Cuando era pequeño escuchaba que a las agrupaciones de árboles autóctonos de nuestro país se las denominaba monte indígena. Por mi corta edad, pero también calculo que por esa desvalorización permanente que hacemos de lo nuestro, me había hecho la idea de que se les decía montes porque los bosques serían una cosa más compleja y sofisticada.

Tiempo después me vine a enterar de que los montes de nuestro país eran bosques por derecho propio. “En ecología lo que tenemos acá se llama bosque. Si se quiere, llamarlos montes nativos es usar el nombre vulgar, de entre casa”, me decía en 2017 Alejandro Brazeiro, del Grupo de Biodiversidad y Ecología de la Conservación del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias.

Los nombres comunes que les damos a las cosas no tienen nada de malo. Un carpincho se identifica tanto con ese nombre como con el científico, Hydrochoerus hydrochaeris. El asunto es que el lenguaje también incorpora sesgos y construye realidades. Mi percepción infantil de que nuestro monte era menos que los bosques de otras partes no era sólo mía. “Ese no apreciar el bosque que tenemos incluso ya estaba en la cabeza de los agrónomos cuando trajeron muchas de las especies exóticas invasoras para mejorar la calidad del monte nativo con árboles europeos que crecían más alto y más derechitos”, contaba Brazeiro en aquel encuentro y ponía como ejemplo de eso la introducción del arce y muchas otras especies.

Nuestros montes indígenas eran bosques pues. Eso sí, muy distintos a los que vemos en las películas o a los aburridos conglomerados de pinos y eucaliptos que pululan en prácticamente todos los balnearios. Quien haya andado por alguno de nuestros bosques indígenas sabrá de lo que hablo. La luz, la humedad, el aire, su forma de crecer intrincada... todo es otra cosa y en ellos es difícil no dejarse arrullar por la naturaleza. Ocupando cerca del 5% de la superficie del territorio, nuestros bosques no son muy abundantes y hacen de Uruguay uno de los países con menos bosques naturales del continente.

Lentamente, al bosque indígena comenzó a decírsele bosque nativo (o monte nativo). Bosque autóctono también andaría. Sin embargo ahora, al leer el trabajo “Montículos precolombinos albergan comunidades forestales distintivas en los campos del sur de la Pampa americana”, usar la expresión bosque indígena para referirse a una comunidad de árboles de nuestro país vuelve a adquirir un nuevo y fascinante significado.

Firmado por Laura del Puerto, Camila Gianotti, Noelia Bortolotto y Alejandra Leal, del Departamento de Sistemas Agrarios y Paisajes Culturales del Centro Universitario Regional del Este (CURE) de Rocha de la Universidad de la República; Mercedes Rivas, también de ese departamento del CURE y además del Departamento de Biología Vegetal de la Facultad de Agronomía; Hugo Inda, del Departamento de Ecología y Gestión Ambiental del CURE; César Fagúndez, del Departamento Interdisciplinario de Sistemas Costeros y Marinos del CURE; y Diego Suárez, del Consejo de Formación en Educación de la Administración Nacional de Educación Pública, lo que el artículo plantea es profundamente revelador: hay sí un bosque indígena, un bosque cuya comunidad y diversidad de especies está marcada por quienes habitaron esta tierra miles de años antes de que llegaran los colonizadores desde Europa.

Tras estudiar las comunidades de árboles y otra vegetación que se encuentra sobre cerritos de indios de tres zonas de Rocha –Sierra de los Ajos, Bañados de San Luis y Bañados de India Muerta–, este grupo de investigadores reporta que sobre estas elevaciones del terreno, construidas entre hace 4.000 años y el momento de la conquista, hay bosques que se diferencian de los otros tipos de bosque del país.

Dado que son distintos a los “bosques ribereños o de galería”, que son los que se ubican a lo largo de ríos y arroyos, a los bosques serranos y de quebrada, a los bosques abiertos “que ocurren dentro de los pastizales con distintas coberturas leñosas”, a los bosques de palmeras y a los bosques psamófilos, que se dan en zonas arenosas de la costa del Atlántico, estos bosques de los cerritos de indios son los verdaderos bosques indígenas.

