¿Queremos producir carne para seguir generando ingresos que, entre otras cosas, permitan que el Estado atienda la salud, la seguridad, la educación y la equidad? ¡Seguro que sí! ¿Queremos preservar la biodiversidad de nuestros ecosistemas, no sólo porque está bien de por sí, sino también para dejar a las generaciones futuras la misma naturaleza que nosotros gozamos y además porque sin ecosistemas funcionando se compromete el futuro de la propia producción agropecuaria? ¡Seguro que sí! ¿Queremos hacer el máximo esfuerzo a nuestro alcance para evitar agravar el calentamiento global, intentando emitir la menor cantidad razonable de gases de efecto invernadero? ¡Seguro que sí! Bien, ahora viene tal vez la pregunta más difícil: ¿podemos hacer todo eso al mismo tiempo: producir carne, conservar la biodiversidad, no degradar el suelo y capturar gases de efecto invernadero?

La respuesta a esta delicada interrogante es que sí, podemos. Pero claro, eso implicaría hacer un mejor manejo de la actividad ganadera. ¿Cómo mejorarlo? Basándonos en evidencia. Y esa evidencia es la que da un valiosísimo artículo de reciente publicación titulado algo así como Efectos de la exclusión del pastoreo sobre la estructura de la vegetación y la materia orgánica del suelo en sabanas del Río de la Plata.

El trabajo lleva la firma de Micaela Abrigo, Felipe Lezama y Gervasio Piñeiro, del Departamento de Sistemas Ambientales de la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República, e Iván Grela, de la empresa Forestal Oriental. Piñeiro es también investigador en el Departamento de Recursos Naturales y Ambiente de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires, Argentina. En él comunican interesantísimos resultados obtenidos tras realizar un experimento en el que observaron qué pasaba en pastizales de un predio en el que hace casi 30 años no se deja entrar al ganado y en pastizales aledaños, en el mismo suelo y con las mismas condiciones, en los que sí se ha practicado ganadería durante todo ese tiempo (ver recuadro sobre más datos de la investigación).

Lejos de lo que podría pensarse -y lejísimos de mensajes como el de la COP26 que hicieron enojar a nuestra cancillería-, el trabajo reafirma algo que ya había sido reportado varias veces desde hace tiempo: a falta de herbívoros de pastizal nativos de cierto porte, que torpemente casi exterminamos, la ganadería cumple ese rol ausente en nuestro ecosistema de pastizal y, por tanto, ayuda a conservarlo. Esto vuelve a quedar afirmado, ya que, como reportan en el artículo, sus resultados “muestran que la exclusión del pastoreo disminuyó la riqueza y diversidad de especies de plantas” en nuestros pastizales.

Sin embargo, la investigación muestra que, al mismo tiempo, la ganadería, aun cuando se realiza con cargas moderadas de ganado (en este caso, 0,7 vacas por hectárea), provoca alteraciones no tan deseables al mirar la materia orgánica del suelo del pastizal. Así que para hablar de todo esto, vamos al encuentro de Micaela Abrigo, primera autora del artículo.

Una investigación de larga data

Así como una buena película que se estrena en 2024 implica un trabajo de mucha gente desde muchos años antes, esta investigación científica, publicada este año, también. “Este experimento surge a mediados de 2016 en el marco de mi tesis de grado”, cuenta Micaela.

“Nació como un experimento de largo plazo para responder algunas preguntas sobre el efecto del pastoreo que todavía nos quedaban en el tintero y que no se limitan solamente a entender qué pasaba en áreas de exclusión y áreas de pastoreo, la comparación pareada que se presenta en este trabajo, sino también a evaluar los efectos de largo plazo de la reintroducción del pastoreo en áreas con exclusión de la ganadería a largo plazo y la exclusión del pastoreo en áreas bajo pastoreo desde hace tiempo”, lanza entonces. Sí, ya que hablamos de películas, muchas investigaciones científicas forman parte de una saga. El trabajo que aquí nos convoca sería una primera entrega.

“La idea es entender qué pasa con las trayectorias de largo plazo con esos cuatro tratamientos, sitios históricamente pastoreados, sitios viejos de exclusión de pastoreo, pero también la reintroducción de ganado en áreas antiguamente de exclusión y cercar esas áreas históricamente pastoreadas”, dice Micaela, a modo de sinopsis de los futuros estrenos de la saga. “Partiendo de esta pregunta un poco más grande, surge este primer trabajo”, cuenta.

