La cantidad de cosas fascinantes que ignoramos sobre la gente que vivía en estas tierras desde antes de la llegada de los colonizadores europeos es gigantesca. Son más de 12.000 años de aventura humana que por distintas razones -políticas, culturales, coloniales, identitarias, históricas, racistas, etcétera- se nos han escatimado. Esa invisibilización, encarnada en el mito del “país sin indios”, se ha venido desmoronando en las últimas décadas, no sólo por los aportes de valiosas investigaciones de arqueólogos, antropólogos, historiadores y genetistas, sino también por la emergencia de colectivos que reivindican su ascendencia e identidad indígena.

Por otro lado, la idea de que la gente que estaba por aquí era primitiva, tosca, ignorante, violenta y demás -bárbaros, en oposición a los civilizados europeos- también ha caído estrepitosamente. En su lugar, hoy sabemos que aquí hubo personas con ideas espirituales que enterraban a sus muertos -por ejemplo, en los Cerritos de Indios-, que se expresaban artísticamente, que manejaban conocimientos astronómicos, que fueron pioneros de la agricultura, la forestación, la ganadería y hasta de irse a pasar una temporada a la playa durante los meses estivales, entre tantas otras cosas. Es lógico: estando acá desde hace miles de años, hay muchísimas cosas en las que, como humanos inteligentes y sensibles que eran, innovaron y se destacaron antes que nadie. Hoy en esta nota vamos a asomarnos apenitas a otro hecho que no nos han contado demasiado: los indígenas de por aquí eran excelentes navegantes.

El estudio de las cuatro únicas canoas indígenas que por ahora se conocen en nuestro país, más otra que está en un museo en Argentina, es el centro del artículo Especies de árboles utilizadas en la construcción de canoas ubicadas en la región del Río de la Plata. El trabajo, que lleva la firma de Elena Saccone, del Laboratorio del Paisaje y Patrimonio de Uruguay (Lappu), de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República (Udelar), Laura del Puerto y Camila Gianotti, del Departamento de Sistemas Agrarios y Paisajes Culturales del Centro Universitario Regional del Este (CURE) de la Udelar -Camila también pertenece al Lappu-, y Hugo Inda, del Departamento de Ecología y Gestión Ambiental del CURE, determina de forma rigurosa con qué maderas fueron construidas esas embarcaciones y, al hacerlo, arroja información para armar el puzle de dónde fueron construidas.

Así que para asomarnos a la arqueología marítima y fluvial, salimos a todo remo al encuentro de Elena Saccone, la Caronte que nos lleva a navegar sobre las atrapantes aguas de nuestro patrimonio marítimo silenciado.

Elena Saccone.

Elena Saccone.

Foto: Rodrigo Viera Amaral

Tan sorprendida como cualquiera de nosotros

¿Cómo es que Elena se sumergió en el mundo de la náutica indígena? Navegando las opciones que se le fueron abriendo en la carrera. “En el 2000 Antonio Lezama creó el Programa de Arqueología Subacuática en la Facultad de Humanidades, y yo siendo estudiante, me integré desde los inicios”, dice, haciendo memoria.

“A partir de ahí me fui interesando por diversas líneas, porque me gusta el agua y me gusta remar, y surgió esto de la navegación indígena, que para mí fue una sorpresa enorme. Creo que le pasa a todo el mundo, porque poca gente sabe que casi todos los grupos indígenas de nuestra región eran navegantes”, dice con total sinceridad, mostrando a la vez que, para valorar nuestro pasado, primero hay que saber que existe. Cuando Elena se quiso acordar, la navegación de nuestros indígenas era el tema de su tesis de maestría, que tuvo a Camila Gianotti, coautora del trabajo, como tutora.

Las cosas fluyeron como en río ordenado. Presentó el proyecto sobre las canoas a uno de los fondos de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII) y a la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC) de la Udelar, y obtuvo financiación de ambos. “Todo fue aportando a lograr que la investigación se desarrollara y que pudiera hacer todos estos registros y análisis”, comenta Elena.

Navegantes desde tiempos remotos

Elena forma parte del Lappu, para el que todo esto de la navegación tiene mucho que ver. “Es una línea dentro de la arqueología de paisajes marítimos, que abarca toda la costa, y que también está relacionada con la arqueología subacuática, porque los paisajes marítimos vinculan el agua y la tierra”, señala Elena.

