Desde agosto está disponible el artículo publicado en la revista científica Ecological Engineering que lleva por título “Potencial de las diferentes zonas buffer como soluciones basadas en la naturaleza para mitigar los nutrientes de la escorrentía agrícola en los subtrópicos”. Es un nombre sensacional para una revista leída por la comunidad internacional de investigadores e investigadoras que trabajan esos temas. Pero si pensáramos en un público local y más amplio, la pieza bien podría llamarse “Efectividad de distintos tipos de zonas buffer naturales para impedir que los excesos de fertilizantes del agro contaminen al Santa Lucía, de donde proviene el agua que tomamos la mayoría de los habitantes del país”. O mejor aún: “Efectividad de distintos tipos de zonas buffer naturales para impedir que los excesos de fertilizantes del agro lleguen en cantidades enormes al principal embalse del Santa Lucía y así evitar floraciones de cianobacterias que, como en 2013, arruinaron el agua que salía por buena parte de las canillas del país”.

El problema de la eutrofización de nuestros cursos y espejos de agua –por eutrofización se entiende un exceso de nutrientes tal como para producir una alteración negativa de un ambiente acuático– ya ha sido planteado, medido y estudiado. Buena parte de nuestros ríos y arroyos tienen, entre otros nutrientes, excesos de fósforo y nitrógeno. Más allá de que pueda haber diferencias sobre cuánto de esos nutrientes proviene de la producción agropecuaria –fósforo y nitrógeno de los fertilizantes pero también de las heces del ganado– y cuánto de las aguas sin tratamiento de los centros urbanos e industrias, lo que es indiscutible es que nuestros recursos de agua dulce están más pasados de nutrientes que de colesterol malo las arterias de alguien que almuerce y cene solamente hamburguesas de una cadena de comida rápida.

Esa eutrofización produce varios cambios en los sistemas acuáticos que disminuyen su biodiversidad y afectan su funcionamiento ecosistémico. Y una de esas alteraciones nos molesta, y mucho, muy a menudo: las floraciones de cianobacterias. Con fósforo y nitrógeno a su disposición, y dadas la condiciones adecuadas, estos bichos crecen desaforadamente y pueden teñir de verde playas de ríos, del estuario Río de la Plata, y hasta del océano Atlántico, como sucedió en 2019. No se trata solamente de un problema estético o de preferencias de no bañarse en un agua verdosa y con una textura jabonoso-yerbada. Algunas de estas cianobacterias son extremadamente tóxicas, como es el caso de la muy frecuente Microcystis aeruginosa, que para colmo, si bien es de agua dulce, en nuestro país se adaptó a soportar la salinidad del mar. Aun así, no todas las cianobacterias son tóxicas. Pero eso no quiere decir que, además de afectar los cursos de agua eutrofizados, no nos causen problemas.

En 2013 el agua en Montevideo y la zona metropolitana comenzó a salir con olor y mal sabor. ¿El motivo? Cianobacterias, que por suerte no eran tóxicas. Eso no fue tan sorprendente, sino lo que pasaría después: a diferencia de otros problemas ambientales, las autoridades decidieron tomar medidas y ese mismo año el Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente (MVOTMA, que se encargaba de estos temas hasta que en 2020 se creó el Ministerio de Ambiente) lanzó el “Plan de acción para la protección de la calidad ambiental y la disponibilidad de las fuentes de agua potable” en la cuenca del Santa Lucía, que incluso fue aprobado por el Parlamento.

Una de las medidas de ese plan fue la de “instaurar una zona de amortiguación o buffer” en una zona importante de la cuenca del río. Esas zonas buffer deberían ser “sin laboreo de tierra y uso de agroquímicos”, buscando así “la conservación y restitución del bosque ribereño como forma de restablecer la condición hidromorfológica del río”. En el caso de los márgenes de los cursos de los ríos Santa Lucía y San José, la zona buffer debería ser de 40 metros, pasando a 20 en los afluentes de primer orden y a 100 metros “en torno a los embalses”. Entre los objetivos para estas zonas buffer estaba, según explica el propio plan, “evitar el escurrimiento superficial con aporte de nutrientes”. La zona buffer del principal embalse que reserva agua para la planta potabilizadora de Aguas Corrientes, el de Paso Severino, quedó implementada en 2016.

