El conocimiento que tenemos de cómo vivían, qué hacían y qué disfrutaban los pobladores de esta región que hoy llamamos Uruguay antes de la llegada de los españoles y otros europeos ha cambiado bastante en las últimas décadas.

Como otras áreas de la ciencia, la arqueología y la antropología experimentaron un impulso tras la salida de la dictadura. El estímulo a la formación de investigadores, fortalecimientos y apoyos mediante instrumentos como el Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas, el Sistema Nacional de Investigadores, la Agencia Nacional de Investigación e Innovación, aportaron sus granitos de arena. Sumado a ello, el empeño y la tenacidad que le pusieron al tema las investigadoras e investigadores puede verse reflejado en el aumento de la producción de tesis y artículos en publicaciones.

Producto de todo eso, además del momento histórico, hoy sabemos que lo que nos decían en la escuela hasta hace unas décadas sobre nuestros indios no sólo no era así, sino que había escasa evidencia como para mantenerlo con seriedad. Para empezar, hay ocupación humana en estas tierras desde hace por lo menos 14.000 años. Para seguir, quienes vivimos acá no somos gente que se bajó de los barcos: los genes indígenas están presentes en gran parte de nosotros, lo que habla más de una asimilación y sometimiento que de la fantasía alucinatoria de que un día los últimos charrúas fueron capturados y fin del asunto. Pero hay muchísimas cosas más que muestran un panorama mucho más complejo, rico y fascinante que lo que solían decirnos.

El conocimiento se construye mediante pequeñas contribuciones. Cada investigación pretende aportar al menos una palabra a uno de los tantos párrafos de esa gran narración sobre la vida en este universo que es la ciencia. A veces, se logra aportar una frase. Muy de vez en cuando, un párrafo entero. Cada tanto, alguien abre un capítulo nuevo. Pero siempre es una narración incremental y colectiva.

La publicación del artículo “Myocastor coypus: una aproximación a su explotación durante el Holoceno tardío en el sudeste uruguayo (sitio Ch2D01, excavación IA)” es, como dice su autora, Federica Moreno, del Departamento de Arqueología de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República, un “pequeño ladrillo” en la construcción que estamos llevando adelante acerca de los habitantes de los cerritos de indios de Rocha.

¿Por qué observar y estudiar qué pasaba con las nutrias en estas elevaciones que se esparcen por grandes extensiones de nuestro país y que comenzaron hace unos 4.500 años? La respuesta obvia sería otra pregunta: “¿Por qué no?”. Pero más allá de eso, cada ladrillo de esa construcción es importante. Y luego, porque de acuerdo a cómo se coloquen los ladrillos, podemos ir viendo otras cosas del resto del conjunto. Las nutrias y su relación con los antiguos pobladores de estas tierras valen de por sí. Pero además, nos cuentan otras cosas, o al menos podrían llegar a hacerlo. Así que más rápido de lo que una nutria se escabulle en un río al ver un humano cerca, nos vamos al Departamento de Biodiversidad y Genética y Genética de la Conservación del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE), donde Moreno también es investigadora, para conversar de indígenas, cerritos de indios, nutrias, la vida y todo lo demás.

La importancia de las nutrias

La investigación que llevó adelante Moreno fue dada a conocer en la revista Cadernos de Lepaarq, una publicación arbitrada del Laboratorio de Enseñanza e Investigación en Antropología y Arqueología de la Universidad Federal de Pelotas, Brasil. Allí dice que “la presencia de Myocastor coypus (nutria) es recurrente en los sitios arqueológicos del sudeste uruguayo” y que en su trabajo “se presentan los resultados del análisis zooarqueológico de los restos” de estos animales “recuperados en un montículo del sitio Ch2D01”.

El sitio Ch2D01 se compone de dos cerritos de indios y otras elevaciones, y se ubica en el bañado de San Miguel, en la cuenca de la laguna Merín, en el departamento de Rocha. La antigüedad de estos montículos abarca un gran período, que va desde los 2.090 años antes del presente hasta restos humanos allí enterrados que apenas tienen 220 años. El objetivo del trabajo, dice Moreno en el artículo, fue “evaluar la importancia económica que tuvo la nutria en este sitio y las características de su aprovechamiento”. Pero como la tengo enfrente, podemos ahondar más sobre el asunto.