“No lo había pensado así, pero ciertamente se podrían caracterizar como bosques indígenas”, dice Laura del Puerto, arqueóloga, antropóloga y primera autora del trabajo cuando conversamos. Adentrémonos entonces junto a ella en esta nueva dimensión que se agrega al conocimiento del pasado indígena, un pasado que, lejos de haber terminado, sigue firme como un tala en el presente.

Islas arboladas

En las tres zonas de Rocha donde se encuentran los cinco conjuntos de cerritos estudiados, lo que dominan son los pastizales y humedales, y la presencia de árboles es muy escasa. Tan así es que en el trabajo afirman que los cerritos, con sus árboles encima, “aparecen como islas boscosas en un mar de pastizales”.

“La gente a los cerritos los conoce como islas y muchos tienen nombre, Isla de Alberto, Isla Larga, Isla del Tigre. Estas islas son referentes espaciales y la gente los usa, por ejemplo, para refugio y abrigo del ganado”, comenta Laura. “La asociación cerrito-bosque es algo que está muy evidenciado y muy naturalizado y que nosotros siempre observamos en el trabajo de campo. Acampamos en los cerritos bajo los árboles mientras hacemos excavaciones, para excavar elegimos los cerritos menos arbolados, porque las raíces y los árboles obstaculizan. Es decir, esta asociación cerrito-bosque siempre fue muy evidente”, agrega.

Pero algo pasó. De asociar los bosques con los cerritos y tenerlos como algo que se daba, en algún momento comenzó a gestarse la pregunta de por qué aquello era como era. “Lo que creo que cambió en los últimos años es la mirada desde la investigación hacia los cerritos. Ya no vemos tanto al cerrito sólo como una construcción antrópica indígena y como patrimonio arqueológico, sino también como parte de procesos de domesticación del paisaje que comenzaron hace miles de años y que tienen una historia que se continúa hasta el día de hoy”, reflexiona Laura. “Esos cerritos constituyen paisajes arqueológicos y bioculturales. Y esos bosques están ahí como producto de esas modificaciones humanas antiguas, entonces son parte del paisaje, le dan riqueza, biodiversidad, heterogeneidad a ese paisaje y un montón de otros valores de uso para la población actual. Los cerritos entonces no son solamente reliquias del pasado, sino que tienen una vida y una historia actuales”, dice Laura y los árboles están allí para respaldar sus palabras.

El otrora bosque que les daba sombra en las salidas de campo y que a veces entorpecía el trabajo sobre el cerrito dejó de ser fondo y pasó a ser figura. Este trabajo es testigo de ello.

Mediciones e interdisciplina

Para el presente trabajo Laura y sus colegas tuvieron que hacer un montón de mediciones que no sólo implicaron detallar qué especies leñosas y vegetales estaban en cada uno de los 25 cerritos de los cinco complejos, sino también medir el diámetro de los troncos y tallos, la altura y demás. No fue algo que sucedió de un día para otro.

“En 2016 comenzamos a muestrear la vegetación de los cerritos de forma más sistemática”, cuenta Laura. “Antes de eso, en los proyectos de investigación, hacer la caracterización de la vegetación nunca era el centro, así que era algo que íbamos haciendo en forma paralela con otros trabajos y otros estudios. Pero en 2016 comenzamos a relevar esa información sobre la vegetación con mayor intensidad para redondear y poder comunicar algo que teníamos pendiente”, confiesa.