El artículo científico ahora publicado, firmado por Clementina Calvo, Lucía Cabrera y Mariana Meerhoff, del Departamento de Ecología y Gestión Ambiental del Centro Universitario Regional del Este (CURE) de la Universidad de la República, Lorena Rodríguez, Andrés Castagna y Soledad Costa, del Departamento Interdisciplinario de Sistemas Costeros Marinos del CURE, y Gastón de León y Leticia González, de la Licenciatura en Gestión Ambiental del CURE, justamente se puso como objetivo evaluar qué estaba pasando con la zona buffer en el embalse Paso Severino. ¿Para qué? Porque para gestionar, nada mejor que tener evidencia, tanto sobre lo que ya se ha hecho como para lo que resta por hacer.

Así que como consecuencia de un convenio en el que desde el MVOTMA se buscó a los equipos de investigación que pudieran proporcionar conocimiento sobre lo que allí estaba pasando, esta unión de investigadoras e investigadores de distintas áreas del CURE se puso como objetivo “evaluar la capacidad de reducción del potencial de nutrientes en condiciones de variabilidad climática natural de tres tipos diferentes de zonas buffer (pastizal, arbustal y bosque) y su relación con la dinámica del agua de escorrentía superficial y subsuperficial, en el marco del mayor plan de recuperación de la calidad del agua a nivel de cuenca implementado hasta el momento para abordar la crisis de calidad del agua en la principal fuente de agua potable de Uruguay”.

Para conocer más de este fabuloso trabajo, nos conectamos con Lorena Rodríguez y Mariana Meerhoff, que están en el CURE de Rocha y Maldonado, respectivamente, y con Clementina Calvo, que anda por Texas, Estados Unidos.

Innovando para conocer

El trabajo que realizaron, y para el que entre agosto de 2018 y julio de 2019, luego de que lloviera, hicieron mediciones de escorrentía de agua superficial y subsuperficial, analizando tanto en los cultivos del otro lado del alambrado de la zona buffer como en las zonas con bosque nativo, pastizal o arbustal de la propia zona buffer, la presencia de fósforo y nitrógeno, dos de los principales nutrientes aportados por la actividad agropecuaria al Santa Lucía, implicó varios desafíos.

Además de los retos propios de capturar bien el fenómeno de la escorrentía y de qué pasaba con los nutrientes, había otros. “También estaban las dificultades de trabajar en un sistema natural a escala cuenca y no en un sistema experimental en el que uno sabe qué ingresa, qué sale, o en el que se puede regular la composición de la vegetación, entre otras cosas”, cuenta Mariana.

La elección de analizar qué tanto amortiguaban los nutrientes los tres tipos de vegetación de la zona buffer surgió luego de varias idas al lugar. “Analizando las zonas buffer del embalse es que surge que allí tenemos campo natural, bosque nativo y zonas de arbustal que empiezan a recuperarse en la ausencia del ganado. Esa era la matriz que teníamos”, agrega. Clementina Calvo participa en el Zoom desde Texas, donde está haciendo un posdoctorado estudiando los Grandes Lagos. Le resalto la coincidencia: estando en el CURE, en Maldonado, estudió las zonas buffer en un embalse que está en Florida. Entre 2018 y 2019, cuando realizaron los muestreos, cada vez que llovía debían salir disparando a Paso Severino para hacer mediciones. Ahora nuevamente está en un lugar y estudia un ecosistema acuático lejano.

“Sin duda fue un proyecto con muchos desafíos”, ríe a la distancia. “Estaba empezando el doctorado y tenía ganas de hacer algo con zonas riparias. Ya habíamos realizado una serie de experimentos, pero se incorporó esta parte de estudios de campo por la colaboración entre Lorena y Mariana, y fue algo que me encantó, sobre todo por el abordaje interdisciplinario”, sostiene Clementina. “Sin la colaboración de agrónomos el proyecto hubiera sido otra cosa. Hice un millón de preguntas durante el proceso, porque si bien al comenzar el proyecto estábamos enfocadas en entender qué pasaba en la zona buffer, del alambrado hacia el agua, es fundamental entender qué está pasando del alambrado hacia arriba, en el campo productivo, para comprender exactamente qué era lo que estábamos intentando medir”, amplía. “En el grupo hay agrónomos, geólogos, nosotras tres que somos biólogas y ecólogas acuáticas. Las distintas expertises y miradas del grupo fueron fundamentales para encontrar el diseño que hiciera el mayor de los sentidos”, concuerda Mariana.