“Si mirás la fauna encontrada en los sitios arqueológicos de muchas partes de nuestro país y de otros sitios de países vecinos, en mayor o menor medida, la nutria siempre está. Incluso en el sitio Los Indios, que está cerca de la laguna Negra y que tiene más de 8.000 años de antigüedad, hay registros de nutria. Entonces es un recurso que si bien puede no ser el recurso animal en el que se basa la economía, sí es un recurso sostenido en el tiempo, que se viene explotando desde hace muchos años”, explica Moreno.

“La idea entonces era aislarlo y ver cuál es la forma de explotación, los usos que se le dieron, hacer un poco un resumen sobre ese animal que puede parecer insignificante, pero que en realidad puede estar sosteniendo también una economía”, dice. Sumando la información de este lugar a la de trabajos similares en otros sitios, Moreno pretende ver “si hay variación entre los diferentes sitios y los diferentes momentos”.

Ahora aclaremos algo: lo de que las nutrias pueden parecer insignificantes no lo dice porque sean en sí poca cosa o un animal al que le falte algo. Al contrario, son unos roedores carismáticos que, además, cuando se utilizan como recurso proporcionan carne, piel y grasa. El “insignificante” viene dado en este caso por la cantidad de restos que se encuentran en los sitios. Pero como veremos en su trabajo, eso tampoco es tan así.

Pocas pero importantes

Los restos de nutria son 1,7% de los restos de animales vertebrados encontrados en el cerrito de Rocha estudiado. Puede parecer poco, pero luego, cuando gracias al trabajo de Moreno, lo comparamos con los restos de otros animales encontrados en el sitio, resulta que hay más restos de nutrias que de otros animales.

“Lo que pasa es que son conjuntos muy fragmentados. Entonces, de la gran mayoría de los restos lo único que se puede decir es que se trata de huesos de mamíferos. En un conjunto como este, de unos 18.000 restos, 1,7% puede parecer muy poca cosa. Pero dentro de los restos identificados, la representación de las nutrias sube bastante, pasando a ser 7,8% de los restos determinados a nivel de especie”, sostiene.

Los números publicados en detalle por Moreno son elocuentes. En el sitio se encontraron 18.171 restos de animales, de los cuales 306 fragmentos fueron identificados por ella como de nutria. Entre los identificados, las nutrias sólo son superadas por los venados de campo (Ozotoceros bezoarticus, con 1.738 restos identificados) y los apereás (Cavia aperea, con 1.429). Bastante lejos andan el ciervo del pantano (Blastoceros dichotomus, con 186 restos), los carpinchos (Hydrochoerus hydrochaeris, con 24 restos), el ñandú (Rhea americana, con 20 huesos y 139 fragmentos de huevo), los tatús y mulitas (79 restos), y la comadreja colorada (Lutreolina crassicaudata, con 12).

Con estos 306 restos Moreno hizo varios análisis, calculando cuál sería el número mínimo de individuos al que pertenecerían esos huesos, el número mínimo de elementos y las unidades mínimas ‒datos usados en la zooarqueología‒. “Cuando te ponés a ver después qué representa ese 1,7% total, ves que se trataría de unos 35 individuos”, dice, y además hace una aclaración: “Hay que tener en cuenta que un conjunto arqueológico siempre es una muestra, nunca vas a encontrar todo lo que se desechó”. Pero además la excavación también es una muestra. “Si se excavara todo el cerrito tendrías muchísimas más nutrias; 35 nutrias puede ser un número que no impacta, pero viéndolas globalmente, son bastante nutrias para un conjunto de este tipo”, señala.

Lo que predomina son los ciervos; los venados de campo y los apereás parecen haber tenido en nuestros pobladores antiguos a unos fieles consumidores. “Creo que la economía del sitio tiene una base de ciervo y de peces también, porque es una región que tiene agua por todos lados. La nutria es un recurso acuático y está representando también ambientes acuáticos”, dice Moreno. Es cierto, los peces no son identificados a nivel de especie en este trabajo, pero sus restos son abundantes: 3.811. Pero esas son escamas para otro costal.

“La idea entonces era buscar una caracterización específica de la gestión de ese animal específico, porque cada una de las especies presentes en el registro requiere distintas tecnologías, distintos conocimientos ecológicos, etológicos y ambientales”, afirma. Le digo que me resulta extraño que haya más restos de nutrias que de carpinchos, animales más grandes, con más carne, más piel y más grasa.