Mirando dos aspectos al mismo tiempo

Como bien reseñan en su artículo, ya había trabajos que indicaban que la exclusión del pastoreo reduce la diversidad del pastizal, dándose esa cosa un poco contraintuitiva de que, para conservar el ecosistema de pastizal, era necesario dejar vacas -o el herbívoro que fuere- pastando allí.

Esto se debe a que los pastizales de Uruguay, que forman parte de los Pastizales del Río de la Plata, han evolucionado junto con dos grandes presiones: los incendios recurrentes y una carga interesante de animales herbívoros -llegamos a tener animales como los perezosos gigantes que comían pasto y pesaban varias toneladas hasta hace unos 11.000 años-. Sin fuego ni herbívoros, nuestros pastizales se deterioran.

Pero aquí no sólo querían ver qué pasaba con la biodiversidad ante la ausencia de herbivoría en una sabana de pastizal que hace 29 años está cercada, sino que también pretendían ver qué pasaba con la materia orgánica del suelo en pastizales con y sin ganadería. El tema es relevante, porque esa materia orgánica del suelo es, entre otras cosas, una forma de ver cuánto carbono secuestra un ecosistema. Y ello tiene gran importancia para la ganadería: ya que las vacas alimentadas a pasto emiten mucho gas metano -producto de la digestión que las bacterias hacen en sus estómagos-, si el ganado aumenta o disminuye el secuestro de carbono de pastizal y sabanas, es de relevancia.

Pastizal con ganado y al fondo el pastizal cercado sin ganado.

Pastizal con ganado y al fondo el pastizal cercado sin ganado.

Foto: Micaela Abrigo

“En efecto, hay varios antecedentes del grupo que han estudiado diversidad y hay otro trabajo que ha estudiado el carbono en el suelo, siempre comparando exclusión y pastoreo”, afirma Micaela. “Mirar las dos variables a la vez es súper interesante para tratar de hacer un balance entre la cuestión del manejo y la conservación de estos pastizales y sabanas naturales que tenemos en la región”, afirma entonces.

Y ya que este trabajo es parte de una saga mayor, dediquémosle unas líneas a uno de sus grandes protagonistas.

Una zona peculiar para un experimento difícil de hacer en otra parte

Si uno tuviera que darle un Oscar a esta investigación, sin lugar a dudas se lo llevarían los encargados del casting, es decir, quienes seleccionaron el elenco. ¿Cómo dieron con un pastizal que lleva 29 años sin haber sido comido por el ganado? Seguro prácticamente no quedan lugares así en el país.

“Uruguay es principalmente ganadero y prácticamente todos sus pastizales tienen ganadería. Es muy raro encontrar un área con tantos años de exclusión de pastoreo. Por eso instalamos este experimento a largo plazo, justamente porque esta área es casi única, raramente se encuentra algo así”, concuerda Micaela.

“Además, esta área bajo estudio, que tiene 250 hectáreas, alrededor tiene pastoreo. Eso nos permite hacer una comparación pareada en la misma comunidad vegetal, en el mismo tipo de suelo, y entender bien qué pasa con esos efectos a largo plazo, tanto porque la clausura tiene 29 años como porque en las zonas aledañas históricamente ha habido pastoreo”, agrega sobre el diseño experimental que les permitía esta rara excepción.

¿Cómo dieron con la reserva El Rosario, que se ubica en padrones que una empresa forestal tiene en Río Negro? “El contacto viene por un investigador de la Facultad de Agronomía que conocía la reserva y que iba a reintroducir ganado para reducir el peligro de incendio. Él estaba súper interesado en que fuéramos a estudiar esa reserva”, cuenta Micaela. “En la conjunción de lo peculiar de esta reserva y las preguntas de investigación sobre el pastoreo que son muy relevantes para la ganadería en Uruguay, surge este trabajo”, redondea.

Presentado este gran protagonista del elenco, y dado que las vacas y nuestro fabuloso pastizal natural no precisan presentación, pasemos a lo que vieron en su investigación.