“Para la arqueología marítima, el agua, más que un límite, es una zona de intercambio, de movilidad. Lo mismo sucede con los ríos”, enfatiza. “Dos por tres discuto con algunos arqueólogos que los ríos no son, ni nunca fueron, un límite, sino zonas de contacto, zonas de intercambio, de comunicación. Y no sólo porque lo vemos al abordar la navegación, sino a través de mucha otra evidencia”, sostiene. ¿Quieren un ejemplo? Elena los tiene a montones.

“Está el caso de las piedras grabadas que hay en Salto Grande, que aparecieron con la misión de rescate previa a la inundación para el lago de la represa. Las piedras grabadas están a los dos lados del río Uruguay. Más abajo, la cerámica característica de la zona, las campanas zoomorfas, toda esa tradición cultural, se da de los dos lados del río Uruguay, no de un único lado. Eso nos muestra que ahí siempre hubo un contacto y una movilidad por el agua”, señala.

Con todo el desconocimiento que tenemos de cómo era y qué hacía la gente que estaba acá antes de que llegaran los conquistadores, entre las tantas cosas en la que no pensamos es que eran navegantes. De hecho, ese rol queda en mano de los Magallanes, Solises, Gabotos, Elcanos y demás. Llegaron en barco, y explorando los ríos de América, buscaban dar con sus metales preciosos. En su caso, está claro que para adentrarse al continente los ríos eran la mejor alternativa. ¿Por qué debería haber sido de otra manera para la gente que llegó muchísimo antes a Sudamérica? Más aún, hasta la introducción del caballo la navegación debió de ser el medio predilecto para trasladarse. Si hoy estamos orgullosos de la hidrovía, debemos aceptar que llegamos tarde: las hidrovías de los ríos Paraná y Uruguay, y de la laguna Merín y cualquier otra, ya fueron navegadas por nuestros antepasados.

“Hay descripciones de los europeos que llegaron que cuentan que cuando ingresaban por los ríos, iban guiados por las canoas indígenas. No iban solitos metiéndose río adentro, iban ya en contacto con los grupos indígenas”, dice Elena. “De hecho, muchas veces los primeros contactos no se daban en tierra. No era que los europeos bajaban y en la arena se encontraban con los indígenas, sino que venían embarcaciones y se acercaban a los barcos, y ese primer contacto se daba en el agua”, agrega. Todo ello está documentado por los propios navegantes europeos. Hace falta un buen marino para reconocer a otro.

Que el agua era importante para nuestros antepasados americanos no cabe duda. Incluso hay teorías del poblamiento de nuestro continente que señalan sus dotes de navegantes. “En el mundo el ser humano navega desde hace más de 50.000 años. Hay zonas que nunca estuvieron conectadas por tierra y fueron pobladas, como Australia, donde hay sitios de 55.000 o 60.000 años. Más allá de que se piensa que fueron saltando de isla en isla, hay tramos de más de 100 kilómetros que nunca estuvieron unidos y que nos indican que navegaban sí o sí. El asunto es que las embarcaciones estaban construidas con materiales perecederos. Y dentro de las más resistentes, están las canoas monóxilas, es decir, las que están hechas a partir de un único tronco de un árbol”, dice. Justamente esas canoas, las monóxilas, son las que protagonizan su reciente investigación. Ya iremos a ellas.

“La canoa más antigua fue encontrada en Holanda, y tiene unos 10.500 años. Después hay una en China con unos 8.500 años, y otra en Nigeria con unos 8.000. En nuestro continente la más antigua tiene cerca de 7.000 años y fue encontrada en Florida, Estados Unidos”, señala. “Las evidencias de que el poblamiento de nuestro continente fue a través de embarcaciones, o con el uso de embarcaciones, son todas evidencias indirectas. No tenemos canoas tan antiguas como la fecha del poblamiento. Pero esas evidencias no existen en ninguna parte del mundo”, señala.

Las canoas monóxilas... viejitas pero no tanto

Las canoas monóxilas son las que más se conservan, ya que están hechas de una única pieza de madera, un tronco ahuecado mediante talla, y a veces talla y quema. Pero no eran las únicas que construían nuestros indígenas (ni tampoco las únicas embarcaciones que indígenas de todo el planeta continúan construyendo).

