El pastizal es el ecosistema dominante y característico de nuestro país. O tal vez debiéramos decir sigue siendo. Cuando, al decir de Les Luthiers, los españoles por fin nos descubrieron, los pastizales abarcaban 80% de nuestro territorio. El investigador Alejandro Brazeiro sostenía en una nota previa que en 2015 los pastizales representaban ya 60% de la superficie de Uruguay, y que de ese menguado porcentaje “buena parte está alterada y ya no son pastizales naturales, sino campos mejorados, muchas veces con especies exóticas para forrajeo del ganado”. En la investigación que llevó adelante Brazeiro junto a otros colegas, el futuro no nos sonreía: para 2030 estimaron que el pastizal abarcaría apenas 50% de la superficie terrestre uruguaya.

Otra investigación, en este caso liderada por Santiago Baeza, mostraba que entre 2001 y 2018 Uruguay perdió 10% de los pastizales que tenía. Los impulsores de ese cambio del uso del suelo fueron la agricultura, principalmente la expansión de superficies dedicadas a la soja, y la forestación, principalmente de pinos y eucaliptus. Si bien el pastizal es un ecosistema amenazado por las altas tasas de conversión, tanto en Uruguay como en otras zonas de la región, a diferencia de otros ecosistemas, como los bosques nativos, los costeros o fluviales, el pastizal no tiene ningún tipo de protección que ayude a su conservación.

Ante todo este panorama, aquí en la sección Ciencia de la diaria acuñamos el año pasado el término depastizalización para que se pare al lado en pie de igualdad con el de deforestación. Aunque la Real Academia Española aún no lo ha recogido, es claro que lo que daña al planeta no es ni talar bosques ni cortar el pasto de por sí, sino cambiar lo que hay en el suelo -y todo lo que en él y sobre él vive- para poner o hacer otra cosa. Donde hay ecosistemas de pastizales es tan perjudicial colocar cultivos o forestación como en donde hay bosques talar para colocar ganado o cultivos. Más aún cuando ya sabemos, como mostró otra investigación reciente liderada por Federico Gallego, que al menos en el caso de la forestación con pinos, luego de apenas siete años de actividad, el pastizal natural no se regenera ni recupera lo que era antes de haber sido desplazado.

Ahora, la publicación del artículo “Resiliencia de los pastizales a las sequías: cambios a lo largo de un gradiente de intensificación”, firmado por Andrea Tommasino y Federico Gallego, del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales (IECA) de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República (Udelar), Felipe Lezama, del Departamento de Sistemas Ambientales de la Facultad de Agronomía de la Udelar, Gonzalo Camba, de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (UBA), y José Paruelo, que, además de pertenecer al IECA de la Facultad de Ciencias y a la Facultad de Agronomía de la UBA, es investigador del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) en La Estanzuela, Colonia, nos muestra que conservar este ecosistema de alto valor para la biodiversidad del país y que permite la producción ganadera, encima trae ventajas para cuando, como sucedió recientemente, atravesamos períodos de sequía.

Para conocer lo más destacado de esta investigación pueden leer el recuadro que acompaña esta nota. Pero para saber un poco más sobre ella y, más aún, para seguir pensando sobre la importancia de conservar el pastizal y de la ganadería de baja huella ambiental que sustenta, salimos disparados a conversar en Facultad de Ciencias con José Paruelo, investigador nacido en Argentina, aunque a esta altura tan uruguayo como Gardel (bah, un poco más, porque de José nadie dice que pudo haber nacido en Francia).

Pensando en el pastizal

El artículo que publicaron no sólo es fantástico por aportar nueva y valiosa información, sino porque además es de acuciante actualidad por la seca que acabamos de vivir y porque esta variabilidad climática, que no es de ahora y que tradicionalmente se ha minimizado, está previsto que se vea afectada por el incremento de los eventos extremos con el cambio climático; la idea del grupo de investigación, son embargo, viene desde hace tiempo.

“La historia de esto arranca por el 2005 con la tesis de doctorado de Felipe Lezama, que ahora es profesor en el Departamento de Sistemas Ambientales. En ese momento el planteo fue armar un experimento de largo plazo que estudiara las distintas dimensiones del pastoreo”, cuenta José, mientras desde un afiche colgado en una de las oficinas del IECA Charles Darwin nos mira.

