El mundo en el que vivimos ya no es lo que era. Pero es el único que tenemos. Con dolor y pesar, la idea de salir a lo desconocido, emprender un largo viaje y buscar establecernos en otro se hace cada vez más recurrente. La travesía puede llevar mucho, mucho, mucho tiempo, hasta que encontremos un lugar adecuado para establecer una colonia y comenzar de nuevo. Si no conseguimos una forma de lograr la animación suspendida, es más que probable que quienes iniciemos esta aventura no conozcamos nuestro nuevo hogar. Será un viaje intergeneracional. De ser necesario, nos iremos reproduciendo -y qué más remedio, muriendo- durante el épico y prolongado éxodo. Pero nuestras semillas germinarán en mundos distantes. Viviremos en las y los que nos sucedan. Hemos superado miles de crisis. El futuro está allá arriba. Despeguemos.

La arenga de arriba no está protagonizada por humanos que planifican un viaje espacial hacia un exoplaneta ubicado en la zona Ricitos de Oro de una estrella lejana, sino por bacterias, hongos y otros microorganismos del suelo. Por el momento, el relato tiene tanto de ficción como las novelas que nos han llevado a vivir en otras estrellas. Porque si bien sabemos que hay microorganismos en el aire y que algunos de ellos podrían ser aportados por el suelo, es poco lo que la ciencia sabe sobre qué hacen allí. ¿Salen del oscuro suelo a buscar una vida más luminosa y aireada en la atmósfera? ¿Viven en el aire? ¿Lo usan para transportarse de un sitio a otro y, como en el relato, iniciar una nueva colonia en otra parte? La microbiología atmosférica, como la disciplina joven que es, está plagada de interrogantes. Intentando responder algunas de ellas, un fascinante trabajo, titulado algo así como “Contribución de las bacterias del suelo a la atmósfera a través de los biomas”, acaba de ser publicado.

El artículo, liderado por Stephen Archer, de la Facultad de Ciencias de la Universidad Tecnológica de Auckland, Nueva Zelanda, lleva además la firma de 28 investigadoras e investigadores de centros de Irlanda, España, Chile, Sudáfrica, Mongolia, Canadá, Kuwait, China, Australia, Japón, Estados Unidos, Dinamarca, Singapur y, como es esperable en esta sección, de Uruguay. En este primer muestreo a escala mundial de bacterias del aire y del suelo, que abarca 12 climas y ecosistemas de seis continentes, participa la ecóloga microbiana Claudia Etchebehere del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE). No sólo por esta presencia yorugua el artículo es valioso: además de tratarse de un primer relevamiento internacional de las bacterias del aire y su relación con las que están en el suelo, ayuda a sepultar al paradigma que sostenía que “los microorganismos en la atmósfera se distribuyen de manera ubicua y aleatoria”.

La microbiota del aire, como un vino bien trabajado, también lleva la marca de su terroir. Así que, más rápido de lo que una sudestada ayuda a dispersar bacterias del suelo, y un poco dándole la razón a Bob Dylan con aquello de que las respuestas -y las preguntas- están flotando en el viento, nos vamos a conversar con Claudia Etchebehere.

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¿Cómo termina una investigadora participando de un trabajo internacional? Podría pensarse que a través de los contactos que ha ido estableciendo con colegas a medida que avanza en su disciplina, asiste a congresos, publica investigaciones y conoce a gente que conoce a otra gente que también está en ese tema. “En realidad, no tengo ni idea de cómo llegaron a mí. Supongo que habrán googleado ‘ecología microbiana, Uruguay’ y salté yo, o algo así. O leyeron alguna referencia de algún trabajo publicado. Lo que sé es que un día me llegó un mail invitándome a participar de esta investigación”, dice Claudia. Pero hay casualidades que son menos casuales que otras. “Trabajé mucho en Estados Unidos con un investigador que es un capo en ecología microbiana y por ese lado conozco a mucha gente”, reconoce Claudia.

El asunto es que al neozelandés Stephen Archer, el primer autor del trabajo, no lo tenía. “Un día me escribió contándome que estaba con un proyecto para estudiar el microbioma del aire alrededor del mundo y que le interesaba venir a sacar muestras a Uruguay. Me preguntó si me interesaba el proyecto y si lo podía ayudar”, recuerda.