“En distintas partes de la región se usaban también canoas hechas de corteza. Se hacía una estructura de madera y se sacaba la corteza entera de un árbol, se hacía un tajo, y se cosía alrededor de esa estructura. También había embarcaciones de cuero, de cañas, de juncos. En cada lugar se utilizaban las materias primas que tenían. Donde no hay grandes troncos, donde no crecen grandes árboles, no quiere decir que no haya embarcaciones, sino que hay embarcaciones de otras cosas”, señala Elena. Para un pueblo que innova atando con alambre, pensar que nuestros antepasados se arreglaban con lo que tenían a mano suena profundamente familiar.

La canoa monóxila es la que está más presente en los registros arqueológicos por su mejor conservación. Pero al ser madera, tampoco es que tenga una gran preservación. Eso queda en evidencia en un trabajo anterior, que Elena publicó en 2022, en el que analizó la antigüedad de las cuatro canoas indígenas identificadas en nuestro país.

Al tomar muestras y realizar fechados mediante la técnica de carbono 14 en un laboratorio de Estados Unidos, obtuvieron que la más vieja habría sido construida entre 1645 y 1799, y la más nueva entre 1716 y 1860, es decir que andan entre 379 y 164 años. Con una presencia humana en este territorio que supera ampliamente los 12.000 años, estas canoas cubren apenas un pestañeo del mundo de la navegación indígena.

“Las canoas que hoy encontramos en Uruguay no tienen fechados muy antiguos. Hay alguna en Argentina con un fechado previo a la llegada de los europeos y alguna otra en Brasil, pero no mucho más antiguas”, sostiene Elena. “Por ahora son las que hay. Y también, por ahora, son muy pocos los hallazgos que tenemos de canoas en Uruguay. Por ejemplo, en Estados Unidos se han encontrado miles de canoas en diversos estados”, lanza. “Hay un caso emblemático y muy interesante. En el estado de Florida, en el lago Newnans, hace como 20 años, aparecieron 101 canoas. Hicieron dataciones con carbono 14 y obtuvieron fechados que van desde 5.000 hasta 500 años. O sea, todo el tiempo hubo embarcaciones y se usaron. Eso te da la idea de una continuidad cultural”, enfatiza.

En nuestro país Elena trabajó con las canoas que pudo encontrar en museos y colecciones. Dio sólo con cuatro. Una está en el Museo de Arte Precolombino e Indígena (MAPI), otra en el Museo Naval de Montevideo, otra en el Museo del Indio en Tacuarembó y una restante en una casa de remates desde 2018. Para este trabajo, en el que determinó con qué maderas estaban confeccionadas, incluyó también una canoa que está en el Museo Etnográfico Juan Ambrosetti de Argentina.

“A esa canoa se le hizo el estudio de la madera porque cuando fui a ese museo, que está en Buenos Aires, ellos no sabían a ciencia cierta el origen de la canoa que había sido traída hace unos 100 años atrás. Según una tradición oral de los trabajadores del museo, la canoa había venido del sur, pero tampoco estaban seguros. Entonces era una buena oportunidad para realizar el análisis de la madera y ver si eso que decían se confirmaba o no”, explica Elena.

“La inclusión de esta canoa en el trabajo también nos permite mostrar que la técnica sirve para atar a las canoas a una región de origen. Como las canoas son un medio de transporte, muchas veces aparecen enterradas en determinado lugar, pero no se sabe de dónde salieron. Pueden venir de bastante lejos. Para tratar de despejar esa incógnita, entre otras cosas, es que sirve determinar la madera que usaron para hacerlas. Este no era el caso, la canoa fue traída al museo, pero estaba igual la duda sobre el origen”, redondea.

¿De dónde vienen las canoas?

Para determinar el origen de una canoa hay varios problemas. Por un lado, como vimos, la madera se deteriora. Por otro lado, las canoas son medios de transporte. Así como encontrar en Artigas un auto armado en una zona franca de Uruguay no quiere decir que el auto haya sido ensamblado en ese departamento, con las canoas pasa lo mismo. Finalmente, hay otro problema: los humanos somos curiosos. Y algunos, además, gustan de atesorar cosas del pasado. Si bien invisibilizamos el pasado indígena, nuestro país está lleno de personas que juntan diversos artefactos de tiempos precoloniales. Las canoas indígenas también caen en esta bolsa, aunque no tanto por hallazgos producidos en nuestro territorio, sino por la compra u obtención de canoas indígenas de otras partes.

