Los humanos llevamos más de una decena de miles de años habitando este territorio que hoy llamamos Uruguay. Al igual que hacemos hoy en día, nuestros antepasados trataban de aprovechar y disfrutar al máximo lo que estas tierras les ofrecían. Por ejemplo, aprovechando los aleros rocosos desde hace al menos unos 11.500 años, modificando los bosques en los lugares donde vivía la gente de los cerritos o explotando canteras de piedra de acuerdo a sus necesidades y valoraciones culturales. Una discusión de larga data en nuestra arqueología y antropología es qué tanto se movían nuestros antepasados por el territorio, por ejemplo, si los pueblos constructores de cerritos, que elevaron esos sitios en buena parte de Rocha (y otros sitios) desde hace unos 4.000 años, eran los mismos que habían andado por esa misma época en lugares como Cabo Polonio y otras playas del departamento. La inminente publicación de un artículo científico aporta datos para armar ese puzle. Y no sólo eso.
¿Por qué quedarse padeciendo el calor sofocante y el ajetreo estresante de la agitada vida en su superpoblado conjunto de cerritos de indios? ¡Anímese a dejar el humedal y los pastizales y venga a disfrutar de la apacible brisa refrescante del Atlántico! En un emplazamiento privilegiado de la costa oceánica de Rocha, La Esmeralda le espera para una primavera y verano inolvidables. Playa, sol, mar y la última tendencia en la gastronomía: ¡berberechos frescos para usted y todo su grupo en cantidades que nunca soñó! No lo dude, esta próxima temporada calurosa, disfrute una estadía maravillosa en El Conchero de La Esmeralda.
De haber habido vendedores chantas u operadores turísticos por Rocha hace 3.000 años, podrían haber llegado a decir algo como el texto del párrafo anterior. O eso al menos es lo que uno se imagina tras leer el artículo Viviendo en un ecotono costa-pastizal: zooarqueología de un conchero del Holoceno tardío de la costa atlántica uruguaya, que en breve será publicado.
Firmado por Federica Moreno y José López, del Departamento de Arqueología de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República, el trabajo analiza los restos de fauna conservados en un conchero, es decir, un sitio formado por los restos de moluscos consumidos por humanos. Al hacer esto, la investigación no sólo nos habla de la dieta variada de nuestros antepasados (al evidente consumo de los animales que conforman el conchero, en este caso, más que nada berberechos, se suman peces y mamíferos marinos y terrestres), sino que también traza una conexión entre los cerritos de indios de tierra adentro con un sitio de campamento humano costero, en este caso, en La Esmeralda, Rocha. ¿Cómo? Sumando a otras evidencias, una más: allí, en la playa rochense, hay restos de huesos de animales de pastizal que fueron consumidos por estos devoradores de berberechos.
La presencia de restos de venado, mulitas y tatúes, animales de pradera, podría indicar entonces que hace unos 3.000 años los constructores de cerritos, que eran fanáticos de comer carne de venado de campo (Ozotoceros bezoarticus), durante la primavera-verano se marchaban un tiempo a La Esmeralda para aprovechar la temporada de mejillones. Pero claro, así como para nosotros no hay unas buenas vacaciones sin prender un fuego y tirar unas carnes -exoneremos de esta costumbre bárbara a veganos y vegetarianos-, para ellos tampoco ir a la playa implicaba desprenderse de sus preciados platos a base de venado. Cuando alguien se mueve, es imposible no mover también su cultura. Y por más mejillones que hubiera en La Esmeralda, lo que este trabajo nos podría estar diciendo es que lo que vemos allí con los huesos de estos mamíferos no es otra cosa que la cultura gastronómica de gente de tierra adentro. O en otras palabras: ¡que nuestros antepasados vivían en sus cerritos, a varios kilómetros de la costa, pero que en primavera-verano se iban a la playa por un tiempo como hacemos hoy nosotros!