Es un trabajo muy minucioso y que, a su vez, no es la típica tarea de la arqueología. Si se quiere, tiene mucho más que ver con el trabajo de campo de un biólogo o botánico. “Nos ha tocado ir a hacer relevamientos de vegetación junto a colegas de otras disciplinas que obviamente aportan la perspectiva más botánica de identificación”, coincide Laura. “Pero además, estar con colegas de otras disciplinas en el terreno nos ayuda a hacernos preguntas. En realidad, eso es la interdisciplina, es mirar las cosas y preguntarnos en conjunto, desde las preguntas más biológicas, botánicas y ecológicas hasta las más arqueológicas”, lanza.

“Se disparan un montón de líneas y preguntas que estamos tratando de abordar desde distintas perspectivas, con tesis de posgrados, desde el área de la agronomía, de la biología, pero también desde lo que nos atañe más a nosotros, que es indagar en el registro del pasado y buscar indicios para saber si esos bosques son un producto posterior a las ocupaciones indígenas o si ya estaban siendo gestionados, manejados y favorecidos mientras los cerritos eran construidos y ocupados”, adelanta Laura.

Todas esas preguntas e interrogantes son consecuencia de este primer paso de tratar de caracterizar cómo es la vegetación que crece en los cerritos. Así que vayamos a eso.

Laura del Puerto.

Laura del Puerto.

Foto: Alfredo Álvarez

Con lo mismo, pero distintos

Tras el relevamiento de la vegetación de los 25 cerritos, aplicaron diversas técnicas para ver cómo se estructura la comunidad botánica de cada uno. Tras todo ese trabajo, la conclusión a la que llegan puede ser un poco desconcertante a primera vista. Porque no es que en los cerritos de indios hay árboles que no están en el resto del país, algo que rompería los ojos y fácilmente nos mostraría que este bosque indígena es distinto.

En su lugar, el trabajo reporta que en los cerritos se registraron 29 especies leñosas. Las que dominaron fueron tres: el tala (Celtis tala), que se registró en todos los cerritos estudiados, y la coronilla (Scutia buxifolia) y el ombú (Phytolacca dioica), que se encontraron “en todos los complejos de montículos”. También, salvo en los cuatro cerritos del complejo Los Talitas del bañado India Muerta, fue frecuente encontrar al sombra de toro (Jodina rhombifolia). Son todos árboles que pueden encontrarse en otros bosques de Uruguay. “Sí, no hay ninguna especie que esté fuera de su rango de distribución natural. No hay especies raras o, por lo menos, no son lo característico en los conjuntos”, comenta Laura.

El asunto es que en ningún otro tipo de bosque presente en esa zona de la cuenca de la laguna Merín, ni en ningún otro tipo de bosque tipificado del país, la comunidad de árboles es similar a la que se encuentra en los cerritos de indios. “No se trata de vegetación que uno encuentre dominando en los bosques ribereños, por ejemplo, que son los más comunes en la zona”, dice Laura. “En esos bosques uno no encuentra tala, ombú y coronilla. Y en general, en las formaciones vegetales naturales donde ocurren estos tres árboles, nunca son dominantes. Pueden acompañar, pero no suelen haber formaciones de tala con la dominancia y la representación que están en los cerritos”, agrega.

Si uno listara las especies que se dan en los cerritos y su abundancia, alguien con el ojo avezado se daría cuenta de que no está ante un bosque ribereño, serrano, de quebrada, abierto, psamófilo ni, obviamente, un bosque de palmares. El bosque de los cerritos tiene una identidad propia. Entonces no es que las especies que están en los cerritos son distintas, sino que hay lo que ya hay en otros lados pero de una forma distinta. “El ensamble biológico encontrado en los cerritos no tiene una analogía directa en los bosques nativos, siendo singular en su patrón de diversidad”, señala el artículo.

Y a su vez, esos árboles que están en los cerritos están ausentes en el paisaje que los rodea. “Los bosques que crecen sobre cerritos difieren significativamente de otras comunidades leñosas, incluidas las que se encuentran muy cerca”, sostienen, como se da en el caso de los cuatro cerritos del complejo García Ricci estudiados, donde el bosque que crece sobre ellos “es bastante diferente al que se desarrolla en las llanuras vecinas”.