Para resolver estos problemas, analizar la madera con la que están hechas es una excelente idea. Árboles cercanos, o al menos conectados hidrográficamente con la zona donde fueron halladas, nos hablarían de orígenes cercanos. “Siempre uno intenta llegar a comprender un objeto del pasado, de dónde viene, pero lo que se propone son interpretaciones. Es difícil llegar a saber a ciencia cierta de dónde vienen, más hablando de canoas, que son objetos que por definición son muy móviles”, afirma Elena. “Pero yo me basé no sólo en las canoas, sino también en todas las descripciones históricas. Hay mucha documentación desde los primeros contactos que hacen referencia a los indígenas como navegantes y a todos los usos que se les daba a las embarcaciones, no sólo para el transporte, sino también para la guerra, el comercio y demás”, apunta. Su presente trabajo analiza la madera, pero ya venía trabajando -y sigue buscando- en los registros históricos y en fuentes etnográficas de la región.

“Hay referencias del uso de canoas casi para todos los grupos. Los guaraníes se sabe que eran grandes navegantes, pero también navegaban -y hay referencias de ello- los charrúas, los chanás, los minuanes, los yaros y otros grupos que estaban por acá”, nos amplía.

Uno de los registros más detallados para las costas del Río de la Plata de nuestro país se remonta al siglo XVI. “Hay una descripción re linda de Pero Lope de Sousa, de 1531, que describe cómo tenían plumas en los remos donde dice que remaban tanto que las canoas parecía que volaban. También describe que andaban de a 40 arriba de una canoa”.

Vayamos entonces a ver de qué madera están hechas las cuatro canoas indígenas conservadas hasta hoy en Uruguay y su hermana del museo de Buenos Aires.

¿De qué madera es la canoa del MAPI?

En el artículo reportan el trabajo detectivesco de determinar, mediante microscopía y comparando con colecciones las paredes celulares de la madera, con qué especie de árbol fueron construidas. En el trabajo la canoa que lleva el número 1 es la que está en el MAPI, así que arranquemos con ella.

Canoa del  MAPI. Foto: gentileza E. Saccone

Canoa del MAPI. Foto: gentileza E. Saccone

Según describen, la canoa fue encontrada bajo agua en 1941 por la draga de la División Nacional de Hidrografía mientras realizaba obras para la construcción del puente en la desembocadura del río Queguay, en Paysandú.

“Todas las canoas, en general, son hallazgos fortuitos, en todas partes. Hay muy pocas que se encuentran con una investigación arqueológica. En general, se reporta algún hallazgo por pescadores, por personas que están caminando por el borde de una laguna o por alguien que va por un río y a veces asoma una canoa en un barranco, cosas así”, comenta Elena. “Yo no llegué a hacer esa parte de investigación de campo, de ponerme a buscar, pero es como un paso a futuro que me encantaría desarrollar. Me encantaría prospectar las lagunas, por ejemplo, porque como tienen menos movilidad, los sedimentos pueden quedar más contenidos ahí”, dice Elena. Más adelante, veremos más sobre este y otros planes que tiene. Ahora volvamos a la canoa que puede visitarse en el MAPI.

La canoa del Queguay tiene 3,72 metros de largo, 68 centímetros de manga (el ancho máximo) y un grosor de entre 3 y 8 centímetros. En el trabajo anterior de Elena los estudios de carbono 14 arrojaron que habría sido construida entre 1716 y 1860. Los análisis realizados sobre la madera de esta canoa arrojaron que se trataba de un tronco de timbó (Enterolobium contortisiliquum), un árbol que crece en nuestro país y, por tanto, también en la zona de Paysandú donde fue hallada. “Esta era una especie común en las islas del río Uruguay, hoy inundadas por la represa de Salto Grande”, reportan.