Así que para hablar de todo esto salimos con más prisa que obrero a comprar asado un 30 de abril antes de que cierren las carnicerías para conversar con Federica Moreno, investigadora especializada en arqueofauna y que también realiza investigaciones en el Departamento de Biodiversidad y Genética del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE). Y la prisa no se debe sólo a la curiosidad: allí donde está el conchero, que aún no se ha investigado exhaustivamente, podría emplazarse un emprendimiento que cerraría para siempre esta puerta a nuestro valioso pasado.
Un conchero con historia
“Un conchero es un sitio arqueológico en el que una actividad importante fue la producción y consumo de malacofauna”, arranca definiendo Federica Moreno. “Pueden estar formados por valvas de moluscos; en el caso del de La Esmeralda, las que predominan son las de los berberechos Donax hanleyanus, que aún viven en ese tramo de la playa”, dice Federica, que sabe bien por qué lo dice: cuando excavaron el sitio, a principio de los años 2000, dos por tres comieron berberechos frescos que colectaron junto al mar. ¡Un momento! ¿Cómo que lo excavaron en el año 2000?
Sí, efectivamente, las dos -por ahora únicas- excavaciones arqueológicas de una pequeña parte del conchero de La Esmeralda tuvieron lugar hace más de 20 años. Corría 2000 o 2001 cuando, gracias a la financiación de un proyecto de la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC) de la Udelar, José López Mazz, junto a su grupo, fueron hasta La Esmeralda como parte de un proyecto mayor denominado “Arqueología de los cerritos del litoral atlántico”. Federica fue parte de aquellas expediciones.
El conchero de La Esmeralda está conformado en realidad por tres depósitos de valvas de berberechos. Al más grande de ellos este grupo de arqueólogos le puso un nombre ganchero: A. Y ese fue el que excavaron (los otros dos son el B y el C).
“El conchero A mide 70 metros de largo por unos 20 metros de ancho y unos 80 centímetros de alto. Es una estructura grande que está formada mayoritariamente por acumulaciones de valvas de berberechos, pero también hay algunas almejas como Amiantis purpurata, caracoles y otros elementos”, apunta Federica. “Allí realizamos una excavación que abarcó unos seis metros cuadrados, y encontramos restos de fogones, material lítico y huesos de fauna. Eso último fue lo que analizamos en esta publicación”, explica entonces.
Federica se tomó su tiempo para publicar ese análisis. Pero otras colegas ya fueron revelando algunos de los secretos que el conchero A fue contando en aquellas excavaciones. “Laura Brum publicó su análisis sobre restos de huevos de ñandú que se encontraron allí. Eugenia Villarmarzo hizo lo propio con la malacofauna”, cuenta Federica. El de Brum salió en 2009 y el de Villarmarzo en 2010. Federica analizó los restos de vertebrados en 2004 y 2005 para su doctorado, pero hasta ahora no los había publicado en una revista científica. Bien valió la espera, porque aquí no pone las cosas tal cual las vio entonces.
“Para este artículo hice un nuevo análisis de la base de datos recabada en aquel entonces, no tomé los resultados de la tesina, sino que hice recálculos de números mínimos, anatómicos y demás”, señala. “En este trabajo se analizan los restos de vertebrados recuperados en la Excavación I (conchero A) del sitio La Esmeralda”, dicen entonces en el artículo. “Los objetivos del análisis fueron determinar los recursos faunísticos presentes en el sitio”, y, “a escala regional, reconocer las diferentes estrategias de explotación animal de los habitantes prehistóricos de esta zona de la costa atlántica”, agregan.
Porque una cosa es evidente. Como ya había publicado en 2010 Villarmarzo, en su Arqueomalacología del sitio La Esmeralda, “en el sitio se habrían consumido 7.549,5 kg de pulpa de berberecho”, según estimó con base en la cantidad de valvas encontradas. También señala que “la producción anual estaría en torno a los 7,5 kg carne por año para un periodo de mil años” de ocupación. Esto de los 1.000 años viene por el hecho de que en el conchero A la datación más antigua es de 3.300 años antes del presente (recordemos, el presente que se toma por referencia es 1950) y la más moderna de 2.360 años antes del presente, lo que arroja unos 1.000 años para todo el conchero A. Lo que queda claro, porque así lo indica el conchero mismo, es que berberechos consumían. “La idea de esta investigación es ver, además de los moluscos que evidentemente comían, qué pasaba con el resto de la fauna”, señala Federica.