“Hay una combinación de especies, unas relaciones de presencia, de frecuencia y de dominancia, que los hacen únicos. En esas características no hay ningún bosque de los que están reportados en el país que se les parezcan, ninguno. Lo más parecido que encontramos se vincula a los talares de la provincia de Buenos Aires, pero en nuestro país no hay ningún bosque que se le asemeje”, agrega Laura.

Si será importante el tala en los cerritos que uno de los conjuntos se llama justamente Los Talitas. “En los cerritos el tala tiene un papel predominante. Además, al tala no le gustan las condiciones de exceso de agua y al coronilla tampoco, entonces están ahí porque están estos cerros que están bien drenados, que están sobreelevados. No podrían estar allí de ninguna manera si no estuvieran en esas formaciones particulares”, sostiene Laura y lo que dice, como pasa con la ciencia maravillosa, lejos de saciar la curiosidad, la dispara.

¿Bosque indígena intencional?

El bosque que se forma sobre los cerritos de indios tiene una identidad propia. Ya que los cerritos de indios son una modificación del paisaje provocada por la ocupación humana, y teniendo en cuanta además que su construcción atravesó etapas de monumentalización del paisaje y, como muestran trabajos de arqueoastronomía, de planificación de cómo se orientaban y desplegaban por el terreno para observar ciertos asterismos, la pregunta ya planteada antes por Laura nos salta como perro que hace días no ve al dueño al momento del reencuentro: ¿esos árboles fueron intencionalmente puestos allí? ¿Son los indígenas de Rocha pioneros de la forestación en Uruguay?

Pensemos un escenario en el que los humanos no hayan sido responsables. Podríamos imaginar que los pájaros andaban defecando semillas de tala por todo el bañado, o que el viento las desperdigaba y que las semillas que cayeron en el cerrito elevado, que tenía las condiciones hídricas adecuadas, terminaron germinando, mientras que las que cayeron en zonas inundables sufrieron por exceso de agua y no prosperaron. Eso podría ser una explicación. Pero ahí empiezan a entrar en juego otros detalles reportados en el trabajo, como por ejemplo, que muchos de estos bosques indígenas de los cerritos están lejos de bosques que podrían aportar los propágulos de estos árboles.

“Con respecto a la riqueza de especies, se esperaba que los montículos rodeados por áreas con una importante cobertura natural de bosque nativo exhibieran una mayor riqueza de especies debido a su proximidad a fuentes potenciales de propágulos”, dice el artículo. Sin embargo, “las comunidades de árboles más ricas y complejas” fueron las de los cerritos de los complejos La Tapera y García Ricci, “que se encuentran más alejados de los bosques naturales”, reportan en el trabajo.

“Buscar evidencia de si estos árboles siempre estuvieron allí es algo que lleva mucho más tiempo que salir a relevar vegetación. Es algo bastante más complejo, porque hay que mirar los registros microscópicos buscando polen y otros microrrestos vegetales, y las huellas químicas en los sedimentos”, sostiene Laura. Pero con paciencia, perseverancia y pasión, el panorama parecería estarse aclarando. “Estamos teniendo evidencia de que, por lo menos en los cerritos que estamos trabajando, habría habido distintos momentos en que estuvieron con una cobertura leñosa mientras estaban siendo ocupados y construidos. Eso nos da la pauta de que la forestación de estos cerritos no es un proceso posterior al abandono”, dice, y uno ya quiere gritar que paren las rotativas para colocar el título “Los indígenas fueron pioneros de la forestación en Uruguay”.

Para Laura, que los bosques sobre los cerritos coincidieran con su ocupación es algo bastante lógico. “Si estaban habitando esos lugares, tener sombra, tener leña, tener frutos comestibles y tener acceso a otro montón de usos cuando los bosques son tan restringidos y están tan lejos en ese paisaje parece una obviedad. Pero esas obviedades hay que demostrarlas”, dice con honestidad.