“Eso nos indica que bien puede que sea una canoa que haya sido producida en esa zona. El timbó más hacia el sur tiene menores dimensiones, pero hasta esa altura de Paysandú, en las islas del río Uruguay, hay descripciones de timbós de gran porte, de hasta un metro de diámetro, que podrían haber sido perfectamente usados para producir una de estas canoas”, sostiene Elena.

¿De qué madera es la canoa del Museo Naval?

La canoa número dos del artículo, si bien se exhibe en el Museo Naval de Montevideo, fue encontrada en 1971 en la Laguna del Diario, en Maldonado, por un pescador local. Según pudo recabar Elena a partir de información del museo, estaba semienterrada y fue recuperada por personal de la Aviación Naval de la zona.

Tomando muestra de la canoa del Museo Naval - Foto gentileza E. Saccone

Tomando muestra de la canoa del Museo Naval - Foto gentileza E. Saccone

Por algún tiempo se pensó que se trataba de una canoa de indígenas locales. Pero no era así. “Conocí a Charles Giuria, ya fallecido, que en 2012 me contó que esa canoa la había traído su padre cuando él era chiquito, en 1934, para andar con sus hermanos en la Laguna del Diario”, cuenta Elena. “El padre de Charles se la había encargado a un marino que la trajo desde Paraguay”, agrega.

Le digo que hay algo extraño allí. Como quien hoy compra un kayak, en aquel entonces ellos compraron una canoa indígena paraguaya con unos 100 años de antigüedad para andar por la laguna. “Según me dijo, la mandaron traer porque acá no había dónde comprar una canoa”, dice también extrañada.

La canoa de la Laguna del Diario es la más larga de todas las reportadas en Uruguay: alcanza sus buenos 7,02 metros. No es tan ancha, ya que tiene una manga de 59 centímetros, y presenta un grosor bien delgado, de 1 centímetro. En el trabajo anterior, Elena afirma que “está datada en 105 años antes del presente”, con un más menos 20 años. Tomándose como presente el año 1950 (así es la convención del datado de carbono), la canoa fue construida entre 1825 y 1865. ¿Qué dijo ahora el estudio de la madera?

“Anteriormente se pensaba que estaba hecha de timbó (Enterolobium contortisiliquum), pero resultó ser copaiba (Copaifera langsdorffii), que tiene una amplia distribución en las tierras bajas de América del Sur”, reporta la publicación. “Al ser de copaiba, que es una especie que crece más al norte, la canoa bien podía ser de Paraguay. Lo que vimos confirma o apoya esta hipótesis de su origen más al norte”, comenta Elena. “También que tenga una proa bien afilada y alargada, sin quilla, hace que sea ideal para entrar en los pantanales, lo que también coincide con que sea de esa zona”, señala. De hecho, adelanta que está trabajando con dos colegas sobre canoas de Paraguay y que la que hoy puede verse en el Museo Naval formará parte del estudio. “Es muy parecida a una que hay en un museo de allá”, remarca.

¿De qué madera es la canoa que aún está en una casa de remates?

La canoa con el número tres es la que Elena descubrió que se estaba rematando en Montevideo en 2018. Sería fantástico que fuera adquirida por un museo, pero lo cierto es que la canoa aún sigue allí esperando por un martillo que la saque de su trance. Según el trabajo, “en un principio se la había señalado como proveniente de la Amazonia, lo que luego resultó ser falso”.

Canoa en casa de remate de Montevideo - Foto gentileza E. Saccone

Canoa en casa de remate de Montevideo - Foto gentileza E. Saccone

“Cuando hablé con el dueño de la canoa, hoy también fallecido, me contó que se la había comprado a alguien de Colonia que la había encontrado enterrada en un lugar, pero no me dijo dónde”, subraya Elena. “Analizando un poco los rasgos náuticos que tiene, se parece mucho a un tipo de canoas que hay en la costa de Brasil, en Santa Catarina, y un poco más al norte, hasta San Pablo”, agrega. “Tiene una especie de quilla en la proa que sirve para entrar al agua enfrentando las olas. Las características de las canoas también hablan de una zona, y esta, con esta quilla, es la típica canoa que hasta hoy siguen usando pescadores de la costa atlántica para entrar en el mar”, comenta.

