¿Qué se entiende por colonialismo científico? Un montón de cosas, muchas de ellas sencillas de imaginar o concebir en un país como Uruguay, signado por su impronta colonial.

“Las huellas borrosas del colonialismo aún hoy persisten en la actividad científica”, sostenían Elizabeth Culotta, Shraddha Chakradhar y Rodrigo Pérez en su artículo Remapeando la ciencia publicado en la revista Science en agosto de 2024. Por ejemplo, decían que “la lengua franca de la investigación es el inglés”, un aspecto que ya abordamos en estas páginas en una nota titulada El universo no spik ingliy: piden combatir discriminación editorial hacia investigadores que no tienen al inglés por lengua nativa. Pero no sólo eso.

“Los científicos de primer nivel (aquellos con los artículos más citados) trabajan desproporcionadamente en antiguas naciones colonizadoras o en unas pocas excolonias, entre ellas Estados Unidos”, proseguían los tres autores de Remapeando la ciencia. Basta ver la lista de ganadores de los premios Nobel, la mayoría hombres blancos que investigan en Estados Unidos o Europa, para constatar una expresión in extremis de lo que dicen. Pero hay más.

“Durante décadas, los investigadores se han beneficiado de visitar antiguas colonias para estudiar su flora, fauna y, a veces, gente, a menudo con poca participación de los científicos locales y poco reconocimiento a su trabajo o propiedad intelectual”, dicen al respecto de lo que se denomina “ciencia en paracaídas”.

No es algo lejano, y los autores dan un ejemplo de 2019: “Un estudio descubrió que menos de la mitad de los artículos sobre enfermedades infecciosas en África tenían un primer autor africano. Muchos artículos de paleontología de los últimos 34 años no tienen ningún autor de las naciones donde se desenterraron los fósiles” (sobre esto último también hablamos en esta sección). También señalan que la nomenclatura científica “está plagada de nombres de un pasado colonial racista, e incluso los nombres otorgados recientemente honran desproporcionadamente a personas del norte global”, otro aspecto que abordamos aquí en una nota que titulamos La rebelión de los botánicos: por primera vez en la historia de la ciencia dan de baja nombres científicos por ser ofensivos.

Entonces Culotta, Chakradhar y Pérez señalan que “los científicos y científicas de todo el mundo están empezando a reconocer lentamente (y a rectificar) este legado colonial”, constatando que están “repatriando especímenes, creando alianzas equitativas y ampliando el acceso a las tecnologías más modernas”. Así las cosas, “los investigadores de las naciones que alguna vez fueron colonizadas están tomando el control y utilizando fondos y talentos locales para explorar cuestiones que les interesan”.

La reciente publicación de un artículo firmado por 17 investigadores e investigadoras de distintas instituciones de Uruguay (Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias y del Departamento de Sistemas Ambientales de la Facultad de Agronomía, de la Universidad de la República (Udelar), y del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria, INIA), Argentina (Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires, UBA) y Estados Unidos (Universidad de Columbia), en respuesta a otro artículo científico publicado en 2023, calza perfectamente dentro de esto del colonialismo científico. Más aún cuando para publicar su respuesta en la revista Soil, editada por la Unión Europea de Geociencias, tuvieron que quitar toda referencia al colonialismo científico.

Remitido por José Paruelo, Luis López, Pablo Baldassini, Felipe Lezama, Bruno Bazzoni, Luciana Staiano, Agustín Núñez, Anaclara Guido, Cecilia Ríos, Andrea Tommasino, Federico Gallego, Fabiana Pezzani, Gonzalo Camba, Andrés Quincke, Santiago Baeza, Gervasio Piñeiro y Walter Baethgen, el artículo se titula algo así como Sobre los riesgos de las buenas intenciones y la evidencia deficiente: comentario sobre “¿De regreso al futuro? La gestión conservadora de los pastizales puede preservar la salud del suelo en los paisajes cambiantes de Uruguay” de Säumel et al. (2023).

El trabajo merece esta nota por varias razones. En primer lugar, porque hace puntualizaciones y marca errores científicos cometidos en un trabajo firmado por investigadores de institutos de Alemania (y uno de Chile) que habla del estado de nuestros suelos y cómo conservarlos. Si el trabajo tiene errores, lo que estos investigadores liderados por Ina Säumel, del Instituto de Investigación Integrativa sobre Transformación de los Sistemas Humano-Ambientales de la Universidad Humboldt, digan sobre cómo están nuestros suelos no será del todo correcto.