Cada vez que voy a balnearios medio agrestes de esos en los que los árboles nativos no están y los exóticos, como los pinos y los eucaliptos, no se adueñaron de la franja cercana a la costa, como por ejemplo, Atlántica en Rocha, y veo casas sin aleros en terrenos rodeados de arena o sin árboles me invade el desconcierto. Escuchando a Laura me pregunto si quienes hicieron esas casas será que no tienen ningún gen indígena que les haga ver que sin sombra Rocha puede ser una pesadilla. “Casi te puedo asegurar que los indígenas no tendrían esas costumbres”, ríe Laura.

“En las zonas donde están los cerritos los recursos leñosos son muy escasos, y las reconstrucciones paleoambientales indican que fueron aun más escasos en el pasado y que, por ejemplo, recién en los últimos 1.000 años se habría dado la expansión de los bosques ribereños”, explica. “Entonces, hace 4.000 años, cuando en el bañado de India Muerta estaban construyendo cerritos, la leña, que hoy es escasa, sería mucho más escasa. Y no sólo la leña para el fuego, también para tener madera para herramientas, para construir. Por otro lado, muchas de las especies presentes en los cerritos de indios dan frutos comestibles, dan sombra, permiten colgar cosas de las ramas y demás. Quien ha visto etnografías y cómo viven los grupos indígenas se da cuenta de que todo eso es fundamental”, dice, y agrega que es algo sencillo de comprender por cualquiera que haya ido a acampar.

“Entonces, uno parte de la idea de que los árboles tuvieron que estar presentes en los cerritos durante su ocupación. Y estamos viendo que sí, que había árboles, por lo menos, en el registro arqueológico tenemos presencia de tala y de ombú desde momentos bastante tempranos. Pero estas son cosas que están en proceso y ahora estamos trabajando para sacar una publicación al respecto”, me adelanta.

“Ahora, eso no significa que una vez abandonados los cerritos, esos bosques que ya estaban instalados no hayan atravesado una dinámica sucesional. Una vez que están los bosques, empiezan a funcionar también como islas y se pueden expandir hacia otros lugares, hacia otros cerritos. Una vez que están las condiciones del bosque instauradas ahí, pueden haber especies que llegan después”, agrega.

En botánica y ecología se habla, por ejemplo, de especies pioneras. Una vez que estas se establecen, otras vienen atrás aprovechando las nuevas condiciones generadas en el ambiente, que pueden ser cambios en la cantidad de luz, humedad, características del suelo, presencia de microorganismos, fauna y un largo etcétera.

Los pobladores de los humedales de Rocha, entonces, de alguna manera fueron los pioneros de la forestación en Uruguay. Pero se trata de una forestación totalmente distinta a la que impera hoy en día: en lugar de acabar con la diversidad, la incrementa. En lugar de traer especies exóticas, el bosque indígena de los cerritos apela a árboles del país que son comunes. Los pobladores originarios de esos humedales fueron los primeros en darse cuenta de que ese paisaje forestado quedaba mejor.

Tomando medidas en bosque en cerrito de indios.

Tomando medidas en bosque en cerrito de indios.

Foto: José María Ciganda

“Capaz que no fue siempre algo intencional, en el sentido de que plantaran los árboles, aunque es algo que no descartaría, porque hay etnografías, por ejemplo, para grupos del Mato Grosso brasileño, que muestran que cada vez que hacían un cerrito plantaban una palmera. No es algo que podemos extrapolar, nunca lo vamos a saber”, afirma Laura. “Pero también es cierto que el traslado de frutos a los lugares residenciales, el desecho de semillas, también va generando una vegetación distinta. Eso germina, crece y, si es de una especie que además te sirve, se favorece su presencia, se mantiene, se cuida, se protege para que crezca. Esos procesos terminan teniendo como consecuencia la generación de bosques y, en muchos casos, hasta jardines, porque túmulos o montículos de tierra con especies útiles están reportados para toda América”, agrega.