Efectos de la ganadería y su exclusión en la comunidad vegetal

Respecto de la riqueza y diversidad de especies de ambos pastizales, el que tenía ganado históricamente y el que lleva 29 años sin vacas, el trabajo reporta que “la exclusión del pastoreo redujo la riqueza de especies de plantas en 30% y la diversidad de especies en 16% en comparación con los sitios de pastoreo”. En efecto, reportan que en sus muestreos encontraron en total 102 especies de plantas, “83 en las parcelas pastoreadas y 64 en las parcelas sin pastoreo”. De esas 102 especies, 45 estaban en ambos lados (lo que representa el 44%), mientras que “19 se registraron sólo en las parcelas con exclusión y 38 sólo en las pastoreadas”. ¿Por qué sucede todo esto?

Cuando no está el ganado comiendo, las especies que dominan son aquellas que rápidamente ganan altura y dejan sin luz a las especies más rastreras. “El mecanismo ecológico que está detrás de lo que vemos en este estudio es el de la exclusión competitiva”, comenta Micaela. Las plantas tienen varias formas de competir entre ellas y una es justamente esa: la que recibe la luz no sólo hace fotosíntesis, sino que intercepta la luz que podría beneficiar a los rivales que están más abajo.“En cambio, cuando hay ganadería, el ganado va seleccionando ciertas especies y reduce ese mecanismo de competición entre los distintos pastos. Y además se produce este fenómeno de que aumentan las gramíneas postradas, que son la matriz del campo natural en Uruguay. Entonces, gracias a este proceso de reducir la exclusión competitiva, el ganado permite que aumente la riqueza y la diversidad de especies”, agrega.

Pastizal con 29 años de exclusión de ganado. Foto: Mauricio Bonifacino.

Pastizal con 29 años de exclusión de ganado. Foto: Mauricio Bonifacino.

Con ganado y sin colonización de arbustos

En el trabajo reportan que la ganadería en estos pastizales templados del Río de la Plata no promueve un proceso de invasión de arbustivas como pasa en otras partes: “la cobertura de arbustos en la reserva fue más del doble en comparación con el tratamiento de pastoreo”, reportan en el artículo. Dado que, como dicen también, en la literatura internacional se reportaba que en otros pastizales la ganadería promueve la invasión de especies arbustivas, lo que los degrada, esta investigación, una vez más, demuestra la importancia de hacer ciencia local al abordar cosas que afectan los ecosistemas. Si nos limitamos a importar la ciencia de otras partes, por ejemplo, de lugares con pastizales de zonas áridas, podríamos tener una idea equivocada de lo que sucede aquí. Lo bueno de hacer ciencia local es ver los efectos locales en los ecosistemas donde estamos.

“Sí, eso sin duda. Ese proceso de arbustización está estudiado en nuestros pastizales y se ve que cuando hay ganadería, la cobertura de arbustos se reduce. Ya tenemos varios trabajos en los que vimos lo mismo. Y si uno hace una exclusión y saca todo el ganado durante mucho tiempo, enseguida se vuelve un matorral, se llena de especies nativas de arbustos, que dominan esa área de exclusión de ganado”, afirma Micaela.

Las especies que dominaron

Lamentablemente, tan poca importancia les prestamos a las distintas especies que forman nuestros valiosos pastizales y sabanas que varias de ellas no tienen un nombre común.

En el pastizal-sabana con ganadería, las especies dominantes fueron:

  • Paspalum notatum o pasto horqueta.
  • Evolvulus sericeus.
  • Carex phalaroides.

En el pastizal-sabana sin ganadería, las especies dominantes fueron:

  • Adiantopsis chlorophylla o helecho.
  • Bromus auleticus o cebadilla.
  • Paspalum quadrifarium o paja mansa.

¿El pastizal secuestra más carbono con o sin ganadería?

En el trabajo vieron también qué pasaba con el contenido orgánico del suelo, que para los detractores mundiales de la ganadería -y para que nuestra Cancillería pueda responderles- implica si la ganadería ayuda o no a secuestrar carbono.

En el trabajo vieron lo que pasaba tanto con la materia orgánica asociada a minerales (MAOM por su sigla en inglés) como con la fracción de materia orgánica particulada (POM por su sigla en inglés). Más allá de que eso tenga distintas implicancias -de gran interés para las ciencias agrarias-, ambas componen la materia orgánica del suelo. Y más allá de que en una y otra haya diferencias, lo que reportan es que si bien hubo un patrón opuesto en cada fracción, “el contenido total de materia orgánica del suelo fue consistentemente mayor en los sitios de exclusión”. Esto reportado en este trabajo para sabanas, que forman parte del pastizal, ya había sido reportado antes para pastizales de suelos profundos de Uruguay y la región.