Stephen estaba con el tiempo justo. Algo que queda claro al ver el trabajo publicado: los muestreos de aire y suelo, llevados adelante en 12 puntos del planeta, se hicieron entre abril y mayo de 2019 en las localidades del hemisferio sur y entre junio y julio de 2019 en las del norte. En abril y mayo de ese año, se tomaron muestras de Australia, Sudáfrica, Namibia, Chile y Uruguay, algo bastante apretado, pero que es aún más complicado si tenemos en cuenta que en todos esos muestreos estuvo presente el propio Stephen. Cuando le escribió a Claudia, le dijo que precisaba tomar las muestras en Uruguay entre el 6 y el 19 de mayo de 2019. Esos eran los días que tenía tras los muestreos en África y antes de salir volando hacia el desierto de Atacama, en Chile. Pese a lo apretado del esquema, Claudia se sumó con entusiasmo al proyecto.

“Lo que Stephen necesitaba era bastante específico. En esos días que iba a estar en Uruguay precisaba muestrear en un lugar que estuviera en el campo y que a su vez fuera representativo del país. Necesitaba también algunos insumos, como alcohol, agua destilada y otras cosas que yo le podía proveer desde el Laboratorio de Ecología Microbiana del IIBCE. También precisaba que luego las muestras fueran acondicionadas y enviadas a Nueva Zelanda”, detalla Claudia. Que consiguió todo eso y más.

“Aquí describimos la diversidad bacteriana en la capa más baja de la atmósfera y el suelo subyacente en 12 ubicaciones distribuidas globalmente que abarcan todos los biomas principales, y caracterizamos la contribución de los suelos locales y distantes a la comunidad atmosférica observada”, dice el propio trabajo. ¿Qué lugar se seleccionó para representar a Uruguay en este estudio internacional? Hubo que contemplar varias cosas.

Las bacterias que colonizan Colonia

En el trabajo se señala que “la capa límite atmosférica comprende la parte más baja y bien mezclada de la tropósfera, que alberga diversos microorganismos que se aerosolizan y dispersan continuamente desde los hábitats de fuentes superficiales”. En el artículo se reconoce que, si bien se espera que las bacterias que dominen la comunidad del aire tengan relación con “las fuentes más cercanas”, más aún en lugares con “superficies lábiles o suelos con alta biomasa”, la pregunta de “cuán significativas son las contribuciones de los suelos locales y distantes a la microbiota de las capa más baja de la atmósfera permanece en gran parte sin respuesta”. Así que había que muestrear.

“Se buscaron lugares que no estuvieran tan influenciados por el ser humano. Por eso buscaban específicamente lugares lejos de las ciudades. Pero también querían lugares que fueran un ecosistema típico del país”, prosigue Claudia. Rumiando cuál sería el ecosistema típico de Uruguay, Claudia y sus colegas de laboratorio se dijeron que fuera cual fuera tenía que tener vacas. “Acá en la mayoría de los lugares hay vacas y pasto”, dice.

Dado que la ventana temporal para muestrear de Stephen era de pocos días, el lugar tenía que ser también de fácil acceso. Por otro lado, el neozelandés no hablaba español, así que si quería moverse con libertad esos días, que donde lo acogieran hablaran inglés también sería una ventaja. “Empezamos a pensar a dónde podíamos mandar a esta persona que no sabía ni una palabra de español. Ahí con Natalia Bajsa, que ha trabajado mucho en el tema suelo, se le ocurrió un lugar en Nueva Helvecia en el que no sólo hay vacas y un pequeño tambo, sino que además tiene una posada. Además, sus dueños son dos personas que vivieron en el exterior y saben hablar inglés, y por trabajos previos sabíamos que podrían interesarse en el proyecto”, dice Claudia. Bingo. Y entonces el aire y el suelo de Nueva Helvecia harían su aporte a la ciencia.

Tomando las muestras

En la investigación se analizaron 469 muestras de aire y suelo de 12 localidades. Abarcaron desiertos fríos con pasturas, como los de Mongolia, o cálidos, como el de Mojave en Estados Unidos, bosques húmedos tropicales, como los de Hawái, zonas árticas con tundra, o la para nosotros apacible Nueva Helvecia, que en el trabajo aparece como un lugar de clima templado y con un bioma “húmedo subtropical” con pastizales y árboles.