La pregunta de Federica tiene su lógica: ¿qué hacen huesos de venado de campo, que no vive en ambientes costeros, en un sitio costero donde el alimento estaba disponible, ya fuera por los berberechos, caracoles, la pesca y hasta por ocasionales lobos y leones marinos? “La idea era ver qué otras actividades muestran esos materiales, qué especies hay, qué estaban consumiendo además de los moluscos. Y allí hay preguntas como si estaban consumiendo cosas sólo de la costa o si consumían cosas de otro lado”, dice.
Un conchero particular
Para Federica, que se ha especializado en la arqueofauna, es decir, en el estudio de animales en contextos humanos antiguos, el conchero de La Esmeralda tenía una magia especial. “La conservación de restos de fauna en la costa es malísima, ya que tiene condiciones muy adversas para la preservación ósea. Pero el conchero, al ser esa matriz de carbonato de calcio de las valvas, genera unas condiciones para la preservación de huesos que son completamente diferentes a las del resto de los sitios de la costa. Eso hace que el conchero sea un lugar donde podés tener una ventana para ver la explotación de animales en la costa, algo que es muy difícil de ver en otros sitios costeros como Cabo Polonio, La Coronilla u otros que se han excavado”, confiesa Federica.
Los concheros de La Esmeralda entonces tienen un gran valor por este efecto ventana. Pero además hay otro dato que los convierte en patrimonio a proteger cuanto antes. “Por ahora el de La Esmeralda es el único conchero que conocemos en toda la costa atlántica de Uruguay”, desliza Federica. “En la costa oeste hay reportados algunos concheros, pero no tienen la magnitud de estos de Rocha, son más como lentes de actividades puntuales”, agrega.
Como dicen en el artículo, en Sudamérica se han encontrado distintos concheros, como los sambaquíes en Brasil o los de Tierra del Fuego. “Los sambaquíes del sur de Brasil son estructuras totalmente diferentes a los de La Esmeralda, miden decenas de metros de altura y tienen enterramientos humanos dentro”, enfatiza Federica. “Por su parte, los de Tierra del Fuego tienen forma anular, de anillo, y están formados por valvas de mejillones. En esos concheros la vivienda estaba en el medio, y entonces en el centro del anillo hay una superposición de fogones y un espacio relativamente limpio, mientras que fuera está ese anillo de basura”, describe. “Concheros hay en la costa pacífica americana, como también hay concheros ribereños, por ejemplo, en el Amazonas, estructuras vinculadas con el consumo de moluscos de agua dulce”, sostiene, y entonces queda claro que los concheros de La Esmeralda son distintos a los encontrados en Brasil, Argentina o el Pacífico, otra razón más para valorarlos como es debido.
Vale la pena aclararlo: los concheros son de origen antrópico, es decir, arqueólogos y antropólogos ya saben que su formación no es natural, no es una acumulación casual de valvas de moluscos. Son, si se quiere, los basureros de grandes comedores de moluscos. Y en ellos, entre otras cosas, hay rastros de fogones, de restos de herramientas y, como reporta el trabajo de Federica, de fauna que no es del lugar.
La rica y variada dieta de nuestros antepasados
Federica entonces se propuso reanalizar los restos de fauna que no fueran moluscos que habían recolectado en la excavación de hace 20 años en el conchero. Para ello no sólo trató de identificar especie, género o lo máximo que fuera posible de los restos de animales, sino que hizo cálculos que permiten obtener el número de especímenes identificados, así como el mínimo de ejemplares de cada animal que esos restos representan.
Esto último es importante, ya que dependiendo de qué huesos estén en el sitio, no siempre eso indica cuántos animales se consumieron o usaron allí. Por ejemplo, dado que cada animal tiene una única cabeza, encontrar dos cráneos de tortuga nos indica que como mínimo se consumieron o procesaron dos ejemplares. Pero si hubieran encontrado cuatro costillas la cosa ya no es tan sencilla. “Un caparazón de mulita tiene unos 600 osteodermos o placas. En el sitio encontramos 1.044 osteodermos. Y eso implica un número mínimo de dos mulitas”, adelanta Federica.