Lucía Cabrera y Clementina Calvo colectando agua subsuperficial. Foto: Soledad Costa.

Lucía Cabrera y Clementina Calvo colectando agua subsuperficial. Foto: Soledad Costa.

Pero los desafíos no terminaban. “Siempre hablamos mucho del flujo superficial, pero entre los dos y los 15 centímetros también estaba moviéndose un montón de agua, y eso era más difícil de capturar. Así que teníamos el tema de cómo ver lo que pasaba a nivel del flujo subsuperficial”, sostiene Lorena. ¿La solución? Ser creativas: “Diseñamos un dispositivo especialmente para esto. Podría haber fallado completamente, pero anduvo mejor de lo que pensábamos”, confiesa.

Con mucho pienso y caños de PVC confeccionaron sus dispositivos capturadores de agua de escorrentía subsuperficial, es decir, agua que escurre no sobre el suelo sino por dentro de sus capas superiores. “Son como los piezómetros que usan mucho los geólogos e hidrogeólogos, pero más superficiales. Ellos no los usan para capturar el agua que está pasando por adentro del suelo, sino para estudiar agua más subterránea, más profunda”, cuenta Lorena. Si tuviéramos que describirlo, es un caño de PVC que se coloca atravesando verticalmente el suelo. A determinada altura, el caño tiene orificios por donde el agua que escurre subsuperficialmente ingresará. Suena sencillo, pero para ver a qué altura hacer los orificios y de qué tamaño, se requirió el trabajo intenso de Gastón de León y Leticia González, agrónomo especializado en física de suelos e hidrogeóloga. Luego el caño continúa un tramo largo más, ya que la idea es que allí quede almacenada el agua que cae por los orificios.

“Hubo un montón de detalles que ajustar, pero al final funcionó muy bien”, dice satisfecha Lorena. “Los colectores fueron fantásticos. Poder capturar esa franja de agua fue muy relevante, más aún cuando no podíamos encontrar mucha información sobre ella”, la secunda Clementina.

“Cuando iniciamos el proyecto, una de las primeras cosas que hicimos fue ver qué se sabía previamente respecto al tema. Había poca información a nivel regional, entonces empezamos a leer más a nivel mundial. En los trabajos se hablaba o de agua superficial o del agua más profunda. Teníamos la sensación de que estaba faltando algo, no se abordaba qué estaba pasando con el agua que llamamos subsuperficial. Poder incorporar eso fue algo buenísimo”, afirma Clementina. Y ya veremos; sin esta medición, nos perderíamos parte importante de esta película de acción en la que las heroínas –las zonas buffer– detienen el avance de los villanos –los nutrientes de la actividad agropecuaria–.

La bosquefilia que no deja ver más allá de los árboles

¿Que es la “bosquefilia”? Un neologismo de esta sección para definir cierto sesgo de la ciencia ecológica del hemisferio norte, que extraña los bosques que talaron durante siglos, y que a veces impide ver que no necesariamente un árbol es lo mejor que puede haber en un ambiente. Ejemplo: aquí el ecosistema predominante es el pastizal: llegó a ocupar el 80% del territorio antes de la llegada de los españoles (hoy queda poco más del 50% de esa superficie ocupada por pastizales). Por tanto, plantar bosques en donde aún queda pastizal, algo que están haciendo las empresas forestales, lejos de ser una solución ambiental, es un problema. Aun así, algunos investigadores del hemisferio norte proponen plantar árboles de forma masiva para mitigar el cambio climático.

La bosquefilia, si se quiere, es cacheteada en este trabajo. En la introducción del artículo, las autoras y sus colegas ponen que, de acuerdo a lo que figuraba en la literatura científica internacional, esperaban que “los diferentes tipos de vegetación ribereña variarían en sus capacidades de reducción de nutrientes, esperándose que el bosque retuviera una mayor cantidad de nutrientes del agua de escorrentía superficial y subsuperficial que los pastizales, y que los matorrales mostraran un efecto intermedio”. En otras palabras: los árboles, de acuerdo a los hallazgos de otros equipos de investigación, serían los héroes de las zonas buffer. Les pregunto si cuando comenzaron el trabajo pensaban que eso se daría así o si sospechaban que podrían verse otras cosas.