La canoa de la casa de remates, que está quebrada en dos partes, tiene 5,28 metros de largo, 48 centímetros de manga y un grosor de entre 1,5 y 2 centímetros. “Se encuentra en un estado muy frágil y, a pesar de haber permanecido en la casa de subastas durante más de dos años, ha sido trasladada de un lugar a otro sin cuidado, lo que ha puesto en riesgo su estabilidad. Se ha intentado que el Museo Nacional de Antropología la adquiera, sin éxito hasta el momento”, reporta y lamenta al mismo tiempo el artículo. (Riiiiiiing, Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación). Esta fragilidad es aún más acuciante dado que el trabajo anterior de Elena sostiene que habría sido construida entre 1645 y 1799, por lo que es la canoa más antigua de las encontradas en nuestro país.

“Como es de un período bastante más antiguo, se vincula con que Colonia fue fundada por los portugueses y había una comunicación desde Colonia hasta la costa del Brasil”, sostiene Elena. ¿Qué dijo el estudio de la madera de la canoa de la casa de remates? Que estaba hecha de laurel negro (Cordia glabrata). Entonces el trabajo reporta que “sus características náuticas, sitio de ubicación y cronología indican que podría provenir de la costa de Brasil, lo que respalda la especie identificada”.

Le pregunto qué piensa, si esta canoa llegó siendo navegada por los indígenas de Brasil -o si fue intercambiada con indígenas de nuestro país- o si la trajeron los portugueses porque les pareció una estupenda canoa para entrar en el mar. “Cualquiera de las opciones puede ser, no podemos saberlo. Puede haber venido navegando, porque se navegaba mucho por la costa atlántica, pero puede haber llegado también arriba de una embarcación europea más grande. Los europeos siempre traían botes salvavidas y me imagino que también después incorporaron canoas para bajar de una embarcación grande hasta la costa”, conjetura Elena.

¿De qué madera es la canoa del Museo del Indio?

La cuarta canoa analizada en el artículo es la que hoy se exhibe en el Museo del Indio de la ciudad de Tacuarembó. Y aquí hay una historia interesante: hasta hace poco, esta canoa estaba en la colección privada de Segundo Muga. Tras su fallecimiento, en 2018, la canoa fue rematada. “Un día Jorge Baeza, profesor de la facultad, me dice que en dos días se remataba una canoa en San Gregorio de Polanco. Allá salimos volando. Contactamos a la Intendencia de Tacuarembó, que puso a disposición un dinero para que se pudiera adquirir para el gobierno municipal”, cuenta Elena. “Cuando fui al remate, el funcionario de la intendencia que me acompañó, Walter Mederos, me pidió que levantara la mano yo, porque a mí ahí no me conocían y a él sí, y si sabían que iba para la intendencia, seguro nos subían el precio”, dice. Lo que pasó fue fantástico.

“Levanté la mano en el remate y se aceptó mi oferta. Estaba toda la gente de San Gregorio de Polanco, y cuando terminó el remate y dije que la estaba comprando para la Intendencia de Tacuarembó, todos se pusieron a aplaudir, fue muy emocionante. Se sintieron aliviados de que no fuera un privado que se iba a llevar la canoa”, dice. Así las cosas, Elena tiene un remate ganado y otro en el freezer.

Canoa de la colección Muga el día que se remató en San Gregorio - Foto gentileza E. Saccone

Canoa de la colección Muga el día que se remató en San Gregorio - Foto gentileza E. Saccone

Según señala en su trabajo anterior, un informante les contó que Segundo Muga “recibió la canoa como regalo en la década de 1970 de un amigo brasileño y la conservó como parte de su colección. Según las características náuticas, es probable que se trate de una canoa montaria de la región amazónica”. ¿Qué dijo ahora el estudio de la madera? “Nuestro análisis nos dio que estaba hecha con madera de timbó”, comenta Elena. “Sus características náuticas la ubican en la cuenca amazónica, lo que estaría en los límites del hábitat regional para la especie”, señala el trabajo.

“Esta es una canoa cortita, mide 3,4 metros, tiene una doble proa, es decir, es igual de los dos lados, te das vuelta y remás para el otro lado y vas bien, todas características de estas canoas montaria del Amazonas. Cuando dio que era de timbó me sorprendió un poco, porque es un árbol que allí está como medio en el límite de su distribución, no es un árbol típico de la región amazónica”, comenta Elena.