“La diferencia es que en muchas partes de América todavía están los grupos indígenas que utilizan y construyen esos lugares, y pueden preguntarles y tener información de primera mano. Nosotros no tenemos esa suerte, pero la analogía etnográfica nos ayuda, por lo menos, a plantearnos hipótesis de cuáles pudieron haber sido los mecanismos por detrás de estos procesos”, comenta.

“Otra de las cosas que estamos haciendo es comparando la lista de especies con bases de datos etnobotánicas. El tala y la coronilla están dentro de las especies con mayores valores de uso en estudios vinculados a conocimientos tradicionales y recursos fitogenéticos para la región”, arroja sobre la mesa. “El tala y la coronilla tienen frutos comestibles y su madera es muy apreciada para leña y para la fabricación de instrumentos”, dice sobre dos de los tres árboles más frecuentes en los bosques indígenas verdaderos de los cerritos de indios.

“El ombú también es valorado. Si bien tiene usos medicinales y sus frutos son comestibles, aunque son un poco astringentes y dañan los dientes, está muy vinculado a aspectos más simbólicos. Si se recorre el campo se ve que ombú y tapera siguen siendo una pareja todavía muy frecuente en el territorio. Donde uno ve un ombú en el medio del campo, seguro ahí hay o hubo una tapera, una casa, una construcción. El ombú está muy pero muy asociado a la ocupación humana del territorio”, sostiene sobre la tercera especie más abundante en estos cerritos construidos por humanos. “Hay muchísimo por explorar en todas estas líneas”, afirma Laura mostrando que la ciencia es un viaje sólo de ida.

Un nuevo tipo de bosque

Como propusimos más arriba, el bosque que crece sobre los cerritos de indios podría denominarse como el verdadero bosque indígena, ya que sin indígenas jamás hubiera existido.

“Si los bosques de los cerritos de indios se reconocen como comunidades distintivas, esto podría llevar a proponerlos como una nueva categoría forestal en Uruguay”, sostiene el trabajo, apuntando a dos razones para ello: su origen como consecuencia directa o indirecta de la agencia humana y su patrón de biodiversidad propio.

Cuando le pregunto qué tan viable es que se reconozca como un bosque distinto, Laura dice que lo ve posible. “No va a ser ahora, son procesos que llevan su tiempo y todavía falta generar información de base importante”, reconoce. “Pero para un país como el nuestro, en el que la superficie de bosque nativo es tan reducida, la importancia que tienen estos bosques es relevante, porque además se dan en ambientes donde los elementos boscosos son muy escasos. En algunos lugares, por ejemplo en los humedales de India Muerta, prácticamente todos los bosques que hay están en cerritos. Entonces sí, son bosques indígenas y además podrían llegar a ser considerados una formación boscosa particular, nueva, distinta”, agrega.

“Queremos generar más información de qué significan estas formaciones boscosas, cuánto representan para los bosques en Uruguay. Queremos profundizar más en su caracterización, conocer cómo son sus dinámicas”, prosigue. También señala que para que eso suceda no sólo es una cuestión técnica y científica, sino también política.

“Creo que va muy en línea con los discursos y las políticas de biodiversidad y de conservación y de los conocimientos tradicionales asociados. No sé si es algo por lo cual trabajaremos nosotros, porque tampoco podemos estar en todos los frentes. Pero lo bueno de estas cosas es que, una vez que se inician y se diseminan, van siendo tomadas por otra gente, otras disciplinas a las que les interesa desarrollar estudios más específicos. El tema está abierto y es un campo a explorar”, señala.

¿Nuevo y ya en peligro?

Los bosques indígenas verdaderos, estos de los cerritos de indios que acaban de ser estudiados con detalle por primera vez, a pesar de estar naciendo en nuestro campo de atención, podrían requerir que los ingresáramos a una unidad de cuidados intensivos.