“Si nos basábamos sólo en la literatura, como que el bosque iba a ser lo máximo en todo, iba a tener los valores máximos de retención y demás”, cuenta Clementina. Lorena, a pesar de lo dicho por la literatura, esperaba algo distinto: “Personalmente tenía mucha esperanza en el campo, por más que el campo de la zona buffer no fuera un campo tan natural, ya que tenía mucha gramilla y mostraba una historia previa de actividad agrícola”, sostiene. “Si hacemos esto en otros lugares donde el campo natural esté en mejores condiciones, creo que vamos a encontrar mejores resultados”, pronostica.

“Yo pensaba que el bosque iba a dar los mejores resultados, pero me decía que ojalá el campo natural los diera también”, confiesa Mariana. “Dado que el pastizal es el bioma predominante de Uruguay, si para rescatar nuestros sistemas acuáticos dependiéramos sólo de la presencia del bosque, estaríamos más complicados”, justifica aquel deseo que tenía. “De hecho, cuando estábamos en el monitoreo, estaban con un programa de plantar árboles nativos y vimos el esfuerzo que llevaba todo eso, la cantidad de agua que había que transportar, el mantenimiento que tenían, las especies invasoras que estaban compitiendo en el área. Si bien era una medida interesante, veíamos el gran esfuerzo que llevaba y decíamos que si eso se quisiera trasladar a todo el perímetro del embalse, sería una locura”, cuenta Clementina.

A modo de spoiler para el relato de nuestra nota (y también para los bosquefílicos), Clementina adelanta alguno de los principales resultados que obtuvieron: “Creo que fue una buena sorpresa ver que el pastizal tiene su rol importante en el nitrógeno. Me resultó sumamente interesante poder decir, en base a los resultados, que las dos coberturas, tanto la arbórea como la de pasto, son importantes. A partir de esto podemos decir que no únicamente cuando ves una zona buffer con árboles se está logrando un resultado, y que una zona buffer de pastizal, que tal vez visualmente parece más simple, también está cumpliendo un rol muy importante en la retención de nutrientes”.

“Si fuera necesario restaurar o generar bosque nativo para tener el efecto buffer, estaríamos en una situación todavía más crítica. Nuestros resultados están buenísimos desde ese lado”, la acompaña Mariana en el spoiler. Así que para amortiguar la llegada de más spoilers a la nota, vayamos a los resultados que encontraron.

Reteniendo la escorrentía

“Uno de los resultados que por lo menos a mí me sorprendió más fue que las tres coberturas, tanto el bosque nativo como el matorral y el campo natural, tuvieron un gran efecto en la retención de agua. En los tres vimos una reducción muy importante de la cantidad de agua que se está trasladando”, comenta Clementina.

“Las tres zonas buffer retrasaron la escorrentía superficial al doble, lo que produjo una escorrentía menor que las tierras de cultivo”, reporta el artículo. La escorrentía superficial se midió gracias a un aparato que simula una lluvia de alta intensidad (de seis milímetros por minuto) durante tres minutos. Esas mediciones se hicieron tanto en los tres tipos de vegetación de la zona buffer como en los cultivos del otro lado del alambrado de restricción. La escorrentía subsuperficial, por su parte, fue medida por los capturadores de PVC de los que ya hablamos, de los que se colocaron 18, realizando muestreos entre 24 y 36 horas después de eventos de lluvia mayores a 19 milímetros acumulados y menores a 102.

“Vimos mucha infiltración, lo cual me parece muy positivo, porque si en estas zonas buffer, que se están recuperando, ya vemos que se está reduciendo a la mitad el agua transportada, me parece un resultado súper esperanzador”, señala Clementina.

“Como tenemos un equipo multidisciplinario, gracias a los colegas que entienden más de hidrología y suelos, es positivo ver que esta agua infiltre, que esté más tiempo pasando por dentro del suelo, y que tenga una liberación más gradual, en vez de ir directo al embalse”, agrega.

Foto del artículo '¿Quién protege más nuestra agua de los nutrientes del agro en el embalse del Santa Lucía: el bosque, el pastizal o el arbustal?'

