Hay una frase que encierra una gran sabiduría y que es tan aplicable en la vida cotidiana como en la actividad científica: una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Una cosa es que valiosísimas y rigurosas investigaciones realizadas por investigadoras e investigadores de nuestro país y la región vengan mostrando que, por ejemplo, el boom de la soja desde principios de la década del 2000 ha empobrecido y degradado nuestros suelos agrícolas donde este cultivo y otros se han instalado, que el ecosistema más amenazado por la expansión agrícola y forestal es el pastizal, habiéndose perdido un 10% de ese ecosistema sólo entre 2001 y 2018, que es el exceso de nutrientes aportado por la producción agropecuaria la causa que impulsa las grandes floraciones de cianobacterias, o que tras la forestación con pinos el ecosistema de pastizal y el suelo se degradan y no vuelven a ser lo que eran antes.

Todo eso, y mucho más, lo sabemos gracias a ciencia de calidad realizada por científicos de instituciones como la Facultad de Ciencias, la de Agronomía o del Centro Regional Este de la Universidad de la República (Udelar), o de centros como el Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias (INIA) o el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE). Eso es una cosa. Y otra es que vengan investigadores de otras partes, con diseños experimentales y metodología de dudosa calidad, no sólo a decirnos lo que ya sabemos, sino además a dar consejos sobre qué deberíamos hacer que están reñidos con la evidencia generada a nivel local. Eso es más o menos lo que deja en claro la reciente publicación –por ahora en un repositorio de pre-prints, es decir, de artículos que aún no han sido publicados tras su pasaje por un proceso de arbitraje– del artículo titulado algo así como Comentario sobre “¿Regreso al futuro? El manejo conservador de los pastizales puede preservar la salud del suelo en los paisajes cambiantes de Uruguay”. Sobre los riesgos de las buenas intenciones y la evidencia deficiente.

Firmado por 17 investigadores –José Paruelo, Luis López-Marsico, Pablo Baldassini, Bruno Bazzoni, Luciana Staiano, Agustín Núñez, Anaclara Guido, Cecilia Ríos, Andrea Tommasino, Federico Gallego, Fabiana Pezzani, Felipe Lezama, Gonzalo Camba, Andrés Quincke, Santiago Baeza, Gervasio Piñeiro y Walter Baethgen– de distintas instituciones del país, como los ya mencionados INIA, el Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales (IECA) de Facultad de Ciencias de la Udelar, el Departamento de Sistemas Ambientales de la Facultad de Agronomía de la Udelar, y algunos de ellos también de centros extranjeros, como la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires, Argentina, o el Instituto Internacional de Investigaciones para el Clima y la Sociedad (IRI) de la Universidad de Columbia, Estados Unidos, el comentario es diáfano, necesario y relevante. Y más relevante aún para esta sección, ya que el artículo criticado, firmado por Ina Saumel y colegas, fue reseñado en estas páginas.

Titulada El Uruguay sostenible en jaque: reportan degradación y empobrecimiento de los suelos agrícolas, forestales y de pastizales, nuestra nota daba cuenta del trabajo y las conclusiones a las que llegaban los investigadores financiados por el Ministerio Federal de Educación e Investigación de Alemania.

Es cierto sí que el trabajo no explicaba demasiado bien cómo se habían hecho las comparaciones entre las distintas muestras de suelo de cada uno de los sistemas productivos (agrícolas, forestales, ganaderos) y ecosistemas nativos (bosques nativos, pastizales naturales) y tras su lectura quedaban unas cuantas dudas planteadas. Pero también es cierto que el trabajo pasó por un sistema de arbitraje de la revista Soil que debería haber detectado algunos de los tantos errores –si no todos– que el comentario ahora publicado por los 17 investigadores deja en evidencia. El sistema de arbitraje no es perfecto, está claro. Pero es justamente debido a ese sistema que en esta sección reseñamos trabajos publicados: damos por hecho que los errores gruesos –metodológicos, de cálculo, etcétera– fueron subsanados tras las distintas etapas del arbitraje. Sería imposible para un divulgador científico como uno tratar de detectar estas desviaciones, más aún cuando dominar cada una de las distintas disciplinas científicas lleva muchos años de arduo estudio. Cuando estas cosas suceden, es justamente la propia comunidad científica la que reacciona, como ya hemos notificado en otras ocasiones, por ejemplo cuando la comunidad limnológica de nuestro país respondió a un artículo lleno de errores que sostenía que la eutrofización que provocaba las floraciones de cianobacterias se debía a causas naturales.