“Eso era algo que nos preocupaba mucho, porque el pastoreo no es una única cosa sino un síndrome. La vaca, la oveja o el caballo pisan, comen, seleccionan, defecan, orinan. Cada una de esas acciones tiene un efecto distinto sobre el ecosistema. Algunas fertilizan, otras modifican la competencia entre las plantas, producen cambios en el nivel de aireación del suelo o afectan la dinámica de los nutrientes, y así”, explica José.

“A nosotros nos parecía, y nos sigue pareciendo, que era importante entender cómo esas dimensiones del pastoreo afectan la respuesta del ecosistema en términos de competencia entre especies, de cómo se modifica la acumulación de materia orgánica en el suelo, de productividad”, confiesa. Lo que les preocupaba era “salir del debate acerca de que cuál es el mejor método de pastoreo, si rotativo o continuo”, porque para ellos la respuesta a la pregunta pasaba por ver cómo se combinan los efectos de cada una de estas cosas. “No es el pastoreo, sino cada una de esas cosas la que está afectando, y de manera diferencial, cada una de esas dimensiones o procesos”.

Buscando analizar esas distintas dimensiones, encontraron un campo con pastizal natural en San José y, convenio mediante entre el propietario y la Facultad de Ciencias, se propusieron hacer una investigación a largo plazo. Pero la suerte no estuvo de su lado: “Cuando vino el boom de la soja el dueño vendió el campo y a los dos minutos se le pasó el arado a todo el predio. El largo plazo entonces fueron sólo cuatro años”, dice, hasta riendo, José. Pero ese no fue el único contratiempo de aquella investigación.

“En el medio de ese experimento ocurrió una sequía similar a la que vivimos ahora. Hubo dos años de sequía, y en el segundo la sequía fue mucho más intensa”, recuerda José. Como dicen en el trabajo, entre noviembre de 2007 y enero de 2008 las precipitaciones fueron 30% inferiores al promedio de los 25 años anteriores. En los mismos meses pero del año siguiente (2008-2009) la sequía se agravó y las precipitaciones fueron 42% inferiores al promedio de los 25 años anteriores, siendo el “segundo período más seco” registrado entre 1981 y 2006. Nada de aquello era bueno para los objetivos de su trabajo: “En ese momento fue una desgracia, porque muchas de las diferencias que queríamos ver se minimizaban, la sequía homogeneizaba todo para abajo”, confiesa José. Pero como dicen, a mal tiempo, buena cara. Aquella seca les daría la oportunidad de hacer el trabajo que ahora nos convoca.

“De ahí nos quedó la sangre en el ojo de seguir este experimento. Cuando entro al INIA, voy a La Estanzuela, que está en Colonia, un departamento que es un mar de transformación”, dice José. Pero allí dio con un área que había sido una pista de aterrizaje y en la que por más de 60 años no se había producido otra modificación que cortar el pasto. “Era un pastizal natural de los que es casi imposible encontrar en esa zona del país”, dice con los ojos brillándole como el día que dio con la pista. Ya tenían su pastizal natural para el experimento a largo plazo sobre pastoreo.

Pero el tiempo pasó. Ahora la investigación formaría parte de la tesis de doctorado de Andrea Tommasino -estaba fuera del país cuando hicimos esta nota- y Felipe Lezama sería codirector de tesis junto con José. “Al retomar los datos viejos del experimento en San José, empezamos a mirar algunas variables que no habíamos considerado, y empezamos a encontrar patrones que nos decían que estábamos ante cosas interesantes”, dice el Gardel del pastizal.

De cierta manera, hubo cierta justicia poético-científica: la sequía que les había arruinado el trabajo anterior, ahora les proporcionaba la posibilidad de desplegar un diseño experimental en el que no habían pensado, ya que tenían datos previos, contemporáneos y posteriores a la sequía de 2007-2009. “A veces los ecólogos tenemos suerte y nos pasa que podemos medir antes, durante y después de determinados eventos. Eso fue lo que pasó en este caso, por lo que decidimos hacer este trabajo”, explica José.

Antes de pasar a hablar de lo que encontraron en esta investigación, hagamos un pequeño paréntesis. Porque puede parecer extraño que tras la introducción de esta nota, que habla de la conservación del pastizal natural y su biodiversidad, al mismo tiempo se esté hablando de cómo lo afecta el ganado. El asunto es que hoy muy probablemente sin uno no habría el otro.