¿Qué tantos nutrientes retuvo cada cobertura?

Según reportan en el artículo, la efectividad del pastizal, el bosque nativo y el arbustal en retener el nitrógeno y el fósforo que venía de los predios productivos del otro lado del alambrado varió de acuerdo a los nutrientes y también al observar la escorrentía superficial o la subsuperficial.

En cuanto al fósforo y el fosfato, forma más biodisponible del fósforo, ahí al bosque le fue mejor que al pastizal y al arbustal. “Si bien las tres coberturas fueron eficientes en retener el fósforo, en el bosque encontramos sí las retenciones máximas, que fueron de hasta 80% de la carga”, comenta Clementina.

En efecto, en el trabajo reportan que “en las aguas superficiales el bosque exhibió la mayor reducción potencial total de nutrientes, con una disminución del 53% en la concentración del fósforo total en el agua y del 78% en la carga”. Por su parte, “el pastizal produjo una reducción cercana al 25%”. Al hablar del agua subsuperficial, reportan que “hubo una reducción media general del 50% en la concentración y carga de fosfato en todas las zonas buffer”.

“Ese resultado, con el bosque liderando, tal vez era esperado por lo que indicaba la bibliografía”, dice Clementina. Sin embargo, allí ya el pastizal dijo “no tan rápido”. Lejos de quedar último al retener la carga de fosfatos, como cabría esperar de acuerdo a la literatura, se colocó segundo en cuanto a su potencial de retener ese producto de la fertilización en la escorrentía superficial, y anduvo con el matorral en lo que respecta a la escorrentía subsuperficial. Pero en el caso del nitrógeno, el pastizal marcó más su perfil.

“Lo que sucedió con el nitrógeno fue más variable y dependió más de la franja de agua que estuviéramos considerando”, adelanta Clementina. “La carga de nitrato se retuvo en los tres tipos de zonas buffer, con los pastizales exhibiendo la reducción potencial más alta (cerca del 50%)”, reportan en el artículo. En otro pasaje señalan que “en las aguas subsuperficiales la concentración de nitrato disminuyó sólo en los pastizales, mientras que la concentración en las zonas buffer de arbustos y bosques, junto con la carga en las tres zonas buffer, aumentó, lo que sugiere una liberación de nitrato”, dicen luego. En otras palabras, mientras en la escorrentía subsuperficial el pastizal retuvo cerca de 30% de los nitratos, el arbustal y el bosque nativos fueron fuente de ellos. Además, en ambas profundidades, el arbustal quedó tercero en su potencial de retención de las cargas de nitrógeno y nitratos.

Por todo eso el trabajo dice que “entre las tres zonas buffer la cubierta forestal mejoró la retención de fósforo, mientras que la zona buffer de pastizales mostró ese efecto para el nitrógeno”.

“Superficialmente el bosque también redujo el nitrógeno, pero en la capa subsuperficial vimos una mayor eficiencia del campo natural para hacerlo. Tal vez si hubiéramos analizado sólo la capa superficial, el mensaje que estaríamos dando sería distinto. Pero como tuvimos la posibilidad de tener estas dos historias, nos pareció importante resaltar que si bien el bosque es la cobertura que está teniendo la retención máxima de fósforo, el campo natural es bastante relevante para la retención del nitrógeno al ver también el agua que se infiltra”, destaca Clementina.

La hipótesis del matorral como algo intermedio entre el bosque mimado y el pastizal denostado no se dio. “Del matorral es verdad que esperábamos ese comportamiento intermedio, pero no lo vimos. En eso puede influir la historia pasada de los predios. Habría que indagar más para entender qué está pasando allí”, apunta Clementina.

“También lo que pasa, como siempre, es que en la naturaleza las cosas no son como en el experimento de laboratorio. Entonces algunos de los lugares del campo natural de esta investigación habían tenido agricultura, y capaz que estaban más enriquecidos de nutrientes. Eso pasó mucho en la parte del arbustal, que, como venía de ser un suelo donde hubo agricultura, tenía más nutrientes de lo que esperábamos. U otros lugares donde por imágenes satelitales veíamos que había habido pradera artificial hacía no tanto tiempo, por lo que podría haber algún remanente de fertilizantes todavía”, agrega Lorena.