“De carpincho hay restos pero son poquísimos con relación a lo que una esperaría para un animal como ese, que es como un cerdo”, dice Moreno para mi consuelo. “Tampoco hay muchos restos de carpincho en sitios de Argentina. Entonces, durante un tiempo se manejó la posibilidad de que hubiera un tema de preferencia o de tabúes”, añade. Pero eso podría cambiar.

“Ahora un estudiante de Mariana Cosse, también del Departamento de Biodiversidad y Genética y Genética de la Conservación del IIBCE, hizo un trabajo sobre poblaciones de carpincho desde el punto de vista genético y de biogeografía”, adelanta Moreno, y sin espoilear el trabajo aún no publicado, dice que no está tan claro cuántas poblaciones de carpinchos podía haber en ese momento en esta región. “Ahí hay un tema que se entrecruza con la arqueología y con la reconstrucción ambiental de ese momento. Esos animales que hoy vemos, ¿en ese momento estaban ahí o no? Hace 200 años tal vez sí, pero hace 2.000 años capaz que no, y lo que estás viendo quizá es que simplemente en ese momento el animal no estaba disponible”, reflexiona.

Nutria en Rocha

Nutria en Rocha

Foto: Leo Lagos

Hace 2.000 años en estas tierras, y hasta no hace mucho, había dos grandes felinos que hoy o escasean o ya no están. Los pumas y los jaguares tal vez tuvieran a raya a la población de carpinchos, me dejo ir. Tal vez su abundancia actual ‒o al menos hasta hace unas décadas‒ refleje la ausencia de estos depredadores tope. “Son cosas que habría que ver. La paleontología no trabaja mucho con el Holoceno. Y, entonces, para el estudio de la fauna del Holoceno, vos tenés la arqueología y casi que nada más. El dato zooarqueológico no es el dato paleontológico; uno no puede inferir condiciones ambientales a partir de un conjunto arqueológico porque tenés siempre esa selección humana que no te permite saber si al animal lo trajeron de otro lado, por ejemplo”, dice Moreno.

“Pero si tenés muchos datos, no sólo los de un sitio, sino de toda una región, tal vez se pueda decir más cosas. Si en todos los sitios hay restos de nutria, es más viable afirmar que en la zona tiene que haber habido poblaciones de nutrias”, dice convencida. “El dato, en la acumulación y la densidad, empieza a tener otro significado y podés deducir cosas con otra profundidad. La idea para mí de publicar estos trabajos chicos es poder ir construyendo algo más sólido con base en pequeños aportes detallados, con datos cuantitativos”, afirma.

Tiempos de cambios

“Los cerritos de indios son un fenómeno que abarca miles de años. Entonces creo que son un montón de cosas, pasaron por un montón de etapas, y tenés cerritos que son monumentos, que son vivienda, que son tumbas, etcétera”, dice Moreno.

Pero además en este tiempo de los cerritos se estarían produciendo importantes cambios. Lejos de aquella imagen de nómades cazadores recolectores, en esa época se estaban moviendo piezas que llevaron a una mayor sedentarización en el territorio. En el trabajo Moreno lo dice así: “La investigación arqueológica reconoció un proceso de transformación social que incluye, para el Holoceno tardío, manejo de vegetales domésticos, uso dilatado en el tiempo de espacios formales de inhumación y diferentes prácticas funerarias, violencia, monumentalización del paisaje, progresiva sedentarización, ocupación en aldeas, multifuncionalidad de los sitios y adopción de la tecnología cerámica”.

“En ese período se introduce el manejo vegetal”, comenta Moreno. “Eso produjo un cambio mental. Implica otra relación con el territorio, con el tiempo, con el clima, con las estaciones. Son más de 5.000 años durante los cuales pasaron cosas. Si sos estrictamente un cazador-recolector, vas a tener un tipo de vinculación con el entorno y con el clima que es muy diferente de la del que planta. La domesticación de plantas y de animales cambia todo. Construye el tiempo, por ejemplo”, enfatiza.

Conocedores selectivos

El trabajo además arroja un resultado que no debería sorprendernos, pero que no por ello deja de resultar interesantísimo: la mayoría de los restos de nutrias encontrados en ese sitio tienen una misma edad. “Según el grado de erupción y desgaste de los molares, el conjunto está compuesto en su mayoría por animales adultos”, reseña el trabajo, que explica que determinar esto fue posible por el análisis de 44 mandíbulas y maxilares, de los cuales 88,7% se ubican “en los estadios IV, V y VI de Rusconi, correspondientes a individuos maduros”.