En cada uno de estos 12 sitios se colocó a una altura de poco más de un metro un aparato especial para recolectar partículas del aire. “Es un aparato chiquito que lo que hace es retener las partículas del aire haciéndolas pasar por una solución acuosa en la que se retienen los microorganismos”, explica Claudia. “Se usa, por ejemplo, en la industria farmacéutica para monitorear el aire donde están produciendo los fármacos. También conocí a un investigador de Francia que estudia plantas de compostaje, donde mueven mucho suelo, que lo usa para ver de qué manera eso puede resultar perjudicial para la gente que trabaja allí”, agrega, mostrando que si bien el aparato tiene sus particularidades, es de uso bastante corriente.

El aparato que toma las muestras no sólo atrapa las bacterias, sino que mide el flujo de aire, de manera que permite luego determinar la cantidad de microorganismos que hay por cada metro cúbico de aire. También se muestrearon los dos primeros centímetros de suelo en un radio de 25 metros de donde se colocaba cada aparato para tomar muestras del aire. Tanto de las muestras de aire como de suelo se obtuvo material genético, de las que, amplificando unas pequeñas secuencias de ARN de los ribosomas -las famosas 16S rARN- y comparándolas con las bases de datos sobre secuencias de bacterias, se determinó cuáles eran las que estaban tanto en el aire como en el suelo en cada lugar.

Claudia cuenta que Stephen le contó cosas insólitas. “Por ejemplo, en África había alquilado un helicóptero para poder sacar muestras del aire a distintas alturas”, dice con una risa que refleja lo lejos que estamos de algunas formas de hacer ciencia aquí. De todas formas, en Nueva Helvecia el despliegue no fue tan aparatoso, aunque el solo hecho de que una investigación tenga recursos para andar muestreando en 12 países con el mismo instrumental ya es algo insólito para el presupuesto que le destinamos a la ciencia en Uruguay.

Bacterias en el aire

Los microorganismos están en todos lados. En las capas bajas de la atmósfera también, aunque en una densidad muy menor a la que podemos encontrarlos en el suelo, sobre o dentro de nosotros mismos. En el trabajo citan literatura que habla de que en la atmósfera baja puede haber entre diez y 100 millones de bacterias por metro cúbico de aire. Si bien 100 millones de células bacterianas por metro cúbico puede parecer mucho, en términos de la microbiota, es una cifra más bien modesta. “Sí, son cantidades muy bajas. En un gramo de suelo hay unos 100 millones de microorganismos. Eso es lo máximo que hay en un metro cúbico de aire”, comenta Claudia.

En la piel del ser humano, dependiendo de en qué parte, cuándo y de quién, pueden encontrarse por centímetro cuadrado entre un millón y 1.000 millones de células de microbios. Si nos fijamos en nuestro interior, la misma cifra encontrada como máximo de bacterias por metro cúbico de aire, unos 100 millones, es lo que se estima que hay en el intestino delgado... por cada mililitro. Y esa cifra palidece cuando nos trasladamos al intestino grueso, que se estima alberga la mayor biomasa microbiana de cualquier órgano o superficie del cuerpo humano, con un total de cerca de 100.000 millones de células microbianas por cada mililitro.

Si el intestino es una megaurbe de bacterias, las capas bajas de la atmósfera son el Cabo Polonio. En invierno. Y con tormenta. Aun así, para la microbiología, y aunque estemos en pleno siglo XXI, hay unas cuántas interrogantes acerca de desde dónde vienen esos “pocos” microorganismos que están en el aire.

“Hay una gran pregunta en microbiología que es de dónde vienen los microorganismos, si son los mismos que están en distintos lados y es el ambiente el que los selecciona, o si, en cambio, hay una influencia geográfica en esas comunidades que se ven en distintas partes”, dice Claudia. “Si uno piensa en los macroorganismos, tanto en plantas como en animales hay cierta localización geográfica. No son los mismos los animales ni las plantas que tenemos acá que los que hay en Australia, por ejemplo, por más que tenemos un clima similar. Entonces, hay una gran discusión en ecología microbiana, si hay cierta localización geográfica de los microorganismos, o si lo que vemos es debido a las condiciones ambientales”, prosigue.