“Como conclusión general, lo que vemos es que en las clausuras hay más carbono orgánico total en el suelo con respecto a los sitios de pastoreo”, reafirma Micaela. “En la MAOM hay un aumento del carbono orgánico total en los sitios de exclusión al pastoreo. En los primeros 30 centímetros hay un 22% de aumento, es algo notorio. Y eso se debe a que en áreas de pastoreo se pueden producir pérdidas de nitrógeno, que es fundamental para la formación de materia orgánica, que se produce por lixiviación o la volatización de nitrógeno desde la orina de las vacas y las heces”, explica entonces.

Este efecto de aumento de la materia orgánica del suelo lo vieron en una sabana que lleva 29 años sin ganadería. Entonces surgen varias interrogantes. ¿Qué tan significativa es esta pérdida de materia orgánica en estos 29 años de pastoreo? ¿Debiéramos sumarle a la huella de gases de efecto invernadero de la ganadería de Uruguay una cierta merma en la capacidad de secuestro de carbono del suelo del pastizal y la sabana? Y en caso de que sea afirmativo, ¿qué tan grande es esa pérdida a lo largo de 29 años con pastoreo moderado?

“Sin dudas, cuando uno analiza la huella de carbono de la ganadería, hay que tener en cuenta las potenciales pérdidas o ganancias de carbono de los pastizales y sabanas que están bajo esa presión ganadera”, responde Micaela, y aclara que hay otras investigaciones sobre la captura de carbono de pastizales con años de ganadería que podrían arrojar otros resultados. Sobre ese 22% de pérdida de materia orgánica asociada a minerales en los primeros 30 centímetros del suelo, Micaela no da rodeos: “Es una pérdida significativa, 22% es un montón”.

Le digo que entonces esto enciende cierta luz amarilla: aun un pastoreo de intensidad intermedia, de 0,7 vacas por hectárea, produce a lo largo de tres décadas una pérdida del 20% de la materia orgánica del suelo en esos primeros 30 centímetros. Hay que buscar estrategias para no perder tanto.

“Sí, exactamente. Si lo comparás contra un sitio que no tiene ganadería, esas diferencias se ven y es una pérdida considerable”, señala. Aun así, no hay por qué ser fatalistas. Micaela nos tira un hueso repleto de esperanza: “Este proceso se podría llegar a revertir si uno hace un buen manejo y si deja áreas de exclusión para que esa materia orgánica se vaya recuperando”. Y como el trabajo también habla de eso, allá vamos.

Manejo para lograr producción, conservación y mantener a raya los gases de efecto invernadero

Los objetivos de desarrollo sostenible, ya sean los de la ONU (los ODS) o las promesas de políticos en campaña, establecen que tenemos que crecer cuidando, por un lado, la biodiversidad y, por otro, no promoviendo el calentamiento global, manteniendo para ello unas cuentas mejores de nuestro inventario de gases de efecto invernadero. El trabajo que publicaron Micaela y sus colegas impone un desafío para los dos lados.

Si sacamos la ganadería, podría tener un efecto de reducción de los gases de efecto invernadero, tanto porque no emitirían metano con sus eructos de la digestión como porque el pastizal y las sabanas capturarían más carbono de la atmósfera. Pero si hiciéramos eso, perderíamos la biodiversidad en nuestro principal ecosistema, el pastizal, que ocupa 55% de la superficie de nuestro país. Además del calentamiento global, la pérdida de biodiversidad es otra gran crisis a nivel planetario. Y si dejamos la ganadería, no solamente pueden criticarla por el metano, sino que se podría argumentar que también se está afectando el secuestro de carbono del ecosistema pastizal. Por tanto, hay que hacer un manejo que contemple ambas cosas.

Gervasio Piñeiro tomando muestra de suelo en pastizal sin ganado. Foto Micaela Abrigo.

Gervasio Piñeiro tomando muestra de suelo en pastizal sin ganado. Foto Micaela Abrigo.