El pastizal prestó su servicio al retener tanto fósforo como nitrógeno, algo que hay que destacar ahora que sabemos que es el ecosistema más amenazado del país y el único que no cuenta con ningún tipo de protección (días atrás la Comisión de Diputados de Ganadería decidió dar muerte al proyecto de ley que proponía proteger el campo natural). Este estudio nos muestra la importancia de conservar el pastizal y de no pensar que toda zona buffer requiere solamente árboles nativos.

Más diversidad, mejor para todos

El resultado emergente del trabajo es que un único tipo de cobertura va a tener un efecto de filtrado o amortiguamiento, pero si se combinan varias coberturas esos efectos se van a ver potenciados. Es un clásico de la ecología: mayor biodiversidad, mayor resiliencia de cualquier ecosistema ante cambios y perturbaciones. Las zonas buffer no son una excepción.

“Una y otra vez, por distintos lados, se llega a esa conclusión. La mayor diversidad, en este caso de tipos de cobertura, es decir una diversidad que no sólo es taxonómica sino funcional y más a escala de paisaje, está generando mecanismos que en definitiva dan más resiliencia frente a distintas cosas”, afirma Mariana. Clementina secunda: “Lo que vimos es que las tres coberturas fueron relevantes con respecto a proteger o cuidar el agua del embalse y, de cierta manera, se complementan. Ese fue un mensaje que tratamos de dar en el artículo”. Allí también lo dicen: “Las zonas buffer mixtas de herbáceas y leñosas parecen ser soluciones basadas en naturaleza efectivas para mitigar la afluencia de nutrientes mientras que almacenan y liberan gradualmente el agua”.

Lorena nos lleva un paso más allá. “Siempre nos imaginamos las zonas buffer alrededor de los cursos de agua. Pero en realidad lo más interesante sería que se pudieran dejar franjas de vegetación intercaladas con los cultivos, para que toda la responsabilidad de limpiar esa agua no quede solamente en esa franjita que queda entre los cultivos y los cursos de agua”, sostiene. “Si se dejaran franjas con pasto, con campo natural, o de arbustales, o de monte nativo, en los costados o pendiente abajo de los cultivos, sería más efectivo que tener solamente al final una zona buffer”, sugiere entonces.

Lo que dice Lorena suena fantástico. Así como las plantaciones forestales están obligadas a dejar cortafuegos, amplias calles sin árboles para detener el avance de las llamas en un posible incendio, propongo que los predios agrícolas podrían dejar cortanutrientes, zonas donde la vegetación natural pueda capturar parte de los fertilizantes que se usan o generan en los campos productivos y que hoy escurren hacia los cursos de agua. “Bueno, sí, podríamos dejar entonces cortanutrientes”, agrega sin más remedio.

La idea no es tan loca. Dejar parches sin cultivar se ha propuesto como medida para mitigar la mortandad de polinizadores, como control biológico y demás. “En algunas partes de Europa se están dejando charcos y laguitos artificiales, que son como islas de naturaleza en un mar agrícola”, comenta Mariana, que forma parte de un grupo internacional que estudia lo que denominamos charcología. “En nuestras zonas agrícolas esas islas de naturaleza podrían ser estos parches o de campo natural o de bosque nativo. En eso ahonda el trabajo, en buscar medidas basadas en naturaleza para lograr mitigar algunos de los efectos del uso agrícola. Pero esa es otra pelea, porque son metros que hay que ganarle a la producción”, sostiene.

Sin embargo, esa no es la única pelea para dar. Hay más complicaciones en el horizonte.

Foto del artículo '¿Quién protege más nuestra agua de los nutrientes del agro en el embalse del Santa Lucía: el bosque, el pastizal o el arbustal?'

Éramos muchos y llegó el cambio climático

“Hay evidencia previa que indica que si en las zonas buffer hay una precipitación más intensa, se reduce su eficiencia”, lanza Clementina. “En el trabajo estamos diciendo qué es lo que está pasando hoy. Lo que puede pasar mañana, ante algunos escenarios del cambio climático, es que las zonas buffer y estos valores que nosotros vemos de retención tal vez no sean tan altos”, reflexiona.