En segundo lugar, porque el tema que aborda el trabajo ya ha sido abordado en sus diversos aspectos en reiteradas oportunidades por investigadores locales, pero esa información brilla por su ausencia en el trabajo alemán, lo que entonces hace que el trabajo no sólo no aporte información novedosa —aun cuando no tuviera errores científicos graves—, sino que configura otra de las caras del colonialismo científico: ignorar desde el norte global el conocimiento generado en el sur del planeta.

Hay también otra tercera y muy importante razón para consignar esta respuesta: en estas páginas abordamos el trabajo de Ina Säumel y sus colegas en una nota publicada en agosto de 2023 que llevó por título El Uruguay sostenible en jaque: reportan degradación y empobrecimiento de los suelos agrícolas, forestales y de pastizales. Si bien no es nuestro cometido revisar metodológicamente los artículos científicos ya revisados por expertos en las publicaciones científicas, pedimos de todas formas disculpas por la parte que nos toca. Pero aun así, como veremos más adelante, tal vez sin nuestra nota, la respuesta no habría llegado. Así las cosas, vayamos a la réplica publicada.

Objeciones desde el sur

“En este artículo hacemos comentarios sobre algunas cuestiones metodológicas y sobre el enfoque general del trabajo”, comienza la réplica o comentario, que tiene por primer autor a José Paruelo, investigador del INIA, la Facultad de Ciencias de la Udelar y la Facultad de Agronomía de la UBA.

Al respecto, señalan que identificaron “varios problemas metodológicos y de diseño en el artículo mencionado”, que “introducen sesgos y errores críticos” que les preocupan, ya que pueden inducir a “interpretaciones erróneas”. Sus objeciones pasan por el esquema de muestreo empleado, la representatividad de los tipos de uso de suelo, el diseño del estudio, la caracterización de los suelos, los datos sobre su contenido orgánico y las categorías de los pastizales.

Sobre cada uno de estos puntos, la réplica da detalles de los errores, los sesgos o la inconveniencia del proceder del equipo alemán. Algunas son más técnicas que otras, pero todas dejan claro que para estos 17 investigadores con experiencia estudiando los cambios de uso del suelo así como sus propiedades bajo diversos sistemas productivos el abordaje del equipo alemán pasó por alto diversos factores relevantes para poder sacar conclusiones válidas, tanto por los lugares muestreados como por las técnicas empleadas en esas muestras.

José Paruelo (archivo).

José Paruelo (archivo).

Foto: Federico Gutiérrez

Evidencia insuficiente, interpretaciones erróneas

Los autores de la réplica entonces señalan que lo que se concluye, en cierta manera, está parado sobre gelatina. Y al respecto sostienen: “Las posibles ramificaciones de sacar conclusiones basadas en evidencia insuficiente podrían conducir tanto a interpretaciones como a posteriores acciones erróneas”. Para ser más diáfanos, escriben que les “preocupan las posibles interpretaciones del estudio con respecto al diseño de políticas y el desarrollo de barreras no arancelarias para los países sudamericanos”.

En concreto, sobre las “interpretaciones engañosas y sus consecuencias”, citan dos “recomendaciones que los autores hacen en la discusión”, que a criterio de quienes firman la réplica van justamente “en contra de la conservación de los pastizales” que el artículo en teoría quería promover. Estas dos medidas contraproducentes son las recomendaciones de ir hacia una “conversión de los pastizales en sistemas silvopastoriles” y la de “la expansión de los bosques nativos y el uso de especies nativas en plantaciones de árboles”.

Al respecto, señalan que hay una “profusa evidencia de que plantar árboles en ecosistemas abiertos, como son los pastizales del Uruguay, no es una solución si lo que se busca es la restauración o conservación de esos ecosistemas”. Para quienes vivimos en Uruguay, donde el ecosistema imperante es precisamente el pastizal, lo que dicen es evidente. De hecho, sobre el tema ya hemos hablado bastante en esta sección, creando en estas páginas incluso el concepto de bosquefilia justamente para definir cierto sesgo de la ciencia ecológica del hemisferio norte que extraña los bosques que diezmaron allí durante siglos y que impide ver que no necesariamente un árbol es lo mejor que puede haber en un ambiente.

Otra de estas “interpretaciones engañosas y sus consecuencias”, sostienen, es que “la discusión vincula el sistema de producción agrícola con la degradación generalizada del suelo en Uruguay”. Al respecto, señalan que “la discusión de Säumel et al. comienza vinculando al sector agrícola de Uruguay con ‘prácticas socioeconómicas y de gestión convencional que impulsan la degradación del suelo’ y la generación de ‘trampas de insumos’ y ‘trampas de crédito o pobreza’. Si bien las características, prácticas y estructura del sector agrícola de Uruguay están abiertas a crítica y debate, el artículo no presenta datos ni evidencias que permitan iniciar una discusión sobre este tema”.