“Surgen muchas preguntas sobre el futuro de los bosques de los cerritos: su resiliencia, su etapa de sucesión actual y los posibles caminos de cambio en el futuro cercano. ¿Cuáles son las amenazas actuales y los efectos de las diferentes prácticas de gestión de la tierra sobre su integridad ecológica? En este sentido, es necesario prestar especial atención a los procesos de regeneración”, disparan en el artículo publicado.

“Estamos viendo que muchos de los árboles de los cerritos son adultos, algunos muy añosos, y que hay muy poca regeneración, muy pocas plántulas nuevas”, dice con preocupación Laura. “Otros aspectos no considerados en este trabajo podrían afectar los patrones de cobertura y diversidad vegetal en los sitios de estudio, como el régimen de perturbación, que es muy variable en la región, incluyendo cambios históricos y recientes en el uso del suelo”, alertan, algo que ya ha sido advertido por otros trabajos de la academia.

“Esa falta de plántulas y de regeneración en parte se puede vincular con los usos actuales de los cerritos. El ganado, por ejemplo, come, pisa, etcétera. Pero también puede haber otros temas, como por ejemplo, el hecho de que los árboles sean muy añosos podría estar incidiendo en la viabilidad de las semillas”, conjetura Laura. “Ahora hay otros estudios en curso para caracterizar el banco de semillas y ver si son viables o no, dimensionar el efecto del pastoreo sobre la regeneración de estos bosques y tratar de evaluar si están en riesgo y qué pasa si estos árboles empiezan a morir o siguen muriendo y no hay regeneración. Podría ser que corramos el riesgo de quedarnos sin los bosques de los cerritos y sin todo lo que ofrecen, tanto en cuanto a servicios como a diversidad biológica”, dice Laura anudando nuestras gargantas.

Para eso, como dice el trabajo, es interesantísimo lo que están haciendo en los cerritos de indios que están en predios del Instituto de Colonización y que fueron cedidos en comodato al CURE de la Universidad de la República para realizar allí investigación. “Tenemos montadas parcelas permanentes donde vamos monitoreando y vamos viendo si empieza a haber regeneración. Todos los años se va y se miden las mismas parcelas para ver si hay plántulas, si germinan y después prosperan o no. Se trata de monitoreos de mediano y largo plazo, lamentablemente, porque hay muchas cosas que quisiéramos saber ya y tener respuestas ya”, comenta Laura. “Nosotros desde la arqueología estamos acostumbrados al trabajo de hormiga, pero hay otras cosas que a veces a uno le gustaría tener respuestas más rápidas, sobre todo cuando se trata de temas que se pueden incorporar a la gestión, al manejo y a detener procesos o minimizar los que de pronto pueden llegar a ser irreversibles”, agrega.

Escuchándola uno no puede evitar pensar en que estos bosques de los cerritos de indios podrían correr la misma suerte que los palmares. Con palmeras muy envejecidas y ausencia de ejemplares jóvenes debido a que vacunos y ovinos se manducan las palmas nuevas, su futuro es incierto.

“La idea no es decir que hay que cercar todos los cerritos del país para que no acceda el ganado, porque los cerritos cumplen una función. La manera de que se conserven es mostrando lo que está pasando, el valor que tienen y que los propios usuarios, que hoy se benefician de la presencia de estos bosques, ayuden y colaboren en medidas de manejo que permitan que esos bosques sigan estando ahí y que se regeneren”, señala Laura. “Además, las medidas de control de ganado que favorecen la regeneración del bosque también son las que preservan los cerritos de la erosión del suelo por el pisoteo o por generar suelo desnudo. Entonces, todo se articula, conservar los cerritos, los bosques y los paisajes en general”, agrega.

“Creo que es importante que la gente empiece a entender y a valorar estos procesos, estos paisajes y a tener esta comprensión. Eso es fundamental hoy, ya, ayer, para detener la destrucción y la pérdida de todo, de los paisajes, de los cerritos, de la diversidad asociada, de la cultura de esos paisajes, de las comunidades que habitan esos territorios que cada vez son más reducidas”, apunta Laura. “Por eso está buena la perspectiva en términos de paisaje, porque es un todo indisociable. No se puede disociar a los bosques de los cerritos. Para mí, es claro que son paisajes que son un patrimonio y sería muy buena cosa que los uruguayos empezáramos a entender, a valorar y a defender ese patrimonio”, sostiene.