El pastizal precisa a los herbívoros

Como bien dice el artículo titulado “Pastadores y fuegos: su papel en la conformación de la estructura y funcionamiento de los Pastizales del Río de la Plata”, firmado por el propio José junto con otros colegas como Alice Altesor del IECA o Pablo Baldassini del INIA, el fuego y los herbívoros (aquí existieron enormes comedores de pasto, como toxodontes y gliptodontes, entre otros más pequeños) fueron parte indispensable de la evolución de los pastizales que ahora vemos.

El asunto es que la megafauna se extinguió hace unos 10.000 años y otros pastadores de porte, como el venado de campo y el ciervo de los pantanos, fueron menguados en tiempos históricos (el primero lucha por sobrevivir en parches de Salto y Rocha y el último está extinto en nuestro país). Las vacas, ovejas y caballos, introducidos por los europeos, hoy cumplen ese rol de presionar a los pastizales. Como señalan en el artículo, ese ganado es hoy “clave para la preservación del hábitat” y para que el pastizal “brinde sus servicios ecosistémicos”. Por contraintuitivo que suene, si el pastizal no es comido, se degrada, lo que nos recuerda que toda la vida en este planeta forma una red compleja de interdependencias.

“Hoy es claro que si uno quiere tener un pastizal, necesita tener a los herbívoros arriba. Si no hay herbívoros la diversidad del pastizal cae. La heterogeneidad espacial del pastoreo es uno de los elementos claves para asegurar la diversidad y el conjunto de procesos que componen el funcionamiento de los ecosistemas abiertos”, complementa José.

“Si eliminamos el pastoreo en estos sistemas, muy probablemente esa acumulación de biomasa, que antes pasaba por el tracto digestivo de un herbívoro doméstico o silvestre, se consuma de otra manera. ¿Cuál? Mediante el fuego”, dice José aludiendo al mencionado artículo. “De cierta forma el sistema da cuenta de esa acumulación de biomasa, ya sea por el lado del fuego o por el lado de la herbivoría. Esto no solamente pasa acá, pasa en África, pasa en las planicies en Estados Unidos, en todos lados donde están estos ecosistemas abiertos hay un juego entre procesar biomasa por la cadena de herbivoría o por la cadena de fuego. Es una manera de quemar carbono, controlada en una mitocondria, o a lo bestia con el fuego”, agrega.

La idea de que las perturbaciones, como el fuego y la herbivoría, son un aspecto constitutivo de estos ecosistemas abiertos, sobrevuela todo el trabajo, porque algunas de las cosas que vieron con los efectos de la sequía, van en ese sentido. La seca podría ser otro factor perturbador que termina siendo parte de las dinámicas de estos ecosistemas. “Este paper de Andrea pone en evidencia que la diversidad afecta a la resistencia, un aspecto de la resiliencia de los pastizales. Y esa diversidad depende de la presencia de los herbívoros. Si nosotros sacamos a los herbívoros, como se ha observado en parcelas con exclusión ganadera, la diversidad baja, y es muy probable, por lo que vimos acá, que la resistencia a un evento extremo, en este caso la sequía, también baje”.

Andrea Tommasino (izq) en parcela experimental de pastizal. Foto: gentileza José Paruelo

Andrea Tommasino (izq) en parcela experimental de pastizal. Foto: gentileza José Paruelo

La resiliencia del pastizal en el mundo real

Para su investigación, Andrea Tomasino buscó imágenes satelitales, con sensores que registran la radiación fotosintéticamente activa, de predios en los que, gracias a información de diversas fuentes, como el Plan Agropecuario, se sabía que durante los años de las sequías de 2007-2008 y de 2008-2009, así como en los años previos y posteriores, había habido siempre pastizales naturales (dieron con 15), pastizales mejorados con leguminosas y fertilización (otros 15) y pasturas sembradas con fertilización (otros 14). Los campos seleccionados se ubicaron todos en Colonia, San José y Florida.