Expandiéndose sobre este punto, señalan que “más allá de la intención de los autores, tal comentario al inicio de la discusión puede interpretarse como la caracterización del sector agrícola de un país del sur global por parte del norte global desarrollado. La impresión general de un lector independiente es que la degradación del suelo está generalizada en Uruguay, lo que no es así; de hecho, Uruguay es el país de la región con mayor superficie de pastizales naturales”, afirman, y citan un trabajo de 2022 liderado por uno de los firmantes.

Que en Alemania tengan una idea inexacta, basada en evidencia pobre, sobre la degradación de nuestros suelos y qué hacer con los pastizales y los bosques podría no ser del todo grave. Pero el asunto es que aquí hay más en juego. “Este tipo de ‘evidencia científica’ sobre el pobre desempeño ambiental de los países sudamericanos, difundida por científicos de países europeos, ayuda a construir barreras no arancelarias para productos primarios y proporciona excusas para fijar condiciones en los acuerdos comerciales internacionales”, dicen entonces nuestros compatriotas en su réplica.

Que hayan señalado esto no implica que nuestros investigadores nieguen los problemas que tenemos; al contrario. “Estamos totalmente de acuerdo en que Uruguay y otros países sudamericanos tienen importantes problemas ambientales. La mayoría de los autores de esta respuesta han estado y siguen estando involucrados en documentar, modificar, proponer soluciones y/o generar políticas en nuestra región”, reconocen en su texto. Pero entonces van un poco más allá.

“También nos ocupamos de identificar las causas subyacentes de los problemas ambientales en el sur global. Las deudas nacionales, la falta de compromiso de los países desarrollados con los acuerdos ambientales, la mercantilización de la naturaleza, el acaparamiento de tierras y el papel de los mercados financieros multinacionales en el sector agrícola son algunos de los factores que promueven los cambios y la degradación del uso y la cobertura de la tierra, así como imponen límites a las políticas a nivel de país”. Glup. En ciencia, un párrafo así es la garra charrúa obduliana en su máxima potencia.

Por todo lo que exponen en su réplica, los 17 investigadores señalan que quieren destacar “los riesgos de simplificar un problema complejo que involucra a una miríada de actores y factores, basándose en lo que creemos que no es evidencia científica sólida”.

Colonialismo científico en acción: las líneas que no están

En la versión en línea de la réplica puede accederse tanto al borrador del texto original enviado por José Paruelo y sus 16 colegas como a los comentarios que les hicieron los revisores y las respuestas que dieron. Al comparar el texto original y el que salió, hay algunas frases que aludían al colonialismo científico que quedaron por el camino. Veamos.

“Nos preocupan las posibles interpretaciones de un estudio, generado desde instituciones con base en países desarrollados y sin participación de científicos locales del sur global (algo que se denomina ‘ciencia en paracaídas’ y que está relacionado con las prácticas del neocolonialismo científico), en el diseño de políticas y desarrollo de barreras no arancelarias para los países sudamericanos”, dice el texto que habían enviado en primera instancia. “Los problemas ambientales tienen siempre una dimensión social y política, por lo que los científicos deben ser conscientes de las consecuencias de su trabajo en diferentes contextos, sectores, organizaciones y países. Como decía Bernardo Houssay, uno de los premios Nobel sudamericanos: ‘La ciencia no tiene patria, pero el científico sí’”, dice otra de las líneas presentes en el artículo tal cual lo enviaron y ausente en el trabajo finalmente publicado por la revista Soil.

El colonialismo y los revisores

Al ver los comentarios realizados por los revisores anónimos (que son otros científicos, que en general suelen dominar el campo del que versa el trabajo presentado a la revista), se entiende un poco más por qué estas líneas fueron eliminadas.

El 28 de diciembre de 2023 el revisor anónimo #1 les escribió a nuestros investigadores su comentario sobre el artículo. Allí, entre otras cosas, observó que “los autores destacan la falta de aportaciones de científicos ‘locales’, señalando que el trabajo fue realizado por institutos de investigación con sede en ‘países desarrollados’. Este tipo de afirmación devalúa la naturaleza científica del comentario, dándole una dimensión que no es apropiada para la revista”. No contento con eso, agregó que “el papel del ‘sur global’ en la ciencia del suelo es tan importante como el del ‘norte global’ y el ‘centro global’. Por lo tanto, no creo que sea necesario tratar las improbables amenazas neocoloniales que socavan la solidez científica de este comentario”. Luego, los instaba a quitar esa parte diciéndoles que su réplica “sería más relevante si se centrara simplemente en las críticas metodológicas” esbozadas “en la primera parte”.