La formación del conchero se explica por algo evidente: quienes estaban allí estaban bien comidos, al menos en lo que a cantidad de berberechos se refiere. Por otro lado, estaban cerca de la costa, por lo que algunos restos que el trabajo reporta que se encontraron en él no desentonan demasiado. Es el caso de tres restos de lobo marino (Arctophoca australis), que implican, según informan, al menos dos ejemplares; 50 huesos de otáridos; 93 huesos de corvina negra (Pogonias cromis, según el trabajo, aunque a la luz de nuevos hallazgos de la ciencia de 2019, ya que las corvinas de aquí son genética, morfológica y hasta comunicacionalmente distintas a las del hemisferio norte, su nombre científico es Pogonias courbina; 281 restos óseos de peces que no se pudieron identificar; y 290 huesos de tortugas marinas, en su mayoría pedazos de caparazones.
“A priori uno pensaría que en el conchero habría muchos más peces, sin embargo, encontramos muy pocos restos”, afirma Federica. Y para ello podría haber una explicación sencilla de entender para cualquiera que haya andado por esas playas: “pensamos que eso tiene que ver con que La Esmeralda es una playa de alta energía, no tenés una bahía, y tiene un oleaje bastante violento”, comenta. “Definitivamente no es un buen lugar para pescar ni para poner una red”, agrega.
En el trabajo señalan que más del 99% de las vértebras de los peces del conchero de La Esmeralda “tienen entre 0,5 y 1 centímetro de diámetro, lo que sugiere el uso de redes”. Eso no es una contradicción: si pescaban con red lo hacían en una playa más alejada, lo que podría incidir en una menor frecuencia y por eso en la ausencia de restos en el conchero.
Tampoco desentonan en el ambiente del conchero los restos que encontraron de algunas aves marinas: dos huesos de pingüino (del género Spheniscus, casi seguramente pingüinos de Magallanes), así como un resto de biguá, otro de gaviotín y otro de gaviota, y 60 que no se pudieron identificar. “En el caso de los restos de las aves que encontramos es más difícil interpretar qué están haciendo en el conchero, si son residuos de consumo o no”, remarca Federica.
Sin embargo, allí, en la costa arenosa de La Esmeralda, y hace 3.000 años, el trabajo reporta la presencia de 350 restos de venado de campo (Ozotoceros bezoarticus), que representan al menos cuatro ejemplares 1.044 plaquetas de caparazón de mulita o tatú (sólo lograron identificar que eran del género Dasypus), que habrían pertenecido al menos a dos ejemplares; 23 de huesos cérvidos sin identificar a nivel de género; 41 de roedores; siete de cánidos; 887 de mamíferos grandes o medianos no identificados; y 1.364 de mamíferos pequeños.
¿Qué hacen esos restos allí? O mejor dicho, si están ahí es porque nuestros antepasados rochenses los llevaron. Entonces la pregunta es más bien: ¿qué nos dice la presencia de restos de ciervos y mulitas sobre esta gente? ¿Por qué en un ambiente marino que ofrecía alimento, en particular, abundantes berberechos y frutos del mar, pero también ocasionales lobos y leones marinos, pesca y demás, aparecen huesos de venado de campo? “Los huesos de venados y armadillos lo que están mostrando es que no estaban consumiendo sólo lo que tenían al alcance a nivel local, sino que estaban trayendo presas de otras partes”, remarca Federica.
“Tanto los armadillos como el venado de campo son animales de pastizal, por tanto, esto nos indica que estas personas estaban trayendo animales de pastizal al conchero. Y del conchero hasta la Cuchilla de la Angostura, que es la divisoria entre la Laguna Negra y la costa, y donde estarían los pastizales más próximos, hay varios kilómetros de médanos, más aún en aquel entonces, ya que ahora están tapados por coberturas antrópicas”, sostiene.