Recibimos algunos correos sobre nuestra nota, pero las objeciones principales estaban dirigidas al artículo que en ella se reseñaba. Dejamos abierta las páginas de esta sección para cualquier comentario, nota o aporte que permitiera arrojar un poco de luz sobre el asunto. Pero tras algunos contactos iniciales, quedó claro que la respuesta se publicaría como un artículo en la misma revista donde salió el trabajo en cuestión. Eso aún no ha sucedido –se espera que en breve salga el comentario en Soil–, pero lo que sí ya está disponible es una versión en pre-print de la respuesta firmada por los 17 investigadores. Así que allí vamos, siempre guiados tanto por la curiosidad como por el deseo de poner sobre la mesa temas que creemos relevantes de nuestra ciencia y la gente que la hace.

Deficiencias varias

El comentario comienza diciendo que el artículo firmado por Ina Säumel, Leonardo Ramírez, Sarah Tietjen, Marcos Barra y Erick Zagal analizaba “un conjunto de parámetros del suelo que describen las condiciones químicas de los primeros 10 cm de 101 áreas de muestreo bajo diferentes usos y coberturas del suelo”, pero señala que tras un “examen exhaustivo”, los firmantes del comentario encontraron en el artículo “varias deficiencias y consideraciones que merecen atención, ya que tienen el potencial de dar lugar a interpretaciones erróneas o engañosas”.

Con lógica científica, el grupo de investigadoras e investigadores locales delinea claramente sus tres críticas principales, que son de tres tipos: “hay aspectos del diseño y la metodología del estudio que, en nuestra opinión, introducen sesgos y errores críticos”, proponen y luego destacan que “el artículo no presenta propuestas novedosas e ignora una extensa literatura local y aspectos que son centrales para la interpretación de los datos”, y finalmente dejan constancia de que les “preocupan las posibles interpretaciones de un estudio generado a partir de instituciones con base en países desarrollados sin la participación de científicos locales del sur global” que podría repercutir “en el diseño de políticas y el desarrollo de barreras no arancelarias para los países sudamericanos”. Al respecto de eso de las instituciones con base en países del norte sin participación de investigadores locales, sostienen que es “algo que se llama ‘ciencia paracaidista’ y que está relacionado con prácticas de neocolonialismo científico”.

En nuestra nota habíamos hecho alusión a este asunto. “Sobre cómo surge esta conexión, interés y línea de trabajo sobre nuestro país desde un instituto alemán –por ejemplo, la financiación para este trabajo proviene del Ministerio Federal de Educación e Investigación de Alemania– es algo que esperaremos preguntarle a Ina Säumel ni bien pueda responder alguno de los mails que le hemos enviado con motivo de algunos de sus trabajos previos”, se lee en nuestra nota. O “¿cómo tomar muestras de suelo uruguayo desde Alemania? No lo sabemos bien, pero una pista aparece en los agradecimientos del artículo”, escribíamos, y tras nombrar a los científicos y científicas locales que participaron, sosteníamos que “si bien no están en la autoría, hubo al menos algunos investigadores locales involucrados”.

Vayamos ahora a abordar, como hicieron José Paruelo y sus colegas en el comentario, sus objeciones en cada uno de estos tres aspectos.

Problemas de diseño y metodológicos

Tal vez para una nota de divulgación haya aquí algunos aspectos que puedan parecer muy técnicos. Pero a fuerza de ser sincero, la mayoría de los errores enumerados parecen ser tan básicos y evidentes que si no fuera porque el trabajo de revisión es honorario uno temería que los revisores de la revista Soil fueran mandados al seguro de paro.

Los errores destacados se reúnen en siete apartados. El primero de ellos atañe a la falta de definición de “sitio de monitoreo” –señalando que “se necesita más información para comprender las implicaciones del estudio y evaluar a fondo los sitios considerados”–, lo que va de la mano de la segunda gran objeción: si bien Säumel y sus colegas dicen que eligieron aleatoriamente sitios de monitoreo en todo el país, se señala que “no se dan detalles sobre cómo se llevó a cabo esta aleatorización”, agregando que “el muestreo aleatorio cumple con la compleja logística de los desplazamientos en campo, especialmente en zonas con baja densidad vial como en el norte de Uruguay. La ausencia de una descripción del diseño y la coincidencia de la ubicación de las áreas de muestreo con la distribución de las rutas (particularmente la 5) no permite disipar dudas sobre posibles sesgos en la recolección de muestras”.

