A diferencia del libro en el que ya habían trabajado juntas sobre temas indígenas, Más cerca del cielo, este no está específicamente dirigido a niñas y niños.

Silvia Soler: Qué es o no es un libro para niños está en discusión, no sólo en el terreno de la literatura infantil en sí, aún más en la divulgación infantil. Muchas veces infantilizamos los libros con la ilustración o con la creación de personajes, como era el caso del anterior y otros de esa colección llamada “Más cerca”. Pero este libro no se planteó para niños.

Si bien no es un libro para niños, uno se imagina la curiosidad que podría desatar una maestra al abrirlo en clase.

Silvia Soler: Las etiquetas siempre coartan un poco, pero podríamos decir que si bien no está dirigido a niños, es un libro educativo, en el sentido amplio, como tú decís, de que lo podría usar una maestra y lo puede disfrutar un niño. Capaz es sólo una percepción y la realidad no es así, pero nosotras pensamos que nuestros museos no están muy transitados, entonces teníamos la idea de darles vida a esas piezas que están en museos, tanto con las historias como con la parte más técnica o de arqueología. Por otro lado, las diez piezas que elegimos son pretextos para llevarnos a distintos momentos del pasado. Diez piezas del universo de piezas que tenemos en los museos es nada, por lo que fue difícil elegirlas.

¿Es casualidad que todas las piezas hayan sido encontradas hace mucho tiempo por pioneros, digamos, en la prehistoria de la arqueología de Uruguay? El objeto del libro que se encontró más recientemente es una piedra grabada, hallada en 1976 o 1977.

Moira Sotelo: Fue casualidad sí, porque en realidad lo que buscamos fueron piezas que desde el punto de vista artístico y visual fueran llamativas. No sé qué pasa, si es que todos estos pioneros y buscadores de piezas saquearon o recolectaron mucho, pero en la actualidad es raro que encontremos piezas tan espectaculares. Yo no sé si es porque somos mucho más cuidadosos a la hora de abordar los lugares, a que abrimos espacios chiquitos y hacemos excavaciones muy controladas. Algo de lo que vimos con Silvia en esta investigación que realizamos para el libro es que en muchos casos se abrían excavaciones enormes, a veces contratando a mucha gente. Supongo que era una afición de personas adineradas, porque se pagaban cuadrillas y salían con picos y palas a abrir áreas enormes.
Hoy los arqueólogos somos mucho más cautelosos para no sacar nada de contexto. A veces me cuestiono si al final estas áreas tan pequeñitas que excavamos hoy en día no nos limitan un poco; si bien controlamos mucho el dónde y el cómo del hallazgo, de verdad que no tenía ningún colega en la actualidad que haya hecho un hallazgo espectacular como los de las piezas del libro desde el punto de vista artístico. La arqueología moderna sí ha hecho grandes hallazgos relevantes para la construcción de conocimiento. En las excavaciones en las que he participado, tanto las que he dirigido como las que no, no tengo hallazgos de piezas tan buenos. Podríamos haber puesto en el libro una pieza encontrada por mí, pero lo mejor que tengo es una boleadora partida y una punta de proyectil.
Silvia Soler: También incide en esto que buscamos piezas que estuvieran en los museos. De pronto muchas de las piezas encontradas recientemente ni siquiera han sido procesadas lo suficiente para que estén en exhibición.

En el libro queda patente que este descubrimiento de las piezas en otras épocas de la arqueología imposibilita en algunos casos tener información más completa sobre ellas. La única pieza que ustedes dicen que fue recuperada en una excavación con criterios científicos más acordes a los actuales es una urna funeraria de Rocha, recuperada en 1976.