La ciencia lleva tiempo. Escribirla también. José Paruelo, dado que era el autor de correspondencia, contestó en nombre de todo el equipo recién el 26 de mayo de 2024, unos cinco meses después de la crítica del revisor, ya que esperó a tener la devolución del segundo revisor asignado. Tras aludir a algunos otros aspectos mencionados, José Paruelo abordó las críticas relacionadas con el conflicto norte global-sur global.

“Creemos que discutir el neocolonialismo científico es justamente relevante y apropiado para una revista científica. Reconocer las prácticas del colonialismo intelectual es un primer paso, pero no suficiente si los profesionales científicos quieren crear entornos verdaderamente inclusivos y reducir las desigualdades”, dice entonces la respuesta al revisor. “La idea del colonialismo científico es a menudo más evidente cuando pasamos de analizar un artículo y/o revista en particular a analizar la forma en que trabajan los grupos de investigación”, señala entonces Paruelo, y agrega que al menos diez artículos de este grupo de autores “derivaron del mismo proyecto y fuente de financiación (Ministerio Federal Alemán de Educación e Investigación en el marco del proyecto Futuros rurales: estrategias hacia paisajes productivos multifuncionales, biodiversos y sostenibles en pastizales modificados silvoagropecuarios en Uruguay)”. Esos diez artículos, dice Paruelo, fueron “casi exclusivamente escritos por el grupo de investigación europeo, mientras que los investigadores locales aparecen en la sección de agradecimientos”. En otras palabras, lo que podría ser un caso especial de un único artículo parece ser una forma de trabajar.

“En nuestro manuscrito, citamos un artículo de Nakamura et al. (2023) publicado en Nature que aborda, precisamente, la dinámica de las relaciones científicas entre el sur y el norte globales. Una opinión bien fundada que abre un debate más amplio sobre cómo hacemos ciencia merece ser incluida en una revista científica. Eliminar nuestro comentario sobre el neocolonialismo científico obstruiría un diálogo importante que creemos que podría mejorar la colaboración”, dice entonces Paruelo. “Ya no estamos en el siglo XIX y el contexto político, histórico y científico ha evolucionado. Estos cambios requieren una discusión abierta sobre lo que los científicos sudamericanos perciben como prácticas colonialistas”, remata.

La devolución del revisor anónimo #2 llegó recién el 20 de abril de 2024. Allí, además de otras cosas, señaló en relación con lo que aquí nos interesa que “los autores aluden a problemas con la autoría. Al menos dos de los autores del artículo original son sudamericanos y, si bien hubiera sido bueno ver también a un autor uruguayo, no creo que la acusación de no incluir a autores del sur global esté justificada”.

El 26 mayo de 2024, el mismo día en que respondió al revisor anónimo #1, Paruelo hizo lo propio con el #2. “No tenemos ningún problema con la autoría en sí. Nuestra preocupación general está relacionada con los científicos del norte global que proporcionan ‘evidencia científica’ y ‘soluciones’ sobre el pobre desempeño ambiental de un país del sur global”, contestó. “La interpretación de cuestiones altamente sensibles como el desempeño ambiental requiere un contexto local y regional, que los científicos locales están en una posición mucho mejor para proporcionar. Incluir a dos investigadores sudamericanos en la autoría no aborda suficientemente esta preocupación”, agrega Paruelo, y deja constancia de que los autores apoyan “la importancia de la colaboración norte global-sur global en estudios de esta naturaleza, independientemente de nuestra opinión sobre la calidad científica de la investigación”. Sin embargo, no deja de señalar que en este caso tienen “grandes preocupaciones sobre la evidencia presentada y las recomendaciones dadas”.

José Paruelo (archivo).

José Paruelo (archivo).

Foto: Federico Gutiérrez

Toda ciencia es política

Uno quiere saber por qué nuestros compatriotas y sus colegas terminaron sacando las referencias relacionadas con el colonialismo científico del texto final. ¿Habrá sido para que les publicaran su artículo?

José Paruelo asiente. “Si bien eso era importante y explicaba algunas cosas, lo central de nuestra respuesta era mostrar que las conclusiones que planteaba esta gente estaban mal y que, como eran susceptibles de ser usadas como evidencia, era importante señalar los problemas metodológicos gravísimos que identificamos”, afirma. “Lo otro, que es opinable y tiene que ver con la línea editorial colonialista de la revista, y sobre la que uno no puede hacer mucho, quedó fuera”, dice un poco desengañado.