“De lo que nos está hablando esta presencia de restos de venado y mulita es de que, si bien la razón principal de ese sitio ahí es la del consumo de berberechos, seguían consumiendo otras cosas”, continúa Federica. “Y eso puede tener que ver con la duración de las ocupaciones. Tal vez una estadía más prolongada hiciera necesario consumir más cosas”, sostiene. Tiene razón: ¿por qué, pudiendo variar, no habría de aburrirse esta gente también de comer todos los días lo mismo? “También todo esto nos da información sobre territorialidad, sobre cómo estos pueblos se estaban moviendo en el ambiente”, dice luego Federica. Así que vayamos a eso.
¿Nuestros antepasados se iban a pasar la temporada a la playa?
“Los berberechos son recursos que están disponibles en determinados momentos del año”, lanza Federica. Y así es: si uno va en invierno esperando darse una panzada de berberechos, más allá de las inclemencias del tiempo, eligió mal los días en el calendario.
Por otro lado, esto se suma a otros datos que el equipo ya vino recabando en el sitio. Por ejemplo, la presencia en él de huevos de ñandú, estudiados antes por Laura Brum, nos habla de una ventana temporal que va, más o menos, de setiembre a diciembre. La presencia de lobos marinos en la costa es más frecuente en verano, cuando se da la temporada reproductiva no muy lejos de allí, en la colonia de Cabo Polonio. “Todos esos son indicadores de la estacionalidad que nos dicen que esta gente estaba ahí en primavera-verano”, afirma.
“Eso nos hace pensar que tal vez se acercaran a la costa para aprovechar un recurso específico que está disponible en ese momento del año. Pero eso no quiere decir que el consumo de ese recurso en ese momento colme sus necesidades nutricionales. Un poco como si dijeran 'vamos a la costa a aprovechar que están los berberechos, pero igual nos llevamos algo más porque no es suficiente’. O que tuvieran sus gustos y preferencias”, conjetura entonces Federica.
“También llevar alimento o traerlo de otro sitio puede estar hablando de estadías relativamente largas. Todo eso está mucho a nivel de hipótesis, pero a mí lo que me parece interesante es ver cómo los sitios costeros no son solamente costeros; eso es lo que nos dice esta arqueofauna, no es un sitio costero estrictamente, porque allí hay recursos que son de tierra adentro”, redondea.
Si esto fuera así, estos restos de mamíferos de pastizal nos dicen que esta gente podría haber sido la misma que construía los cerritos de indios. “Yo tiendo a pensar que son los mismos, que en invierno no ocupaban la costa porque es más inhóspita y que en verano sí hacían uso de los recursos costeros”, desliza Federica. “La presencia de estos venados de campo en el conchero nos muestra gente que también gestionaba el interior. Y que además está viviendo al mismo tiempo que están viviendo otras personas en cerritos de la Laguna Negra o en la Laguna de Castillos, que tienen vinculaciones con la costa, porque en esos cerritos también han aparecido restos de lobos marinos, de peces de agua salada. Si bien son cosas sutiles, te muestran que no tenés un ambiente segmentado de grupos costeros y grupos del interior”, amplía.
De ser así, hacían un manejo del ambiente y sus recursos. Y como eran gente de pastizal, aun cuando se trasladaban a la costa se llevaban consigo sus presas favoritas de allí. Hoy seguimos haciendo eso: cuando uno se traslada, así sea por unas semanas hacia la playa, viaja con su cultura y sus tradiciones. Capaz que estaba todo bien con comer berberechos, pero si había algo que celebrar, la tradición de la gente de los cerritos -o quienes fueran los constructores de concheros- necesitara sí o sí de un buen venado de campo.
¿Está mal pensar que los huesos de venado son un rastro cultural que nos dice un poco de dónde venía esa gente? “Puede ser visto como preferencias culinarias, de llevarse a este sitio temporal lo que comen habitualmente, o puede ser visto también como una necesidad, en el sentido de que, si bien iban a buscar berberechos, podrían pensar que sólo con berberechos no iba a alcanzar, y por tanto tenían que llevar algo más”, dice Federica.