En ellos buscarían ver qué tan resilientes habían sido a la sequía. Como resiliencia es un concepto que se presta al manoseo, en el trabajo dejan claro a qué se refieren: “Un ecosistema resiliente tiene la capacidad de absorber una perturbación (sequías, incendios, huracanes, entre otros), manteniendo esencialmente la misma estructura y función”. Sobre eso agregan que el ecosistema “puede ser resiliente porque resiste o porque se recupera de la perturbación”, siendo la resistencia y la recuperación “atributos complementarios de la resiliencia”. La dos pueden ser medidas: “la resistencia se puede evaluar cuantificando la magnitud del cambio en la variable de interés” durante el efecto perturbador, mientras que “la recuperación cuantifica la tasa a la que la variable de interés vuelve a un nivel similar al que mostraba antes de la perturbación”.

Lo que pasó en los predios productivos es que, tanto el pastizal natural, que posee mayor diversidad de especies y donde se practica una ganadería más extensiva, sin aplicación de fertilizantes, e incluso los que tenían pastizales mejorados con la siembra de leguminosas, tuvieron una mayor resistencia en los dos años de sequía que la pradera totalmente sembrada donde se saca las especies nativas que hay y se pone una semilla que se compra.

Encontraron, además, que esa resistencia también afectaba a la recuperación, porque en el pastizal natural y en el pastizal mejorado el nivel de productividad después de pasada la sequía era mayor que el que había previo a la seca. Y ahí es donde esto se toca con el otro trabajo de José, el del fuego y la herbivoría: ¿es la sequía otro de los factores que hace que el pastizal se venga con fuerza o que, de alguna forma, ayude a mantener el pastizal?

“Creo que esto lo que está manifestando es algo que ya nos dijo el compañero Darwin”, dice José mirando el afiche en el que la barba de Charles Darwin está formada por una maraña de forma de vidas y no por el pelo canoso de sus retratos icónicos. “El proceso de selección que operó sobre esas especies evidentemente genera algunas ventajas frente a un evento que ya venían experimentando de manera periódica, como son las sequías”, reflexiona. “Esto está sugiriendo que las especies que conforman el pastizal tienen una capacidad diferencial de responder a sequías que se dan cada tanto. Las especies que quedaron conformando los pastizales fueron las que de alguna manera tenían esa capacidad de responder”, añade.

La resiliencia en las parcelas experimentales

Al hacer los análisis de lo que había sucedido en estos campos con emprendimientos productivos, confirmaron su hipótesis de que la mayor biodiversidad generaba mayor resiliencia, entendiendo que en ese gradiente de biodiversidad el pastizal natural estaba en el extremo, con muchas especies y diversos grupos funcionales, el pastizal con leguminosas sembradas en una posición media y la pastura implantada con la menor diversidad de especies.

Pero cuando fueron a ver lo que pasaba en las parcelas experimentales en el predio de San José en el que habían trabajado desde 2006 con Felipe Lezama, vieron que no era sólo la biodiversidad la involucrada, sino más bien cómo estaba estructurada esa biodiversidad, es decir, si estaban presentes los distintos grupos funcionales que componen el ecosistema pastizal.

Y además encontraron otra cosa de suma importancia para el contexto en el que estamos ahora, cuando una gran sequía parece haber llegado a su fin: en la resiliencia de los pastizales incidía cómo había estado estructurada esa comunidad de especies en el año anterior. Y entonces uno piensa: por más que la sequía pueda haber terminado, si alguno de los pastizales sufriera una alteración en estos grupos funcionales antes de la sequía, por más que llueva no va a recuperarse tanto este año como aquel pastizal que hubiera mantenido sana su diversidad al momento de iniciarse la seca.

“Pongámoslo en otros términos. Aquellos predios que estuvieron mal manejados antes de la sequía, y que por tanto es posible que hayan perdido tipos funcionales, a partir de lo que vimos sobre el rol que cumple la diversidad en explicar la resiliencia, podríamos sí esperar que esos pastizales más degradados tengan una caída más marcada y una menor capacidad de recuperación”, señala José.

“¿A qué lleva esto?”, se pregunta tomando las riendas de la entrevista. “Al concepto de la gestión del pasto. Cómo se maneja el recurso y cómo se preservan distintos potreros y evita que se degraden tiene una importancia no solamente en ese momento, sino también en el largo plazo, en la capacidad de enfrentar los déficits forrajeros, los coletazos que siguen a una sequía o a otro evento extremo que pueda ocurrir”, se responde José.