Moira Sotelo: La arqueología profesional empieza en las décadas de 1980-1990, pero no cae de un paracaídas, es algo que viene de un proceso desde finales del siglo XIX, desde los pioneros de la arqueología uruguaya que empiezan a poner el tema sobre la mesa. Después el paso del tiempo hace que esto se profesionalice. Las excavaciones del pasado, para nuestros criterios actuales, no fueron realizadas de la forma más correcta, pero se hicieron en un contexto y en una época. El problema sería que se siguieran haciendo hoy de la misma manera. Yo creo que esas personas que encontraron piezas a finales del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX sientan las bases para el desarrollo de la arqueología profesional en Uruguay. Que las hayan donado a museos, cuando a veces hoy hay arqueólogos que tienen un gran apego hacia las cosas que encuentran y que creen que son patrimonio de ellos, también es destacable. Si las piezas están expuestas en un museo, las podés disfrutar como ciudadano, verlas por lo menos. En este libro tratamos de volverlas a la vida, como dice Silvia, sacarlas de la vitrina para contar una historia.
Silvia Soler: Por otro lado, hay un mundo fascinante, complejo y variopinto en esto de los coleccionistas de piezas arqueológicas. Es un mundo que tal vez Moira ya conocía, pero para mí fue todo un descubrimiento. Y allí hay de todo: están los que coleccionan sin mucho detalle, algunos que arrasaban e incluso vendían las piezas, y hay otros que trataban de aplicar algún criterio y dejaron muchas anotaciones.

Silvia, tus narraciones son muy vibrantes. En algunas dejás libre una veta más emotiva, como cuando hablás de la persona que encontró la urna funeraria en el cerrito rochense, y en otras tenés una veta hasta de policial, por ejemplo, en el caso del antropolito de Mercedes, que incluye una serie de enredos, un intento de estafa a un presidente, entre otras anécdotas y misterios.

Silvia Soler: Como te decía, descubrí un mundo detrás de cada pieza. Y en algunos casos sí hay mucho de policial. Comenzamos a escribir el libro con el antropolito, pero nos llevó dos meses y nos dimos cuenta de que no podíamos dedicarle a cada pieza ese tiempo. Pero claro, el antropolito lo tenía todo, mientras que la trazabilidad de otras piezas era mucho más simple. El caso del antropolito es maravilloso; la travesura de devolverle una pieza falsa al presidente me pareció increíble.

Leyendo el libro uno se queda con la duda de si el antropolito que se exhibe en el Museo Paleontológico Alejandro Berro es el original o si se trata de una de las muchas copias que se hicieron. ¿Se le hizo algún análisis para saber si es el original?

Moira Sotelo: Cuando Silvia empezó a hacer toda su pesquisa y me empezó a contar lo que iba averiguando, la duda que se te generó a vos también la tuvimos. El antropolito fue de las piezas que más investigamos y nos íbamos compartiendo lo que cada una averiguaba, y esa duda nos quedó también.
Silvia Soler: Cuando fui a mirar los diarios de la famosa exposición de Madrid a la que lo llevaron, encontré que se habían regalado todas las piezas que Uruguay había presentado. Esa información nunca me cerró con la historia que venía después, porque si se dejaron todas las piezas, también el antropolito habría quedado en Madrid. No hallé en ningún lugar que dijera que la excepción fue el antropolito o que no se dejaron todas las cosas. También puede ser que a la exposición de Madrid no haya ido el original, pero eso no lo logramos desentrañar. Y la exposición en sí marca una época, algo que también me llamó la atención. El antropolito no surge de la nada, surge en el contexto de esa exposición, cuando el gobierno llama a presentar piezas para llevar. El gobierno hace ese llamado y de repente aparece este paisano que dice que tiene una pieza que encontraron de una manera rarísima.

Estaba semienterrado en un campo...

Silvia Soler: A mí me gustaría hablar con algún físico, como Ernesto Blanco, para ver qué tan creíble es que un antropolito de 50 centímetros haya tenido que ser desenterrado tirando de una cuerda con un caballo. Hay una cantidad de puntas, toda la historia del antropolito me resultó atrapante. El Ñacurutú también tenía su parte policial, sobre todo, quién lo encontró. No queda claro. Luego hay historias más entrañables, como es el caso de Cándido, que encontró la vasija fúnebre, o cosas polémicas, como los conflictos arqueológicos que se generaron cuando se construía Salto Grande, con dos grupos buscando las piezas en paralelo.

Otra cosa muy atractiva del libro es que si bien hablar de piezas de indígenas obviamente te remonta al pasado, en los relatos de estos pioneros también uno se remonta a un país que ya no existe. Hace apenas unos 50 o 60 años todavía podías ir a algún monte nativo y encontrar una gran cantidad de artefactos. Sin dudas estos pioneros fueron muy buenos haciendo lo que hacían, porque hoy encontrar piezas indígenas no es tan sencillo ni frecuente.