Así las cosas, José y sus colegas decidieron sacar las menciones al sur global y su desigual relación con el norte global, al colonialismo y demás, en pos de que saliera la contestación contundente de todos los errores científicos cometidos en el trabajo de Säumel. “Hay que ser cautos en esto de revolear números y sacar conclusiones apresuradas en temas que son políticos. Es decir, no estamos hablando de las nervaduras de los élitros de una especie de coleóptero, un tema en el que sería más difícil encontrar una dimensión política. En este caso, el tema está directamente asociado a negociaciones que tienen que ver con el acuerdo Unión Europea-Mercosur, con la tipificación de la producción uruguaya y demás. Hay una cantidad de ribetes políticos que hacen que esa evidencia tirada así en una revista científica no pueda quedar sin contestar, porque el uso que se hace de eso puede tener consecuencias para la vida de cada uno de nosotros”, defiende José.

Entendámonos: la respuesta no pasa por decir que los suelos de nuestro país están maravillosamente bien. “Nosotros no estamos diciendo que no hay problemas ambientales que sea urgente atender. Cada uno de los que firma tiene un historial, que se puede revisar, de decir que nos preocupa la forestación, nos preocupa la expansión agrícola, nos preocupa la pérdida de pastizales, etcétera. El problema es que desde el sistema de ciencia y técnica tenemos que ser extremadamente responsables en cuanto a las evidencias que ponemos arriba de la mesa. Y esta gente no lo fue”, sostiene Paruelo.

Al señalar tantos errores metodológicos y de diseño experimental, uno se pregunta si la revista, tras la réplica, no debería volver a revisar el artículo de Säumel y, si las objeciones son pertinentes, tomar una decisión en tanto publicación. “Podría hacerlo, pero no está obligada. El sistema de revisión de pares es falible, como este caso bien muestra, tiene estas posibilidades de corrección y de discusión”, dice, positivo, Paruelo. “Tampoco es cierto que podamos probar que, por ejemplo, haya un fraude en el artículo. Si por ejemplo supiéramos que no sacaron las muestras que dicen, o que los datos son inventados, o que los copiaron de otro lado, ahí sí la revista debería tomar alguna acción. Pero en este caso decimos que el muestreo está mal hecho, que hay errores pero no dolo, o si lo hay no es algo que podamos probar. Entonces nuestras objeciones entran dentro del campo de lo opinable, de lo discutible”, comenta entonces.

Uno pide disculpas por la parte que le toca al haber recogido el artículo de los alemanes en nuestras páginas. “Si no se publicaba la nota sobre el trabajo de Säumel y sus colegas en la diaria, capaz que este artículo se nos pasaba”, dice Paruelo. “Por eso destacaría la importancia de esta retroalimentación entre la difusión de la ciencia, que pone de relieve la importancia de un tema y le da un alcance que sale de los claustros, y las motivaciones que tenemos para salir a responder a estas cosas”, completa.

En esta sección, de todas las formas que podríamos cubrir la ciencia, preferimos cubrir las investigaciones publicadas. Y no hacemos eso porque creamos que una investigación publicada vale más que una que está en curso o que no tiene aún espacio en una revista científica, sino porque es la forma de asegurarnos que al menos un grupo de revisores, gente especializada en la temática del artículo, ya le dio el visto bueno a la investigación. Aun así, el sistema de los revisores no siempre funciona todo lo bien que debiera.

“Creo que lo que hay que rescatar es que el sistema funciona. Pero no es infalible. Y la virtud del sistema depende mucho de cuánto se involucra uno. Hay que sentarse, hablar con todo el mundo, revisar el trabajo, escribir la réplica para que salga un año después, pelearte con los revisores. Pero los mecanismos están. Después los humanos, con nuestra vagancia, nuestra pereza o nuestras virtudes, lo hacemos funcionar o no”, redondea José.

Artículo: On the risks of good intentions and poor evidence – comment on “Back to the future? Conservative grassland management can preserve soil health in the changing landscapes of Uruguay” by Säumel et al. (2023) Publicación: Soil (febrero de 2025) Autores: José Paruelo, Luis López, Pablo Baldassini, Felipe Lezama, Bruno Bazzoni, Luciana Staiano, Agustín Núñez, Anaclara Guido, Cecilia Ríos, Andrea Tommasino, Federico Gallego, Fabiana Pezzani, Gonzalo Camba, Andrés Quincke, Santiago Baeza, Gervasio Piñeiro y Walter Baethgen

Artículo: Back to the future? Conservative grassland management can preserve soil health in the changing landscapes of Uruguay Publicación: Soil (julio de 2023) Autores: Ina Säumel, Leonardo Ramírez, Sarah Tietjen, Marcos Barra y Erick Zagal.