“Hay que pensar en los servicios ecosistémicos en general. Nosotros analizamos solamente dos variables: la diversidad de especies vegetales y el carbono orgánico del suelo. Pero hay muchísimas otras funciones que no estamos evaluando en este trabajo y que sin duda cuando uno piensa en un sistema de pastizal o sabanas con ganadería en Uruguay, tiene que considerar para ponerlos en una balanza y decir si vale la pena conservarlos, si vale la pena seguir haciendo ganadería, qué costo y qué beneficios tiene esto ambientalmente para nuestro país y a nivel global”, complejiza Micaela.

“Sin duda que hay que conservar esos pastizales y sabanas naturales, que son un foco de diversidad y que brindan un montón de servicios ecosistémicos que hacen más eficiente la ganadería para reducir sus emisiones. Y ahí hay toda una cuestión de manejo, de ajustar la carga con respecto a la cantidad de pasto que tengas”, señala, y agrega que hay mucha investigación sobre cómo reducir estos procesos que generan metano en la ganadería.

“Pero este estudio solamente va a una parte de esos servicios ecosistémicos. Si uno se va a otro tipo de uso o manejo en otra actividad productiva, como puede ser la agricultura, se ve un impacto mucho mayor y se pierden otros servicios ecosistémicos que con la ganadería se conservan”, apunta.

Como ya hemos visto en varias investigaciones reportadas en esta sección, si pusiéramos en el banquillo a los enemigos más grandes para la conservación de los ecosistemas, la forestación y la agricultura le ganan por amplio margen a la ganadería a campo natural por sus efectos en la fauna y cambios de uso del suelo. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que el pastizal, y en menor medida las sabanas, ocupaban la mayor parte de nuestro territorio. Cualquier actividad productiva, salvo la realizada en las sierras, humedales, arenales costeros, ocupa espacio que antes era sólo pastizal.

“Lo mejor es tener un manejo espaciotemporal de la ganadería”, afirma Micaela. “Mantener parches con distintas intensidades de pastoreo. A veces es necesario generar áreas de exclusión, por ejemplo, para que se recomponga el tapiz vegetal si hubo muchos años de sobrepastoreo, y además dejar que se recupere la materia orgánica del suelo”, agrega. Lo que dice no es tan extraño: “Es el famoso descanso del pastizal, una práctica que muchos productores hacen en varias partes de Uruguay”.

“Para conservar el carbono y la diversidad, lo mejor es mantener un mosaico con distintas intensidades de pastoreo. Es decir, no pasarnos y hacer sobrepastoreo, ni tampoco dejar mucho tiempo un predio con exclusión”, afirma. “Lo ideal es mantener un mosaico de áreas con exclusión temporaria y áreas con pastoreo moderado, considerando las comunidades vegetales que haya en cada potrero y en cada zona”, afirma.

Como bien nos adelantó Micaela, ahora están en otra etapa de investigación en esos predios, y llevan seis años de reintroducción de la ganadería en las áreas con exclusión y excluyendo el ganado en las que históricamente siempre hubo ganadería. Como se trata de una investigación en curso, los resultados finales aún no están. Aun así, Micaela adelanta algo relevante a la hora de pensar en la conservación del pastizal y la sabana, la ganadería y el secuestro de carbono.

“En nuestra investigación actual, vemos que las gramíneas postradas no colonizan tan fácilmente las zonas con exclusión de pastoreo, el tapiz vegetal no se recupera tan rápido como uno esperaría. Entonces hay que tener cierta precaución al clausurar un área durante tanto tiempo, porque esas especies típicas del pastizal bajo pastoreo no van a estar y van a dejar un nicho ecológico que, por ejemplo, puede ser un espacio disponible para una especie invasora, o va a quedar mucho suelo desnudo y entonces ahí vas a tener un área de pastizal o sabana degradados”, sostiene.

Y entonces una máxima de la conservación salta a escena. “Creo que revertir los cambios en el uso del suelo, que ya ocurrieron, es muy complejo, y difícilmente se vuelvan a recuperar todos los servicios ecosistémicos que se brindaban originalmente. Siendo así, el foco está en conservar el pastizal remanente”, señala Micaela. En toda la historia de la humanidad romper un ecosistema fue siempre mucho más fácil que recuperarlo. Por tanto, no avanzar en la degradación del pastizal es prioritario. Aun así, en el borrador de la tercera Contribución Determinada a nivel Nacional de gases de efecto invernadero se propone como una estrategia de mitigación aumentar en 20% la superficie de las plantaciones forestales. Tal propuesta por parte del Ministerio de Ambiente parece irresponsable si deseamos preservar nuestra biodiversidad.