Silvia Soler: No sólo los pioneros recolectaron. Es frecuente que en el interior haya gente que tiene piezas indígenas en sus casas. Hace poco hice una nota para la diaria sobre una escuela rural que es museo en Altos del Perdido, y allí desde la institución educativa de alguna manera se promueve la búsqueda de estos materiales, con ciertos contextos y parámetros, claro está. Pero es una práctica bastante común y tal vez por eso hoy es difícil encontrarlos en la superficie.
Moira Sotelo: Desde la arqueología también pensamos en por qué antes se encontraban tantas cosas y tan espectaculares. Entre el siglo XIX y el XX se generan estas enormes colecciones que están en los museos, pero también hay muchas colecciones más pequeñas y particulares, y mucha gente que tiene piezas que se han ido juntando en el campo. Es tremendamente común llegar a cualquier casa en el campo y que haya una caja de boleadoras, tal vez algún rompecabezas, morteros. Cuando preguntás por piedras de indios, en general te empiezan a sacar cosas. Yo creo que debe de haber habido una colecta enorme en los últimos dos siglos que ha hecho que no se encuentren tantas cosas en la actualidad. Dicho eso, algunas de las piezas que están en el libro vienen de excavaciones en grandes áreas, no fueron encontradas en la superficie. Hoy en día, las excavaciones en grandes áreas se dan muchísimo menos.

Es raro. Por un lado, está el mito del país sin indios y, por otro, parece que a la gente le encanta atesorar objetos indígenas.

Moira Sotelo: El coleccionismo empieza en paralelo a cuando se está construyendo el estado nación en Uruguay, a partir de un pueblo trasplantado de Europa, y donde lo indígena y lo afro queda totalmente invisibilizado. Ahí se empiezan a buscar piezas, se va a la exposición de Madrid a fines del siglo XIX, hay otras exposiciones después a las que también se va, pero siempre con la premisa de que estos objetos son del pasado. No se estaba mirando al proletariado rural y urbano que eran indios, pareciera que lo que vino de Europa eran hordas de gente que pobló todo el territorio, pero acá la mano de obra del campo o del servicio doméstico y de muchos otros ámbitos era afro, indígena o una mezcla. Ahora se está en ese momento de revisionismo que muestra que hay un quiebre cultural pero no un quiebre poblacional. Parece contradictorio con la concepción del genocidio, porque si bien hubo un genocidio, no es que todos los indígenas fueron exterminados. Si bien muchos fueron muertos, otros tantos sobreviven y se insertan en la sociedad colonial de la manera que pueden, en general, como peones rurales o en los suburbios de las ciudades. Era una población económica y culturalmente muy sumergida.
Se construyó un discurso de nación como pueblo europeo. Y esa construcción no es inocente si, por ejemplo, ves en manos de quiénes quedaron las tierras. Son temas que tienen que ver con la construcción de la historia y de la identidad uruguaya, que es totalmente pensada y que tiene una orientación principalmente de origen colorado. Entonces si bien los indios no existen, sus objetos se coleccionan como algo del pasado.
Silvia Soler: Si es del pasado, no duele, esa es mi impresión. Son como trofeos de algo que ya no está, quienes los hicieron ya no están. No te olvides que también a través de la literatura hay toda una construcción de ese pasado, como Tabaré de Zorilla, esa creación del indio que casi nada tiene que ver con la realidad y que coincide en el tiempo con la construcción de estas colecciones. Que se recojan las piezas pero que no se tenga en cuenta a las personas que las hicieron es casi como otra faceta de la misma idea, de que no están. Lo curioso es que en Madrid cuando se exponen se aclara que es muy poco interesante lo que hay para exponer, que son objetos algo así como muy atrasados. Siempre aparecen este tipo de términos y de adjetivos hacia el tipo de piezas y hacia las personas que las fabricaron.
Moira Sotelo: En relación a eso, las piezas que elegimos buscan también revalorizar a los indígenas como creadores de cultura, de arte, de obras y también de espiritualidad. Hay cosas que no se sabe bien para qué se usaron. Estamos hablando de grupos humanos que elaboran figuras plásticas, ya sea en cerámica o roca, que tallan formas humanas o de animales, que probablemente tengan que ver con seres mitológicos o con otras cuestiones. Estos objetos están hablando de una manera de ver y de estar en el mundo. Cuando pensábamos en el libro eso estaba presente.