformarse con analizar las fotos que oportunamente le sacaron a la vértebra que llevaba como número de catálogo el FC-DPV 443. “La vértebra que aún conservamos ayudó un poco a corroborar lo que veíamos en la fotografía”, dice Soto tratando de consolar a la vértebra que queda y que sufre el síndrome de “la que era genial era tu hermana”.

Lugar donde se encontraron las vértebras de Young - foto gentileza Matias Soto

Lugar donde se encontraron las vértebras de Young - foto gentileza Matias Soto

“Desde 2005 tenía la idea de que esa vértebra podría pertenecer a un aeolosaurino, porque toda la vértebra está como inclinada hacia adelante. Si no era de Aeolosaurus pegaba en el palo”, dice Soto. Con trabajo minucioso y comparación, en este trabajo él y sus colegas reportan científicamente aquella intuición.

Allí dicen que al examinar la vértebra de la cola extraviada y la que aún tienen, presenta “fuertemente afinidades con Aeolosaurini”, el clado o rama donde se encuentran los Aeolosaurus de las dos especies conocidas y otras especies descritas en Brasil. Afinando más la puntería, dicen que características de la vértebra estudiada sólo están presentes “entre Aeolosaurini, en un solo centro caudal de Aeolosaurus, Gondwanatitan y quizás Arrudatitan”.

Acto seguido, hicieron un análisis filogenético comparando la forma de sus vértebras con las de otros dinosaurios reportados. El resultado les permitió entonces respirar aliviados, ya que la incertidumbre se redujo notoriamente: “El titanosaurio de Río Negro fue recuperado como miembro de Aeolosaurini, dentro de un clado que incluye las dos especies de Aeolosaurus y Punatitan”. Con este respaldo filogenético y basados en sus observaciones, el único sospechoso que quedó en pie es un dinosaurio del género Aeolosaurus, y así lo clasifican en el trabajo: “Aeolosaurus sp.”, donde el “sp.” indica que el animal pertenece al género pero no se determina la especie.

Se agranda la familia

“Este es el primer dinosaurio del Cretácico del Uruguay al que le podemos poner un nombre, y el tercer dinosaurio nombrado de Uruguay, luego de Torvosarus y Ceratosaurus, los dos del Jurásico de Tacuarembó”, dice feliz Soto. “Es la primera ocurrencia de Aeolosaurus fuera de Argentina, ya que los que en un momento se pensó que eran Aeolosaurus en Brasil ahora dejaron de serlo y se propuso que pertenecen a otros géneros”, complementa Montenegro.

Por otro lado, la asignación de este fósil es importante para la determinación de la edad de la formación Asencio, que presenta ciertas controversias. “Todos los Aeolosaurini, son de los últimos dos pisos del Cretácico, del Campaniense-Maastrichtiense, de entre 80 y 66 millones de años”, dice Soto, que entonces bromea: se trata de “las últimas semanas del Cretácico”.

Hace 66 millones de años, tanto el Cretácico como gran parte de los dinosaurios llegaban a su fin. Los titanosaurios Aeolosaurus de las cercanías de Young, con sus 14 metros de largo y sus seis toneladas de peso, estuvieron entonces entre los últimos gigantes en pasear sus elongados cuerpos antes de la caída del meteorito. “Sin dudas la formación Asencio es más moderna que la formación Mercedes, por eso me animo a decir que, por ahora, se trata de los dinosaurios más modernos que vivieron en Uruguay”, dice Soto. Mucho más moderno no puede ser un dinosaurio. Pero lo que es seguro es que nuestros paleontólogos seguirán exprimiendo ladrillos. Y en ese jugo del que nos gusta beber, vendrán más géneros y especies de dinosaurios y de otra fauna extinta del país. No es otra broma de Eduardo.

Ingratitud, agricultura y cambio climático

“El Cretácico es ingrato, porque de la formación Tacuarembó, que es Jurásico, siempre volvés con algo, pero con estos sitios del Cretácico podés ir varios años y volver sin nada”, dice resignado Soto. De hecho, para ser el paleodentista –así lo bautizamos en otra nota dado que gracias al análisis de dientes del Jurásico de Tacuarembó logró determinar la presencia de Torvosaurus y Ceratosauros en estas tierras– Soto con el Cretácico no ha tenido suerte dental: los dientes le son esquivos. Al menos por ahora. “Hace poco leí un trabajo que dice que los saurópodos cambiaban los dientes todo el tiempo. ¿Dónde están?”, se pregunta frustrado.

Pero para estas formaciones hay un problema extra: los afloramientos cretácicos. Dada la expansión agrícola en Soriano y Florida, donde afloran la formación Mercedes y la formación Asencio, los lugares sin cultivar escasean. “Los campos en Soriano están buenos para producir, pero para los paleontólogos o los geólogos ahora son una pesadilla”, dice entre riendo y quejándose en serio. El aumento de las lluvias, dice Perea, también les complica el trabajo: “Cosas que antes estaban al descubierto ahora están cubiertas de vegetación”.

Artículo: “Sauropod (Dinosauria: Saurischia) remains from the Mercedes and Asencio formations (Sensu Bossi, 1966), Upper Cretaceous of Uruguay”
Publicación: Cretaceous Research (noviembre, 2021)
Autores: Matías Soto, Felipe Montenegro, Valeria Mesa, Daniel Perea.