“Si pensamos en términos de radios de influencia del sitio, lo más cerca es la Laguna Negra, lo que no quiere decir que no puedan haber traído estas presas de más lejos. Eso también te habla de su movilidad. Capaz que estando en el conchero, iban hasta la Laguna Negra y volvían con esta caza. O quizá llevaban algunas piezas al trasladarse al conchero. O ambas cosas”, dice entonces Federica. Le digo que en su trabajo veo la puerta de entrada para decir que estos antepasados de hace 3.000 años fueron pioneros en la costumbre que tenemos hasta el día de hoy de irnos a la playa en temporada. Federica medita un poco la idea y la deja ser. Pero vuelve al uso del territorio.
“Por ejemplo, en relación con los restos de los lobos marinos que encontramos, ¿los traían desde Cabo Polonio, los encontraban allí en la playa y los cazaban o, en el caso de los que aparecen muertos, los carroñaban? Tenemos muchas preguntas y por eso estaría bueno volver a excavar el conchero, porque cuanto más trabajás, más preguntas surgen”, reflexiona.
“A la luz de estos datos podríamos reexcavar el sitio y ver qué otra fauna aparece, si es la misma, si algún sector del conchero es más tardío o más temprano, si se mantienen las mismas tendencias, o si hay variaciones a nivel cronológico que muestren diferentes comportamientos a lo largo del tiempo”, agrega, llena de esperanza. Pero sobre sus ansias de saber más, se cierne un nubarrón que viene del espacio exterior.
Un sitio arqueológico único... bajo amenaza
El de La Esmeralda es el único conchero que conocemos en la costa atlántica del país. Según me indica Federica, está en tierras fiscales. Es decir, es un sitio arqueológico valiosísimo que ya está en manos del Estado, algo que no pasa con muchas de las cosas que precisan protección en Uruguay (si bien nuestra Constitución consagra que el bien común está por encima del derecho de propiedad, son pocos los tomadores de decisión que se animan a seguir la carta magna al pie de la letra).
El conchero de La Esmeralda podría ser protegido desde hoy mismo sin que eso afectara el interés de ningún privado. Más aún, como ya dijo Federica, aún quedan preguntas para hacerle al sitio arqueológico. Proteger el lugar es proteger también el conocimiento que podemos generar. Pero...
Según han averiguado Federica y otras colegas arqueólogas, el emplazamiento de la lanzadera de satélites que se procura instalar en Rocha sería justamente en los predios fiscales de La Esmeralda.
“Hasta donde sabemos, se instalaría allí, que es donde está el conchero”, dice, preocupada. “Es parte de la tensión permanente entre el desarrollo y la preservación. En este caso, no se trata solamente del tema del conchero, está todo el tema de la ecología costera, de los médanos y demás. Obviamente, yo lo veo más desde el punto de vista arqueológico, pero entiendo que hay otras amenazas y que tienen que ver con el propio paisaje, con la antropización intensa de la costa”, sostiene.
Puede que no nos guste que haya una lanzadera de satélites en nuestro balneario, pero todos nos beneficiamos de los servicios que prestan los satélites. Y desde algún lado hay que lanzarlos. No podemos oponernos a ello sin ser un poco cínicos. El asunto es que a la hora de elegir el lugar uno pensaría, tal vez ingenuamente, que lo mejor es hacerlo en un sitio que ya tenga impactos antrópicos de magnitud y no en uno que aún presta gran parte de sus servicios ecosistémicos. Pero más allá de esas preferencias o puntos de vista, que allí haya además un sitio arqueológico único en el país -y de relevancia para la historia del poblamiento de América- cambia la ecuación. “La Esmeralda es un lugar que aún está muy conservado. Un poco una se pregunta por qué justo ahí, si ya hay partes de la costa hechas bolsa. ¿Por qué seguir ampliando la mancha humana? Eso es lo que a mí me parece medio inexplicable. Da la casualidad de que encima está el conchero”, enfatiza Federica.