Según la teoría de la evolución, una de las formas más clásicas para que una especie dé lugar a dos distintas es una barrera geográfica. Dos poblaciones de un mismo organismo quedan separadas por un río infranqueable, o una montaña, o porque se separan los continentes, y entonces cada una toma caminos distintos. Uno podría pensar que la atmósfera está toda conectada, que esas barreras geográficas podrían no incidir tanto y que eso podría explicar cierta homogeneidad microbiana.

“Los microorganismos están en la Tierra desde hace muchísimo más tiempo que todos los otros seres vivos. La Tierra era diferente cuando empezaron a aparecer las bacterias. Cuánto de eso generó un microbioma homogéneo y cómo fue divergiendo en cada región es un gran tema de discusión. ¿Está todo en todos lados y el ambiente selecciona, o hay cierta geolocalización? También hay muchas interrogantes sobre cómo los microorganismos van de una región a otra. Son cuestiones básicas que no se tienen claras en la microbiología como sí se saben en animales o en plantas”, reflexiona Claudia. El artículo hace aportes para algunas de estas interrogantes.

Claudia Etchebehere.

Claudia Etchebehere.

Foto: Mara Quintero

¿Quién anda en el aire?

El aire parece ser un medio un poco hostil. O al menos eso indica la baja densidad de bacterias, hongos, arqueas y otros microorganismos que hay en la capa más baja de la atmósfera. En el trabajo hablan de que algunas familias y grupos de microorganismos parecen ser más resistentes o hábiles para superar estas difíciles condiciones de vida. Como todos los proletarios y proletarias sabemos, no es changa vivir del aire.

“Tampoco se sabe mucho al respecto. Había varias hipótesis sobre cuáles son los microorganismos que están en el aire. Uno piensa que estarán allí los que resisten altas radiaciones, los que pueden resistir la aerolización, o con baja cantidad de agua”, dice Claudia. “Pensamos que esos microorganismos no vuelan, por lo que tienen que estar adheridos a partículas, que en el aire en general son partículas de polvo que tienen baja cantidad de agua”, agrega.

“Ahí habría una selección del ambiente, que determinaría cuáles son las bacterias que más persisten en el aire. Allí están un poco las dos hipótesis. Si el ambiente es muy selectivo, vamos a tener más o menos las mismas bacterias independientemente del ambiente y del lugar geográfico. Este trabajo muestra que no es tan así, que hay una importante correlación entre el lugar geográfico y los microorganismos del aire”, adelanta Claudia.

En el artículo reportan que hay, sí, cierto efecto de condiciones climáticas. Por un lado, como podía preverse, en todas partes encontraron más bacterias por gramo de suelo que por metro cúbico de aire. Por otro lado, en al aire encontraron más abundancia de especies en las zonas con mayor promedio de temperatura anual y menor abundancia en aquellas con más alto registro de precipitaciones anuales.

Asimismo, reportan que en cada lugar muestreado identificaron “distintas comunidades de la atmósfera y el suelo no ensambladas al azar” y que en la comunidad de bacterias atmosférica observaron que “algunas tendencias generales persistieron en los biomas, incluido el enriquecimiento de aquellos taxones tolerantes a la desecación y a los rayos UV”. Al respecto, señalan que “el dogma tradicional ha asumido durante mucho tiempo que los microorganismos en la atmósfera se distribuyen de manera ubicua y aleatoria”. Pues no. Muestrear en varias partes del planeta está demostrando que no están todas en todas partes ni que su ausencia o presencia se deba al azar.

En el trabajo plantean que “una pregunta central en la microbiología atmosférica es de dónde se reclutan los microorganismos transportados por el aire, con la presunción general de que predominan las fuentes locales, particularmente los suelos, pero también otras superficies terrestres y acuáticas, como ser las aguas superficiales del océano, la filósfera y las tormentas de polvo de los desiertos”. Entra entonces en acción el análisis de las comunidades de bacterias del suelo en comparación con las del aire de las mismas zonas.

En la publicación comunican que sus análisis mostraron que “los suelos locales eran más influyentes que los suelos distantes en la determinación de la diversidad observada en la atmósfera”. También reportan que “el contribuyente individual más grande a la capa baja de la atmósfera identificado a partir del seguimiento de las fuentes se derivó de los suelos locales, y esto reforzó los hallazgos del análisis de conectividad”.