Como hicieron mediciones tras distintas intensidades de lluvia, la variabilidad climática a lo largo de un único año las llevó a mirar lo que se dice en la literatura con un poco más de angustia. “Nuestro estudio, por más que es preliminar y que sabemos que fue realizado durante un año, logró cubrir una variabilidad climática grande y nos permite decir que esto pronosticado de una disminución de la capacidad de retener nutrientes puede suceder aquí”, enfatiza Clementina.

Las zonas buffer entonces no son un cheque en blanco. Lo que están filtrando hoy, que no es el 100% del fósforo y nitrógeno que les llega, no son excusa para seguir fertilizando a diestra y siniestra. Hay que implementar buenas prácticas –que ya existen pero no siempre se llevan a cabo– y recordar que no siempre más fertilizantes implican mejor rendimiento. Pero al hablar del futuro, las zonas buffer tampoco son un cheque en blanco temporal: ante un escenario de cambio climático que prevé para Uruguay, más que grandes cambios en las temperaturas máximas, un aumento de las lluvias y de la frecuencia de eventos de lluvias extremas, que las zonas buffer tengan hoy cierta capacidad de retención de agua y nutrientes no asegura que lo puedan seguir haciendo mañana. La zona buffer es el último recurso antes de que la sangre llegue al río: contener la hemorragia de fósforo y nitrógeno en los campos productivos y en las aguas sin tratar de las ciudades debería ser nuestra estrategia principal.

“Este escenario de cambio climático obliga a tener un mejor manejo, pero también obliga a hacer algo que no estamos haciendo, que es sostener este monitoreo”, afirma Mariana. Este estudio, que implicó un esfuerzo enorme, llevó un año. Pero fue la única evaluación que se hizo. El fin del convenio coincidió con el fin de la administración anterior, y desde entonces ya no se evaluó más qué está pasando con la capacidad de retención de la zona buffer de Paso Severino”, agrega.

“Entonces, si pensamos que esta es una de las medidas más importantes que se han implementado a nivel ambiental para la cuenca más importante del país, monitorear el efecto de una de las medidas durante un año y luego no hacer nada más es raro. Más aún si pensamos que uno de nuestros resultados es que hay que tener ojo con la variabilidad y el cambio climático, que estos patrones que vimos durante un año, que son buenos, pueden cambiar a futuro”, reflexiona luego Mariana.

“Si no monitoreamos la cuenca más importante del país, siendo que este paquete de medidas se aprobó en el Parlamento ya en 2013, que al día de hoy se está discutiendo un nuevo paquete de medidas para la cuenca del Santa Lucía, incluyendo extender alguna de estas medidas al resto de la cuenca y a otras cuencas del país, sabiendo que genera resistencia con los productores, con todo este background que tenemos de complejidad social, económica, de todo lo que implica, como país deberíamos sostener el monitoreo de qué tan efectivo es todo esto. Tenemos que ser capaces de sostener esto en el tiempo”, enfatiza Mariana.

“Si bien los resultados son bastante auspiciosos, hay que enfatizar que se requiere manejo para mejorar la eficiencia de estas zonas buffer”, remarca Lorena, que además invita a no volver a cometer los errores del pasado, como no dialogar con los vecinos y productores de la zona sobre las medidas que los afectarían.

Las aristas son muchísimas. De hecho, Lorena confiesa que hubo “muchas cosas que quedaron afuera del trabajo”. “Se trabajó con los propietarios de los predios, se les hicieron entrevistas para obtener más información sobre los usos y para ver cómo ellos percibían la zona buffer. Eso formó parte de una tesis de grado pero no quedó reflejada en el artículo porque los artículos siempre son muy cortos”, dice. Las notas de prensa, por más que esta sea extensa para los tiempos que corren, también son cortas.

Que una investigación que evalúa cómo distintas coberturas vegetales naturales de nuestro país ayudan a retener los nutrientes de la producción agropecuaria, más allá de los maravillosos resultados y lo que dice nunca antes reportado para el pastizal, nos deje la sensación de que el tema da para muchísimo más sólo es otra cocarda para este fabuloso equipo liderado por investigadoras.

Artículo: Potential of different buffer zones as nature-based solutions to mitigate agricultural runoff nutrients in the subtropics
Publicación: Ecological Engineering (agosto de 2024)
Autores: Clementina Calvo, Lorena Rodríguez, Gastón de León, Lucía Cabrera, Andrés Castagna, Soledad Costa, Leticia González y Mariana Meerhoff.