La ley de patrimonio, si bien tiene muchos agujeros y necesita actualizarse, una de las pocas cosas que dice es que no se puede alterar sin más lugares que tengan valor arqueológico. “Si el conchero fuera monumento histórico, estaría totalmente protegido. Pero otra cosa es que sea un sitio arqueológico. Los paraderos indígenas están protegidos por la Ley 14.040, pero también hay leyes de ordenamiento territorial y normativa de impacto ambiental que dicen algo al respecto”, agrega.
La Ley 14.040 ya mencionada, en su artículo 14, establece que la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación “tendrá a su cargo la preservación de los sitios arqueológicos como paraderos, túmulos, vichaderos y tumbas indígenas, así como los elementos petrográficos y pictográficos del mismo origen”. También dice que “si en el curso de trabajos de movilización de terrenos se descubriera algún sitio de los referidos, dichos trabajos deberán ser suspendidos y notificada la Comisión, serán reanudados una vez tomadas las medidas de preservación necesarias”. Así que todos juntos podemos hacer fuerza: riiiiiiing para la Comisión de Patrimonio.
“Se pueden buscar otros lugares para lanzar los satélites. Reitero, entiendo que es la tensión permanente entre desarrollo y preservación. Y también entiendo que construimos sobre el pasado. Pero si ya tenés la mayor parte de la costa muy alterada, sería más lógico no tratar de alterar las partes que aún no lo están tanto”, sostiene.
“Creo que las cosas tendrían que por lo menos discutirse más abiertamente y con más participación, tanto de la academia como de organizaciones sociales. Tanto el ambiente como el patrimonio son recursos que son de todos”, cierra Federica. Dado que la ciencia que hacemos es también parte de nuestro patrimonio, el fabuloso trabajo de Federica Moreno y José López es como una muñeca rusa: al rescatar secretos de nuestros antepasados e identificar lugares valiosísimos a preservar, es ejemplo de patrimonio que pone en valor y rescata más patrimonio. ¿Quién puede decir que con ciencia así no ganamos todos?
Antepasados fanáticos del venado de campo
“El venado es un recurso que está en todos lados. Está en los cerritos de indios, está en el litoral, está en el Santa Lucía, en todos lados. Es un consumo muy extendido y muy frecuente”, dice Federica.
“En el caso del conchero, y en el caso de los cerritos también, los perfiles anatómicos muestran que los venados de campo ingresaban enteros al sitio. Es distinto de lo que pasa con el ciervo de los pantanos, por ejemplo. Del ciervo de los pantanos, cuando uno ve los perfiles anatómicos en los cerritos, lo más probable es que llegaran solamente las patas”, sostiene. “El ciervo de los pantanos es un animal mucho más grande, pesa cuatro veces lo que un venado de campo, y además vive en ambientes mucho más complicados para moverse. Traer un animal de 120 kilos de un bañado no es lo mismo que traer uno de 40 o 35 kilos de la pradera”, amplía. “Al estudiar la arqueofauna podemos ver esas cosas. Aquí vemos que al venado de campo lo traían entero, porque hay vértebras, hay cornamenta, partes de abajo de las patas y demás”, señala Federica.
“En Rocha, y en el conchero también aparece, hay una tecnología ósea muy desarrollada. Y el hueso sobre el que se hacen la mayoría de los instrumentos óseos es un metápodo de ciervo mediano, ya sea venado de campo o guazubirá. Eso te muestra otro uso del animal que también está presente en La Esmeralda”, agrega.
Federica cuenta que el aprovechamiento de estos animales era muy intenso. Desde usar sus pieles para hervir los huesos y acceder a la grasa, pasando por los tendones para hacer tientos, las cornamentas y metápodos para hacer herramientas y demás.
Le digo que entonces eran muy parecidos a nosotros: por más que se fueran a la playa y que viniera la temporada de frutos del mar, igual se llevaban una carnecita roja criada a pasto.
Artículo: Living in a coast-grassland ecotone: Zooarchaeology of a late Holocene shell midden in the Uruguayan Atlantic Coast
Publicación: The Journal of Island and Coastal Archaeology (en prensa, 2024)
Autores: Federica Moreno y José López.