¿Vivir en el aire o utilizar el aire?

En el trabajo encuentran que hay una influencia del suelo en la comunidad de bacterias del aire. ¿Eso implica que van de un suelo a otro usando el aire o que algunas bacterias del suelo se cansaron de su vida subterránea y buscan una vida más luminosa y aireada? ¿Tenemos ideas para responder eso?

“Creo que no podemos responder eso”, dice con sinceridad Claudia. “Por ahora, sabemos que esos microorganismos están en el aire. Pero en este trabajo no sabemos si están vivos o no, porque lo único que se hace es extraer ADN. Pueden estar vivos, muertos, latentes”, agrega. Se ve que mi relato de la conquista de nuevos horizontes para establecer colonias la conmovió, porque luego Claudia hipotetiza que tal vez sí algunas desarrollen parte de su vida en el aire.

“Teóricamente, si pensamos en la velocidad de reproducción de los microorganismos y el tiempo que puede estar una partícula en el aire, creo que si ese microorganismo está viable, por ejemplo en una gota de agua en la que puede tener nutrientes, el tiempo le da para reproducirse”, dice, alegrándome.

Pero retomando lo que abordamos antes, que el trabajo indica que también hay una selección del ambiente en las bacterias que proliferan en el aire, Claudia agrega: “En general, los grupos que se encuentran son los que resisten mayores condiciones de sequedad, de radiaciones UV. Tienen esa capacidad de sobrevivencia a ambientes más hostiles. Ahora, cuánto de eso usan los microorganismos para poder dispersarse, en realidad es algo que tampoco sabemos”.

No sabemos entonces qué implica para estas bacterias del suelo que los hayamos encontrado también en la atmósfera, influyendo en esa comunidad microbiana área. No sabemos si son Magallanes, o Marco Polos, o Vascos da Gama que salen a explorar nuevos territorios para fundar nuevas colonias, si son unas alocadas hermanas Wright que buscan la adrenalina de perder contacto con el suelo, o si, en cambio, toda su travesía termina allí, encontrando en el aire un nuevo hogar... o una tumba. “Lo que sabemos es que sí están”, dice con toda lógica Claudia.

Uruguay marca su perfil

Ya que se trata de un trabajo internacional, con muestreos en aire y suelo de varios países, sin querer caer en el chovinismo, es natural sentir curiosidad por ver en dónde queda Uruguay. ¿Sucede aquí lo mismo que en otras partes? ¿Hay alguna particularidad? A medida que se avanza en el artículo publicado no hay grandes sorpresas. Uruguay marcha en el malón. Sin embargo, llegando al tramo final del trabajo, pimba, Uruguay se destaca.

“Ambientes con superficies relativamente estables cubiertas por plantas en el Ártico, Hawái, Sudáfrica, España y Uruguay tenían contribuciones de suelo relativamente no locales más altas y, en general, tenían contribuciones de suelo más bajas que las ubicaciones con superficies locales más lábiles en lugares desérticos”, sostiene el artículo. En otras palabras: en las muestras uruguayas las bacterias del suelo local no estaban tan marcadas como en otras partes. ¿Qué está pasando? ¿Nuestras bacterias del suelo tienen fobia a volar?

En el trabajo abordan a qué puede deberse esto, y hablan de la filósfera, es decir de la posible influencia de las comunidades microbianas que viven en la superficie de hojas y plantas. Esas bacterias que están en la línea de frente en la interacción entre la atmósfera y la cobertura vegetal podrían entonces estar aportando también al microbioma del aire. Por lo que dicen, “esto destaca tanto la importancia de la estabilidad del suelo superficial como el potencial de las bacterias derivadas de la filósfera para formar una parte dominante de la comunidad microbiana”.

Eso genera un montón de preguntas para un país como el nuestro. La erosión del suelo podría promover el pasaje de bacterias del suelo a la atmósfera. Más allá de que la expansión agrícola y algunas malas prácticas están produciendo erosión, ¿la menor huella de la microbiota de suelo en el aire refleja que habría menos erosión aquí que en otras partes? Por otra parte, el muestreo lo hicieron en el sur, en una zona que desde hace mucho tiempo es agrícola. ¿Esto incide en una señal más grande de la filósfera o sería lo mismo si aún hubiera allí los pastizales naturales que hubo antes?