“No sabemos si esta canoa llegó a Uruguay por agua o si vino arriba de otra embarcación o en otro medio de transporte. Pero dadas sus características náuticas y el árbol con el que está hecha, todo apunta a un origen en esa franja de superposición del límite de distribución del timbó y la región amazónica”, sostiene.

¿De qué madera es la canoa del museo argentino?

La quinta canoa analizada en el trabajo es la del Museo Ambrosetti de Buenos Aires. Como ya hablamos con Elena, sobre esta canoa sólo había relatos orales de que vendría de alguna parte del sur de Argentina. Se trata de una canoa de 5,7 metros, con 88 centímetros de manga y un grosor de entre 1,5 y 2 cm.

“Al hacer el análisis a la madera de la canoa, pudimos confirmar lo que decía el relato oral: efectivamente provenía del sur, como decían, porque era madera de coihue, Nothofagus dombeyi, que es una especie que crece sólo en el sur de Argentina y Chile”, dice Elena satisfecha.

“El coihue es un árbol que se usa para hacer canoas monóxilas, de un solo tronco, pero también hay algunos grupos que usaban la corteza del coihue para hacer embarcaciones de cortezas. Pero claro, esas se deshacen mucho más fácil y no se conservan”, agrega.

Antepasados forestales

Como cualquier cosa, hacer una canoa requiere ciertos conocimientos. En este caso, no sólo de náutica -como vimos con las canoas marítimas o las que van por pantanos, la forma de la canoa tiene que ver con por dónde andará-, sino también sobre los árboles, su madera y demás.

En el trabajo, por ejemplo, se analiza la densidad de la madera, es decir, la relación entre su peso y su volumen, ya que eso está relacionado con la flotabilidad de la canoa. Y eso impacta en la técnica para hacerlas y el resultado final: árboles que tienen una densidad menor, tienen mayor flotabilidad y permiten hacer canoas con paredes más gruesas, lo que les da una mayor resistencia. Maderas más densas, por su parte, obligan a realizar canoas con paredes más delgadas, de manera de darles más flotabilidad.

“De las cuatro especies identificadas, Enterolobium contortisiliquum es la que presenta menor densidad: 0,38 a 0,45 gramos por centímetro cúbico, y esta fue identificada para dos canoas registradas en Uruguay”, señala la publicación. Así es, según el trabajo, la del timbó es una madera “liviana, lo que aumenta su flotabilidad”. Esto coincide con las medidas: la del MAPI, hecha con timbó, es la que tiene las paredes más gruesas, alcanzando entre 3 y 8 centímetros. La del Museo del Indio, también de timbó, le sigue en cuanto a grosor de paredes, alcanzando entre 2,5 y 3 centímetros.

Que los indígenas de la zona del Queguay entre 1716 y 1860 hayan escogido el timbó para hacer su canoa nos muestra que eran grandes astilleros y estupendos conocedores de los árboles que tenían a mano. La madera de timbó parece ser una gran opción para hacer una canoa con alta flotabilidad. “Así es. El conocimiento de toda la flora originaria evidentemente era muy importante. También del para qué querían la canoa dependía qué tipo de árbol podían usar. Hay árboles que son de rápido crecimiento y que tienen una madera más blanda, que quizás son propicios para hacer algo más expeditivo, como es el caso de canoas que se hacen con madera de palo borracho, que le llaman cachiveo, que se hacen en sobre todo en el Chaco, en el norte de Argentina y parte de Paraguay. Todavía hoy se usan estos cachiveos, unas canoas que se hacen de forma expeditiva para un uso rápido y que no duran tanto”, relata Elena.

“También hay todo un conocimiento de qué tenían que hacer para que las canoas duraran más tiempo. Por ejemplo, no dejarlas tiradas al sol, porque se rajan. Hay descripciones de que las enterraban y las hundían con piedras en la orilla, lo que les servía tanto para protegerlas del sol como para que no se las robaran”, explica Elena. Y eso le hace abrir grandes los ojos de ilusión. “En muchas zonas puede haber este tipo de canoas hundidas con piedra cerca de las costas. Se han encontrado en algunas partes del mundo las canoas con piedras adentro”, dice llena de esperanza.

¿Y ahora qué?