“Lo que estamos viendo es que cuando se maneja el ganado, hay regeneración y el bosque puede volver. Eso por lo menos nos da esperanzas de que todavía no es un proceso que sea irreversible. El tema es que hay que rápidamente diseñar medidas de manejo”, afirma.

Como bromea Laura, los arqueólogos siempre corren de atrás, “siempre van posdiciendo”. En este caso, sin embargo, nos hablan de un presente que se remonta a un pasado milenario y nos ayudan a pensar qué tanto más pobres seríamos si eso se perdiera en un futuro cercano. En nuestro país hay verdaderos bosques indígenas, un legado que nos dejaron los pobladores originarios de estas tierras. Están vivos, contribuyen a la biodiversidad y prestan servicios varios a quienes están en esos territorios. Son uno con los cerritos de indios. Son nuestro patrimonio cultural y natural. Ya no podemos decir que no lo sabemos.

Artículo: “Pre-Columbian Mounds Harbor Distinctive Forest Communities in the Southern Campos of American Pampas”
Publicación: Human Ecology (2023)
Autores: Laura del Puerto, Hugo Inda, Camila Gianotti, Cesar Fagúndez, Diego Suárez, Mercedes Rivas, Noelia Bortolotto y Alejandra Leal

Parches especiales

“Cuando comenzamos a trabajar sobre los murciélagos en estos bosques de los cerritos con Germán Boto y un conjunto de estudiantes de Ciencias, él planteó antes de ir a campo que lo común es trabajar con parches ambientales que son producto de reducción del hábitat. Por ejemplo, en un lugar donde se deforesta para cultivar van quedando parches de árboles. Los parches generalmente son consecuencia de la fragmentación por pérdida de hábitat y son más diversos que lo que los rodea”, cuenta Laura. Pero eso no es lo que pasa aquí.

“En los cerritos se da una fragmentación a la inversa, se crean parches en un ambiente que es muy homogéneo y esos parches aportan heterogeneidad a ese ambiente. Es un tipo de fragmentación de hábitat diametralmente distinta a la que se da en otras partes”, comenta.

“Actualmente, se tiende a la homogenización de los ambientes, a tener grandes extensiones de monocultivos, sea soja, forestales o arroz, en el caso de los humedales. Los cerritos, en ese sentido, representan una forma de interacción distinta con el ambiente. Aunque no haya sido el objetivo, aunque la formación de estos bosques haya sido incidental, pero no desconocida ni por eso no apreciada y valorada por los grupos indígenas, crearon estos parches que les dan heterogeneidad y aumentan la riqueza del ambiente. Entonces, también podemos aprender de estas cosas”, dice Laura con toda lógica.

“Uno aprende mucho cuando va al campo y trabaja con colegas de otras disciplinas. Germán nos decía que en muchos países donde hay monocultivos muy importantes, por ejemplo, en Estados Unidos, se crean islas de árboles en medio de los cultivos para que perchen los murciélagos y para que puedan servir como control biológico de plagas y reducir la utilización de agrotóxicos. Aquí ya tenemos esos parches, son los cerritos, están distribuidos en las zonas de producción arrocera, de producción ganadera, y los murciélagos están ahí y perchan. Es decir, incluso eso es parte del legado que nos dejaron y que aún hoy nos sigue beneficiando”, agrega.

“Podemos aprovechar ese legado para tratar de compatibilizar los usos productivos del terreno. Estos bosques de los cerritos podrían contribuir a la hora de pensar alternativas productivas más amigables con la salud, con el ambiente y con el cuidado de los bienes comunes”, redondea Laura. El otrora “país sin indios” recibe entonces lecciones del país con indios que no quería reconocer.