También objetan que las proporciones de los tipos de uso de suelo empleados en el trabajo de los alemanes no se ajustan a nuestra realidad: mientras la forestación y los bosques nativos ocupan sólo 12,5% de nuestro territorio, esos sistemas en el trabajo alemán abarcan a 53% del total de muestras. “También es difícil hacer inferencias sobre las tierras de cultivo en Uruguay sin muestras en la región suroeste del país (es decir, la principal superficie de tierras de cultivo), o al menos serían incompletas”, agregan. Sobre el diseño del trabajo sostienen que “cualquier estudio que pretenda establecer diferencias asociadas con los tipos de uso de la tierra a partir del muestreo espacial debe minimizar todas las fuentes de variación excluyendo el factor a comparar (por ejemplo, profundidad del suelo, textura, pendiente, rocosidad, disponibilidad de agua, etcétera)”, algo que el trabajo de los alemanes no hace, por lo que se preguntan si “las diferencias en las características del suelo entre plantaciones de árboles y bosques nativos (o pastizales) resultan del efecto de la cobertura del suelo o fueron consecuencia de plantar árboles en suelos definidos a priori para este uso”, señalando que “el diseño del estudio impide dar respuesta” a estas y otras preguntas similares.

También destacan errores al caracterizar los suelos, la forma de obtener su contenido orgánico (“una de las principales deficiencias del documento es la falta de detalles sobre la forma en que se informa” esto) así como que se mida sólo en los primeros 10 centímetros de suelo y que se ignoren “los efectos bien conocidos de la textura del suelo en su contenido orgánico”. Lo mismo sucede con la categorización que hizo el equipo alemán de los pastizales, dividiéndolos en “sin perturbación (sin ganado pastando)”, “parcialmente pastoreados” y “altamente pastoreados”. Al respecto en el comentario los autores sostienen que “algunos de los autores de esta respuesta llevan más de 35 años trabajando en ecología de pastizales en Argentina, Brasil y Uruguay” y que por eso saben bien que “salvo en situaciones muy particulares, encontramos extremadamente difícil definir el nivel de intensidad del pastoreo en los ranchos comerciales porque dicha información rara vez se registra”. También señalan que hallaron “extremadamente especulativas” las “conclusiones relacionadas con el papel de los suelos forestales ribereños como sumidero de metales traza”, y por último, en lo que refiere a esta parte formal, sostienen que “algunas otras cuestiones relacionadas con el análisis impiden comparaciones claras con estudios anteriores y/o hacer generalizaciones”, como por ejemplo la forma en que midieron el fósforo o el pH. Pero esto no es todo.

Sin novedad en el frente

Tanto o más grave que los errores cometidos en diseño y lo metodológico, sostienen nuestros investigadores, es que “el impacto de la forestación y los cultivos en el contenido orgánico del suelo, pH, cationes y demás “ya ha sido extensamente reportado en artículos que no tienen los serios problemas de diseño experimental que el estudio de Säumel y otros”. Al respecto, dicen que mientras algunos de ellos fueron citados, otros “se ignoraron”. Sin pelos en la lengua, nuestros investigadores son tajantes: “no identificamos nada novedoso en los resultados reportados por Säumel et al.”, sostienen en su réplica. Una vez más, es un tirón de orejas, ya no sólo para los árbitros de la revista Soil sino para sus editores. ¿Qué sentido tiene publicar trabajos que no aportan conocimiento nuevo?, parece decir este comentario. Pero aún hay más.

Agregan que “los estudios verdaderamente originales sobre los efectos de la gestión agrícola sobre el carbón orgánico del suelo (y las propiedades del suelo en general) deberían centrarse en el efecto de prácticas específicas (cultivos de servicios, rotaciones de cultivos y pastos, etcétera) en lugar del conocido efecto general de la ‘agricultura’”.

Miedo a interpretaciones erradas

Luego, en su comentario los investigadores confiesan que están “preocupados” por dos recomendaciones dadas por los autores del trabajo alemán, ya que van “en contra de la conservación de los pastizales”, a saber, la recomendación de convertir “pastizales en sistemas silvopastoriles”, y la de “la expansión de bosques nativos y el uso de especies nativas en plantaciones forestales”.

Al respecto, señalan que “existe abundante evidencia de que plantar árboles en ecosistemas abiertos, como los pastizales uruguayos, no es una solución para su restauración ni conservación, aunque estas evidencias van en contra de creencias populares, particularmente originadas en países originalmente cubiertos por bosques nativos” –una vez más repetimos, en Uruguay el problema no es la deforestación sino la pérdida de pastizal, ya sea para cultivos o forestación–.

También señalan que al principio de la parte de discusión del artículo de Säumel y colegas se “vincula al sector agrícola de Uruguay con ‘prácticas socioeconómicas y de manejo convencionales que impulsan la degradación del suelo’ y la generación de la ‘trampa de insumos’ y la de ‘trampa de crédito o pobreza’”. Al respecto reconocen que “si bien las características, prácticas y estructura del sector agrícola de Uruguay están abiertas a la crítica y al debate, el artículo no presenta datos ni evidencia para iniciar una discusión sobre este tema”. Y agregan: “Más allá de la intención de los autores, dicho comentario al inicio de la discusión puede interpretarse como la caracterización del sector agrícola de un país del sur global por parte de la parte desarrollada del norte global del mundo”.