“Estos resultados también me llamaron la atención. Pero después, pensando, me dije que era lógico, que acá en todas partes hay pasto o cultivos, no hay mucho suelo expuesto. El tema ese de la cobertura vegetal es súper interesante. Sabemos que sacar la cobertura vegetal no es bueno para la salud del suelo. Eso además hace que los microorganismos del suelo estén más disponibles para pasar el aire”, señala Claudia.

“Además, a veces no nos damos cuenta, pero en nuestro país si uno viaja casi nunca ve suelo, ve pasto, plantaciones, otras cosas. Pero, por ejemplo, en Paraguay viajás y ves ese suelo rojizo expuesto. Ni que hablar en el Atacama o en otros lugares desérticos. Eso es algo característico de nuestro país, debido a cosas como el tipo de producción que tenemos, que está muy asociada a la cobertura vegetal del suelo”, reflexiona.

“También puede influir el tipo de suelo que tenemos, que es un suelo fértil, y que tenemos bastante agua. Eso propicia que tengamos cobertura vegetal. Si uno deja un tiempo un cantero, aunque no le plante nada, algo va a crecer. Eso también es como una marca de nuestro país”, agrega. “Entonces, las condiciones geográficas y el tipo de producción y estos otros factores hacen que ese suelo, de alguna forma, esté más protegido. Y me parece que está buenísimo darnos cuenta de eso, de que es algo que tenemos que cuidar en nuestro país, que no debemos alterar demasiado esos ecosistemas”, remata Claudia.

¿Expuestos?

En el trabajo también reportan que en el aire encontraron algunas bacterias que también están en nosotros, muchas que incluso forman parte del holobionte que somos. A saber, encontraron bacterias de los géneros Bifidobacterium, Escherichia, Klebsiella, Lactobacillus, Salmonella, Staphylococcus o Streptococcus, aunque señalan que algunos de estos géneros también tienen especies que están en el ambiente y que no sólo están asociadas al ser humano. ¿Qué nos dice esto?

“Creo que ahí también hay varias preguntas”, comenta Claudia. “Desde el punto de vista sanitario, es interesante ver cuánto una enfermedad se puede esparcir por el aire. Algo de eso vimos con la covid-19, y una de las mejores protecciones que usamos fueron los tapabocas. Todo el mundo entendió que estos microorganismos, si hablo, estornudo o toso, pasan al aire y los puede aspirar otra persona. Ver cuánto se puede dispersar una enfermedad en el aire, entonces, es un punto de interés”, sostiene.

“Lo otro interesante también es ver cuánto puede influenciar a nuestra comunidad de microorganismos, ya no sólo pensando en los patógenos, el lugar donde vivimos”, agrega. “Hay muchos trabajos que estudian, por ejemplo, cómo cambia el microbioma humano y cuánto está afectado por el microbioma donde uno vive. A modo de ejemplo, que se ve mayor biodiversidad en el microbioma humano cuando las personas viven en un ambiente más natural y que eso tiene incidencia en la salud”, explica. “Se están empezando a hacer más correlaciones del microbioma que nosotros tenemos con el microbioma que nos rodea. Y ahí el aire es muy importante, porque es lo que nos rodea. Cuánto afecta eso a nuestro microbioma también es interesante para indagar”, avanza.

“Por eso creo que se puede pensar en no sólo cuánto se dispersan los microorganismos, tanto patógenos como no, sino también cuánto se afecta nuestro microbioma con el microbioma del aire en el que vivimos. Eso abre muchísimas líneas de investigación”, señala Claudia.

Y así, haciendo ciencia colaborativa e internacional, las pequeñas bacterias que están en bajas cantidades en el aire que nos rodea nos empujan a hacernos grandes preguntas. Dylan siempre fue un letrista perspicaz. Pero, como muestra este trabajo, a diferencia de en su canción, son las preguntas y no tanto las respuestas, las que están flotando en el viento.