Como dice en uno de sus artículos: “En Uruguay, la investigación sobre la navegación indígena y las primeras embarcaciones se encuentra en sus etapas iniciales”. Elena, junto con sus colegas, está ampliando lo que sabemos. Ya analizó la antigüedad y la madera con la que están hechas las cuatro canoas indígenas que hasta hoy se han encontrado en el país. ¿Qué se viene? ¿Buscar canoas, ya no en museos, sino en las lagunas, como anticipó?

“Las lagunas, me parece, son los lugares con mayor potencial para continuar investigando. Así como está el caso que comenté del lago de Florida, en el que se encontraron 101 canoas, en Brasil hay varias lagunas costeras donde se encontraron seis o siete”, dice Elena. “En la laguna Merín, que evidentemente fue una vía de comunicación importante dadas sus dimensiones, recientemente pescadores locales detectaron restos de embarcaciones históricas, embarcaciones a vela, de madera, que se ven en momentos de grandes bajantes. Allí podría encontrarse alguna de estas canoas”, sigue con entusiasmo.

Le digo que el cambio climático podría ser su aliado. Nadie quiere grandes sequías, pero tal vez así aparezca alguna canoa en los lechos de las lagunas. “Y también hay que tener en cuenta que puede pasar lo mismo que pasó durante el dragado que se hizo en el Queguay. Cada vez que se hace un dragado puede aparecer algo, pero se puede destrozar también”, retruca.

“Justamente ahora con la hidrovía y los puertos que se planifican en la laguna Merín sería muy importante que se lograra hacer un estudio de impacto arqueológico previo, en particular, subacuático, para ver si en esas zonas no hay este tipo de restos de embarcaciones que producen un montón de información de los grupos que vivieron en la región”, plantea Elena.

Si en 1941 pararon la obra y recuperaron la canoa, ahora en 2024, y a raíz de toda el agua que ha pasado bajo el puente -los trabajos de Elena y sus colegas incluidos-, hoy deberíamos estar más atentos.

“Hoy además para esto se puede hacer un estudio de impacto arqueológico sencillo realizando pasadas de sonar desde una embarcación. El sonar te da una imagen del fondo y, con aguas quietas y tranquilas como las que hay generalmente en las lagunas, obtenés una gran resolución. Eso sería muy importante para encontrarlas y que no se den esos hallazgos accidentales, que en el caso de pasar una draga, pueden estropear todo el material”, advierte.

Pero Elena no tiene sólo eso por delante. “Desde hace años participo en algunos cursos en Bellas Artes, siempre combinando arqueología y arte. Este año estoy cursando el taller de Ana Laura López de la Torre, y estamos elaborando un proyecto para hacer colectivamente, con artistas, investigadores e indígenas actuales una canoa monóxila. Nuestra idea es recuperar esta parte de la cultura indígena”, dice, llena de ilusión.

El proyecto en el que se embarcó se llama “Navegando hacia el reconocimiento: revitalización cultural indígena a través de la canoa monóxila”. En él dicen que se proponen construir una canoa a partir de un solo tronco, “a través de la talla y la quema, experimentando con técnicas y herramientas ancestrales”, así como también “se indagará en los distintos sistemas de propulsión y la creación de remos y pértigas”, que estarán ornamentados. “Finalmente, se botará la canoa” y “todo el proceso será registrado por medio de dibujos, fotografías y video”.

Al leer el proyecto es imposible no hacerse la película en la cabeza. Artículos como el que acaba de publicar Elena contribuyen de forma invaluable a reconstruir una parte de la historia que nos escamotearon y plantan imágenes que, una vez pensadas, ya no nos permiten ver las cosas como las veíamos. El presente cambia el pasado que conocemos. Ahí está parte de la magia de la arqueología y del trabajo de Elena y sus colegas.

Artículo: Tree species used in the construction of dugout canoes located in the Río de la Plata region
Publicación: Journal of Archaeological Science: Reports (setiembre de 2024)
Autores: Elena Saccone, Camila Gianotti, Laura del Puerto y Hugo Inda.

Artículo:: Four Dugout Canoes in Uruguayan Collections: Our Early Maritime Heritage
Publicación: International Journal of Nautical Archaeology (2022)
Autor: Elena Saccone.