Luego dicen que “este tipo de ‘evidencia científica’ sobre el mal desempeño ambiental de los países sudamericanos, difundida por científicos de países europeos ayuda a construir barreras no arancelarias para los productos primarios y proporciona excusas para establecer condiciones en acuerdos comerciales internacionales”. Bueno... aquí la cosa se pone un poco rara. Porque si la crítica es que el trabajo de los alemanes no dice nada que no se haya dicho antes... lo del mal desempeño ambiental ya ha sido bastante estudiado también por nuestros investigadores. Aun así, una cosa es decirlo con buena ciencia con participación local y otra con mala ciencia helicóptero (otra forma de denunciar a la ciencia paracaidista). Por eso mismo señalan que, “sin embargo, estamos totalmente de acuerdo en que Uruguay y otros países sudamericanos tienen problemas ambientales importantes. La mayoría de los autores de esta respuesta han estado y están involucrados en documentar, alertar, proponer soluciones y/o generar políticas en nuestra región, incluyendo Uruguay, Argentina y Brasil”. Y luego cierran su comentario maravillosamente.

“También estamos involucrados en la identificación de las causas subyacentes de los problemas ambientales en el sur global. Las deudas nacionales, la falta de compromiso de los países desarrollados con los acuerdos ambientales, la mercantilización de la naturaleza, el acaparamiento de tierras, el papel de los mercados financieros multinacionales en el sector agrícola, son algunos de los factores que promueven los cambios y la degradación del uso y la cobertura de la tierra, y el establecimiento de límites a la políticas a nivel de los países”. ¡En tu cara, norte global! La degradación del ambiente no se genera en el vacío. Que un país produzca commodities degradando su suelo y ambiente sin hablar de quiénes y cómo compran esos productos es como echarles toda la culpa del narcotráfico a los cultivadores de las selvas americanas.

Más allá de eso, señalan que quieren “hacer énfasis en los riesgos de simplificar un problema complejo que involucra una multitud de actores y factores, basándose en lo que creemos que no es evidencia científica sólida”. “Un paso ineludible para evaluar tal complejidad sería interactuar con científicos locales para tener una mejor percepción de los sistemas y la influencia de, al menos, algunos de los factores (biofísicos, sociales, económicos, culturales, normativos, etcétera) responsables de la complejidad de los problemas ambientales”, afirman. “Como documenta nuestra trayectoria académica, creemos en la ciencia como un esfuerzo global. También pensamos que dicha construcción global debe basarse en la construcción de redes que incluyan diversidades disciplinarias, de género, culturales y ciudadanas”.

El comentario finaliza diciendo que si bien “hay muchos temas urgentes por resolver en Uruguay relacionados con los impactos ambientales del sector agrícola”, afirman que “las organizaciones sociales, los organismos gubernamentales y las instituciones académicas del país están trabajando colectivamente para abordar estos problemas críticos”.

Y ahí sí estamos todos de acuerdo. Si diéramos los pasos necesarios –por ejemplo, aumentar la superficie de nuestro territorio bajo áreas protegidas como dicen los compromisos que asumimos, si se aprobara una ley de protección del pastizal con una reglamentación seria, si se respetaran los ordenamientos territoriales, si se promoviera de verdad la agroecología, si se dejaran de usar productos agroquímicos ya prohibidos en otros países, si no se dijera en un documento sobre la hidrovía en la Laguna Merín que en esa zona del Uruguay “el incremento de la superficie productiva podría expandirse un 274% hacia 2030, desde 350.000 hectáreas hasta 960.000”, lo que implicaría un “mayor aprovechamiento del área” que está “subexplotada– entonces tal vez no tendríamos que andar lamentando que los de afuera vinieran a meter su pata interesada diciendo encima cosas que no son.

Tenemos mucho que esperar, pero afortunadamente la evidencia viene de nosotros mismos: nuestra madura y comprometida comunidad científica está allí al pie del cañón para ayudarnos, si de verdad lo queremos, a dar grandes pasos.

Artículo: Comment on: “Back to the future? Conservative grassland management can preserve soil health in the changing landscapes of Uruguay”. On the risks of good intentions and poor evidence
Publicación: OSF Preprints (pre-print, setiembre de 2023)
Autores: José Paruelo, Luis López, Pablo Baldassini, Bruno Bazzoni, Luciana Staiano, Agustín Núñez, Anaclara Guido, Cecilia Ríos, Andrea Tommasino, Federico Gallego, Fabiana Pezzani, Felipe Lezama, Gonzalo Camba, Andrés Quincke, Santiago Baeza, Gervasio Piñeiro y Walter Baethgen.