“Sin duda los cambios en el uso del suelo son un problema en todas partes del mundo. En Uruguay, por suerte, todavía queda un remanente de 55% del pastizal que sin dudas hay que conservar”, reflexiona Micaela. “Estaría buenísimo que existieran políticas públicas destinadas a conservar el pastizal y las sabanas. La ganadería, como cualquier actividad productiva, no es inocua, tiene sus impactos. Pero, a su vez, en Uruguay que exista ganadería hace que se conserven los pastizales y la sabana, que se conserve la diversidad. Hay un montón de trabajos que muestran eso”, agrega.

“Esta investigación me parece que aporta en esa línea de cuál sería la mejor combinación para conservar la diversidad y, al mismo tiempo, conservar el carbono en el suelo. Sin dudas, la ganadería en Uruguay es un punto clave, y estaría bueno que existan políticas públicas orientadas a la conservación de los pastizales y de la ganadería al mismo tiempo”, sostiene. “Creo que todos estos trabajos que estudian los efectos del pastoreo en un ecosistema natural son fundamentales para eso, de forma que haya más información para el manejo, qué es lo mejor y cómo optimizar la ganadería conservando la mayor cantidad de servicios ecosistémicos que se pueda”, redondea Micaela. Si volvemos a las analogías con las películas, corren los créditos de esta entrega. Y si el público y los tomadores de decisiones son educados, todos deberíamos levantarnos de nuestros asientos y aplaudir de pie por un largo rato.

Artículo: Grazing exclusion effects on vegetation structure and soil organic matter in savannas of Río de la Plata grasslands
Publicación: Journal of Vegetation Science (julio de 2024)
Autores: Micaela Abrigo, Felipe Lezama, Iván Grela y Gervasio Piñeiro

Claves de esta investigación

» El equipo de investigación de la Facultad de Agronomía se propuso evaluar en pastizales naturales de Uruguay cómo la ganadería o su exclusión afectaba la diversidad de especies vegetales y la cantidad de materia orgánica del suelo, que no sólo es un indicador del secuestro de carbono, sino también algo necesario para la productividad de ese ecosistema.

» Para ello, estudiaron un pastizal-sabana (pues tiene árboles y pastos) casi único en Uruguay: situado en el Departamento de Río Negro, en la reserva El Rosario de una empresa forestal, el predio se cercó hace 29 años, impidiendo así el acceso del ganado.

» Además, en terrenos linderos a los cercados históricamente se practica la ganadería, por lo que en el experimento podían comparar qué pasaba con y sin ganadería en un mismo ecosistema en un marco de largo plazo. La carga del ganado en esos predios era de 0,7 animales por hectárea, algo que se considera “moderado” y que no lleva al dañino sobrepastoreo.

» Al observar qué pasaba con la biodiversidad vegetal, registraron 83 especies en las parcelas con ganadería y 64 en las que había exclusión de ganado. 45 especies eran comunes a ambas, mientras que 38 se registraron sólo en áreas con ganado y apenas 19 en áreas con exclusión.

» Por todo esto, reportan que “la eliminación a largo plazo del ganado redujo la riqueza” de especies “en 30% y la diversidad de especies en 16% en comparación con los sitios de pastoreo”. Y no sólo eso: la ausencia de ganado por casi tres décadas “facilitó la colonización de arbustos nativos”, que, entre otras cosas, dejan gran parte del suelo descubierto, promoviendo la erosión, y degradan en cierta manera al pastizal.

» Respecto de la cantidad de materia orgánica del suelo, reportan que “fue consistentemente mayor en los sitios de exclusión” de ganado en un porcentaje que ronda el 20%. En otras palabras, el pastizal y la sabana sin ganado, pese a ser menos diversos, estarían secuestrando más carbono.

» Por todo lo observado, el equipo señala que “las áreas de pastoreo y exclusión deberían combinarse en mosaico en el paisaje para maximizar la diversidad de especies de plantas y el secuestro de carbono” del suelo. En otras palabras: con un manejo bien pensado de la ganadería a campo natural se puede conservar nuestra biodiversidad, la calidad del suelo y capturar más gases de efecto invernadero.

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