No es pastizal natural versus pastura sembrada

En el campo real con estos tres sistemas de producción, quedó claro que a la pastura sembrada con semillas de especies que suplantan a la vegetación natural y que además requiere fertilización le fue peor en la seca. Si cayéramos en la futbolización del tema, podríamos decir “pastura sembrada, siempre corriste, salís más cara, jodés al ambiente y encima sos horrible superando una sequía”. O sin futbolizar, pero siendo igual de simplista: “Hay que prohibir las pasturas sembradas, pongamos una ley de que todo el campo tiene que ser pastizal natural”. Pero el asunto es más complejo. Es cierto, el pastizal natural fue más resiliente y a la pastura sembrada le fue peor.

“Bueno... a ver... no le fue tan mal”, dice, dubitativo, José, no porque no recuerde los resultados de su trabajo, sino porque quiere encontrar las palabras adecuadas para comentarlos. “A la pastura sembrada no le fue tan mal, pero caía más y se recuperaba menos. Pero las pasturas juegan un rol estratégico, por eso me parece que no hay que poner el debate en términos de pastizal versus pastura, sino en cómo armamos el porfolio de recursos forrajeros”, dice.

“Tenemos una oportunidad con el pastizal natural como base forrajera de sistemas con una huella ambiental baja. Son embargo, para evitar que ese sistema se degrade por sobrepastoreo, o que sea inviable desde el punto de vista económico, no podemos descartar de plano las pasturas sembradas”, señala, agregando otra dimensión. “En Uruguay 94 o 96% de la superficie es privada. Entonces, si uno no incluye la sostenibilidad económica, se pinchan casi cualquiera de las alternativas que uno plantee para reducir la huella ambiental del sistema productivo”, dice luego con toda lógica.

Como persona que sólo sabe que no sabe nada sobre cómo hacer producir la tierra, le pregunto si el pastizal natural, más allá de esta mayor resiliencia, en algunas condiciones puede no ser rentable. “Lo que digo es que en un establecimiento uno tiene que combinar los recursos forrajeros con los que cuenta. Que en todo el predio haya pastizal natural, puede ser. Pero dedicar una pequeña superficie a una pastura, que eventualmente suple una demanda más alta, permite descansar el pastizal, permite terminar más rápido a un animal para ser faenado, me parece que es perfectamente compatible con esta ganadería de baja huella ambiental”, señala.

Y luego agrega otra pieza al puzle. “La manera de evitar la caída en los stocks de materia orgánica en el suelo de los sistemas agrícolas está asociada a la rotación agricultura-praderas implantadas. Entonces, las pasturas sembradas juegan un papel importante en esos sistemas en los que la agricultura ya está instalada, porque la rotación con pasturas tiene un impacto muy positivo sobre el stock de carbono del suelo. Asimismo, tiene un resultado económico importante, porque la ganadería que se hace sobre pastura implantada es rentable y viable”, sostiene.

Convenciendo

Al productor ganadero entonces habría que mostrarle que, por un lado, preservando el pastizal natural está preservando un ecosistema que es necesario que siga estando allí, pues un ecosistema dañado, tarde o temprano, nos termina afectando a todos. Pero, por otro lado, habría que decirle que preservando ese pastizal natural donde produce tiene un resguardo ante eventos extremos que asumimos que van a ser cada vez más frecuentes.

“Eso es una conclusión de este trabajo, sí. Los pastizales naturales son más resilientes que otros recursos forrajeros. Por eso en las conclusiones ponemos que incluir una proporción importante de pastizal natural en el menú forrajero que tenés en tu predio es importante. Y además, manejarlo de una manera que preserve la biodiversidad específica y la biodiversidad de los tipos funcionales. Cuanta más diversidad haya en el predio, mayor va a ser la capacidad de aguantar el sacudón que implica la sequía y de recuperarse después”, explica José.

Pensando en que ese pastizal se conserve, José trabaja por aumentar la producción ganadera al tiempo que se lo conserva. “Con el manejo del pastizal es posible aumentar mucho la eficiencia con la que se produce carne en los pastizales. Ir de 80 kilos por hectárea de producción de carne a 120 o 130 kilos es posible usando un menú forrajero que tenga en 80 o 90% al pastizal natural como su principal ingrediente. Producir un aumento de 40% en la productividad ganadera requiere gestión del pasto”, afirma convencido.