“Lo que se está viendo es que hay una selección orientada hacia la maximización. Los animales adultos tienen el cuero más grande y brindan un mayor retorno de carne”, explica Moreno la selección coherente de los pobladores antiguos de esa zona. “En Argentina, en Entre Ríos y Paraná, por ejemplo, la nutria es un recurso súper explotado. Y allí pasa lo mismo, se trata en su mayoría de adultos, hay como un patrón similar de explotación”, agrega, lo que demuestra que nuestra hermandad con los vecinos tampoco es una creación poscolonial.

Elegir a los adultos también permite cierta sustentabilidad. Cazar juveniles es poca carne para hoy, pero gran hambre para mañana. Y nos habla con evidencia sólida de que desde hace 2.000 años se tenía un cuidado de los recursos ambientales que en algún momento perdimos de vista. “En la medida en que cazaban individuos adultos no interferían tanto con los ciclos reproductivos”, remarca Moreno. Luego llegaron los españoles y en menos de 250 años nos quedamos sin ciervos de los pantanos y los venados de campo apenas sobreviven.

¿Qué hacían con las nutrias?

En el trabajo no se encontraron muchas marcas de procesamiento en los restos de nutrias, ya sea para obtener cueros o para consumo de su carne. “Las modificaciones antrópicas son escasas. Las marcas de corte están presentes únicamente en 12 restos”, dice el artículo. Además de las marcas de corte, sólo un fémur de nutria presentó una alteración que se pudo determinar que fue por acción de los indígenas. A su vez, 13% de los restos estaban “termoalterados”, es decir, fueron expuestos a calor.

“Lo más probable es que fueran alimento. Pero es cierto, no tenemos muchas trazas”, admite Moreno. Sin embargo, para eso hay una posible explicación: “Eso tiene que ver con el tamaño del animal. Cuanto más chico el animal, menos evidencias de procesamiento vas a tener. Si tenés que procesar un carpincho, por ejemplo, es más probable que tengas que usar herramientas más grandes, tenés que manipular más al animal, pero en el caso de la nutria eso no tendría que ser tan necesario”. Es como comer pollo, le digo. Uno no necesita cuchillo para zamparse una pata con su respectivo muslo. “Exacto. Se puede comer con la mano. Las trazas se forman en la medida en que el instrumento cortante tiene contacto con el hueso. Si no hay contacto con el hueso, no tenés marcas”, enfatiza.

Pero hay otro dato más: “Trabajos experimentales calculan que lo que sobrevive en el registro es alrededor del 5% de los gestos de lo que puede haber sido un procesamiento”. Encontrar 12 restos con marcas, entonces, pasa a ser como haber sacado tres números en el Cinco de Oro. Algo es algo.

Sin embargo, pensando en el uso para peletería, uno, que nunca desolló ni desollará a un animal, intuye que tal vez fueran necesarios más cortes o algún tratamiento que deje más rastros. “En arqueología hay autores que proponen que una sobrerrepresentación de falanges es indicativa de peletería. Pero en este sitio hay muy pocas falanges”, comenta.

Mandibula de nutria encontrada en sitio de cerrito de indios de San Miguel

Mandibula de nutria encontrada en sitio de cerrito de indios de San Miguel

Foto: Federica Moreno

Lo que más encontraron fueron mandíbulas. Allí puede haber un sesgo: “Por un lado son más fáciles de identificar, y por otro lado es más difícil que se rompan”, comenta Moreno. Para eso también podría haber una razón tafonómica, es decir, de cómo se preservan los materiales enterrados.

Pero a veces lo que no está puede decirnos mucho. “Si tengo 35 individuos, ¿dónde están todas sus falanges?”, se pregunta Moreno. “Capaz que lo que vemos es al revés: hay un trabajo de peletería importante, pero no se hacía en ese lugar. La ausencia de un hueso con tanta abundancia en el esqueleto puede estar dando una indicación por la inversa: había peletería, pero no ahí”. Y esto nos lleva a pensar en otras cosas.

¿Qué nos dicen estos datos de nutrias sobre los cerritos?

Si el procesamiento de las nutrias para obtener sus pieles se realizaba en otra parte, tal vez eso nos puede ayudar a conocer más qué pasaba en los cerritos. Si vivieran allí, ¿no sería lógico hacer eso en otra parte, ya que era una actividad que atraía moscas y depredadores, que generaba olores putrefactos? “Las pieles las tenés que clavar, dejarlas secar”, suma Moreno a los incordios de la actividad peletera. “Sería lógico hacerlo en otro lado”, agrega.