Demasiada colaboración

“Cuando me contactó este investigador y me empezó a contar el proyecto, me dije que esto estaba buenísimo. Entre otras cosas, porque es muy importante hacer estas megainvestigaciones”, confiesa Claudia

“Me encantó participar en este proyecto, en particular porque para nosotros, para la ciencia que se financia en Uruguay, es impensable hacer un proyecto así. Pero gracias a este tipo de proyectos es que se pueden dar este tipo de avances de la ciencia. Si cada uno está estudiando su ecosistema aislado, no puede llegar a estas conclusiones más generales. Y eso es algo que a los financiadores de nuestro país les cuesta entender. Pero, por suerte, existen en el mundo otras agencias de financiación que tienen mucho más dinero y a las que les interesan este tipo de proyectos”, lanza.

La ciencia es cada vez más colaborativa y de trabajar en red. Hay casos prototípicos, como la medición de las ondas gravitacionales o el proyecto para desviar el asteroide Dimorphos con la misión DART, en la que participó nuestro astrónomo Gonzalo Tancredi. En muchos artículos la lista de autores supera las decenas. Esa de que un Einstein solito te describía la naturaleza de la luz ya no es lo que impera.

“Sí, pero creo que eso es algo que en nuestro país todavía no está muy contemplado. No se le da el valor que se le tiene que dar”, dice Claudia. No es una percepción suya nada más. “En unas evaluaciones que tuve de Pedeciba [Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas] como de la ANII [Agencia Nacional de Investigación e Innovación], me dijeron que tenía demasiadas colaboraciones, que necesitaba hacer más trabajos sólo de mi laboratorio”, dice desconcertada.

“Me enojé muchísimo. Les envié cartas diciéndoles que así no es la ciencia de ahora. Hay como una vieja escuela que piensa que si vos sos un buen investigador tenés que hacer papers únicamente con tu grupo de trabajo. La ciencia ya no es así, pero esa vieja escuela todavía está rondando. Por suerte, poco a poco la vamos derribando. Yo sigo haciendo colaboraciones con todo el mundo, porque me encanta, y porque me parece que es una forma de hacer avanzar la ciencia”, dice Claudia.

“Ahora específicamente cuando me toca una evaluación, pongo directamente que pienso que la ciencia tiene que ser colaborativa. Y lo resalto porque creo que colaborar no es una tarea fácil. Lleva un montón de tiempo. Pero creo que es una forma de hacer ciencia que tiene que ser más valorada, sobre todo en nuestro ámbito”, sostiene.

En la ciencia también se puede hacer una gran carrera siendo extremadamente individualista. Al fin de cuentas, científicas y científicos viven en la sociedad en la que vivimos todos. Algunos piensan que a los investigadores e investigadoras les falta espíritu emprendedor.

“Está esa visión que yo, como estoy trabajando bastante en el tema género, intuyo que es una visión machista de la ciencia. Hay algunos trabajos que muestran que las mujeres trabajamos más en redes que los investigadores varones. Y creo que en el fondo hay algo machista en esa percepción de que lo colaborativo no vale tanto como lo individual. Creo que también desde ese punto de vista tenemos que revertirlo. Es tan valioso un trabajo de muchas personas como un trabajo personal”, remarca Claudia.

“Yo también hago trabajos en mi laboratorio y también participo de trabajos en los que mis estudiantes son el autor principal. Pero también invierto tiempo en este tipo de trabajos. Investigaciones que involucran tantas muestras, tanta gente, pueden llegar a otros lugares. En este caso, sin eso no se podrían haber sacado estas conclusiones”, remata.

Es cierto. La publicación demuestra que colaborar es provechoso. Los que están pensando en el rediseño del sistema científico bien harían en tomar nota de ello y trabajar para que hacer ciencia colaborativa sea tan sencillo como apreciado.

Artículo: Contribution of soil bacteria to the atmosphere across biomes
Publicación: Science of the Total Environment (febrero de 2023)
Autores: Stephen Archer, Kevin Lee, Tancredi Caruso, Antonio Alcami, Jonathan Araya, Craig Cary, Don Cowan, Claudia Etchebehere, Batdelger Gantsetseg, Benito Gómez, Sean Hartery, Ian Hogg, Mayada Kansour, Timothy Lawrence, Charles Lee, Patrick Lee, Matthias Leopold, Marcus Leung, Teruya Maki, Christopher McKay, Dina Al Mailem, Jean Ramond, Alberto Rastrojo, Tina Šantl-Temkiv, Henry Sun, Xinzhao Tong, Bryan Vandenbrink, Kimberley Warren-Rhodes y Stephen Pointing.