También señala que, para preservar el pastizal, tenemos que hacer más por diferenciar los productos. “En este momento Uruguay tiene un sistema de trazabilidad que es referencia en el mundo. Todas las vacas tienen su chip en la oreja; sabemos de dónde vienen. Pero en el supermercado, la única colita de cuadril que se diferencia es la que viene de feedlot”, dice, molesto. Y encima la carne de feedlot es más cara, pese a que se oxida antes y es menos saludable, es peor en cuanto a bienestar animal porque los animales no se mueven y comen granos que no tienen nada que ver con el alimento para el que sus sistemas digestivos evolucionaron, y para colmo los feedlots contaminan más el ambiente que el ganado a pasto.

“Me niego a pensar que no hay posibilidad de diferenciar un precio entre una carne que preserva biodiversidad, como la del pastizal, frente a otra que proviene de la deforestación, como la del Cerrado o la del Chaco, o de la de otras que implican peores condiciones de bienestar animal, como la de los feedlots”, expresa José. “Ahí hay un margen de posibilidades de diferenciar esta ganadería que necesitamos, es decir que no es que la tenemos solamente porque queremos hacer plata. Si no hiciera plata, igual tendríamos que tener vacas ahí para asegurarnos la preservación del pastizal”.

“Por último, también nos faltan instrumentos legales que visibilicen el pastizal”, asegura José. “Me parece que es necesario tener una ley que declare el interés que tiene el bioma pastizal para Uruguay desde distintos puntos de vista, económico, cultural, ambiental y sanitario”.

Evidencia para redactar leyes ya tenemos. Para cambiar prácticas productivas también. Porque no hay peor sequía que la que nos agarra sin haber hecho antes lo que sabíamos que podíamos hacer.

Artículo: Rangeland resilience to droughts: Changes across an intensification gradient
Publicación: Applied Vegetation Science (marzo de 2023)
Autores: Andrea Tommasino, Felipe Lezama, Federico Gallego, Gonzalo Camba y José Paruelo

Claves de esta investigación

  • El trabajo encabezado buscó evaluar cómo la biodiversidad del pastizal afecta su resiliencia a la sequía en términos de resistencia mientras dura y de recuperación una vez que culmina.
  • Para ello se analizó qué sucedió en predios ganaderos con pastizales naturales, pastizales “mejorados” con leguminosas sembradas y praderas totalmente sembradas de Colonia, San José y Florida durante dos años de sequía consecutiva, 2007-2008 y 2008-2009, midiendo también qué pasó antes y después de la seca.
  • En ese mismo período, en un predio en San José con pastizal natural, se analizó qué sucedió en parcelas experimentales que estaban sometidas a distinta intensidad de pastoreo y fertilización.
  • Los análisis sobre los campos productivos les permiten decir que “las pasturas sembradas tuvieron una resistencia significativamente menor” en las sequías de 2007-2008 y de 2008-2009 “que los pastizales nativos y los pastizales sembrados” y que su producción primaria neta en 2007-2008 cayó 45% mientras que en los pastizales naturales y los mejorados con leguminosas esa caída fue de 30%.
  • Los pastizales naturales y los mejorados, luego de la sequía, aumentaron su producción primaria por encima de los niveles previos a la sequía (15% y 16%, respectivamente), mientras que las pasturas sembradas cayeron 17% con relación a su producción previa a la sequía.
  • Por ello afirman que, en estos pastizales templados “bajo diferentes niveles de intensificación, la resiliencia” ante “un evento de sequía importante se relacionó positivamente con la biodiversidad” (el pastizal natural tiene más especies que el mejorado con leguminosas fertilizado y este más que el sembrado con pastos exóticos y fertilizado).
  • En las parcelas experimentales la mayor diversidad también redundó en una mayor resiliencia a la sequía, pero en este caso no se trataba sólo de la cantidad de especies, sino más concretamente de que estuvieran presentes todos los grupos funcionales en el año anterior a la sequía.
  • Por tanto, afirman que “la resistencia a eventos de sequía podría reflejar los efectos de eventos pasados que afectaron la riqueza de especies, la diversidad y la abundancia de tipos funcionales de plantas”. En otras palabras, un campo con pastizal degradado resistirá peor una sequía.
  • Los investigadores concluyen que “mantener los pastizales nativos entre la cartera de recursos de pastoreo de un establecimiento es una forma efectiva de minimizar las fluctuaciones de forraje bajo eventos climáticos extremos”, por lo que sus resultados “enfatizan la importancia de preservar la biodiversidad de los pastizales para mantener ecosistemas resilientes frente al cambio climático”.