“Yo estoy convencida de que el cerrito es un espacio de vivienda. Son casas que se derrumban y se vuelven a levantar y ocupar. Para mí son sitios domésticos. Al menos estos. No digo que no haya otros con otras funciones, pero este sí”, conjetura. “Eso de casas que se derrumban y se vuelven a ocupar y van generando esos relieves pasa también en los montículos del Amazonas”, agrega.

En casi todos los cerritos de indios se encuentra tierra quemada. “Para mí la tierra quemada de los cerritos es adobe”, comenta Moreno. “Al ser un lugar de vivienda, las evidencias de procesamiento de pieles van a estar en otro lado. Lo que tenés en el propio cerrito es evidencia de consumo y de preparación de alimentos y herramientas”, dice convincentemente.

“Hay cerritos que puede que no sean casas y que hayan pasado de una cosa doméstica a ser transformados en sitios monumentales o simbólicos, pero muchos tenían una finalidad doméstica. Tenés huesos consumidos, se comieron ahí”, agrega. Sin embargo, en los cerritos de indios hay también enterramientos de personas. “El Ch está lleno de gente”, dice como quien habla de una cooperativa. “En el Ch2D01 hay 21 cuerpos humanos. Que la gente viva ahí, arriba de los muertos, a mí no me parece algo que necesariamente tenga que estar en oposición a su uso como vivienda. Enterrar ahí y vivir arriba me parece todo como parte de una misma forma de habitar y de vivir, de no separar los mundos, vivían en un mundo solo”.

“Estudiar los animales en los sitios arqueológicos te da información sobre un montón de cosas, sobre la comida, sobre la dieta a largo plazo, sobre el territorio, sobre la tecnología, sobre la ecología, sobre el medioambiente, sobre la formación del sitio”, dice Moreno. Es cierto, empezamos hablando de restos de animales y terminamos viendo si estos pobladores vivirían cerca de sus muertos. Todo gracias a las nutrias. Ahí está otro porqué.

Artículo:Myocastor coypus: una aproximación a su explotación durante el Holoceno tardío en el sudeste uruguayo (sitio Ch2D01, excavación IA)”
Publicación: Cadernos do Lepaarq (2021)
Autora: Federica Moreno.

Animales al rescate de fechas

El sitio Ch2D01 tiene una antigüedad que va desde poco más de 2.000 años antes del presente hasta unos 220. Pero allí podemos estar perdiéndonos algo.

“Esos 220 años de antigüedad se establecen por el fechado de huesos humanos. Y ahí hay un tema para discutir. No es porque crea que la fauna va a resolver todo ni porque es lo que vengo estudiando desde hace un tiempo, pero creo que hay que fechar con base en huesos de animales”, dice Moreno. ¿Por qué?

“Porque cuando vos fechás un resto que tiene una traza de corte humano, un resto que sabés que fue consumido, tenés ahí un fechado del momento de la muerte del animal. En cambio, si fechás un hueso humano, ahí puede suceder que se hayan enterrado después, como pasa en varios sitios. Por ejemplo, en el sitio de Paso Barrancas, que excavó Roberto Bracco, hay capas fechadas en 3.660 años. Y en esa misma capa hay un enterramiento humano que tiene unos 1.400 años. Puede haber una reutilización para enterrar que sea más tardía. Entonces el fechado que te dan los humanos no es el fechado de la actividad que estás analizando ahí”, explica.

“Entonces yo no sé en realidad qué es lo que pasa en el sitio Ch2D01. No sé si esas actividades domésticas que vemos están relacionadas con esos enterramientos humanos de poco más de 200 años o son anteriores y los enterramientos son posteriores. ¿Qué relación hay entre los residuos domésticos y los enterramientos? ¿Son contemporáneos o no? Yo no lo sé. No se ha fechado la fauna de los cerritos. Yo insisto en que fechar la fauna y hacer trabajos de tafonomía podría ayudarnos a despejar estas interrogantes. Si en este sitio se hicieran trabajos de tafonomía sobre los restos de fauna y humanos, podríamos ver si ambos restos están iguales o no, si hay diferencias en sus edades”, conjetura. Una vez más, los animales podrían venir en nuestro auxilio.

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